Saltar al contenido

El Interprete Digital

El peligroso doble rasero estadounidense sobre la energía nuclear

Por Mitchell Plitnick para Mondoweiss

Ministros de la UE en Irán para conversaciones nucleares, 21 de octubre de 2003. [Mojtaba Salimi / Creative Commons]

Un potencial componente de la normalización saudí-israelí permitiría a Estados Unidos ayudar a Arabia Saudí a desarrollar un programa nuclear. Por el contrario, la hostilidad estadounidense hacia las capacidades nucleares iraníes muestra un peligroso doble rasero. 

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

A medida que la administración Biden continúa su desesperado y quijotesco impulso hacia un acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel, el debate entre los expertos y los políticos se trasladaron a algunos de los puntos específicos del acuerdo. Esta semana, el principal tema de conversación fue un posible acuerdo de EE.UU para ayudar a Arabia Saudí a desarrollar un programa nuclear civil. 

Las perspectivas de un acuerdo de este tipo siguen limitándose en gran medida a la fantasía. Los obstáculos para un acuerdo de normalización son demasiado grandes. Pero la propia naturaleza de la discusión revela mucho, no sólo sobre las relaciones entre las partes implicadas, sino también sobre el peligroso doble rasero en juego en torno a toda la cuestión de la energía nuclear en el Medio Oriente.

El ámbito más importante en el que se desarrolla ese doble rasero es en las tensiones con Irán, donde las tres partes -Israel, Arabia Saudí y EE.UU- elevaron las tensiones hasta casi el punto de llegar a la guerra, o incluso a la guerra por poderes, como en Yemen, por una cuestión nuclear que puede o no ser real. Pero existen algunas cuestiones fundamentales sobre la energía nuclear y el desarrollo de armas que también deberíamos considerar.

La polémica estalló la semana pasada cuando el ministro de Asuntos Estratégicos de Israel y ex embajador en EE.UU, Ron Dermer, dio a entender que Israel aceptaría un programa nuclear saudí, afirmando que EE.UU debería ayudar a desarrollar el programa de Arabia Saudí porque, de lo contrario, podrían acudir a Rusia o China en busca de esa ayuda. No se equivoca en esta última parte, aunque no es un gran argumento para apoyar las ambiciones nucleares saudíes.

En respuesta, Benjamin Netanyahu, Primer Ministro israelí, no refutó inmediatamente a Dermer, limitándose a decir que la política de Israel de oponerse a cualquier programa de armas nucleares en la región (excepto el suyo propio, naturalmente) seguía en pie. Más tarde dijo más claramente que Israel no permitiría que otros países de la región tuvieran sus propios programas nucleares. Netanyahu ignoró alegremente el hecho de que Israel no tiene derecho a tomar tales decisiones. Tampoco lo tiene EE.UU.

Más discretamente, porque se lo dijo a un público israelí y no internacional, el asesor de seguridad nacional de Netanyahu, Tzachi Hanegbi, declaró el 31 de julio al servicio de noticias KANN que Israel aceptaría un programa nuclear saudí, incluso uno que permitiera a los saudíes enriquecer uranio en su propio suelo, algo que desde hace tiempo se considera una línea roja dura para Israel. Eso no ocupó los mismos titulares, pero fue aún más significativo. 

El lenguaje arrogante y ampliamente utilizado por funcionarios, expertos israelíes y estadounidenses elude un simple hecho: según el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), cualquier país tiene derecho a desarrollar un programa de energía nuclear civil, incluido el enriquecimiento de uranio en su propio suelo. EE.UU, y mucho menos Israel, no tiene derecho a dictar quién tendrá o no programas de enriquecimiento nuclear. Ese derecho no se ve comprometido por el mero hecho de que EE.UU o Israel mantengan una relación de enemistad con ese país, como ocurre con Irán.

Que EE.UU e Israel actúen como si fuera de otro modo es especialmente inquietante teniendo en cuenta las posiciones de esos dos países. EE.UU sigue siendo el único país del mundo que utilizo alguna vez un arma nuclear. Lo hizo en circunstancias que no exigían una medida tan catastrófica, especialmente al apuntar contra civiles, aunque todavía existan muchos que defiendan esa decisión. Israel, por su parte, es el único país del mundo que tiene armas nucleares, pero no lo admite. No obstante, estos dos países se creen con derecho a decidir quién puede o no aspirar a una energía nuclear independiente. La arrogancia no sólo es ofensiva, sino también provocativa. 

El historial de Irán

La cuestión de que un país pueda enriquecer uranio de forma independiente es central. Es el foco de todas las tensiones con Irán por su programa nuclear. Ni siquiera EE.UU e Israel pueden negar que Irán está autorizado a tener centrales nucleares, como cualquier otro país. Ni siquiera pueden sostener técnicamente que Irán no tiene derecho a enriquecer uranio por sí mismo, por mucho que les disguste que Irán tenga ese derecho.

