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El Interprete Digital

Las nuevas amenazas al patrimonio en el actual Afganistán talibán

Por Melissa Gronlund para New Lines Magazine

Mezquita de Gonbad Kabud. [Mahdi Parhizkar/ Creative Commons]

En la provincia de Ghor, al oeste de Afganistán, el minarete de Jam, del siglo XII, se inclina notablemente hacia un lado. Cada terremoto, fuerte nevada o crecida del cercano río Harirud conlleva el riesgo de derrumbe de la torre de 60 metros. 

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En Balkh, al norte del país, las obras de restauración de la histórica mezquita de Haji Piyada están en suspenso desde los combates que precedieron a la toma del poder por los talibanes en 2021. Esta mezquita, la más antigua de Asia Central, se encuentra ahora desprotegida y vulnerable a los saqueos, a pesar de una serie de medidas de protección financiadas internacionalmente y emprendidas a lo largo de la década de 2010.

“El patrimonio cultural es nuestra prioridad nacional. Tenemos muy presente el cuidado de nuestros monumentos históricos, nuestra preservación cultural. Es nuestra responsabilidad. Es nuestra obligación”, declaró el viceministro talibán de Cultura y Arte, Mawlawi Atiqullah Azizi, en una entrevista concedida a New Lines a través de un intérprete durante el verano. 

La política de Azizi supone un claro giro con respecto a las actitudes del primer gobierno talibán, que destruyó los Budas de Bamiyán en la década de 2000. Pero esto no significa que el patrimonio esté a salvo, ni mucho menos. Las amenazas de este nuevo régimen se deben más bien a una compleja mezcla de dificultades económicas y viabilidad práctica, además de la falta de experiencia del gobierno en materia de conservación, sean cuales sean sus compromisos declarados.

El valle de Bamiyán, por ejemplo, está plagado de artefactos de su pasado histórico como lugar de importancia estratégica. Existen noticias que el gobierno está tomando medidas para frenar el saqueo que se está produciendo en esta zona, pero también se ignora actividades ilegales de tala y comercio, que implicó la instalación de gasolineras en este terreno de gran riqueza arqueológica. Los talibanes se dieron cuenta claramente del potencial económico del patrimonio cultural. El verano pasado se inició la construcción de un bazar y un complejo de caravasares y hoteles en el valle, de nuevo sobre un terreno que aún no se ha excavado completamente.

Tal vez lo más significativo sea que en enero pasado, el Ministerio de Información y Cultura y el Ayuntamiento de Kabul presentaron una solicitud para que los jardines de Babur se inscriban en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, un cambio de estatus que supondría una posible ayuda financiera de la organización de la ONU y un paso potencialmente importante para un país que hasta ahora sólo cuenta con dos lugares declarados Patrimonio de la Humanidad, (en contraste, el Reino Unido tiene 33, Francia 41 e India 40.) Bagh e Babur son unos jardines mogoles de principios del siglo XVI en el centro de Kabul. La solicitud se presentó por ser uno de los paisajes mogoles más antiguos e importantes de la región, así como por su importancia cultural y social para los millones de afganos que han visitado el lugar desde su restauración en 2008.

Sin embargo, la respuesta, o la falta de ella, de la UNESCO puso de manifiesto las dificultades a las que se enfrenta actualmente en Afganistán cualquier esfuerzo por preservar el patrimonio cultural. Las esperanzas iniciales de que los talibanes gobernaran de forma diferente que en el pasado se desvanecen rápidamente. El grupo declaró recientemente que instituiría castigos basados en la sharia para delitos como el robo, el secuestro y la sedición, lo que hace temer una vuelta a las ejecuciones públicas. Las mujeres tienen prohibido el acceso a los centros públicos de enseñanza secundaria, a los parques, a algunos lugares de trabajo y a determinadas asignaturas universitarias. Se tomaron crueles represalias contra quienes lucharon contra los talibanes en la guerra civil que asoló el país durante décadas. El patrimonio cultural, al parecer, es el único ámbito en el que aún perdura la idea de unos talibanes ‘más suaves’, aunque pesa poco en la balanza frente a estos otros crímenes.

