Saltar al contenido

El Interprete Digital

La última debacle de Libia y que nos dice sobre la indiferencia estadounidense e israelí.

Por Mitchell Plitnick para Mondoweiss

Libia celebra la “República Tripolitana” declarada contra el dominio colonial [United Nations Photo/ Creative Commons]

Cuando estallaron las protestas en Libia tras una intencionada filtración de que el Ministro de Asuntos Exteriores de Israel se había reunido con su homólogo libio, quedó claro que ni a Biden ni a Israel les importaba poner en peligro vidas libias. 

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Al parecer, la Ministra de Asuntos Exteriores del gobierno libio reconocido por las Naciones Unidas, Najla Mangoush, se vio obligada a huir del país tras su destitución y las airadas protestas suscitadas por las noticias de que se había reunido con el ministro de Asuntos Exteriores israelí, Eli Cohen. Se suponía que la reunión, aparentemente secreta, era confidencial, pero Cohen la anunció a bombo y platillo, en un aparente intento de ganar puntos políticos internos. 

Libia sigue siendo un país dividido, dividido entre el gobierno de Trípoli, que goza del reconocimiento de la ONU y de gran parte del mundo y está dirigido por el primer ministro Abdulhamid al Dbeibah, y la parte oriental del país, controlada por la oposición bajo el liderazgo de Khalifa Haftar. Según los informes, tanto Haftar como Dbeibah, que era el jefe de Mangoush, estaban al corriente de la reunión entre los ministros de Asuntos Exteriores de Libia e Israel, pero, naturalmente, nadie lo admite.

En cambio, Mangoush está asumiendo la culpa, probablemente por actuar de acuerdo con los deseos de sus superiores, así como con el conocimiento de la oposición. Si realmente se demostrara que es así, la indignación resultante sin duda haría retroceder los ya difíciles esfuerzos en Libia para reparar el país después de que la OTAN esencialmente destruyera el gobierno al derrocar a Muamar Gadafi por la fuerza en 2011. 

Jalel Harchaoui, experto en Libia del Royal United Services Institute for Defence and Security Studies del Reino Unido, “El primer ministro Dbeibah cayó en la tentación de realizar algún tipo de maniobra diplomática, pero su intento salió mal”.

La maniobra respondía a presiones en dos frentes. Uno era el de Naciones Unidas, que estuvo presionando a ambas partes del conflicto libio para que celebren elecciones nacionales, tal y como se acordó hace ocho años, pero que se fue retrasando por diversos desacuerdos entre ambas partes.

La otra, que influyó más concretamente en esta decisión, procede de Estados Unidos, donde la insensata obsesión de Joe Biden por negociar acuerdos de normalización entre Israel y los Estados árabes alcanzó nuevas cotas de temeridad. El gobierno de Biden estuvo hablando con Dbeibah sobre un acuerdo de normalización y, según se informa, Dbeibah se mostró “abierto” a la idea. Haftar, por su parte, es bien conocido por sus buenas relaciones con el gobierno israelí, ya que su hijo visitó Israel en 2021 y ofreció a Israel unas relaciones normales a cambio de respaldar a Haftar en su lucha contra Dbeibah. 

Indiferencia estadounidense ante la voluntad del pueblo

No es casualidad que Haftar cuente con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos y Egipto, aunque más recientemente, EAU intentó facilitar la celebración de elecciones y el fin de la guerra civil libia que se prolongó durante doce años. Se trata de dos de los principales aliados árabes de Israel. Estados Unidos vio en ello una oportunidad para ampliar una vez más los Acuerdos de Abraham, pero no mostró ninguna consideración por los sentimientos del pueblo libio.

Libia fue durante mucho tiempo un firme defensor de la causa palestina, aunque sus dirigentes fueran mucho más volubles. De hecho, hace casi dos décadas se produjo un incidente muy similar a éste. Estados Unidos, el Reino Unido y Qatar habían facilitado una reunión entre funcionarios libios e israelíes en Viena en 2004. Israel filtró la noticia de la reunión y el líder libio Muammar Ghadafi condenó la filtración, puso fin a las conversaciones y habló enérgicamente (aunque de forma interesada, dadas las circunstancias) del apoyo de Libia a la causa palestina.

