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El Interprete Digital

Rusia, Ucrania y la política estadounidense en Medio Oriente

Por Daniel C. Kurtzer para The Cairo Review of Global Affairs

Biden en una visita en Palestina en 2010 [2010, US Federal Government, Public Domain, Wiki Commons]

Tres grandes guerras de poder definieron las relaciones internacionales en las dos primeras décadas del siglo XXI: las desventuras de Estados Unidos (EEUU) en Afganistán e Irak y, actualmente, la invasión rusa de Ucrania. Cada una a su manera ejemplificó el proverbio africano: “Cuando los elefantes luchan, la hierba sufre”.

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Estas tres guerras, cada una librada por motivos diferentes, tienen al menos una cosa en común: repercuten negativamente en la confianza que los aliados tienen en sus relaciones bilaterales con las grandes potencias. EEUU experimentó casi dos décadas de apoyo decreciente por parte de sus amigos en Medio Oriente, en primer lugar como consecuencia de sus desventuras militares, luego por la percepción de un interés cada vez menor de EEUU en la región y por las dudas respecto a los compromisos de este país con sus aliados tradicionales. Los responsables políticos estadounidenses trataron de disipar las dudas sobre la constancia y el compromiso de su país, pero lo cierto es que las prioridades internas y el cambio de las tendencias globales dirigido a Asia, redujeron tanto la capacidad como la voluntad de EEUU para hacer todo lo que solía hacer en Medio Oriente, particularmente en tomar iniciativa en cuanto al avance de la perspectiva de paz israelo-palestina.

Mientras la influencia estadounidense disminuía continuamente durante las dos últimas décadas, Rusia pareció ganar apoyos y aliados incluso entre algunos amigos tradicionales de EEUU. Las ventas de armas rusas aumentaron, especialmente tras su intervención militar en Siria en 2015. Parecía entonces que los rusos eran la potencia exterior en ascenso.

Sin embargo, la agresión (no provocada) de Rusia contra Ucrania suscitó dudas entre algunos en la región y, más recientemente, sus debilidades y reveses militares cimentaron aquellas dudas. Está claro que Rusia no es una potencia militar y no tiene un liderazgo de primer orden, ni en su ejército ni dentro de su élite política. Por su parte algunos Estados de Medio Oriente están comprendiendo que Rusia no representa una alternativa fiable a EEUU como potencia extrarregional.

Narrativas desequilibradas

Existen al menos ocho conclusiones importantes de la invasión no provocada de Ucrania por parte de Rusia, que afectan a Medio Oriente en general y a EEUU en particular.

En primer lugar, las naciones occidentales prestan mucha más atención a las crisis y desafíos en Occidente que a los problemas de otras regiones. La situación en Ucrania monopolizó la atención de los “hacedores de políticas” (N.d.T.: “policymakers”) occidentales, enfocados fundamentalmente en armar a Ucrania, mientras se ocupan de los refugiados y desplazados dentro del país. El impacto directo de la agresión rusa en el suministro energético europeo y las amenazas del líder ruso del posible uso de armas nucleares dominaron la planificación política de los gobiernos europeos y de EEUU. La decisión de Suecia y Finlandia de ingresar en la OTAN, tras años de optar por permanecer fuera de la alianza, es consecuencia directa de la agresión rusa.

Una segunda consecuencia de la situación en Ucrania es la precariedad de la seguridad alimentaria en Medio Oriente y otros lugares. Ante la incertidumbre respecto a los calendarios y cantidades de exportaciones de granos de Ucrania y Rusia, muchos países de Medio Oriente se esfuerzan por satisfacer las necesidades alimentarias mínimas de su población. Egipto, por ejemplo, depende en gran medida de las importaciones de cereales provenientes de estos dos países, tanto para alimentos como para “agua virtual”, es decir, el agua que Egipto necesitaría para cultivar las cosechas que importa como alimentos.

Un tercer problema relacionado es la inflación mundial y el impacto de los problemas en la cadena de suministro que comenzaron durante el COVID, pero que se agravaron con la guerra en Ucrania. El reto de la seguridad alimentaria empeoró debido al aumento de los precios y a la incertidumbre del suministro. Para algunos países, la disponibilidad de alimentos básicos a precios baratos, a menudo subvencionados, siempre fue un problema de seguridad interna, no sólo una cuestión de salud.

