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El Interprete Digital

El nacimiento de Jesús entre el islam y el cristianismo

Por Mustafa Akyol para New Lines Magazine

Jesús en la Cruz [Quinet / Creative Commons]

El relato coránico de la Natividad se hace eco tanto de la Biblia como de textos cristianos orientales no canónicos. 

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

¡Feliz Navidad! Millones de cristianos de todo el mundo celebrarán el día sagrado con estas dos palabras. Sonarán las campanas, se repartirán regalos y, aunque muchos disfrutarán del tiempo en familia, los más devotos tendrán presente el significado religioso que subyace a toda esta diversión: el milagroso nacimiento de Jesús de Nazaret, más tarde también llamado Cristo o el Mesías, hace unos dos milenios; un acontecimiento extraordinario que, al dar origen a la mayor religión del mundo hasta la fecha, cambió el curso de la historia.

Sin embargo, existe algo cautivador sobre este extraordinario nacimiento de lo que muchos cristianos pueden no ser conscientes: también es estimado por los seguidores de la segunda religión más grande del mundo, el Islam. 

Esto se debe a que las escrituras del Islam, el Corán, veneran a Jesús (“Isa”) y a su madre María (“Maryam”) como figuras sagradas que precedieron al profeta Muhammad. A Jesús se le alaba no sólo como profeta, sino también como Mesías. Incluso se le honra como la “palabra” de Dios, una frase curiosa que intriga a los teólogos cristianos, ya que suena similar al estatus de Jesús como el “logos divino” en su propia doctrina. En el Corán, María también es alabada como una mujer piadosa y casta bendecida por los ángeles, que le dicen: “María, Dios te eligió y te hizo pura: Él te eligió verdaderamente por encima de todas las mujeres”. De hecho, María es la única mujer mencionada por su nombre en todo el Corán. Incluso existe una sura (capítulo) entera que lleva su nombre.

En este capítulo, leemos cómo María concibió a su bendito hijo, milagrosamente, sin que ningún hombre la tocara:

Menciona en el Libro [la historia de] María […] Enviamos Nuestro Espíritu para que apareciera ante ella en forma de hombre perfeccionado.

Ella dijo: “¡En el Clemente me refugio contra ti, sí eres piadoso!”.

Pero él dijo: “No soy más que un mensajero de tu Señor, y [venido] a anunciarte el don de un hijo puro”.

Ella respondió: “¿Cómo voy a tener un hijo si ningún hombre me ha tocado? Y No he sido impura”.

Y él respondió: “Esto es lo que ha dicho tu Señor: “Me es fácil”. Haremos de él una señal para todos los pueblos, una bendición nuestra”.

Y así fue ordenado. Ella lo concibió. (Corán 19:16-22)

Los cristianos que conocen su Biblia pueden encontrar este pasaje coránico familiar, quizá incluso bíblico, porque tiene claros paralelismos con el Evangelio de Lucas, uno de los cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento. Aquí también leemos que Dios envió un ángel a María, prediciéndole: “Concebirás y darás a luz un hijo”. De nuevo, María se escandaliza, preguntando: “¿Cómo será esto, siendo yo virgen?”. Y de nuevo, el ángel proclama un milagro: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Sin duda, tales paralelismos entre las escrituras cristianas e islámicas tienen sus límites. Lo más importante es que, aunque confirma uno de los pilares de la fe cristiana, el nacimiento virginal de Cristo, el Corán también rechaza rotundamente el meollo de esa fe: la divinidad de Jesús. Según el Corán, Jesús nació milagrosamente, pero eso no lo convirtió en “hijo de Dios”, y mucho menos en “Dios hijo”. Por el contrario, no era “más que un mensajero de Dios” que “nunca desdeñaría ser siervo de Dios” (4:171-72).

Esta brecha teológica entre el cristianismo y el islam no es ningún secreto para ninguno de sus creyentes. Sin embargo, también existe otra brecha, más sutil, en sus relatos de la Natividad, la historia del nacimiento de Jesús, que los cristianos celebran como Navidad. Esta discrepancia no se refiere a quién era Jesús, sino a dónde nació exactamente y con qué tipo de milagro.

La historia de la Natividad en el Nuevo Testamento, tal como se narra en los evangelios de Mateo y Lucas con algunos matices, es bien conocida: Jesús nació en la ciudad de Belén. Su madre virgen, María, según Lucas, envolvió a su recién nacido en pañales y “lo acostó en un pesebre”. Esta descripción definió la imaginación cristiana durante siglos, con innumerables obras de arte que representan al niño Jesús acostado en un granero, rodeado de heno, ovejas y vacas. También aparece en la escena José, el anciano que había desposado a María para tomarla bajo su protección.

Los evangelios también relatan ciertos acontecimientos milagrosos relacionados con el santo nacimiento. Los “Sabios de oriente” vinieron en busca del niño Jesús, “porque habían visto su estrella al salir”. Y “ángeles anunciaron su nacimiento a un grupo de pastores que lo adoraron como Mesías y Señor”.

