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El Interprete Digital

La colina de la vida y Khirbet el Manshiyya

Por Jonathan Ofir para Mondoweiss.

 Israel Kibutz291 – 1967 [לא נמסר/ Creative Commons]

Jonathan Ofir creció en un kibbutz y nunca le hablaron del pueblo palestino destruido sobre el que se construyó. Pero algunos signos permanecen, como los cactus de los que los israelíes intentan apropiarse, pero que significan los profundos lazos palestinos con la tierra. 

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

“Se construyeron aldeas judías en el lugar de aldeas árabes. Ni siquiera conocéis los nombres de estos pueblos árabes, y no os culpo porque los libros de geografía ya no existen, no sólo los libros no existen, los pueblos árabes tampoco están. Nahlal surgió en el lugar de Mahlul; el kibutz Gvat en el lugar de Jibta; el kibutz Sarid en el lugar de Huneifis; y Kefar Yehushua en el lugar de Tal alShuman. No existe un solo lugar construido en este país que no tuviera una antigua población árabe”. Ministro de Defensa israelí Moshe Dayan, discurso en el Haifa Technion, 4 de abril de 1969, citado por Haaretz

Se podría añadir otra mención a la lista de Dayan: el kibbutz Givat Haim Ichud se construyó en el lugar de Khirbet el Manshiyya. Nací en ese kibbutz, en el centro de Israel, en 1972. 

Givat Haim significa literalmente “Colina de la vida” en hebreo. Debe su nombre a Haim Arlosoroff, funcionario de la Agencia Judía asesinado en 1933 en Tel Aviv, probablemente por sionistas revisionistas (del Brit Habiryonim de Abba Ahimeir, o “Pacto de los matones”, un subgrupo de los revisionistas de Jabotinsky). Arlosoroff acababa de regresar de la Alemania nazi, habiendo negociado con los nazis un trato llamado el Acuerdo de Transferencia, por el que judíos alemanes, en su mayoría ricos, podían depositar dinero con el que se compraría equipo agrícola en Palestina, y se trasladarían a Palestina. El acuerdo sirvió a los objetivos nazis de deshacerse de los judíos, pero también, y esto es importante, de romper el boicot antinazi de ese mismo año. 

En cualquier caso, se trataba de una lucha y una matanza entre sionistas. Pero Arlosoroff era sionista laborista y representaba al movimiento al que estaban afiliados la mayoría de los kibbutzim. Así que el primer Givat Haim recibió su nombre en 1933. No sé cuántos kibbutzim conocen esta historia. La interpretación más popular del nombre “Haim” en el título es su simple significado en hebreo: vida. Así, Givat Haim se entendía como la “colina de la vida”.

En mi juventud y muchos años después, no sabía prácticamente nada de la historia del lugar, una historia que estaba directamente ligada a la Nakba. Mi despertar en lo que respecta a Palestina fue en 2007, cuando leí la obra seminal de Ilan Pappe La limpieza étnica de Palestina. Fue un momento de shock, y empecé a preguntarme: ¿qué más me he perdido? Pero incluso entonces no me pregunté realmente cómo el kibbutz de mi infancia estaba vinculado a la Nakba. Me limité a asimilar el relato más amplio de la destrucción y me sorprendió mi ignorancia. Sin embargo, al cabo de los años, empecé a relacionar la Nakba con el lugar donde nací y crecí. No sé por qué no lo hice inmediatamente: ¿tenía miedo de saberlo? ¿Estaba demasiado cerca?

Hace sólo dos años, encontré por primera vez en los materiales del kibbutz una mención oficial a la ciudad palestina sobre la que se construyó Givat Haim Ichud. Se trataba de una mención de mi abuela, que fue entrevistada para un archivo del kibbutz en 1991. Cuando leí la transcripción, mi abuela ya llevaba muchos años muerta, y yo mismo ya había investigado el caso unos años antes. Personas como Eitan Bronstein, que había creado la organización israelí Zochrot y más tarde De Colonizer (dedicada a la concienciación sobre la Nakba), Salman Abu Sitta y su Palestine Land Society, y otros, se convirtieron en amigos entrañables a lo largo de los años, y me ayudaron a rastrear las ruinas que había bajo el kibbutz de mi infancia.

Christoph Bugel me condujo a Palestine Open Maps, donde se puede ver un mapa histórico con una superposición de los asentamientos actuales. Aquí existe un mapa de ese sitio, que muestra cómo el kibbutz está justo encima de Khirbet el Manshiyya (Manshiyya para abreviar). 

