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El Interprete Digital

En Egipto las extranjeras dominan la danza del vientre

Por Chahrazade Douah para New Lines Magazine

Muestra de danza del vientre [Liber/ Creative Commons]

Cediendo al conservadurismo religioso y a otras tendencias dentro de Egipto, las estrellas nativas cedieron su espacio en el escenario a las inmigrantes.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Cuando Lurdiana Tejas, de niña, empezó a ver la danza del vientre en la televisión en el norte de Brasil, nunca pensó que esta pasión la llevaría a las salas de baile de El Cairo, donde se convertiría en una estrella de renombre internacional.

Con seguridad, y bajo todos los parámetros, Tejas ‘lo consiguió’. Actúa en algunos de los lugares más prestigiosos de Egipto, es solicitada constantemente para bailar en las bodas de la élite y tiene más de 2,5 millones de seguidores en Instagram. 

Sin embargo, incluso las bailarinas del vientre de más éxito, como Tejas, ocupan una posición compleja en la sociedad egipcia. La danza fue en su día dominada por nombres egipcios y como sinónimo de ostentación.  Sin embargo, esto cambió en las últimas tres décadas.  Con el aumento del conservadurismo religioso y el fin de la edad de oro del cine, la danza del vientre dejó de ser una profesión atractiva y pasó a ser sinónimo de trabajo sexual.

Las bailarinas del vientre internacional, procedentes de Europa del Este, América Latina y Estados Unidos, vinieron a ocupar el espacio dejado por las egipcias y ahora defienden lo que se considera un arte egipcio por excelencia. Son imprescindibles en bodas o conciertos populares, y las familias pueden pasar tardes enteras de sábado viendo las últimas actuaciones en YouTube.

No obstante, su relación con el público egipcio está llena de contradicciones. Como objetos de fascinación, a menudo se les acusa de aportar a la “decadencia” a una forma de arte hasta entonces “auténtica” y se les responsabiliza de su hipersexualización. También están sometidos a un estricto escrutinio por parte de las autoridades, deseosas de garantizar que se respeten las normas en torno a la danza. Incluso las bailarinas de mayor éxito no están exentas de pasar por la cárcel.

“No sabes para quién está bien y para quién está haram [prohibido], así que intento mostrarles el arte para que vean que no estoy aquí para provocar o seducir. La gente asume que no elegí hacer esto, pero me entrené durante años” comentó Tejas.

Aunque los puristas consideran que la danza del vientre es una de las últimas formas artísticas egipcias auténticas, citando como prueba sus supuestos orígenes faraónicos, la moderna nunca fue totalmente local. Por el contrario, nació de la negociación entre las prácticas locales y la fascinación extranjera, en un proceso que permitió que la influencia importada remodelara las tradiciones. Las bailarinas captaron la imaginación de los viajeros del siglo XIX, que acudían en masa a verlas.  Su inicial fama surgió en este contexto de orientalismo europeo, que aplicó la sensualidad de las bailarinas a toda la población femenina y alimentó tópicos sobre Oriente como lugar de transgresión e inmoralidad.

Los cabarets del siglo XX, a menudo propiedad de griegos, italianos o armenios, codificaron y refinaron la danza. Incorporaron técnicas de ballet y orquestas de estilo occidental para crear el género moderno que aún se practica. Los elementos que hoy se consideran inseparables del arte egipcio, como los trajes de dos piezas o los velos, nunca procedieron del folclore local, sino que fueron importados de Hollywood y los cabarets franceses por pioneros como Badia Masabni. Sus establecimientos atraían a la intelectualidad egipcia y a clientes extranjeros, y al propio rey Farouk quien formaba parte de la clientela del Casino Badia. La floreciente industria cinematográfica egipcia contribuyó al floreciente sistema de bailarinas-estrellas: donde las bailarinas también se convirtieron en actrices y alcanzaron el rango de superestrellas panárabes.

El reciente aumento de bailarinas extranjeras se debe en parte a que las egipcias, que saben que la danza del vientre es a la vez adorada y profundamente juzgada, ya no quieren asumir estos roles. La época dorada terminó a finales de la década de 1960, y fue seguida por un aumento del conservadurismo religioso en la esfera pública. La danza dejó de ser una profesión respetable para las egipcias, e incluso se convirtió en un insulto. A partir de finales de los ‘80, los animadores recurrieron a bailarinas extranjeras para aportar novedad a sus espectáculos.

“Existe una gran diferencia entre las antiguas bailarinas y la nueva generación, la danza está en nuestra cultura y nos gusta mucho, pero cuando expresas a una familia que tu hija será bailarina se niegan. Todas las familias se niegan, aceptan el ballet pero no la danza del vientre. Ahora casi todas las bailarinas son extranjeras. Les resulta fácil bailar en público. Sin embargo, la mala reputación asociada a los intérpretes no resta popularidad a la danza. Doy clases a señoras egipcias y la afluencia es enorme, de grandes cifras. Somos egipcias. Nos encanta bailar. Sólo que no lo hacemos en público”, comentó Aicha Babacar, que lleva enseñando la danza del vientre en El Cairo desde 2006. 