El Corán ofrece un relato significativamente diferente de la Natividad. Jesús no nace en Belén, sino en un “lugar lejano” no especificado. Durante el parto, María está sola, sin José ni nadie que la ayude. Sorprendentemente, se dice que da a luz bajo una palmera, junto a un manantial milagroso:

[María] se retiró a un lugar lejano y, cuando los dolores del parto la llevaron a [aferrarse] al tronco de una palmera, exclamó: “¡Ojalá hubiera muerto y caído en el olvido mucho antes de todo esto!”.

Pero una voz le gritó desde abajo: “No te entristezcas: tu Señor te proporciono un arroyo a tus pies y, si agitas el tronco de la palmera hacia ti, te entregará dátiles frescos y maduros, así que come, bebe y alégrate.” (Corán 19:22-26)

¿Por qué la escena de la Natividad del Corán es tan diferente de la del Nuevo Testamento?

La respuesta es más complicada que la de tratarse simplemente de dos escrituras diferentes con fuentes distintas, ya que el relato del Corán tiene en realidad similitudes con dos antiguos textos cristianos que no acabaron en el Nuevo Testamento, pues siguen siendo apócrifos o dudosos.

El primero de ellos es el Protoevangelio de Santiago, un texto cristiano del siglo II muy popular entre los cristianos orientales. El texto se denomina protoevangelio (“pre-evangelio”) porque se centra sobre todo en el nacimiento milagroso y la crianza de María, en contraste con el Nuevo Testamento, que trata principalmente de la vida y la misión de Jesús. (Algunos temas del protoevangelio están bellamente ilustrados en las paredes de la iglesia de Chora, un fascinante santuario bizantino medieval de Estambul que fue polémicamente convertido en mezquita en 2020).

En el protoevangelio leemos que Jesús no nació en Belén, sino en una “cueva”, en algún lugar del “desierto”, a unas “tres millas” de Belén. Esto concuerda con el relato coránico de que María “se retiró a un lugar lejano”. De nuevo en el protoevangelio, como en el Corán, María da a luz completamente sola, sin nadie que la ayude. Un tercer paralelismo entre los dos textos es la educación de María en el Templo de Jerusalén, como se narra en la sura Al Imran del Corán.

Sin embargo, el protoevangelio no dice nada sobre dos detalles dignos de mención en el belén coránico: la palmera de la que María comió dátiles y el manantial milagroso de agua del que bebió.

Sin embargo, ambos detalles aparecen en un segundo texto cristiano apócrifo: el Evangelio de la Infancia de Mateo, también conocido como el Evangelio del Pseudo-Mateo, que parece basarse en gran medida en el protoevangelio. Aquí, como en el Corán, encontramos a María comiendo de una palmera y bebiendo de un manantial de agua milagroso. Sin embargo, existe una diferencia desconcertante. En el Evangelio de la Infancia, el incidente no tiene lugar durante el nacimiento de Jesús, sino más tarde, durante la famosa huida de la sagrada familia a Egipto, cuando escapan tras la cruel orden del rey Herodes de matar a todos los niños varones de dos años. De camino a Egipto, María, exhausta, quiere descansar bajo una palmera:

“El niño Jesús, con semblante alegre, reposando en el seno de su madre, dijo a la palmera: Oh árbol, dobla tus ramas y refresca a mi madre con tu fruto. Al oír estas palabras, la palmera inclinó su copa hasta los pies de la bienaventurada María; y recogieron de ella frutos, con los que todos se refrescaron […]

Entonces Jesús le dijo Levántate, oh palmera, y fortalécete, y sé compañera de mis árboles, que están en el paraíso de mi Padre; y abre de tus raíces una vena de agua que está escondida en la tierra, y deja correr las aguas, para que nos saciemos de ti. Y se levantó enseguida, y de su raíz comenzó a brotar un manantial de agua muy clara, fresca y chispeante. Al ver el manantial, se alegraron mucho y quedaron satisfechos. (Evangelio de la infancia de Mateo, 20)

Observamos, pues, una intertextualidad desconcertante: El relato coránico del nacimiento de Jesús resuena con dos evangelios apócrifos. Sin embargo, los detalles de la palmera y el manantial de agua parecen “fuera de lugar”. No es de extrañar que los críticos del relato islámico hubieran presentado durante mucho tiempo esto como prueba de que Muhammad “malinterpretó” las fuentes cristianas y las “mezcló” en sus propias escrituras.

Pero entonces llegó un descubrimiento arqueológico que ofreció una nueva y convincente explicación a este enigma.

En 1992, las autoridades israelíes ensancharon la carretera entre Jerusalén y Belén, separadas por sólo 8 kilómetros. Mientras lo hacían, se toparon inesperadamente con los restos de una antigua iglesia enterrada bajo tierra a mitad de camino entre las dos ciudades. Cinco años después, las ruinas fueron cuidadosamente excavadas por la Autoridad de Antigüedades de Israel, cuyos arqueólogos se dieron cuenta de que habían encontrado una famosa iglesia bizantina pérdida: Kathisma de la Theotokos (“Asiento de la Portadora de Dios”).

