Por Tom Suarez para Mondoweiss
Se publicó un nuevo esfuerzo de 1.385 palabras para definir el antisemitismo, la Declaración de Jerusalén sobre el Antisemitismo (en adelante JDA), a la que suscribieron más de 200 signatarios. No tengo ninguna duda de que muchos de los firmantes, algunas personas por las que tengo un franco respeto, usarían el documento con justicia. Pero el texto está escrito principalmente para todos los demás, no para sus signatarios, y por esa medida, en mi opinión, falla.
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Sus autores explican que redactaron el documento en respuesta a la confusión creada por la definición de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por su sigla en inglés), definición que los intereses proisraelíes empujaron en instituciones y gobiernos, incluido el Departamento de Estado de Estados Unidos, y que los gobiernos a su vez la impusieron en las universidades bajo amenaza de recortes de fondos u otras coacciones.
En una entrevista en video de JDA, Alon Confino, profesor de UMass Amherst, explicó que los expertos en varios campos se reunieron “con un sentido de urgencia y responsabilidad”, en respuesta al “estado actual” de la discusión sobre el antisemitismo, que está lleno de “desunión, confusión, conflicto e incluso ira”. Pero la JDA no necesariamente pretende reemplazar a la IHRA: como se indica en el Preámbulo de la JDA, el documento se puede utilizar “como una herramienta para interpretar” la IHRA.
Pero sin importar las mejores intenciones de sus autores, la JDA puede ser utilizada (y por lo tanto lo hará) al estilo de la IHRA para amordazar el debate honesto y permitir que el Estado israelí continúe con sus crímenes difamando a los críticos —es decir,el propósito mismo y primigenio de la IHRA. Mi temor es que nosotros, colectivamente, que hemos sido maltratados por los proveedores de la IHRA, nos apresuremos a adoptar la JDA como su antídoto; y cuando el documento se utilice en nuestra contra, será demasiado tarde, ya que ya habríamos concordado con sus parámetros irremediablemente maleables.
El fracaso era innecesario. En marcado contraste con la IHRA, la JDA sí incluye una definición concisa, coherente e íntegra de antisemitismo:
El antisemitismo es discriminación, prejuicio, hostilidad o violencia contra judíos (o instituciones judías o de origen judío).
Esta no es solo una excelente definición de intolerancia antijudía,sino que es un modelo completo para cualquier racismo. Simplemente reemplace el antisemitismo y los judíos con cualquier otra víctima del racismo.
Pero antes de que el texto llegue a esta definición, ya resultó comprometida por el Preámbulo que la precede y luego irreparablemente distorsionada por las Directrices que la siguen.
“El antisemitismo está aumentando mientras tenemos esta conversación”, comentó la moderadora Stacy Burdett en la entrevista en video de JDA. “No podemos olvidar lo complejo que es el antisemitismo; cambia de forma y seguirá cambiando”.
Es precisamente este misticismo interminable sobre lo que es el antisemitismo lo que la JDA debería haber desautorizado y dejado de lado.
Uno debería preguntarse, más bien, por qué la definición de antisemitismo se trata siempre como esquiva —como algo que “cambia de forma”— o, más concretamente, por qué el racismo contra los judíos, a diferencia de cualquier racismo contra cualquier otro grupo, requiere su definición propia. Uno se pregunta, de hecho, por qué no se denuncia esta búsqueda como “separativismo” o “excepcionalismo” judío, sellos distintivos del fanatismo antijudío.
Al igual que la IHRA, la JDA enreda artificialmente la cuestión del racismo antijudío en el contexto de una non-sequitur (es decir no se desprende lógicamente de lo anterior): el Estado de Israel y Palestina. Y al igual que la IHRA, la JDA coloca ilógicamente la responsabilidad sobre el antisionismo, un movimiento antirracista, para demostrar que no es antisemita, en lugar de responsabilizar al sionismo, una ideología étnico-nacionalista.
Al igual que la IHRA, la JDA dicta cómo se permite y no se permite a la gente discutir lo que la Declaración define como el “conflicto” israelí-palestino —conflicto en sí misma es una palabra peyorativa en tanto que niega la realidad de un ocupante militar masivo que atrapa a una población indígena sin medios para defenderse.
Mientras que la IHRA explota la palabra “Holocausto” en su título, la JDA es menos indignante y utiliza la palabra “Jerusalén”. ¿Por qué usar Jerusalén, la mitad de la cual Israel ocupó militarmente desde 1967, y la otra mitad desde 1948, desafiando los acuerdos sobre los que se fundó el Estado? La explicación de la JDA —de que se convocó por primera vez en Jerusalén— solo subraya este punto.
