Por Reem A. Hamadaqa para Mondoweiss
Hay docenas de fotos desperdigadas. Los antiguos álbumes de fotos están sobre la silla. Mi sobrina, Sahar, de 3 años, reconoce a su padre con emoción. Empecé a coleccionar las fotos y a ver la versión más joven de mis padres, visitando todo tipo de lugares en la Palestina ocupada.
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Las fotos son mi única ventana a una Palestina que nunca he visto.
“En la Palestina ocupada”, está escrito a mano en el reverso de una foto de mi madre de un viaje que organizó su escuela hace 35 años.
Mi madre visitó la Palestina ocupada muchas veces en la década de 1980. Y nos contó innumerables historias sobre el abuelo que los llevaba de excursión a visitar las montañas de Nablus, las playas de Jaffa y las hermosas calles de Beersheba.
Nunca he estado en ninguna otra ciudad palestina que no sea Gaza, donde nací y me crié, y ahora estoy asediada.
Sin embargo, en un lugar profundo de mi corazón, anhelo estar allí para jugar con amigos, correr por los campos y respirar Palestina.
Quiero desesperadamente hacer fotos en todas las ciudades palestinas y sentirme palestina. Necesito coleccionar recuerdos de cada viaje para presumir con emoción ante mis hijos de las dulces experiencias vividas. Por ahora, siento que soy un 10% palestina.
Al volver al álbum de fotos, reflexiono sobre la persona que podría haber sido en una Palestina libre. Mamá interrumpe mi hilo de pensamiento.
“Papá me alquiló una cámara para el viaje. Me enseñó a usarla, así que me fotografié allí en una Palestina que no siempre vemos. Todo esto terminó después de la Primera Intifada en 1987, así que no pudimos visitar nada de Palestina fuera de Gaza”, explica mamá.
Yo, por supuesto, sé que hay innumerables fotos y vídeos de Palestina en Internet. Pero necesito sentirme más cerca de la tierra. Saber que mi madre estuvo una vez allí aligera mi nostalgia.
“Era invierno, y el día era más corto de lo que necesitábamos para visitar más lugares. Sólo visitamos dos lugares: un parque y un zoo”, continúa mamá.
‘Ah, mamá, podrías haber hecho más fotos del lugar en sí, no de los animales. ¡Entonces quiero ver Palestina!’, pienso.
Once de enero de 1985: foto número 16.
Es el año 2022. Si pudiera hacer el ansiado viaje, elegiría un día largo y soleado, planificaría una lista de destinos a visitar y conseguiría más de una cámara.
“La cámara que alquiló papá para mí solo tiene 28 fotos; no había móviles ni Snapchat para capturar cada vista como siempre se hace hoy en día”. Mamá volvió a leerme la mente.
El derecho a viajar
La Convención de la ONU que garantiza la libertad de circulación declara en su artículo 13:
“La libertad de circulación es un concepto de derechos humanos que abarca el derecho de las personas a viajar de un lugar a otro dentro del territorio de un país y a salir del país y regresar a él.”
A los palestinos de Gaza se les impide visitar Palestina, o incluso rezar en Jerusalén. Y si tienen la ‘suerte’ de tener el permiso de visita, tendrán que ser “revisado” repetidamente. Aunque mamá tuvo suerte, se sintió despojada de la tierra en su camino.
“El largo camino hasta nuestro destino estaba lleno de cipreses y naranjos, y las vastas zonas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Durante todo el camino, me quejé para mis adentros: ‘¡Me robaron esta belleza!’”. describe mamá.
Asiento con la cabeza mientras ella continúa con sus descripciones.
Pensé en que un viaje así fue uno de los sueños de mi vida: el paseo por el camino, comulgar con la naturaleza, escuchar mi lista de canciones favoritas y cantar Sabbal Oyouno, Wein A’a Ramallah, Zareef AlToul.
El poema Wala de Susan Abulhawa pasa por mi mente:
Cabalgas
El país que te robaron
Semillas fuera de tu ventana
Y te imaginas
El hombre que hubieras sido
El hombre que deberías haber sido
Allá afuera
En una Palestina
Sin violar
No robada
Si tan sólo nos hubiéramos criado en una Palestina no ocupada. Si al menos no llamáramos “afortunados” a los enfermos que van a Jerusalén para recibir tratamiento médico. Si sólo el propietario de la tierra pudiera visitarla libremente.
En su poema Jerusalén, Sara Ali llama “afortunado” al soldado europeo blanco israelí por quedarse en Jerusalén.
En Jerusalén, donde soy un visitante con permiso.
¿Adivina qué? No puedes conseguir ese permiso a menos que te estés muriendo, o tengas más de 55 años… si es que vives hasta esa edad.
Entonces, compruebo la distancia entre Gaza y Jaffa, de donde soy originario. Son sólo 175,9 km de ida y vuelta, lo que supone 2 horas y 18 minutos en coche.
Es humillante e injusto estar tan cerca de la ciudad de tus sueños y no poder visitarla. De nuevo, como describe Sara Ali en Jerusalén:
El hogar, por un momento, parece tan cercano
Y sin embargo, tan, tan lejos
Jerusalén
“Hubo momentos en los que desayuné en Gaza, viajé en autobús a Haifa, almorcé en Haifa y cené en Jaffa”, comenta papá.
“¿Y en Jerusalén?” pregunto.
“Durante años, solía ir todos los viernes a Jerusalén para rezar”, responde papá con entusiasmo.
Refunfuñando, mamá dice: “Sólo fui una vez después de pedir permiso para visitarla a finales de los 90. Ojalá hubiera podido visitarla más veces”.
Jerusalén no está tan lejos de Gaza. Está a sólo 78 km, una hora y media en coche. Aun así, a los gazatíes no se les permite rezar en Al-Aqsa ni comer el ka’k caliente de Jerusalén.
La vívida descripción de la belleza de Jerusalén me encanta cada vez que mis padres empiezan a describirla. Mis hermanos y yo contemplamos y escuchamos durante horas sus aventuras.
“Vivir en una cárcel al aire libre, y a la vez privado de ver Jerusalén durante más de 22 años, duele. Sobre todo para una chica cuya afición favorita es viajar, mientras que nunca había salido de la franja. Es una tragicomedia”, me quejo.
“También duele cuando la visitas sólo por trabajo. No hay que relajarse, entonces”, concluye papá.
“Al menos, tú lo hiciste, papá”, susurro en silencio.
Aliviada, miro los cuadros, pero los antiguos álbumes de fotos caen al suelo. Creo que están hartos de todos los sentimientos de añoranza, morriña y nostalgia.
“Quds, ¿verdad, tía?”, pregunta la pequeña Sahar.
“Sí”, sonrío.
Quizá ahora reconozca bien las fotos de su padre. Y pronto reconocerá su tierra natal. Ya es hora de que empiece a echarla de menos.
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Reem A. Hamadaqa es graduada del Departamento de Inglés de la Universidad Islámica de Gaza, que vive en Gaza, Palestina.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 3 de febrero de 2022.