En cuarto lugar, los reveses militares de Rusia y su pronunciada debilidad militar hicieron reflexionar a los Estados regionales que esperaban contar con el apoyo militar ruso. Más aún, el hecho de que Rusia esté utilizando “drones kamikazes” iraníes para aterrorizar a la población ucraniana hace temblar los pasillos del poder en Medio Oriente. Los Estados del Golfo e Israel ya estaban seriamente preocupados por la proyección del poder iraní en Líbano, Siria y Yemen; esta relación reforzada con una Rusia agresiva profundizará dichas preocupaciones.

En quinto lugar, las reacciones de Occidente a las acciones de Rusia ponen de relieve lo que se está ignorando en Medio Oriente, como el terrorismo de Estado que sigue existiendo en Siria, la inestabilidad en Libia, los 55 años de ocupación israelí de los territorios palestinos y las disputas sin resolver relacionadas con el Sáhara Occidental y la represa GPRE (N.d.T.: Gran Presa del Renacimiento Etíope) en Etiopía. El ancho de banda occidental para la mediación activa en conflictos se redujo considerablemente debido a su atención dirigida ahora hacia Ucrania. Los recursos disponibles para ayudar a las poblaciones vulnerables de Medio Oriente se están reduciendo y la paciencia para tratar con conflictos intratables y líderes obstinados se está agotando. El cansancio por los conflictos en Medio Oriente dio paso a una implicación activa en el conflicto de Ucrania.

En sexto lugar, la ruptura del diálogo entre Occidente y Rusia atenuó aún más la posibilidad de un renovado acuerdo en relación con el programa nuclear iraní. El Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), acordado en 2015, fue el resultado de una cooperación sin precedentes entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Organización de Naciones Unidas), tanto en las propias negociaciones como en las sanciones multilaterales impuestas a Irán a partir de 2010. Sin la coordinación actual, es probable que las negociaciones del PAIC no lleguen a ninguna parte. La imposibilidad de llegar a un acuerdo respecto a la reactivación del PAIC creará una amenaza significativa de escalada en la región. Israel intensificará sus operaciones militares, tanto abiertas como encubiertas, destinadas a desbaratar el programa nuclear iraní. La escalada militar corre el riesgo de implicar a actores extrarregionales en un conflicto cada vez más amplio.

En séptimo lugar, la agresión de Rusia colocó a Israel en una posición particularmente incómoda, al tener que lidiar con contradicciones desafiantes entre sus intereses. Las dudas israelíes de condenar a Rusia molestaron a EEUU y a los países europeos. Aunque Israel proporcionó ayuda humanitaria a Ucrania, no respondió a las reiteradas peticiones de Kiev por sistemas defensivos antimisiles, como la ‘Cúpula de Hierro’. Israel no quiere enemistarse con Rusia, dados los estrechos lazos entre la comunidad judía rusa emigrada a territorio israelí y sus familias que aún permanecen en Rusia, así como los importantes vínculos comerciales entre ambos países. Sin embargo, la cuerda floja diplomática de Israel no parece satisfacer a ninguna de las grandes potencias.

Por último, la oposición estadounidense a la invasión rusa brindó al presidente palestino, Mahmud Abbas, la oportunidad de tachar la política estadounidense como hipócrita e injustamente parcial, con respecto a Israel. Sus críticas reflejan su decepción por la vacilación de la administración Biden para revertir algunos de los daños causados por la de Trump, por ejemplo, el cierre del consulado estadounidense en Jerusalén y el cierre de la oficina de la OLP (Organización de Liberación de Palestina) en Washington. Abbas se mostró decepcionado tras reunirse con Biden y pareció aprovechar la oportunidad para abrazar a Putin y criticar a EEUU cuando se reunió con su homólogo ruso en el marco de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA), en Astana, Kazajistán, a mediados de octubre.

Evaluación de las políticas estadounidenses

Varios de estos factores ーla inseguridad alimentaria y la percepción de falta de fiabilidad de la alianzaー están directamente relacionados con la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, parte de lo que estamos presenciando ahora son viejas noticias, exacerbadas por la situación ucraniana, pero evidentes mucho antes de la invasión rusa.