Más problemáticas son las ‘Directrices’ de la JDA, que son el equivalente a los famosos ‘Ejemplos’ de la IHRA. De las quince ‘Directrices’ de la JDA, once involucran a Israel. Se dividen en tres categorías: General; Israel y Palestina (se dice que son antisemitas); e Israel y Palestina (se dice que no es necesariamente antisemita).
Un tema se titula “Hostilidad hacia Israel”. ¿Qué tiene esto que ver con una definición de antisemitismo? La misma yuxtaposición presupone algún vínculo intrínseco entre los judíos, como judíos, y el Estado del apartheid en Medio Oriente. Según la JDA, la ‘hostilidad’ hacia este Estado podría ser “animosidad antisemita” o “reacción a una violación de los derechos humanos”. Sin embargo, es mucho más probable que los verdaderos fanáticos antijudíos, el presunto sujeto de la definición, sean proisraelíes y apoyen totalmente sus “violaciones de los derechos humanos”; pero en ninguna parte la JDA pone la responsabilidad sobre los partidarios de Israel para que demuestren que su apoyo no es el resultado del antisemitismo.
Una tercera posible razón de la “hostilidad hacia Israel” aborda la hostilidad específicamente desde el punto de vista palestino: la hostilidad hacia Israel “podría ser la emoción que siente un palestino por su experiencia a manos del Estado”. Esta, la única aparición de la palabra ‘emoción’ en todo el documento, se aplica exclusivamente a las víctimas directas de los crímenes israelíes, las mismas personas que tienen la experiencia vivida más basada en hechos para una ‘hostilidad’ completamente racional hacia el Estado. El efecto es negar a los palestinos la dignidad de simplemente exigir ser libres de sus grilletes. Si la palabra ‘emoción’ debe aplicarse en cualquier lugar, es para cuadrar las diversas desconexiones cognitivas inherentes a las narrativas israelí y sionista.
Otra directriz aborda el antisemitismo que se esconde en el “discurso codificado”: “El antisemitismo puede ser directo o indirecto, explícito o codificado”, e “identificar el discurso codificado es una cuestión de contexto y juicio”. Aquí nuevamente, se invoca a Israel: “Exagerar enormemente su influencia real [de Israel] puede ser una forma codificada de racializar y estigmatizar a los judíos”. No importa quién decida qué es “enormemente exagerado”: la cuestión de cuánta influencia ejerce el Estado israelí más allá de sus fronteras aún indefinidas es irrelevante. Lo único que importa es si se dice que esa supuesta influencia es sinónimo de “los judíos”.
JDA afirma que “la crítica basada en la evidencia de Israel como Estado” no es, “a primera vista”, antisemita. Pasando por alto la insinuación “a primera vista”, ¿por qué “basada en la evidencia”? Es irrelevante si la crítica se basa en algunos criterios indefinidos “basados en pruebas”. Todo lo que importa es si la crítica —o los elogios— provienen del prejuicio contra los judíos como judíos. Todas las demás naciones del mundo son criticadas tanto de manera justa como injusta, pero solo con respecto al Estado israelí, que se auto asignó a sí mismo su identidad judía profesada, se lo estigmatiza como constitutivo de racismo contra una etnia.
Irónicamente, esto también permite que los verdaderos antisemitas zafen. Históricamente, muchas de las personas que exaltan la idea de un Estado israelí lo hicieron precisamente porque odian a los judíos: ya sea porque quieren que Israel sea como un vasto gueto que mantenga a los judíos alejados de sus costas (un factor importante en el período anterior al Estado), y/o porque es el primer paso para que los judíos sean condenados al infierno en el fin del mundo (un factor importante entre los cristianos sionistas de hoy), y/o porque explotan tropos antijudíos clásicos para su ventaja política (como Donald Trump y los de su calaña). El ejemplo final del documento entre “ejemplos que a primera vista son antisemitas” dice así:
Negar el derecho de los judíos en el Estado de Israel a existir y prosperar, colectiva e individualmente, como judíos, de acuerdo con el principio de igualdad.