Pero dentro del kibbutz nunca se habló de ello. Nadie del kibbutz me lo mencionó directamente en ningún momento. Esto es lo que dijo mi abuela (nótese que su kibbutz se dividió en 1951, y la nueva parte a la que ella se trasladó se construyó sobre Manshiyya):

“Cerca de nosotros estaba el pueblo Manshiyya, no recuerdo haberles tenido miedo. Las relaciones con el pueblo eran buenas, amistosas […] En la vida cotidiana no sentía miedo de los árabes. No es como ahora en la Intifada. En la Guerra de la Independencia, los árabes de Manshiyya se fueron. El pueblo de Manshiyya fue borrado. Después de la división, construimos el nuevo punto en el lugar donde residía Manshiyya”.

Así de clínico es. Incluso cuando se mencionó en esa larga entrevista, fue muy breve y de pasada. Se marcharon. El pueblo fue borrado, fin de la historia.

¿Por qué no se me mencionó? ¿No era relevante? El kibbutz alberga un museo llamado Beit Theresienstadt para conmemorar a las víctimas del Holocausto de ese gueto, un lugar a unos 3.000 kilómetros de distancia. ¿No era pertinente mencionar el pueblo de Manshiyya, víctima de la limpieza étnica, sobre el que se construyó el museo? Ni una palabra. Es sólo la “colina de la vida”, no hables mal.  

Sin embargo, no se erradicó absolutamente todo de Manshiyya. Los cactus, que dan testimonio en tantos lugares similares de Israel de la historia que los sionistas intentaron hacer desaparecer, siguen allí.

El año pasado tomé una foto de los cactus de la época de Manshiyya. Siguen allí cerca del estadio, en el extremo sureste del kibbutz Givat Haim Ichud, donde empiezan los campos y los huertos de cítricos cerca de la carretera principal.

Los cactus tienen raíces muy fuertes, y fue más difícil arrancarlas que a los cientos de miles de habitantes palestinos (más de un millón si se cuentan juntas las campañas de limpieza étnica de 1948 y 1967), y aparentemente más difícil que a las más de 131.000 casas palestinas que fueron demolidas desde 1947. 

Pero aquí viene la gran y triste ironía: los israelíes no sólo robaron la tierra, sino que se apropiaron culturalmente de la noción de los cactus -sable en árabe- y empezaron a llamarse a sí mismos “Sabras”. Este término se utiliza para designar a los nacidos en lo que los sionistas llamaban Eretz Israel -la Tierra de Israel- cuando aún era Palestina. Sugerían con ello que eran el pueblo indígena y también romantizaban la naturaleza del cactus, diciendo que eran como los cactus: “tienen espinas por fuera pero son suaves y dulces por dentro”, ya que estos cactus tienen frutos dulces.

Hay que tener valor para hacer algo así. Utilizas lo que simboliza la Nakba, la desposesión, lo poco que queda de ella, y lo haces tuyo, sustituyes a los indígenas y sus símbolos por ti mismo. Y luego te llamas dulce por dentro.

En árabe, la noción de estos cactus y su resistencia también dio lugar al término paralelo para “paciencia” – también saber en árabe – y en el contexto palestino de desposesión, esto también significaría algo similar a sumud – mantener la resistencia frente a la adversidad. 

Los cactus y las “sabras” como apropiación cultural son emblemáticos de la lógica colonial de eliminación de los colonos, de sustitución de lo autóctono. Muchos kibutzim y ciudades se construyeron sobre las ruinas de aldeas palestinas sometidas a una limpieza étnica. El silencio al respecto y lo que podría denominarse ignorancia institucionalizada sobre esta historia representa a Israel en su conjunto.

Puede que Khirbet el Manshiyya fuese borrada (aunque sus cactus no abandonen la tierra). Pero sus habitantes, y los millones de personas que sufrieron directamente la limpieza étnica o descienden de ellos, no lo olvidan. Recordar forma parte de su patrimonio y de su identidad. 

Debemos recordar que las personas no pueden ser borradas. El precio de intentarlo siquiera es grave, no sólo para ellos sino también para quienes cometen el acto, y acabará persiguiéndoles. Es un credo sionista impedir este ajuste de cuentas porque la Nakba es la base de la supremacía judía de Israel. Pero Israel debe afrontarlo porque no es sólo el desastre de los palestinos, sino de todos nosotros, incluidos los israelíes. La única manera de curar esto es mirarlo a los ojos, no sólo recordarlo, sino trabajar para repararlo.

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Jonathan Ofir. Músico, director de orquesta y blogger/escritor israelí radicado en Dinamarca. 

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 14 de mayo de 2023.