En cambio, los egipcios miran con cariño al pasado en busca de iconos nacionales.

“Las antiguas bailarinas egipcias eran más respetadas; la vieja generación solía respetar más a las bailarinas que ahora. Aquí en Egipto, las bailarinas más famosas también se convirtieron en actrices”, agregaba Babacar. 

A pesar de esto, no está claro si fue la versatilidad de las bailarinas de las generaciones pasadas la que se ganó el respeto de su público o si fue el respeto del público el que permitió esta versatilidad.

Por otra parte, no es posible idealizar el pasado. Incluso las figuras más emblemáticas de la danza fueron mujeres complejas que nunca obtuvieron una aceptación social plena. Shafiqa el Koptiyya (Shafiqa la copta), una de las mayores estrellas de la danza egipcia de finales del siglo XIX, fue repudiada por su familia desde el principio por su elección de carrera. Decidió destacar su religión como parte de su nombre artístico en un intento de ser aceptada. Esta desautorización privada no impidió la adoración del público, y Shafiqa amasó tal fama y riqueza que era conocida por sus caballos bebedores de champán. Tahiya Karioka, cuya carrera se extendió durante décadas y que apareció en más de 40 películas, estaba alejada de su familia. Sus 14 matrimonios con hombres a los que más tarde llamó “un montón de bastardos” en una entrevista con el investigador Edward Said nunca encajaron del todo con los estándares de la sociedad.  A pesar de ello, fue admirada por sus posturas políticas públicas y recibió un funeral de Estado tras sufrir un fatal ataque al corazón en 1999.

Sólo queda un puñado de estrellas egipcias. Entre ellas está Fifi Abdo, de 77 años, que más tarde se reinventó como actriz y presentadora de televisión. Famosa por su enérgica personalidad y sus característicos eslóganes, es un icono nacional y de vez en cuando sigue bailando para sus 6 millones de seguidores en Instagram. Dina Talaat, de 57 años, es otro ejemplo notable, con una de las carreras más prestigiosas del arte, se presentó como artista para líderes de todo el mundo. A menudo habla de la aceptación de su familia en su elección profesional: creció en Italia y se licenció en filosofía antes de elegir la danza. Empero, ambas pagaron el precio de la ambivalente relación que el público egipcio mantiene con los bailarines. Abdo tuvo que enfrentarse a demandas periódicas y a la condena pública, mientras que Talaat sufrió un acoso implacable después de que su ex marido filtró un vídeo sexual. Incluso fue acusada de acoso sexual después de que unos jóvenes dijeran que sus ataques a las jóvenes egipcias fueron provocados por su baile en un evento al que ella ni siquiera asistió.

Tras años de entrenamiento, actuar en El Cairo es un logro para muchos bailarines que vienen del extranjero. Daniela Acevedo, una bailarina chilena de 32 años que ganó varios concursos internacionales de danza, es una de ellas. “He bailado por todo el mundo, pero nunca fue como en Egipto. La conexión con el público es mágica, entienden el arte y la música, pero antes de empezar a bailar, todo el mundo te ve como una prostituta. Es muy extraño”.

La asociación entre la danza del vientre y el trabajo sexual es tan antigua como las primeras menciones de este arte en relatos que se remontan al siglo XV.  Los rumores no pueden descartarse del todo, ya que las líneas entre la danza y el trabajo sexual pueden ser porosas en los cabarets.  Allí, los trajes son más cortos y los movimientos más explícitos, pero estos lugares pueden ser un rito de paso obligatorio para las bailarinas que necesitan trabajo. Las bailarinas de enorme éxito no son inmunes a esto; Tejas recuerda un incidente en el que una mujer mayor que dirigía a las bailarinas en un club nocturno se quedó desconcertada porque ella se negaba a dar su número a los clientes, preguntando: “¿Cómo vas a ganar dinero si no?”.

Aunque El Cairo está lleno de entusiastas de la danza, tanto egipcios como extranjeros, estos puristas suelen ser los más duros críticos de la actual moda extranjera. “Nunca iría a ver a una bailarina rusa, la danza está tomando un rumbo equivocado. Me encanta la danza egipcia, con sus antiguas raíces y sutileza sin vulgaridad. Hoy nos centramos demasiado en la técnica, y las cosas se volvieron demasiado sexuales”, comentó Martine Vey, una francesa de 66 años aficionada a la danza que organizó una casa de huéspedes y un estudio para bailarines procedentes de todo el mundo, como China, Japón, India, Italia y, más recientemente, de otros países de Asia oriental. 

En este impulso hacia la hipersexualización, más que culpar a los propios bailarines, considera Vey que la danza es una salida regulada para frustraciones sexuales más amplias. “El problema viene de la mentalidad actual. Los jóvenes están frustrados sexualmente; existen muchos problemas en torno a eso”, agregó.  Las bailarinas no hacen más que reflejar la visión de una sociedad en la que se suele sexualizar a las mujeres y, en consecuencia, son víctimas potenciales de la violencia. En Egipto, como en otros lugares, el acoso a las mujeres en la calle sigue siendo generalizado. En 2013, ONU Mujeres, la entidad de Naciones Unidas para la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer, estimó que prácticamente todas las mujeres egipcias fueron objeto de alguna forma de acoso sexual en su vida. Este verano, una ola de feminicidios sacudió el país. Dos estudiantes, Nayera Ashraf, de 21 años, y Salma Bahgat de 20, murieron apuñaladas a plena luz del día por rechazar las insinuaciones de sus agresores.