Sin duda, Dbeibah siente algo parecido a lo que sintió Ghadafi en 2004. En ambos casos, las filtraciones se produjeron por el deseo de Israel de anotar puntos políticos demostrando su capacidad para cerrar acuerdos con Estados árabes sin hacer concesiones a los palestinos. En 2004, fue el gobierno de Ariel Sharon; en 2023, el de Benjamin Netanyahu, pero en ambos casos se trató del peor tipo de infracción diplomática. Los gobiernos hablan entre sí confidencialmente todo el tiempo. Cuando se filtran esas reuniones para obtener un beneficio político, se trata de un pecado capital diplomático. 

Esto es especialmente cierto en el caso de Israel y Libia, un país que, en 1957, tipificó como delito el contacto con funcionarios israelíes, castigado con hasta nueve años de prisión. La causa palestina es abrumadoramente popular en Libia, y el sentimiento contra Israel es fuerte. 

Sin embargo, Estados Unidos presionó a los dirigentes libios para que encontraran una forma de normalizar las relaciones con Israel. La magnitud de la insensatez y la irresponsabilidad al hacer esto es asombrosa incluso para Estados Unidos, e incluso bajo una administración que demostró  una y otra vez ser inepta para tratar con el Medio Oriente y, en el mejor de los casos, indiferente a las vidas de las personas que viven allí.

Teniendo en cuenta la enorme responsabilidad de Estados Unidos en el caos en el que se sumió Libia durante los últimos doce años, cabría pensar que habría que tener cierto cuidado para evitar suscitar aún más problemas. Esto es especialmente cierto en el caso de Biden, que era vicepresidente en el momento de la intervención liderada por Estados Unidos en Libia y se había opuesto a la acción. No obstante, a pesar de que sus argumentos contra el derrocamiento del gobierno libio en realidad resultaron ser correctos, más tarde dijo en 2016 que “la OTAN acertó en Libia”. ¿Por qué? Porque no murieron estadounidenses. 

El flagrante racismo que se muestra en esa declaración, y el absoluto desprecio por las vidas árabes en Libia sirven como preludio de las políticas de Biden ahora. En lugar de aprender las lecciones que aparentemente entendió en 2011, Biden redobló su racismo de 2016.

Presionar a Dbeibah para que se normalice con Israel en un momento en que el conflicto en Libia podría tener una oportunidad de resolución es un acto tan insensible e imprudente que debe ser condenado. Estados Unidos ya tiene mucho de lo que responder en Libia, aunque la inmensa mayoría de los estadounidenses olvidará lo que hicimos allí, y demasiados de los que lo recuerdan lo recuerden con cariño, como hace Biden. Pero lo que está en juego aquí es aún mayor.

En los últimos años hemos visto una Libia dividida, pero también muchos menos enfrentamientos entre ambos bandos. Aun así, sigue habiendo una gran implicación extranjera en Libia. Si se rompe la actual calma en Libia, podría aumentar la posibilidad de un conflicto regional más amplio. Estados Unidos, por su parte, mantiene en general su apoyo al gobierno de Trípoli, pero ese apoyo es cuestionable, dados los supuestos tratos clandestinos de la administración de Donald Trump con Haftar a través del notorio ex mercenario de Blackwater, Erik Prince, y aún más teniendo en cuenta el propio apoyo declarado de Trump a Haftar.

Un socio indigno de confianza

Ese era el ambiente en el que Joe Biden decidió presionar a los dirigentes libios para que enfurecieran a su población normalizando las relaciones con Israel. 

