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El Interprete Digital

Una nueva teoría: Las catedrales europeas muestran huellas del antiguo Egipto

Por Diana Darke para NewLines Magazine

Zigzags y sombras en las dunas de Kelso. [Steve Berardi/ Creative Commons]

La catedral de Durham, construida por los conquistadores normandos de Gran Bretaña entre 1093 y 1128, está cubierta de zigzags. Votada recientemente como el “mejor edificio del mundo” por un panel de 50 expertos en arquitectura (el Taj Mahal y el Partenón quedaron en segundo y tercer lugar, respectivamente), fue la primera catedral del Reino Unido inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, reconocida internacionalmente como obra maestra del románico. ¿Por qué aparecen aquí los zigzags por primera vez en Inglaterra y en tal profusión? Los historiadores del arte rara vez se plantean estas preguntas. Se limitan a dar por sentado que los normandos “inventaron” el zigzag y no buscan más.


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¿Por qué es importante saber de dónde procede el zigzag? Su importancia, en mi opinión, radica en su rol a la hora de cuestionar un término como “románico”, acuñado en Francia en el siglo XIX, un término que implica un origen europeo de estilos, patrones y técnicas, a pesar de que muchos rasgos típicos del “románico” comenzaron su vida lejos de Roma. La historia del zigzag ayuda al público del siglo XXI a concebir la arquitectura de otro modo y a darse cuenta de que nada es casual. Las primeras elecciones decorativas de los antiguos arrojan luz sobre sus intentos de comprender el mundo que les rodeaba. Una vez que nos conectamos con este pasado más profundo, podemos comprender cómo los patrones arquetípicos -como los zigzags- se transmitieron a través de los edificios como parte de nuestro patrimonio cultural. Lo que hoy consideramos estilos “nacionales” puede apreciarse mejor como los logros arquitectónicos híbridos y con múltiples influencias que son.

El momento eureka que me desveló el secreto del zigzag llegó a finales de 2020 al ver el primer episodio del documental de la BBC, “La historia secreta de la escritura”. Para rastrear los orígenes del alfabeto fonético más antiguo del mundo, la presentadora subio con su guía a la remota meseta de 400 metros de altura conocida localmente como Serabit al Jadim (en árabe, “Estelas del Siervo”), una mina de turquesa en la península egipcia del Sinaí. Las estelas forman parte del templo de Hathor, de 1850 a.C., y están cubiertas de jeroglíficos. Como “Señora de la Turquesa”, Hathor era la patrona de los mineros y diosa del Sinaí, donde se encontraban todas las preciosas minas de turquesa y cobre del Antiguo Egipto.

Sin embargo, este yacimiento minero en particular guarda una sorpresa. Rayados en las piedras, en las paredes de una mina no lejos del templo de Hathor, aparecen símbolos de lo que hoy se denomina proto-sinaítico o proto-cananeo. En este nuevo y revolucionario sistema de escritura, inventado por trabajadores emigrantes del Levante, los jeroglíficos pictóricos se han convertido en fonemas, formando así un nuevo alfabeto basado únicamente en sonidos. El jeroglífico para el agua es una línea horizontal en zigzag, por lo que los trabajadores cananeos eligieron el zigzag para representar el sonido “m”, la primera letra de su palabra para el agua: “maym” o “mayeen”.

Desde el Sinaí, los trabajadores emigrantes llevaron su nuevo sistema de escritura de vuelta a casa, donde los fenicios lo adoptaron y lo extendieron por todo el Mediterráneo. Todos los alfabetos del mundo, excepto las creaciones del siglo XX, como el coreano, pero incluido el que yo utilizo para escribir, derivan de esa fuente de Serabit al Jadim. Vaya invento, no de élites cultas, sino de trabajadores corrientes (puede leer más sobre este fenomenal invento en un ensayo anterior de New Lines ).

El episodio de “La historia secreta de la escritura” que provocó ese momento de eureka comienza y termina con un broche de oro casual, pero muy apropiado para mis propósitos: El presentador entra por una puerta arqueada decorada con zigzags en la Iglesia Redonda de Cambridge. Construida por una misteriosa hermandad normanda del Santo Sepulcro de Jerusalén entre 1115 y 1131, el edificio es contemporáneo de la catedral de Durham.