En consecuencia, el patrimonio cultural se convirtió en una especie de fútbol político. Una conferencia reciente, Patrimonio Cultural en Contextos Frágiles, suscitó esperanzas de que la UNESCO pudiera volver a iniciar proyectos en Afganistán, empezando por los del valle de Bamiyán. Esto supondría un cambio positivo con respecto a un incidente que enfureció a los funcionarios talibanes a principios de año, cuando el Ministerio de Cultura afgano se enteró de que su solicitud de Bag -e Babur no había sido reconocida por el centro del Patrimonio Mundial, es decir, no había sido ni rechazada ni aceptada por la UNESCO. (Así lo confirmaron a New Lines tres personas con conocimiento directo del asunto. La UNESCO dijo que nunca comenta ni confirma la candidatura de sitios para su inclusión en la lista del Patrimonio Mundial antes de que sean examinados por el Comité del Patrimonio Mundial). Como organismo de la ONU, la UNESCO no está en condiciones de reconocer oficialmente a los talibanes como gobierno legítimo de Afganistán. Pero la UNESCO ya contravendía antes las directrices de la ONU, como en 2011, cuando aceptó a Palestina como miembro.

La reacción se tomó como un desaire en Kabul, y los funcionarios talibanes pidieron públicamente a la UNESCO en múltiples ocasiones que tramitara la solicitud, en sesiones informativas dadas a la agencia de noticias estatal Bakhtar News. En mi propia entrevista con Azizi, se mostró claro, aunque crítico, sobre la posición internacional de los talibanes.

“Todavía vemos algunos problemas en la comunidad internacional, donde algunas organizaciones… relacionan ahora las actividades culturales con las políticas. Por un lado, dicen vale, hay que proteger esto, la preservación cultural es importante. Por otro lado, no actúan. Se limitan a abstenerse, a retirarse, y no participan en la aportación de ayuda financiera, lo que es muy preocupante. Estamos realmente interesados en producir también la preservación cultural y continuaremos con esta política en función de sus capacidades y posibilidades”, dijo Azizi.

El cambio de política de la UNESCO también abriría el camino a otros operadores del país. Las donaciones a fundaciones culturales que trabajan en Afganistán cesaron casi de inmediato en agosto de 2021, a medida que gobiernos y donantes privados se alejaban del nuevo gobierno extremista. La Delegación Arqueológica Francesa en Afganistán (DAFA), una de las instituciones más antiguas y activas, detuvo por completo sus proyectos, en línea con la política del gobierno francés de proporcionar únicamente ayuda humanitaria de emergencia a Afganistán. Las agencias de ayuda que operan actualmente lo hacen bajo cuerda o con capacidad reducida, como Turquoise Mountain, la Alianza para la Restauración del Patrimonio Cultural (ARCH) y el Aga Khan Trust for Culture (AKTC). La Alianza Internacional para la Protección del Patrimonio en las Zonas de Conflicto (ALIPH) es una de las pocas que sigue financiando a gran escala. Muchas organizaciones tuvieron que buscar otras fuentes de subvención, y dependen de cantidades más pequeñas que las proporcionadas anteriormente a través de los gobiernos. Uno de los problemas fue simplemente de supervisión: los agentes de las ONG no pueden tener acceso suficiente para asegurarse de que el dinero va a parar a los lugares adecuados.

Según Azizi, los talibanes seguirán comprometidos con el patrimonio cultural, a pesar de la escasez presupuestaria del gobierno, y afirma incluso que el gobierno destinaría entre el 1% y el 2% del PIB a un fondo para el patrimonio cultural si las donaciones extranjeras se agotaran por completo. (Para poner esto en contexto, el Fondo Nacional de las Artes, con el que dicho fondo podría ser más o menos equivalente, obtiene el 0,012% del PIB estadounidense, según cifras de 2020. Queda por ver si los talibanes tienen alguna intención de cumplir tal promesa).

Muchos en la comunidad internacional cuestionan la sinceridad de las intenciones del gobierno. Para los talibanes, una lección abrumadora de la destrucción de los budas de Bamiyán fue que Occidente se preocupa por el patrimonio cultural. Tal vez su nueva retórica no sea más que un intento calculado de ganar legitimidad internacional, similar a menor escala, al debate más amplio sobre la descongelación de las reservas de divisas del país, o de reanudar la financiación de las ONG.