Los Acuerdos de Abraham cayeron en tiempos difíciles. El acuerdo de la era Trump que Biden intenta obsesivamente, y fracasado, hacer suyo no creció como Estados Unidos esperaba. De hecho, uno de sus firmantes, Sudán, tuvo que congelarel proceso debido a la agitación interna y a que el propio acuerdo era impopular allí. Los países que aceptaron normalizar sus relaciones con Israel descubrieron que les está causando dificultades debido al comportamiento cada vez más autoritario y violento de Israel hacia los palestinos y, en algunos casos, no les reporta los beneficios que esperaban.

La decisión de Cohen de filtrar la noticia de su reunión con Mangoush levantó ampollas en Washington. El domingo, funcionarios estadounidenses expresaron su descontento al Ministerio de Asuntos Exteriores israelí. Redoblando la deshonestidad, los funcionarios israelíes afirmaron que los estadounidenses no protestaron por las acciones de Cohen. Cuando el periodista israelí Barak Ravid preguntó a sus contactos en el gobierno de Estados Unidos si había habido alguna protesta, le dijeron: “Claro que sí”.

Los funcionarios israelíes trataron de afirmar que existió “un entendimiento durante la reunión que acabaría haciéndose público”. Los funcionarios estadounidenses dejaron claro que no existió tal entendimiento, y por supuesto, no lo hubo. Es inconcebible que los funcionarios libios hubieran aceptado hacer pública una reunión para explorar la normalización con Israel mientras Israel es noticia todos los días por su violencia acelerada contra los palestinos.

Los líderes del gobierno israelí de la oposición criticaron con razón al gobierno de Netanyahu por esta ruptura de la confianza diplomática. Yair Lapid calificó el incidente de “un comportamiento de aficionado, irresponsable y un grave fallo de juicio”, mientras que Benny Gantz tuiteó que “Cuando se hace todo por las relaciones públicas y los titulares, con cero responsabilidad y visión de futuro, esto es lo que pasa […] Esta es una mañana de desgracia nacional y de poner en peligro vidas humanas por un titular”.

La brecha israelí subraya la falta de fiabilidad del gobierno israelí, algo que hemos visto que no es exclusivo de la actual cosecha de radicales. Sin embargo, Estados Unidos se queja de que Israel dificulta aún más la búsqueda de una vía de normalización, como si fuera asunto suyo y no de Israel. Esta vez, añaden que esta acción ponía en peligro la seguridad de Estados Unidos, lo cual es cierto, pero siguen decididos a hacer este gran regalo a Israel a pesar de que los funcionarios israelíes declararon públicamente que no cooperarán en el proceso.

La situación fue más allá del absurdo. Haga lo que haga Israel, y a pesar del desdén que muestra por los esfuerzos de Estados Unidos para alcanzar estos acuerdos de normalización, Biden sigue haciendo todo lo posible para tratar de alcanzar nuevos acuerdos de normalización entre Israel y los Estados árabes. Lo hace a pesar de que Estados Unidos no tiene ningún interés significativo en esos acuerdos. 

Sin embargo, Biden puso en peligro a un país que pasó la mayor parte de una década en una sangrienta guerra civil en cuyo desencadenamiento Estados Unidos desempeñó un rol muy importante, y que finalmente llegó a un punto en el que las cosas se calmaron lo suficiente como para que por fin se pueda encontrar una salida. Israel, al poner en peligro a funcionarios libios y amenazar con desencadenar disturbios, actuó con la mala fe que le caracteriza. No obstante, Estados Unidos es el responsable último, una vez más, de arriesgar vidas en Libia. Que lo haya hecho para obtener beneficios efímeros, en el mejor de los casos, es atroz incluso para los estándares estadounidenses.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Mitchell Plitnick, analista político y escritor, es presidente de ReThinking Foreign Policy. Se licenció con honores en Estudios de Oriente Medio por la UC Berkeley y escribió su tesis sobre historiografía israelí y judía. Obtuvo un máster en la Escuela de Política Pública de la Universidad de Maryland, College Park.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 24 de agosto de 2023.