El programa de enriquecimiento de Irán provocó tensiones entre la República Islámica y sus adversarios durante décadas. Comenzó hace dos décadas, cuando Irán incumplió algunas de sus obligaciones de transparencia de su programa de enriquecimiento. Esto suscitó la preocupación de que Irán pudiera estar llevando a cabo un programa clandestino de armas nucleares que ocultaba al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Según el TNP, los Estados no poseedores de armas nucleares que enriquecen uranio están obligados a permitir una vigilancia estricta y a firmar un “Protocolo Adicional” que permite inspecciones intrusivas para garantizar que no se está llevando a cabo ningún programa armamentístico.

Esto se complicó a principios de la década de 2000, sobre todo porque se descubrió que EE.UU había estado espiando a Irak bajo la apariencia de un régimen internacional de inspección de armas durante la administración Clinton. Irán se resistió a firmar el Protocolo Adicional, y finalmente también incumplió sus compromisos en el TNP. Dado que era cierto que algunos elementos del gobierno iraní querían adquirir un arma nuclear, en aquel momento había motivos para preocuparse. 

Sin embargo, veinte años después las Estimaciones Nacionales de Inteligencia (NIE) de EE.UU confirmaron que Irán no estuvo buscando un arma nuclear desde 2003. Esto comenzó con una evaluación del NIE en 2007 y se mantuvo constante desde entonces, con la última confirmación en junio de este año. Pero Irán puede enriquecer uranio, y de hecho lo hace. No es ni mucho menos el único país que lo hace. Aparte de los países con armas nucleares (EE.UU, China, Rusia, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel), Argentina, Brasil, Alemania, Japón y los Países Bajos también tienen programas de enriquecimiento independientes.

Pero toda la raíz de la preocupación por el programa nuclear iraní, el punto que llevó a la región al borde de una guerra cataclísmica en más de una ocasión, es el hecho de que es posible que cualquier Estado que enriquezca su propio uranio construya clandestinamente un arma nuclear, especialmente si limita las inspecciones del OIEA. Pero el enriquecimiento independiente es la clave de esa capacidad, y un programa de enriquecimiento independiente es lo que quiere Arabia Saudí.

La “influencia maligna en la región” de Arabia Saudí

Del mismo modo que es eminentemente posible que Irán quiera un programa nuclear con fines pacíficos (EE.UU. es muy consciente de que los mayores niveles de enriquecimiento de Irán en los últimos años son simplemente la única herramienta que tiene para responder a que EE.UU. haya derogado el acuerdo nuclear), es muy posible que los saudíes quieran el programa también con fines pacíficos, para diversificar su producción de energía y hacer esa diversificación de una manera que no dependa para siempre de la cooperación de otros países. No es en absoluto un deseo irrazonable si sólo se trata de eso. Pero dadas las histéricas reacciones de Israel y EE.UU contra Irán, merece la pena analizar más de cerca la ambición saudí y plantearse las mismas preguntas que los halcones de Irán se hicieron sobre la República Islámica: ¿Considera Arabia Saudí que se trata de una vía trasera hacia las armas nucleares?

Mientras que Irán siempre mantuvo que su fe, y un decreto religioso de su Líder Supremo, le prohíben perseguir armas nucleares, el príncipe heredero saudí Muhammad Bin Salman (MBS) expresó abiertamente su deseo de tener armas nucleares. MBS formuló esa declaración en términos de defensa contra una potencial arma nuclear iraní, pero es plenamente consciente de que Irán no estuvo persiguiendo una, a pesar de la retórica exagerada que fluye constantemente desde Jerusalén y también de algunas partes en Washington. Retórica que, conviene repetir, contradice las evaluaciones de los servicios de inteligencia.

Arabia Saudí es también un país mucho más agresivo que Irán. A pesar de toda la retórica actual sobre la “influencia maligna” de Irán en la región, Arabia Saudí es mucho peor. Participa activamente en conflictos en toda la región en un grado considerablemente mayor que Irán. Mientras que Irán apenas está del lado de los ángeles en lo que respecta a su implicación en Líbano y Siria, Arabia Saudí también ha interferido directamente en esos países y en toda la región. Ambos países apoyan a diversos grupos armados en todo el Medio Oriente. No existe ninguna base para la idea de que Arabia Saudí sea más digna de confianza con el enriquecimiento independiente que Irán. De hecho, existen más razones para preocuparse por los saudíes.

Efectivamente, es revelador que Israel parezca tan poco preocupado por una Arabia Saudí con potencial nuclear. Está claro que a Netanyahu no le entusiasma la perspectiva, pero el hecho de que personas tan cercanas a él como Hanegbi y Dermer plantean la idea demuestra sin duda que para el gobierno israelí está lejos de ser una perspectiva apocalíptica como lo es Irán. Por supuesto, la relación de Israel con ambos países es muy diferente. Sin embargo, sólo hace seis años que Israel se opuso a un acuerdo de armas de la administración Trump con los saudíes. Y se trataba de armas convencionales, aunque sofisticadas.