También puede ser una forma del llamado ‘lavado de arte’, una estrategia entre, o al menos una acusación, contra varios Estados que buscan suavizar su imagen en el extranjero. La enorme inversión de Arabia Saudí en arte y cultura, por ejemplo, se considera a menudo un medio para desviar la atención de sus violaciones de los derechos humanos y hacer que el país sea más propicio a la inversión y a la mano de obra extranjera de cuello blanco. Sin embargo, el lavado de arte, cuando se lleva a cabo a nivel gubernamental, requiere un Estado central fuerte y los recursos necesarios para poner en marcha proyectos a gran escala y de relevancia internacional. Incluso si los talibanes tuvieran la esperanza de utilizar el patrimonio cultural para desviar la atención de sus abusos contra los derechos humanos, no está claro cómo podrían aplicar esta política. No existe dinero y la cadena de mando de Kabul hacia abajo está fracturada.

En el ámbito del patrimonio cultural, esto significa que una prioridad federal puede no traducirse en una política real, como demuestra el ejemplo del valle de Bamiyán. De nuevo, aunque Azizi afirma que existe una orden federal contra el saqueo, otras fuentes sugieren una aprobación local tácita de la tala y el comercio, que son perjudiciales por otros motivos. También existe la preocupación de que los talibanes ya estén perdiendo el control del poder, en medio de una creciente amenaza de que la destrucción cultural provenga de la filial afgana del Daesh (Estado Islámico del Gran Jorasán). Dicho grupo ya se atribuyó la destrucción de varios santuarios en Afganistán, la mayoría de ellos en zonas apartadas y pertenecientes a las minorías chiita y sufí.

Tampoco está claro hasta qué punto el talibán, la mayoría de los cuales crecieron luchando en las guerras del país, son capaces de gobernar, sobre todo porque la mayoría de las personas que trabajaban en el patrimonio cultural han huido del país. En el caso de Bagh e Babur, cabe preguntarse si los talibanes podrían cumplir los criterios de mantenimiento del Patrimonio Mundial, en caso de que la solicitud prospere. Del mismo modo, la antigua y extensa ciudad budista de Mes Aynak fue durante mucho tiempo una de las principales preocupaciones de los conservacionistas y promotores, ya que se asienta sobre reservas de cobre con un valor estimado de entre 80.000 y 100.000 millones (USD  dolares). El gobierno afgano se reunió con la MCC China, el consorcio que obtuvo el contrato para extraer el mineral en 2007, para defender una mayor protección de las reliquias budistas, según Bakhtar News. Pero Cheryl Benard, presidenta de ARCH, afirma que los talibanes simplemente no tienen los conocimientos necesarios para exigir a la empresa minera que cumpla las normas necesarias o para supervisar su trabajo.

“La MCC aún no emitió un Plan de Impacto Ambiental. Se trata de una obligación muy importante y un requisito previo para una minería responsable. Aunque el talibán quisiera preservar lo que existe bajo tierra, carece de experiencia en la gestión y supervisión de proyectos mineros complejos y no conoce las modernas tecnologías mineras que harían posible tal resultado, afirma Benard”

¿A quién pertenece el patrimonio cultural? El contexto está militarizado en Afganistán, como en cualquier otro lugar, y puede haber tensiones entre la relevancia internacional, patrimonio mundial, y la importancia local. Esto es, en parte, lo que hace que Bagh e Babur sea una candidatura tan fascinante para el Patrimonio Mundial, frente a otros sitios afganos que se propusieron periódicamente para su inclusión. Como jardines públicos, benefician a la población local al proporcionar empleo y ofrecer a los visitantes un espacio abierto en el que reunirse. El Aga Khan Trust for Culture, que restauró los jardines de Bagh e Babur en la década de 2000 y que, según parece, fue consultado para la solicitud de la UNESCO, destaca desde hace tiempo entre los grupos de ayuda cultural de Afganistán por su conexión con la población local, afirma el Dr. Naysan Adlparvar, que investiga la construcción de la nación afgana. Señala que el AKTC trabaja en temas que suelen ser relevantes para los afganos de a pie, como los jardines, en un ámbito históricamente complejo.