Por ejemplo, muchos en la región creían que EEUU había empezado a pivotear de Medio Oriente hacia Asia desde la administración Obama. No importa que la realidad fuera mucho más matizada; Obama invirtió mucho tiempo y recursos en la región, incluso en el conflicto palestino-israelí con John Kerry como Secretario de Estado. También trató de reorientar la política estadounidense en el Golfo, con el fin de crear algo parecido a un equilibrio de poder entre Arabia Saudí y los Estados del Golfo e Irán, pero eso nunca significó abandonar a sus aliados árabes o disminuir su apoyo en favor de Irán.

La administración Trump, a pesar del daño que causó a los intereses estadounidenses en la región, también centró gran parte de su atención en la zona. Esto condujo a un fortalecimiento de las relaciones de EEUU con Arabia Saudí que culminó en los ‘Acuerdos de Abraham’. Trump no tenía ninguna estrategia para la región y permitió que asesores impulsados ideológicamente guiaran la política estadounidense. Pero esto condujo, por otro lado, a una intensificación del compromiso de EEUU con la región, no a una disminución de su interés.

El presidente Biden, que llegó al cargo con la intención de llevar a cabo una transformación interna, aplicó una política relativamente activa en Medio Oriente, tanto antes como después de la invasión rusa de Ucrania. La retirada estadounidense de Afganistán, aunque mal ejecutada, sacó a EEUU de lo que parecía una guerra interminable, eliminando así un importante factor de irritación en la opinión pública árabe. La activa diplomacia estadounidense en Yemen, reforzada por el nombramiento por parte de Biden de un enviado especial de talento con una importante experiencia regional, el embajador Tim Lenderking, contribuyó al alto el fuego en ese país. La administración también tomó medidas para revertir algunos de los aspectos más malignos de las políticas de Trump hacia los palestinos, restableciendo la asistencia, reanudando la ayuda a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) y estableciendo un canal de información diplomática independiente de los palestinos a Washington.

Con respecto a la embajada estadounidense, la administración no puede trasladarla de nuevo a Tel Aviv por al menos dos razones: Existe una ley en vigor que exige que la embajada esté en Jerusalén; y por otro lado, no existe apoyo político entre demócratas o republicanos para trasladarla. Dicho esto, el presidente Biden todavía puede encontrar una manera de volver a poner a Jerusalén en las negociaciones ーdespués de que Trump dijera que había retirado el tema de la mesaー y de abordar las exigencias palestinas de tener su capital, y la embajada estadounidense, en Jerusalén cuando se establezca un Estado palestino.

La verdadera prueba de cómo afectará la invasión rusa de Ucrania a la política estadounidense en Medio Oriente está aún por llegar. Un indicador será el grado de constancia estadounidense, es decir, si EEUU puede seguir invirtiendo miles de millones de dólares en equipamiento militar en Ucrania, o si la política interna forzará un cambio de dirección. Un segundo factor será la unidad de la alianza antirrusa, a medida que el invierno afecte a Europa con suministros de energía disminuidos y más caros.

Por el momento, EEUU demostró ser capaz de “andar y mascar chicle”, es decir, la administración estadounidense sigue presionando a Rusia mediante su apoyo a Ucrania, y continúa comprometiéndose en una serie de cuestiones relativas a Oriente Medio. Un ejemplo: el exitoso acuerdo marítimo entre Líbano e Israel, mediado durante varios años por Estados Unidos. A menos que se produzca un cambio significativo en la suerte de Ucrania, es probable que estos dos pilares de la política estadounidense permanezcan inalterados.

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Daniel C. Kurtzer fue embajador de Estados Unidos en Israel (2001-2005) y en Egipto (1997-2001). Instrumental en la formulación y ejecución de la política estadounidense hacia el proceso de paz en Oriente Medio, participó en el equipo que convocó la Conferencia de Paz de Madrid en 1991. Es coautor de The Peace Puzzle: America’s Quest for Arab-Israeli Peace, 1989-2011.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Cairo Review of Global Affairs en invierno 2023.