Está claro que Arabia Saudí quiere convertirse en una potencia regional más fuerte de lo que ya es. Persiguió ese objetivo de diversas formas, económica, política y militarmente. Su historial en materia de derechos humanos es espantoso, siendo el último escándalo la masacre de cientos de emigrantes etíopes en su frontera. A los dirigentes estadounidenses e israelíes les encanta señalar el trato brutal que da Irán a las mujeres, pero Arabia Saudí es al menos igual de mala. Empero, el programa de enriquecimiento nuclear saudí parece ser relativamente poco preocupante. De hecho, la mayor preocupación, y es considerable, es que el enriquecimiento saudí lleve a otros Estados de la región a exigir sus propios programas de enriquecimiento, algo que no tienen países como Emiratos Árabes Unidos, que consiguió un programa nuclear civil con el apoyo de EE.UU. 

Lo que Washington quiere

¿Qué dice esto sobre la visión del programa nuclear iraní? Dice que la preocupación no se debe realmente a un temor realista de que Irán pueda desarrollar un arma nuclear, sino más bien a socavar estratégicamente a Irán. Contábamos con un mecanismo que garantiza que Irán no pudiera desarrollar un arma, un mecanismo que incluso los funcionarios de la administración Trump estaban de acuerdo en que funcionaba. Y eso fue así a pesar de que, tanto bajo el mandato de Barack Obama como bajo el de Donald Trump, Irán vio una bonanza económica del acuerdo mucho menor de lo que se esperaba.

Sin embargo, EE.UU abandonó el acuerdo unilateralmente y sin motivo alguno. No fue un simple arrebato de locura de Donald Trump. Joe Biden no hizo nada para restablecer el acuerdo hasta mucho después de la elección de un gobierno mucho más duro en Irán. No es creíble sostener que se trató simplemente de un descuido. EE.UU tenía los medios para garantizar que Irán solo pudiera enriquecer uranio con fines pacíficos, y cuando vimos que ese sistema funcionaba, nosotros, a instancias de Israel y sus partidarios, destruimos ese sistema.

Y ahora, la administración Biden está considerando establecer un programa nuclear saudí. Aunque al principio EE.UU no proporcione a los saudíes los medios para empezar a enriquecer uranio por su cuenta, esto podría cambiar fácilmente en el futuro.

Desde el punto de vista de Biden, la idea de asegurarse de que Washington, y no Pekín, ayude a Arabia Saudí en este sentido es una gran motivación. Los ex funcionarios estadounidenses Aaron David Miller y Dan Kurtzer, ambos muy escépticos ante la idea de un programa nuclear saudí, escribieron que “un acuerdo de normalización entre Israel y Arabia Saudí con la mediación de EE.UU está claramente diseñado para abordar las preocupaciones de Washington sobre la influencia china en el Medio Oriente, con el beneficio añadido de reafirmar el liderazgo de EE.UU en la región”.

Puede que se diseñe así, pero no tendrá ese efecto. Arabia Saudí no busca elegir entre China y EE.UU, sino maximizar los beneficios que puede obtener de la relación con ambos. China lo reconoce y se contenta con cultivar su relación con los saudíes y dejar que crezca orgánicamente. Biden, por el contrario, sigue el manido manual estadounidense de hacer regalos cada vez más generosos a los aliados regionales, que siguen necesitando a Washington mucho más de lo que Washington les necesita a ellos. Fue una política desastrosa en Israel, y Biden está cometiendo ahora el mismo error con Arabia Saudí. 

En última instancia, no depende de EE.UU qué país tiene o no un programa nuclear pacífico y civil. El TNP garantiza a todos los signatarios ese derecho y EE.UU, Irán y Arabia Saudí son todos signatarios. Israel, de manera reveladora, no lo es, y es su programa de enriquecimiento en la instalación nuclear de Dimona lo que debería ser una prioridad para todo el mundo.

Mientras un posible programa nuclear saudí esté vinculado a un acuerdo de normalización entre el Reino e Israel, no se materializará a corto plazo. Pero es probable que Arabia Saudí desvincule esos procesos en algún momento. Independientemente de lo que EE.UU decida hacer en ese momento, ya demostró que su llamado “orden basado en normas”, que tiene muy poca conexión con el derecho internacional o con cualquier conjunto real de normas fuera de “lo que Washington quiere”, es peligrosamente discriminatorio. 

Por último, cabe señalar que, si bien Irán no siempre cumplió con todas sus obligaciones de transparencia hace veinte años, EE.UU incumple el TNP de forma mucho más grave. El artículo VI dice: “cada una de las Partes en el Tratado se compromete a celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional”. EE.UU, al igual que Israel, lleva mucho tiempo violando esta disposición.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Mitchell Plitnick, es analista político y escritor, y presidente de ReThinking Foreign Policy. Licenciado con honores en Estudios de Medio Oriente por la UC Berkeley. Obtuvo un máster en la Escuela de Política Pública de la Universidad de Maryland, College Park.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 24 de agosto de 2023.