“En lo que respecta al destino del dinero de los donantes internacionales, el patrimonio cultural es una preocupación secundaria o incluso terciaria. Pero es uno de los más interesantes, porque está estrechamente ligado a la identidad nacional. Los donantes internacionales a menudo quieren financiar proyectos que digan algo sobre Afganistán, que muestren que Afganistán no es sólo una nación islámica, sino que tiene una historia budista. O quizá hagan hincapié en la historia helénica, que les interesa porque les recuerda a Europa. Así que se centran en eso más que en el patrimonio islámico”,  afirma.

Como sugiere Adlparvar, el tipo de patrimonio que se conserva en Afganistán es en sí mismo polémico, ya que cada vez hay más estudios que demuestran que la historia islámica del país se suprimió sistemáticamente durante el siglo pasado. A partir de la década de 1930, como han argumentado académicos como Nile Green y otros, los arqueólogos europeos, así como la élite afgana, empezaron a hacer hincapié en la historia pre islámica de Afganistán. Los arqueólogos franceses, a través de la DAFA, y otros arqueólogos europeos visitantes excavaron principalmente material preislámico, como la rica confluencia de las culturas griega, hindú y budista del Imperio kushan del siglo I. Esta falta de interés por el patrimonio islámico continuó en el siglo XIX. Esta falta de atención al patrimonio islámico continuó durante la década de 1940 con la construcción del pasado de Afganistán como ‘ario’ o indoeuropeo. Esto se hizo, en parte, para combatir el nacionalismo pastún que afloraba entonces. Una historia civilizacional común para Afganistán no sólo trascendió el faccionalismo étnico, sino que también redimió a algunas de las minorías a los ojos de las élites, como los hazaras rurales de la zona de Bamiyán, a los que se elevó en estima y se conectó con un punto álgido del budismo. Por ejemplo, los budas de Bamiyán fueron elegidos para adornar sellos de correos en la década de 1950.

La cuestión del tipo de patrimonio que se considera digno de preservación también se debatió ampliamente tras la destrucción de los Budas de Bamiyán por los talibanes en 2001, cuando se entendió que el gobierno islamista extremista tenía como objetivo una religión no islámica. En el discurso académico surgió una tercera distinción, el episodio reveló una división en esos círculos entre laicismo y religiosidad. Un comentario del difunto fundador de los talibanes, el mulá Mohammad Omar, citado en un influyente artículo del destacado académico Finbarr Barry Flood, reforzó la idea de que los talibanes no sólo se oponían a la idolatría de las estatuas budistas, sino al propio laicismo sobre el que se construye el patrimonio cultural, con sus objetos despojados de su contexto religioso o devocional en el museo.

La complejidad de las formas en que se instrumentaliza la cultura, tanto dentro como fuera de Afganistán, hace que éste sea un momento delicado para la comunidad internacional a la hora de enfrentarse al panorama del patrimonio afgano, en el que ha estado implicada de tantas formas durante tanto tiempo. En el futuro inmediato, la cuestión urgente no es si el Talibán se está moviendo hacia una postura más proteccionista o no, ni lo genuinas que puedan ser sus políticas o declaraciones sobre el patrimonio. Lo que muchos expertos en patrimonio temen ahora es lo que ocurra cuando se encuentren con reiteradas descalificaciones. La no evaluación de la UNESCO podría demostrar que el patrimonio cultural no es una estrategia internacional ganable, reforzando a quienes en el gobierno lo consideran una prioridad menor.

Un alto funcionario de una organización cultural activa en Afganistán describió la situación a New Lines como un punto de inflexión. No debe darse por sentado, dijo, que la actual postura talibán de apoyo a la conservación del patrimonio se mantendrá sin proyectos tangibles y el compromiso del mundo exterior. Sin ese esfuerzo externo, el destino de cientos de yacimientos arqueológicos y patrimoniales pende de un hilo, expuesto a un mayor abandono o a algo peor.

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Melissa Gronlund es una escritora radicada en Londres. Anteriormente fue corresponsal de arte de The National en Abu Dhabi, y sus escritos sobre arte contemporáneo han aparecido en The Times, The Guardian, The New Yorker, Artforum, Art Agenda y Afterall journal, entre otros.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 6 de diciembre de 2022.