En cuanto tuve esa epifanía del agua en zigzag, me puse en contacto con un amigo sirio que ahora vive en mi casa de Damasco y le pedí que me enviara una foto del zigzag que rodeaba las paredes del patio, concretamente de dónde empezaba y terminaba, en el arco del iwan, la fresca zona para sentarse orientada al norte y a la sombra del sol de verano. Lo que me devolvió fue otra sorpresa, algo en lo que nunca me había fijado en todos los años que llevaba sentado en ese patio. En el lado derecho, los zigzags -en rojo, verde y negro- surgían, no justo de la base del arco, sino de un círculo autónomo, que representaba un punto de partida definido, claramente un manantial, como fuente de agua. Luego discurrían, sin interrupción, alrededor de los muros del patio hasta la base del arco de la izquierda, como si se prolongarán hasta el infinito, simbolizando el agua que fluía, no sólo hacia la fuente del centro de mi patio, sino hacia todas las fuentes de agua de la casa, antes de salir de nuevo y llegar a la casa contigua, y así eternamente. Damasco se construyó sobre un elaborado e ingenioso sistema hidráulico, ideado primero por los arameos y ampliado después por todos los gobernantes posteriores, especialmente los otomanos. (N.d.T.: Un iwán es un elemento arquitectónico que consiste en un gran porche bajo un arco, una sala o espacio rectangular, generalmente abovedado, cerrado por muros en tres de sus lados’).

A partir de esa notable conexión, que nunca podría haberse establecido en meses o incluso años de estudio en bibliotecas, empecé a rastrear el zigzag a través de las sucesivas dinastías egipcias, a través de sus descendientes coptos, y hasta el repertorio decorativo de la primera dinastía islámica, los omeyas, donde irrumpe de forma espectacular en la fachada de Mshatta, un palacio de invierno en el desierto. El palacio sigue hoy en ruinas junto a la valla perimetral del Aeropuerto Internacional Reina Alia de Jordania, pero su impresionante fachada en zigzag del siglo VIII fue enviada a Berlín como regalo del sultán otomano Abdul Hamid II en 1903 al káiser Guillermo II en agradecimiento por el papel alemán en la construcción del ferrocarril del Hiyaz. A pesar de los graves daños que sufrió en la Segunda Guerra Mundial a causa de los bombardeos aliados, ahora se expone en el Museo Pérgamo de Berlín, donde puede examinarse de cerca como la espectacular entrada al Museo de Arte Islámico. Su compleja mezcla de geometría y motivos naturales es típica del arte omeya, que irrumpe con la efusiva energía de la naturaleza. En todos sus palacios del desierto, los omeyas hicieron gala de una habilidad consumada y un dominio absoluto del agua y los sistemas de irrigación.

Acostumbrados a entornos áridos, la gestión del agua era esencial para su supervivencia. El patrón en zigzag que domina la fachada de piedra caliza tallada representa sin duda el agua vivificante que fluye a través de la exuberante vegetación, donde bestias y aves esculpidas se entrelazan en el follaje. El gran historiador del arte K.A.C. Creswell (1879-1974), en su obra fundamental “Arquitectura musulmana primitiva”, observa que en el centro de cada uno de los 20 zigzags existe un rosetón diferente: algunos son hexágonos, otros octógonos, y cada uno tiene un núcleo distinto, lo que demuestra la extraordinaria riqueza de las habilidades de la cantería omeya.

El zigzag también aparece en los diseños abbasíes en Mesopotamia, pero alcanzó su apogeo bajo los califas fatimíes en al Qahira (en árabe, “La victoriosa”), la actual El Cairo, la capital que fundaron en 973. Entre todas las dinastías que gobernaron el mundo islámico durante el periodo medieval, los fatimíes (909-1171) fueron posiblemente los más activos en el mecenazgo de las artes y los más característicos en su estilo. Llamados así por la hija del profeta Mahoma, Fátima, eran una secta muy enérgica de musulmanes chiíes conocidos como ismailíes, que surgieron en el desierto sirio de Salimiye en oposición a la ortodoxia de los califatos suníes omeyas y abbasíes. Durante más de 200 años dominaron el comercio en el Mediterráneo y extendieron su reinado a gran parte del norte de África. Sin embargo, para nuestros propósitos de zigzag, el hecho más importante en el que debemos centrarnos es que fueron contemporáneos de los normandos y, de hecho, del llamado periodo románico.

La gran riqueza de los fatimíes procedía de las vivificantes aguas del Nilo y de sus amplios lazos comerciales con Europa, India y Extremo Oriente, que les permitían gastar suntuosamente no sólo en grandiosos proyectos de construcción, sino también en patrocinar la producción de artículos de lujo como textiles, cerámica, madera tallada, marfil y cristal de roca. En El Cairo se conservan relativamente pocos de sus logros arquitectónicos: sólo un puñado de mezquitas como al Azhar y al Aqmar. Los zigzags ocupan un lugar destacado en lo que se conserva, como los arcos y las cúpulas de las mezquitas, y se trasladaron a la arquitectura mameluca, como en la mezquita de Baybars de El Cairo.

