En mayo de 2021, el mundo vio con horror cómo la policía israelí desalojó a los residentes palestinos del barrio Sheikh Jarrah de Jerusalén en contra de su ferviente resistencia. Mientras tanto, se libraba otra lucha: la del poder narrativo. Mientras los periodistas, los activistas ciudadanos y las organizaciones de derechos humanos intentaban documentar la brutal represión de Israel, muchos encontraron que sus comunicaciones estaban sujetas a una moderación de contenido demasiado entusiasta. Publicaciones clave de las redes sociales fueron eliminadas de plataformas influyentes, como Twitter, Facebook e Instagram, precisamente cuando esas publicaciones eran más cruciales. El efecto de esta censura, muchos sostuvieron, fue sofocar dramáticamente las voces ya marginadas de los palestinos, que esperaban mostrar a una audiencia global su vivencia bajo una ocupación violenta. Esta censura siguió un patrón familiar; organizaciones de derechos digitales como Access Now y 7amleh produjeron durante años informes que documentan meticulosamente la supresión de contenido palestino por parte de las empresas de redes sociales. Este patrón de censura dirigida tiene sus raíces principalmente en la respuesta de Estados Unidos (EEUU) a los ataques del 11 de septiembre y la consiguiente acumulación del estado de seguridad nacional diseñado para rastrear y señalar cualquier actividad terrorista potencialmente peligrosa. Un resultado de esta intensa acumulación fue sistematizar el tipo de discriminación que allanó el camino para la redada actual de moderación de contenido, en la que los palestinos a menudo se encuentran atrapados.