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El Interprete Digital

La vida de los hombres palestinos importa: el problema de señalar a niños y mujeres

Por Hedi Viterbo para Jadaliyya

Hombre palestino. [Libertinus/Creative Commons]

La cobertura de los medios internacionales de las víctimas en la Franja de Gaza tiende a señalar a los niños. Su sufrimiento y la pérdida de sus vidas se colocan al frente y al centro. A menudo, también se menciona a las mujeres palestinas. Y un enfoque similar en “mujeres y niños” —un término acuñado por Cynthia Enloe hace tres décadas— también se puede encontrar en las campañas de derechos humanos.

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Mientras tanto, no se presta ni de lejos este nivel de atención al sufrimiento y la muerte de hombres palestinos adultos. Con demasiada frecuencia se ignoran sus nombres, rostros e historias. Y, sin embargo, la mayoría de las víctimas mortales en Gaza —más de la mitad durante la actual ofensiva militar de Israel y más del 70 por ciento desde principios de este siglo— fueron hombres adultos. El hecho de distinguir a niños y mujeres, incluso si está motivado por las mejores intenciones, corre el riesgo de devaluar la vida de estos hombres.

Una razón clave del descuido de la comunidad internacional hacia los hombres palestinos es la creencia de que los niños y las mujeres son, por definición, excepcionalmente vulnerables, inocentes o ambos. Pero incluso, si en el mundo actual algunas formas de vulnerabilidad se correlacionan con la edad y el género, tiene poco sentido hablar de todos los ‘niños’, ‘mujeres’ y ‘hombres’ como grupos distintos y uniformes.

Según la Convención sobre los Derechos del Niño —el tratado más ratificado del mundo—   el término ‘niño’ generalmente se aplica a cualquier persona menor de 18 años. Si seguimos esta definición, la mitad de la población de Gaza son niños. Los palestinos dentro de este grupo varían considerablemente en sus edades, circunstancias y rasgos. Un niño de 17 años, por ejemplo, bien puede ser menos vulnerable que muchos ‘hombres’ de Gaza. Agrupar a mujeres y niños como un solo grupo vulnerable e inocente solo empeora las cosas.

La imagen de niños y mujeres como víctimas indefensas, también ignora su papel activo en la lucha nacional palestina. Los niños, específicamente, estuvieron a la vanguardia de la actividad política a lo largo de la historia palestina, pero su presencia en esta arena atrajo por primera vez una atención global sustancial durante la Intifada de 1987-1993. Más tarde, cuando crecieron y fueron entrevistados sobre su participación en este levantamiento popular, muchos de ellos dijeron que los había hecho más fuertes, más autosuficientes, política y socialmente conscientes y más responsables de lo que hubieran sido de otra manera.

En Palestina y en otros lugares, los niños a menudo exhiben una notable capacidad de recuperación e ingenio, a veces más que muchos de sus contrapartes adultos. Los niños trabajadores, que mantienen económicamente a sus familias, son un ejemplo. Los niños que cuidan a sus padres enfermos son otro. Los niños que sirven como traductores para sus padres inmigrantes son otro ejemplo más. Y la lista podría seguir.

Por otro lado, los adultos —incluidos los hombres— a menudo se apoyan en los niños. Como ejemplo, consideremos las palabras de Ahed Tamimi, la joven de 16 años de Cisjordania cuyo encarcelamiento en una prisión israelí generó condenas en todo el mundo hace tres años. “Los menores eran realmente la parte más fuerte de la prisión”, dijo en ese momento, y agregó: “Incluso darían fuerza a los adultos”.

Además, según estudios de guerras en otras partes del mundo, los hombres en edad de reclutamiento son un grupo particularmente vulnerable. Entre otras cosas, corren un mayor riesgo de ser asesinados sumariamente, detenidos arbitrariamente y reclutados por la fuerza.

La vulnerabilidad, entonces, es demasiado compleja para reducirla a la edad y al género. Asociar la vulnerabilidad con los niños y las mujeres —y solo con ellos— es perjudicar a los palestinos de todas las edades y géneros.

En cuanto a la inocencia, el derecho internacional de la guerra establece una distinción entre dos grupos: civiles y combatientes. Los primeros, presuntamente inocentes por no participar en actos de violencia armada, gozan de protecciones legales especiales. Los últimos, por el contrario, se consideran objetivos militares legítimos. Además, varios documentos internacionales —incluidos los Convenios de Ginebra, la Convención sobre los Derechos del Niño y la Declaración de la ONU sobre la Protección de Mujeres y Niños en Emergencias y Conflictos Armados— otorgan protecciones especiales a niños y mujeres en tiempos de guerra. Como resultado, la frase ‘mujeres y niños’ tiende a utilizarse como una abreviatura de ‘civiles inocentes’.

Entonces, lo que implica el enfoque en los niños y las mujeres como víctimas inocentes es que los hombres palestinos son objetivos a los que se puede matar. En última instancia, esta noción le hace el juego a las fuerzas armadas israelíes, sirviendo a sus intentos de legitimar su violencia.

Israel no está solo a este respecto. Estados Unidos utiliza un razonamiento similar para justificar sus ataques con aviones no tripulados contra hombres en países como Afganistán e Irak. La descripción de palestinos, afganos, iraquíes y otros musulmanes como terroristas peligrosos es un tropo islamofóbico demasiado familiar. De esta manera, la etiqueta de ‘combatiente’ corre el riesgo de equipararse cada vez más no solo con la edad (adultos) y el género (hombre), sino también con la religión (musulmán), la nacionalidad y la raza.

Para evitar las acusaciones de que ataca indiscriminadamente áreas pobladas, Israel también acusó a los gazatíes de utilizar la presencia de los niños para proteger a las fuerzas militares o las zonas de ataques. Este cargo fue inventado como una especie de defensa legal preventiva: la implicancia de que niños palestinos participaban en un combate supuestamente previene y, por lo tanto, exime a Israel de apuntar solo a combatientes adultos. Esta afirmación pasa por alto convenientemente el uso por parte de los soldados israelíes de palestinos no combatientes, incluidos niños, como escudos humanos durante décadas. En 2014, un comandante israelí que había autorizado esta práctica en varias ocasiones fue ascendido a subjefe del Estado Mayor y actualmente es miembro de la Knesset, el Parlamento israelí. Además, si la proximidad de los civiles a los emplazamientos militares los convierte en escudos humanos, dicha proximidad se produce no sólo en Gaza —uno de los territorios más densamente poblados del mundo— sino también dentro de las fronteras de Israel anteriores a 1967, donde se crearon grandes bases militares o cerca de los centros urbanos.

Como argumentó convincentemente Maya Mikdashi durante la ofensiva militar de Israel en Gaza en 2014:

“La máquina de guerra israelí, al igual que la máquina de guerra estadounidense en Afganistán o Irak, no protege a los homosexuales palestinos ni a las mujeres y los niños. Los mata, los mutila y los despoja junto con sus seres queridos, por la sencilla razón de que son palestinos. Hoy en día, la diferencia entre las mujeres y los niños palestinos y los hombres palestinos no radica en la producción de cadáveres, sino en la circulación de esos cadáveres dentro de los marcos discursivos dominantes y dominados que determinan quiénes pueden ser llorados públicamente como ‘víctimas’ de la maquinaria de guerra de Israel.

Sin duda, los niños y las mujeres palestinos merecen el apoyo de la comunidad internacional. Pero también lo hacen sus homólogos masculinos adultos. Centrarse solo en lo primero es ir a lo seguro, porque muchos en todo el mundo fueron programados para ser menos compasivos con los hombres, especialmente con los de comunidades colonizadas y marginadas. Esta empatía selectiva no debería reforzarse.

Por todas estas razones, la conversación global sobre Palestina debe cambiar. Los hombres palestinos merecen vivir y prosperar. Sus vidas importan. A menos que se les preste la debida atención, Israel nunca deberá rendir cuentas por su violencia.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Hedi Viterbo es profesor de derecho en la Universidad Queen Mary de Londres. Su investigación examina cuestiones legales relativas a la infancia, la violencia estatal y la sexualidad desde una perspectiva interdisciplinaria y global.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Jadaliyya el 20 de mayo de 2021.