Muchos objetos de lujo fatimíes, en cambio, sobrevivieron al paso del tiempo y están repartidos por museos de todo el mundo. Tanto el Museo Británico de Londres como el Victoria and Albert tienen su parte. A algunos, como los aguamaniles de cristal de roca, se les atribuyen poderes mágicos y a menudo se encuentran en los tesoros de catedrales, abadías y basílicas europeas. En Saint-Denis, en París, se conserva uno de estos objetos, regalado a Teobaldo el Grande por Roger II de Sicilia con motivo del matrimonio de su hijo con la hija de Teobaldo, y posteriormente entregado al abad Suger, regente de Francia durante la Segunda Cruzada, en un ejemplo de cómo los objetos preciosos pasaban de unas élites a otras a través de las culturas de forma muy influyente. Los motivos tallados en estos aguamaniles translúcidos eran a menudo pájaros fantásticos, bestias como leones y zarcillos retorcidos tan típicos de la arquitectura románica, como se veía en la fachada de Mshatta siglos antes.

Los normandos invadieron Sicilia y el sur de Italia poco a poco a partir de 999, tardando varias décadas en completar la conquista y establecer el condado de Sicilia en 1071, seguido del reino de Sicilia en 1130. Los destinos fatimí y normando se entrelazaron por primera vez en el Emirato de Sicilia (827-1091), cuando Egipto era mayoritariamente cristiano y Sicilia mayoritariamente musulmana. Tras la violencia de las conquistas iniciales, ambas sociedades eran pluralistas, integradoras y tolerantes, y se solapaban culturalmente a todos los niveles. Por ejemplo, los carpinteros fatimíes, fueron llamados desde El Cairo por los reyes normandos hacia 1140 para construir el techo de madera de “mocárabes” de su capilla real privada, la Cappella Palatina. Nobles, mercaderes, albañiles, artesanos y peregrinos de todos los credos se movían libremente entre las esferas de influencia fatimí y normanda.

Sin embargo, en un reciente viaje a Sicilia, me sorprendió la profusión de zigzags y su prominencia en tantos edificios normandos. Este nuevo estilo contribuyó al desarrollo de la arquitectura de la vertiente tirrénica del sur de Italia y se extendió ampliamente por toda la región mediterránea medieval. Este reconocimiento de la influencia islámica llega más tarde que nunca, aunque en mi opinión atribuye injustamente el mismo mérito a las tradiciones bizantina, islámica y occidental, cuando las verdaderas innovaciones, en habilidades de cantería, técnicas de bóvedas de crucería y repertorio decorativo, fueron abrumadoramente islámicas, no bizantinas ni occidentales.

Los albañiles normandos pudieron aprender estas nuevas técnicas y llevarlas a Francia, no de fuentes bizantinas u occidentales, sino de los albañiles musulmanes que aún trabajaban en la isla y de las estructuras islámicas preexistentes. Se sabe que los normandos destruyeron muchas ciudades y edificios árabes en la isla al principio, pero como la población de la isla era mayoritariamente musulmana, tras la conquista inicial necesitaban la cooperación de los indígenas para mantenerse en el poder. Por ello decidieron mantener buenas relaciones con ellos, incorporando musulmanes a los altos niveles del gobierno y empleando artesanos musulmanes para construir sus palacios e iglesias híbridos árabe-normandos, cuyos estilos árabes evidentemente admiraban y encontraban estéticamente agradables.

En cuanto a los zigzags, no aparecen en la arquitectura decorativa bizantina ni occidental en ningún lugar de Europa antes de su aparición en Sicilia en el siglo XI. Su aparición más destacada se produce en el Salón del Trono de Roger II, en el palacio normando de Palermo, donde forman la base de la composición simétrica de un mosaico clave que simboliza la realeza y la fertilidad: un conjunto de zigzags rojos y verdes bajo los pies de dos leones afrontados, que levantan sus patas hacia la palmera datilera central cargada de frutos y flanqueada por otro par de árboles.

En el claustro benedictino de la catedral de Monreale (1172), en las afueras de Palermo, la llamativa fuente de columnas del patio está profundamente incisa con zigzags, al igual que algunas de las columnas circundantes. Todos los arcos del claustro están decorados con ellos, junto a criaturas salvajes envueltas en el follaje de los capiteles tallados. En La Zisa, también en las afueras de Palermo, la fuente de mármol de la Sala Árabe, que sirvió de modelo para el Salón Árabe de la Leighton House londinense, está tallada con zigzags en la superficie por donde corre el agua, al igual que la mayoría de las fuentes de este tipo del mundo islámico.

La catedral de Palermo (1185), que fue la principal mezquita fatimí de la ciudad, y las tumbas normandas de cementerios palermitanos como el de Sant’Orsola también están profusamente decoradas con zigzags y otros elementos de la arquitectura islámica, hasta el punto de que es fácil olvidar que no se trata de cementerios islámicos, sino cristianos. Todas las pruebas arquitectónicas demuestran claramente que los canteros musulmanes sicilianos empezaron a transmitir sus conocimientos a sus homólogos cristianos normandos y que los zigzags se introdujeron en la cultura normanda de Sicilia.

