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El Interprete Digital

Recordando a Shaykh Emad Effat: académicos poderosos y clérigos del poder

Por H.A. Hellyer para Jadaliyya

Graffiti de Emad effat en la calle Mohamed Mahmoud. [Hossam Al Hamalawy/ Creative Commons]

Poderosos eruditos y clérigos del poder. 

“Insto a todos, especialmente a mis estudiantes, a hacer una pausa y reflexionar. El indicador no es el éxito de la revolución, sino la adopción de una posición. Las revoluciones pueden abortarse y los llamamientos sinceros pueden derrotarse. Algunos profetas, la paz sea con ellos, vendrán solos en el Día del Juicio, algunos fueron asesinados, y eso no es una medida de fracaso. Para nada; el indicador es la posición de uno mismo”.

—Shaykh Emad Effat

 [Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Emad Effat fue probablemente un nombre poco conocido internacionalmente durante gran parte de su vida. No buscó ser el centro de atención y se contentaba con cumplir con sus deberes, como un respetado erudito religioso azhari. Pero cuando murió, cuando fue asesinado, a finales de 2011 en Egipto, su memoria quedó inmortalizada. Pasaron poco más de nueve años desde su fallecimiento, y diez desde el levantamiento revolucionario egipcio en el que creía tan profundamente. Una decada después, él representa tanto. Tanto por lo que se negó a hacer, por principio, como por lo que hizo, por convicción. 

Su historia significa algo no sólo para los egipcios, como una figura revolucionaria, sino también para los árabes de la región en general y para los musulmanes en todo el mundo. Es el ejemplo de una figura que se negó a permitir que el discurso religioso de su fe fuera utilizado y abusado por las maquinaciones de los aparatos estatales, por un lado, y los movimientos locales, por el otro. Ya sea en El Cairo, Ankara, Doha, Abu Dabi o Riad, por nombrar algunos, varios actores estatales, además de actores no estatales, instrumentalizan libremente la religión y el discurso religioso como parte de sus esfuerzos de diplomacia pública. De hecho, en formas que no están desprovistas de los juegos de poder, por decir lo mínimo, en lugar de  en la búsqueda de una misión ética real más allá de una estrecha definición de ‘interés nacional’.

Es una crítica interesante porque ciertamente si bien podemos señalar que este tipo de instrumentalización es algo de lo que varios grupos políticos fueron y siguen siendo culpables. Es un ejercicio de igualdad de oportunidades, especialmente cuando consideramos diferentes regímenes en la región. Particularmente, en este momento en que toda la región del Medio Oriente y África del Norte, y más allá insiste continuamente en exigir que cada uno deba alinearse con un eje de poder u otro, Shaykh Emad muestra un tipo diferente de enfoque, uno que proviene de “los espacios marginales e inconformistas”. [1]

El hombre

Effat, un egipcio profundamente leal y comprometido, provenía de un entorno bastante intrigante. Sus allegados aluden a una etapa más joven de su vida, cuando su política era más radical, más revolucionaria, aunque siempre no violenta. