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El Interprete Digital

Una profesora afgana lamenta la prohibición de los talibanes

Por Sediqa Farahsa Merzayee para New Lines Magazine

Una clase de niñas afganas se despide de sus visitantes. [NATO Training Mission-Afghanistan / Creative Commons]

Me llamo Sediqa Farahsa Merzayee. Soy ciudadana de Afganistán y maestra de primaria. Empecé mi carrera hace 10 años, cuando tenía 18, enseñando a niños y mujeres analfabetos. Antes del régimen talibán, mi principal preocupación era cómo ser una buena maestra, y cómo atender adecuadamente a mis estudiantes. 

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Tras la caída del gobierno afgano en agosto de 2021, me pregunté si podría seguir enseñando. Cuando un terrorista suicida atacó el centro educativo de Kaaj hace unos meses, matando a docenas de niñas, llegué a mi clase y abracé con fuerza a mis alumnas. Tenían lágrimas en los ojos. No podía dejar de preguntarme: “¿Dónde estarán estas niñas, mis hijas, dentro de 10 años? ¿Bajo tierra? ¿O prosperando, convirtiéndose ellas mismas en maestras o estudiantes en la universidad?”.

Cuando los talibanes tomaron el poder, muchos afganos perdieron la esperanza, tanto para el país como para su gente. Pero si eres profesor, es imposible aceptar la muerte de la esperanza. Puede que nuestro trabajo no sea fácil, tenemos sueldos pequeños, y es difícil encontrar suficientes libros y materiales, pero cuando ves a estas niñas de 7 y 8 años venir a clase, cargando sus cuadernos en viejas mochilas, con no más de 5 afganis (5 céntimos de euro) en sus pequeñas manos, ves angelitos ante ti. Son tan pobres y tan deseosas de aprender. Todo su amor se concentra en su maestro. Es una lección de humildad. 

Mis primeros días fueron difíciles porque no tenía experiencia con niños. Consulté libros de psicología infantil y leí muchos manuales de enseñanza. Quería ser la mejor para ellos. Nunca olvidaré la primera vez que las vi escribir las letras del alfabeto dari, con sus preciosas manos agarrando con fuerza el bolígrafo entre sus finos dedos. Más tarde, esas mismas niñas me escribían frases y cartas enteras: “Querida maestra, siempre estás en nuestro corazón”, escribían. “Querida profesora, te quiero”.

Para un profesor, leer estas palabras es experimentar un mundo lleno de esperanza y belleza.

A lo largo de mis años, vi grandes alegrías y grandes penas en la vida de mis alumnos. En mi primer año de docencia, sólo tenía tres alumnos, niños analfabetos de una misma familia. Eran dos hermanos y una hermana. Tenían miedo de mí, de todo, del mundo. Pero seguían viniendo a clase cada día, cruzando la ciudad para venir a nuestra escuela. Ahora son mayores, e incluso asistí a sus bodas. En aquellos primeros días, tenía muchas ganas de enseñar a los niños heridos y desplazados por la guerra. Incluso recorrí los campamentos improvisados de las afueras de Kabul en busca de niñas que quisieran aprender, yendo de tienda en tienda para formar mis clases. Con el tiempo, también enseñé a sus madres a leer y escribir. Tuve muchos tipos diferentes de alumnas. A veces venían de la clase alta, otras eran huérfanas que trabajaban por la mañana antes de venir a las clases de ciencias por la tarde. Trabajé con niños de Kunduz desplazados internos por la guerra. Cada niño tiene su propia manera de actuar, de querer, de comportarse. Enseñar a niños urbanos que tenían casa y el apoyo de sus familias era, por supuesto, muy diferente de enseñar a niños rurales que habían perdido a su familia en la guerra y buscaban la relativa seguridad de Kabul.

El primer golpe que sufrieron mis alumnos bajo el régimen talibán fue inmediato: las niñas fueron separadas de los niños en las aulas. Acabábamos de reorganizarnos cuando se impuso otra restricción, ordenando a todas las mujeres en público que se cubrieran el rostro, incluidas las maestras cuando veníamos a trabajar. Y luego vino otra: nuestras jóvenes estudiantes fueron obligadas a cambiar sus pañuelos blancos por otros negros. En lugar de luz, había oscuridad, reflejo de los tristes días que ahora llenaban nuestras vidas.

Hace unos meses, en septiembre, mis colegas y yo celebramos una reunión para planificar nuestro plan de estudios y horario de invierno, como solemos hacer. Mientras hablábamos, algunos miembros de los talibanes irrumpieron en nuestra escuela, donde nos dijeron que las cosas estaban cambiando. Pronto no se permitiría estudiar a las niñas, ni siquiera a las de primer curso. Cuando lo oí, me eché a llorar. Seguro que esto no va a ocurrir, pensé. ¿Cómo podría ocurrir?

Pero así fue, y ahora siento que vi cómo la esperanza se desvanecía ante mis propios ojos. Con todas mis alumnas, todas mis niñas, expulsadas de la escuela, me preocupan sus sueños y temo por su futuro. Espero, más que nada, poder volver a mi aula, enseñarles de nuevo, abrazarlas y decirles que todo irá bien.

Nota del editor [del original]: hubieron noticias en los medios de comunicación sobre la prohibición talibán de la educación para todas las niñas, incluidas las de primer grado. Esto parece ser inexacto. Las niñas desde el primer grado hasta el sexto todavía pueden ir a la escuela. La confusión en los medios de comunicación se debe a un memorando emitido por los talibanes, que formaliza una política ya existente y la amplía a las escuelas religiosas conocidas como madrazas: Las niñas a partir del sexto curso no pueden ir a la escuela. Esta política ya estaba en vigor, pero no en las madrazas. La política se aplica ahora tanto a la educación formal, gestionada por el Ministerio de Educación, como a las escuelas religiosas/madrazas.

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Sediqa Farahsa Merzayee es profesora de enseñanza primaria en Kabul (Afganistán).

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 23 de diciembre de 2022.