Ahora bien, es bien sabido que “Portadora de Dios” era un título dado a María en el cristianismo oriental. Esto demostraba claramente que la Iglesia estaba relacionada con María. ¿Pero cómo exactamente?

Stephen J. Shoemaker, profesor de estudios religiosos en la Universidad de Oregón, indagó en esta cuestión en su artículo académico “La Navidad en el Corán”, que puede ser el estudio más detallado sobre la iglesia de Kathisma y su conexión con el Corán. Shoemaker señaló que la iglesia se llamaba “la sede de María” porque “los textos litúrgicos, hagiográficos y de peregrinación de los siglos VI y VII” la identificaban con “el lugar donde la Virgen María se sentó a descansar antes de dar a luz en las cercanías, como se describe en el Protoevangelio”.

En otras palabras, algunos de los primeros cristianos creían que María no dio a luz en Belén, sino cerca, en el desierto, tal y como dice el protoevangelio, y de lo que parece hacerse eco el Corán. Incluso construyeron la iglesia de Kathisma para honrar ese recuerdo.

Y existe más en la historia de Kathisma. En una guía de peregrinación cristiana escrita en algún momento entre 560 y 570, un escritor anónimo conocido como el “peregrino de Piacenza” escribió sobre la iglesia de Kathisma, añadiendo un detalle crucial. En aquella época, junto a la iglesia había también un manantial de agua:

“De camino a Belén, en el tercer mojón desde Jerusalén […] vi agua estancada que salía de una roca, de la que se puede tomar cuanto se quiera hasta siete pintas. Cada uno tiene su ración, y el agua no disminuye ni aumenta. Es indescriptiblemente dulce de beber, y la gente dice que Santa María tuvo sed en la huida a Egipto, y que cuando se detuvo aquí esta agua fluyó inmediatamente. Hoy en día también existe allí una iglesia.

Esto es notable si recordamos el relato coránico del nacimiento de Jesús: que junto a María, cuando estaba a punto de dar a luz, apareció un manantial de agua.

Los arqueólogos israelíes que desenterraron las ruinas de la iglesia de Kathisma también descubrieron sus antiguos suelos de mosaico, muy bien conservados. Uno de ellos revelaba una imagen extraordinaria: una gran palmera datilera, flanqueada por dos palmeras más pequeñas, todas ellas cargadas de dátiles, lo que recordaba el relato coránico del parto de María bajo una palmera.

En otras palabras, la iglesia de Kathisma reveló una fusión excepcional de dos tradiciones cristianas diferentes, el nacimiento de Jesús en el desierto y el manantial de agua y la palmera de María, que el Corán también combina. Como escribe Shoemaker, la iglesia de Kathisma es “el único lugar fuera del Corán donde se cruzan estas dos tradiciones”. A partir de este hecho, razona que las tradiciones kathisma deben haber “influido en la formación de las tradiciones coránicas”. Sin embargo, también se podría plantear lo contrario. Se podría tomar “la correspondencia del Corán con las tradiciones del santuario de Kathisma”, en palabras de Shoemaker, como “una feliz coincidencia”. Los musulmanes, con fe en el origen divino del Corán, podrían incluso verlo como una “confirmación” arqueológica de la revelación divina.

Mientras tanto, desde un punto de vista objetivo, está claro que el relato coránico del nacimiento de Jesús resuena profundamente con ciertos textos cristianos orientales que no forman parte del canon del Nuevo Testamento. Por tanto, para los cristianos de hoy leer el Corán puede ser un valioso ejercicio de excavación de algunas de las tradiciones más antiguas de su propia fe.

Por último, me parece notable que el nacimiento de este hombre excepcional, Jesús de Nazaret, hubiese encontrado tanta veneración no sólo en las escrituras de la religión que lo venera, sino también en el Islam. Independientemente de los significados teológicos divergentes y otras diferencias importantes atribuidas a este acontecimiento, el Islam honra el nacimiento de Jesús casi tanto como el cristianismo. El Corán incluso destaca su cumpleaños, citando a Jesús diciendo: “La paz sea conmigo el día en que nací” (19:33).

Tal vez los musulmanes puedan ver la Navidad como la versión cristiana de lo que ellos mismos honran como “mawlid al nabi” (el nacimiento del profeta), ampliamente celebrado hoy entre los musulmanes como el cumpleaños de Muhammad. Sin embargo, dado que tanto Muhammad como Jesús fueron mensajeros sagrados de Dios, según el islam, el cumpleaños de ambos debe ser sagrado. En última instancia, quizá el cumpleaños de ambos pueda celebrarse con una hermosa y sencilla veneración del Corán:

La paz sea con los mensajeros y la alabanza sea para Dios, Señor de todos los Mundos. (37:181-182)

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Mustafa Akyol es un reconocido investigador sobre el Islam y la modernidad en el Instituto Cato y autor de “Reopening Muslim Minds: A Return to Reason, Freedom, and Tolerance”. (St. Martin’s Press, 2021)

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 23 de diciembre de 2022.