A lo largo del siglo XII, los normandos llevaron estos estilos y artesanos a Francia y empezaron a construir estructuras como la abadía benedictina y cluniacense de Vézelay (1120-50), en la ruta de peregrinación a Santiago de Compostela. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1979, la abadía se considera una obra maestra del románico borgoñón, mientras que sus arcos en zigzag y sus bóvedas de crucería siguen sin reconocerse como préstamos islámicos sicilianos. Estas características, que requieren una comprensión de la geometría mucho más avanzada que la que existía en Europa en aquella época, comienzan a aparecer en las primeras catedrales, abadías y basílicas góticas de Francia, como Saint-Denis (1135), Sens (1140) y Senlis (1160).

Particularmente irónico, a la luz de tal sofisticación islámica, es el famoso dintel del portal de Vézelay, que retrata a los “paganos”, es decir, a los árabes y turcos “impíos”, como físicamente atrasados y grotescos, con hocicos de cerdo, orejas de elefante y otras deformidades. Bernardo de Claraval, fundador de la estricta rama cisterciense de los benedictinos, predicó a favor de la Segunda Cruzada en Vézelay, y la deshumanización deliberada del “enemigo” no cristiano de esta forma, más política que religiosa, era coherente con el llamamiento del papa Urbano II a la Primera Cruzada, como misión para capturar Tierra Santa y “exterminar a esta vil raza”.

Los zigzags y otros elementos árabes también pasaron a la arquitectura europea a través de ciudades italianas como Amalfi, otro importante socio comercial de El Cairo fatimí. El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Conrado II ordenó la construcción de la iglesia más grande del mundo occidental cristiano en Espira (1030-83), con vistas al Rin. Junto con la catedral de Santiago de Compostela (1075), la abadía de Cluny (1085) y la catedral de Durham (1093), fue uno de los proyectos más ambiciosos de su época. Los zigzags aparecen abundantemente en la decoración de los arcos de Speyer y en los nervios de las bóvedas de Santiago de Compostela.

Cuando los normandos invadieron Inglaterra en 1066 de la mano de Guillermo el Conquistador, las técnicas de construcción experimentaron un gran avance en el país. Es evidente que las bóvedas de crucería que se ven en la catedral de Durham no fueron obra de obreros autóctonos. Otras pistas pueden encontrarse en el hecho de que el príncipe-obispo Guillermo de St-Calais, el caballero-monje normando que fue nombrado obispo de Durham y que se hizo cargo de la construcción de la catedral, se dice que trajo consigo desde Francia albañiles musulmanes capturados en campaña en Sicilia. La repentina aparición de bestias fantásticas, arabescos y motivos geométricos, como el zigzag y el Chevron, que se ven en los edificios de toda Inglaterra en esta época, muestra claramente las influencias árabes fatimíes adquiridas por los normandos en Sicilia.

Existen muchas influencias islámicas y del Mediterráneo oriental no reconocidas en la arquitectura “románica”. Cuanto más de cerca se examinan las pruebas en los propios edificios, más claros resultan los patrones. En esencia, los miles de edificios “románicos” de toda Europa son el reflejo de las variadas y eclécticas fuentes en las que se inspiraron, aunque no se limiten a Roma.

Por el contrario, los zigzags, lejos de limitarse a un estrecho motivo románico, encontraron en la corriente dominante [mainstream], perdón por el juego de palabras-. Caminando de la catedral de Durham a la estación de tren, mi ojo obsesionado con el zigzag se fijó en el dibujo de una tapa de alcantarilla.

Resulta muy acertado que el rico simbolismo del zigzag, ya presente en el Antiguo Egipto, permaneciera inalterado no sólo bajo el dominio fatimí y normando, sino hasta nuestros días. Se introdujo en nuestra iconografía de formas que rara vez percibimos. Una vez señalado su significado, el ojo entrenado empezará a detectarlo por toda Europa, lo que conducirá a una revelación en zigzag que nos obligará a reevaluar viejas suposiciones y ofrecerá nuevas perspectivas sobre el estilo que llamamos “románico”. En una época de división política y aislacionismo, este tipo de descubrimientos nos ayudan a apreciar cómo las conexiones culturales compartidas nos unen más allá de las fronteras nacionales. En resumen, los zigzags deberían celebrarse como el fenómeno intercultural que son.

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Diana Darke es una experta cultural en Medio Oriente especializada en Siria que ha visitado las Ciudades Muertas en numerosas ocasiones entre 1978 y 2010. Es autora de “Stealing from the Saracens: Cómo la arquitectura islámica dio forma a Europa” (2020).

N.d.T.: El artículo original fue publicado por NewLines Magazine el 18 de noviembre de 2022.