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El Interprete Digital

Palestina en Perú: El documental de Camila Abufom entre historias de exilio y pertenencia

Por Jimena Ledgard para Institute for Palestine Studies

Comida árabe. [Cmonville / Creative Commons]

Abufom es una actriz, restauradora y organizadora palestino-peruana. Siendo, la diáspora palestina en Perú increíblemente pequeña, sólo unos pocos miles emigraron al país andino, y la consiguiente falta de representación hizo que buscáramos y encontráramos familiaridad, incluso donde no la existe. 

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Camila Abufom y yo compartimos el mismo amor por “Mi gran boda griega”. La comedia romántica de 2002 sobre un “blanco anglosajón protestante” que se casa con una joven de familia griega, y donde fue la primera vez vimos aparecer en pantalla a una familia que se parecía ligeramente a la nuestra.

Abufom es una actriz, restauradora y organizadora palestino-peruana. La diáspora palestina en Perú es increíblemente pequeña -sólo unos pocos miles emigraron al país andino- y la consiguiente falta de representación hizo que buscáramos y encontráramos familiaridad, incluso donde no la existe. 

Sentada en el salón de Camila Abufom, en Lima, me sorprendí asintiendo constantemente durante toda nuestra conversación. No puedo ni quiero contener mi emoción al descubrir coincidencias inesperadas en nuestros recuerdos de infancia, en la cadencia de las conversaciones que sirvieron de banda sonora a nuestra crianza.

“Todas las tías, tíos, tías abuelas, tíos abuelos y docenas de primos, a eso lo llamamos hamule, me cuenta. Todos [están] siempre alrededor, hablando por encima de los demás. Siempre entrometiéndose, sin dejar hablar a nadie”. El hamule(término comúnmente traducido para un “grupo de parentesco”), proviene del sustantivo derivado del verbo árabe hamala (llevar), es un concepto clave para las familias de ascendencia árabe en América Latina. 

También se utiliza casi exclusivamente en el contexto latinoamericano. Aunque formalmente se refiere a un grupo que comparte ascendencia patrilineal, en la práctica abarca la gama más amplia de relaciones familiares, incluidos los miembros de la familia, los amigos y los vecinos. Un grupo muy unido, que comparte cuidados, agravios y un incuestionable derecho, y obligación, de curiosear e intervenir.

Esto es lo primero que me llama la atención de Voces de la diáspora, el documental sonoro publicado por Abufom en 2021. Grabado para el Frente de Liberación Sónico en Radio Alhara, una emisora de radio en línea que emite desde Belén, fundada en respuesta a la limpieza étnica de Sheikh Jarrah, Voces de la diáspora formó parte de una programación de 24 horas curada por el músico y productor peruano Irazema Vera en solidaridad con Palestina. El documental, de una hora de duración, combina sonidos ambientales, conversaciones con y entre familiares de Abufom, y sus propias reflexiones sobre pertenencia, identidad y resistencia como miembro de la diáspora palestina en Perú.

Se tratan temas muy diversos. Un tío recuerda la pérdida de amigos en la primera Intifada; Abufom recuerda baladas palestinas de su infancia que espera volver a escuchar; ella y su padre hablan de cuando se referían a ellos como turcos, el término que engloba a los árabes en toda América Latina; o se ríe con otros miembros de la familia de que sólo sabe palabrotas en árabe.

En un momento especialmente entrañable, se sienta con un coro de tías que recuerdan sus historias de exilio. Una de sus tías abuelas le canta una canción en quechua, una lengua indígena andina que aprendió a su llegada a Perú después de que su familia se instalara en un pueblo de la sierra, tras los rumores de la existencia de oro en la zona. Otra tía habla de su hermana que se ganaba la vida aprendiendo a coser camisas de hombre, presagiando el oficio por el que Palestina acabaría siendo conocida en Perú y en la mayor parte de la región (“¡Tejidos!”, exclamaba a menudo la gente cuando les contaba los orígenes de mi familia materna). Las palabras se superponen, convirtiéndose en un ruido casi indiscernible.

“Todo esto es muy árabe, ¿verdad?”, pregunta, alzando la voz por encima de la de ellas. “Todo el mundo intentando hablar al mismo tiempo”. Si lo decía como una indirecta, nunca fue atendida: la cascada de voces no hace más que intensificarse hasta convertirse en una cacofonía familiar.

Como los míos, los bisabuelos de Abufom eran cristianos palestinos que emigraron de Beit Jala. Escaparon de lo que consideraban un entorno cada vez más hostil, acabaron llegando a Chile y Perú, tras un viaje de cuatro meses a través del océano y una cuarentena de cuarenta días en una isla de la costa argentina. Su familia llegó a Perú en oleadas: la primera a principios de la década de 1920 inspirada por seguir el camino de los pioneros para hacer negocios, la segunda durante la Nakba de 1948, cuando más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares por las milicias sionistas, y la tercera tras la primera Intifada de finales de la década de 1980. A diferencia de mí, ella es el resultado de generaciones de descendientes de palestinos que se casaron estrictamente dentro de su propio clan, preservando no sólo una fuerte identidad étnica y cultural, sino también sus apellidos. En su documental sonoro, reflexiona sobre su crecimiento en un país con el que no tiene lazos de sangre, y sobre su añoranza de una patria que aún nunca visitaron.