Esto se lee como una verdad evidente por sí misma. ¿Quién podría objetar? Pero cuando intentás averiguar qué significa, resulta ser la parte más intrincada internamente de todo el JDA. [1]
Primero, significa implícitamente que para no ser antisemitas debemos aceptar la existencia de ese Estado, sea lo que sea que ese Estado pueda significar, y vincular la identidad judía con él. La frase “con el principio de igualdad” no hace nada para mitigar esto, sino que nos obliga a entrar en un bucle logístico infinito creado por Israel. Israel se creó a sí mismo importando judíos, judíos y solo judíos, como colonos para crear un Estado étnicamente ‘puro’ que reemplazara a los pueblos indígenas. Y así, “el principio de igualdad” significaría que millones de palestinos desplazados en Gaza, en Cisjordania, en los campos de los países vecinos y más allá, ahora repentinamente “iguales” después de setenta y tres años, regresarían a sus propios hogares en su propia tierra, pero los encontrarían ocupados por (como dice JDA) “judíos en el Estado de Israel”.
Este es un enigma étnico creado por Israel y sólo por Israel. Los palestinos limpiados étnicamente no decidieron elegir una etnia exclusiva que se apoderara de sus hogares y vidas. Entonces, ¿qué significa en realidad el “derecho de los judíos en el Estado de Israel a existir y florecer […] con el principio de igualdad” cuando los hechos en elterreno fueron diseñados racialmente por ese mismo Estado? De hecho, incluso para comenzar a pretender cualquier “principio de igualdad”, Israel tendría que deshacer toda la letanía de su desafío de setenta y tres años a las Naciones Unidas y al derecho internacional. El “principio de igualdad” haría que Israel se detuviera en la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, si es que el Estado existiera. El “principio de igualdad” devolvería a sus propietarios millones de negocios, huertos, activos, fábricas e industrias palestinos robados por el Estado israelí y sus colonos —y, sin duda, sin ese robo al por mayor de un país prefabricado, el nuevo Estado probablemente habría nacido muerto en 1948. [2]
En el análisis final, el punto central es este: ¿Puede este documento de la JDA, tal como está escrito, usarse para difamar falsamente a las personas como antisemitas? Y, a la inversa, ¿excusar, e incluso glorificar, el actual fanatismo antijudío? La respuesta, en mi opinión, es claramente ‘sí’ en ambos aspectos.
Once palabras en el documento JDA —“el antisemitismo es discriminación, prejuicio, hostilidad o violencia contra los judíos como judíos”— podría haber destilado la claridad que debería haber sido obvia todo el tiempo, si no hubieran estado rodeadas por las otras 1374. Pero desde el punto de vista de los intereses israelíes, la JDA ya fue un éxito, porque la tarea pendiente nos mantuvo una vez más fuera de lugar mientras el Estado continúa, como de costumbre, sin restricciones. Los palestinos, que no tienen nada que ver con el antisemitismo, pero cuyo destino colectivo es para siempre víctima de nuestra obsesionada fascinación por el antisemitismo, son nuevamente los perdedores. El camino a seguir es detener esta distracción que se perpetúa a sí misma sobre lo que es una definición muy simple y constante de una sola oración, y continuar con la lucha contra el racismo sin importar la identidad de sus víctimas.
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Tom Suarez es el autor de “Writings on the Wall”, una colección comentada de historias orales palestinas recopiladas por el Instituto Educativo Árabe en Belén (2019)
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 31 de marzo de 2021.
REFERENCIAS:
1. La penúltima sección de preguntas frecuentes del sitio de JDA intenta abordar este problema, pero falla. De las preguntas frecuentes: “[P] La directriz 10 dice que es antisemita negar el derecho de los judíos en el Estado de Israel ‘a existir y prosperar, colectiva e individualmente, como judíos’. ¿No contradice esto las directrices 12 y 13? [A] No hay contradicción. Los derechos mencionados en la directriz 10 se aplican a los habitantes judíos del Estado, cualquiera que sea su constitución o nombre. Las Directrices 12 y 13 aclaran que, a primera vista, no es antisemita proponer un conjunto diferente de arreglos políticos o constitucionales”. La Directriz 12 incluye esta declaración, “no es antisemita apoyar acuerdos que otorguen plena igualdad a todos los habitantes ‘entre el río y el mar’, ya sea en dos Estados, un Estado binacional, un Estado democrático unitario, un Estado federal o de cualquier forma”.
2. Para un análisis económico, ver John Ruedy, “Dynamics of Land Alienation”, en Abu-Lughod, Ibrahim (ed.), Transformation of Palestine [Northwestern University Press, 1987], esp 134-136.