La hipersexualización es ahora un requisito, algo que el público pide. Tema que para Tejas era innegociable. “Antes me centraba mucho en mi técnica porque es lo que quieren en Brasil, pero aquí lo más importante es tu look. Vienen muchas extranjeras y el mercado lo pide, sobre todo en las discotecas. Así que ponen mucho extra de sexualidad”, explicó Tejas mientras señala una cara llena de maquillaje y un sujetador push-up. 

La danza es ante todo un negocio en El Cairo. Mientras que los bailarines más populares pueden exigir honorarios superiores a 1.000 dólares por sus actuaciones en bodas, la profesión no es tan lucrativa para la mayoría de los bailarines.  El salario por una noche de trabajo ronda los 25 dólares aproximadamente, aunque ahora se está reduciendo por la creciente afluencia de bailarines dispuestos a trabajar por menos. Algunos locales ni siquiera ofrecen un salario, sino que permiten a los bailarines quedarse con la mitad de las propinas que recogen en el escenario. Los contratos también son una rareza, y los propietarios de los locales no dudan en cambiar a una bailarina de otra nacionalidad si consideran que corresponde a las exigencias del público.

La ausencia de contratos creó una oportunidad para que la policía, que revisa regularmente las salas de baile, exija una parte de los ingresos de la noche si la documentación de una bailarina no está en regla.  Dado que los visados de trabajo sólo se conceden tras un año de residencia en Egipto, son raras las bailarinas que pueden permitirse cumplir plenamente la ley. Para evitar la perspectiva de la deportación, las bailarinas confían en los sensibles representantes para mantenerlas alejadas de los locales que son objeto de redadas periódicas.

El vestuario también puede ser una fuente de problemas para las bailarinas. Una bailarina rusa, Johara, fue detenida en 2018 acusada de “libertinaje” por no llevar los pantalones cortos que la ley egipcia exige como parte de su traje.  La mayoría de las bailarinas con las que hablé insistieron en que este tipo de casos eran raros y excepcionales, y algunas incluso sugirieron que probablemente se cruzó con una persona poderosa y que fue detenida con pretextos falsos. Lejos de detenerla, la fricción de Johara con la ley no hizo sino aumentar su popularidad más adelante.

Estas dificultades pueden ser verdaderos obstáculos, incluso para la bailarina más apasionada. Pero lo más duro es el rechazo en privado. “La gente se burlaba de mí o se negaba a entablar amistad conmigo por ser bailarina. Incluso la gente de la que era amiga nunca me presentaba a su familia ni me mostraba en sus perfiles de las redes sociales. Sé que ningún hombre me aceptará como soy. Tendría que dejar mi profesión para casarme”, comentó Acevedo. En última instancia, las bailarinas extranjeras tienen que elegir entre su profesión y construir una vida familiar. Por eso, muchas piensan volver a su país de origen al cabo de unos años. “Quiero volver a Brasil y abrir un centro que mezcle danza, yoga y terapia”, explicó Tejas.

Mientras que las bailarinas extranjeras se libran rozando una delgada línea, las egipcias suelen ser el blanco de las críticas tradicionalistas, que utilizan leyes mal definidas que protegen los “valores familiares” y castigan el “libertinaje” como herramientas de censura. Las bailarinas Shakira (Suha Mohammed Ali) y Bardis (Dalia Kamal Youssef) fueron condenadas a seis meses en 2015 por “incitar al libertinaje” en un vídeo musical. En 2020, la bailarina Sama el-Masry fue encarcelada durante tres años por los mismos cargos, por fotografías y videos en las redes sociales que se consideraron sexualmente sugerentes. Las acusaciones no se limitan a los bailarines, sino que forman parte de una represión mayor contra los artistas que violan cierta visión de la moralidad. Mientras Tejas escapó de prisión, las estrellas mahraganat Omar Kamal y Hamo Bika fueron sentenciadas a un año de prisión y multadas por un video en el que bailaban con ella. (N.d.T.: la palabra árabe mahraganat hace referencia a un género egipcio de música electrónica).

A pesar de esto, algunos egipcios mantienen la esperanza, como Babacar, quien ha enseñado a varias generaciones de egipcios. “Cada 20 o 25 años viene una generación diferente, y no sabemos qué aceptarán. Nuestra generación no acepta a las bailarinas del vientre, pero tal vez la próxima sí lo haga”. Vey, que sigue siendo purista, está de acuerdo: “Los bailarines extranjeros son tendencia. Como todas las tendencias, terminará y vendrá algo más”.

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Chahrazade Douah es una escritora franco-argelina afincada en El Cairo. Su trabajo ha aparecido en Time Magazine y New Statesman.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 21 de septiembre de 2022.