Afirma, “Soy peruana. Pero también soy una palestina que casualmente nació en Perú”.

Como descendiente de una abuela palestina que se casó con un no árabe, a menudo me cuesta aceptar mi propio sentido de pertenencia a la diáspora. No tengo apellido palestino y mis rasgos étnicos se mezclaron con los de mis antepasados no árabes. Es difícil no sentirse una impostora. Me pregunto cuánto más fácil sería tener un linaje tan recto, una herencia tan claramente reivindicable.

Camila se apresura a disipar mi fantasía. “Me pregunto mucho qué significa formar parte de la diáspora. Y si tengo derecho a hablar de esto, a sentir el desplazamiento y la ocupación tan personalmente”. Pero lo dude o no, es algo muy personal. Asimismo, ella sentía en su familia una rabia que no había en las casas de sus compañeros cuando era pequeña, una rabia que brotaba cada vez que su padre hablaba de Palestina. Al contrario que en mi familia, su trauma intergeneracional nunca se diluyó; no había otros argumentos para llenar el vacío sentido por la ausencia de una patria.

A mitad del documental, Camila lee una traducción del poema Shades of anger (Sombras de la Ira), del poeta palestino Rafeef Ziadah:

“Soy una mujer árabe de color, y tenemos todos los matices de la ira. ¿No oíste gritar ayer a mi hermana, que dio a luz en un puesto de control?”.

Se detiene a mitad de frase y se pregunta si el estereotipo del árabe furioso es contraproducente. ¿Está la gente dispuesta a escuchar una voz tan indignada? ¿Puede la rabia cosechar solidaridad? ¿Avanzará la ira la causa? La vacilación en su voz es palpable mientras intenta procesar preguntas y dudas sobre el poema.

Le pido que explique su reticencia. Saca su teléfono y lee el poema en voz alta una vez más. Se queda callada, perpleja ante las dudas que expresó en el documental. Acaba diciendo; “no sé por qué me molestó tanto en aquel momento. Me identifico con ello. Por supuesto, estoy enfadada. Pero quizá tenía razón, quizá la ira no sea la mejor estrategia”.

Nos preguntamos si la distancia, temporal y geográfica, nos concedió el privilegio de pensar en el desplazamiento, la solidaridad y la ocupación a través de la lente de la acción estratégica. No fueron nuestros cuerpos, de Camila y mi persona, los que fueron tiroteados; no fueron nuestras casas las que fueron derribadas. No fueron nuestros campos, ni nuestros árboles, ni nuestras escuelas, ni nuestras calles. Pero, al mismo tiempo, todo era legítimamente nuestro: todo pertenecía a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestro pueblo. ¿Cómo podemos resistir desde la seguridad de la distancia?

Agrega; “la forma en que experimenté la diáspora y la cultura palestina fue a través de la música, de la comida, de las historias. Existe una resistencia en celebrarlas, en documentarlas y en preservarlas”, sugiere Camila.

Le cuento que crecí creyendo que el marmahon (conocido como maftoul en el Medio Oriente) era la comida tradicional de Navidad en todos los hogares, ella habla del zaatar y de baklavas. Así es como nuestras familias mantenían vivas sus tradiciones: repartiéndose en las mesas navideñas, compartiéndolas con quienes esperaban que con el tiempo hicieran lo mismo. Mientras hablamos de esto, nos damos cuenta de que ambos tenemos una rama de olivo tatuada en el brazo.

Pero para Abufom, esto nunca fue suficiente. También es organizadora local, aboga por el BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) y crea conciencia sobre la ocupación de Palestina. En 2016, coescribió y actuó en una obra de teatro en la que se enfrentaba a su experiencia como parte de la diáspora palestina.

En retrospectiva, dice que ya está harta de los dos bandos y del “qué dirán”, aunque se pregunta si la gente en Perú estaría dispuesta a escuchar de otro modo. Abufom recuerda haber organizado innumerables protestas en Lima que sólo contaron con un puñado de asistentes.

Ser organizador es una puerta casi infalible al agotamiento, sobre todo cuando se intenta fomentar la solidaridad hacia una causa remota y ajena. “Perú tiene sus propios problemas. Y no son pequeños. La gente no puede comprometerse a tanto”.

Sin embargo, a diferencia de la organización, documentar las historias de su familia como miembros de la diáspora palestina es energizante, en lugar de agotador.

“Escucharlos y registrar sus historias es un recordatorio de que Palestina fue una nación, habitada por personas reales, y es una forma concreta de mantenerlas vivas”.

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Jimena Ledgard es escritora y periodista de Lima, Perú. Su trabajo recibió subvenciones de la Open Society Foundation, la International Women’s Media Foundation y la Fundación Gabo. 

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 20 de noviembre de 2022.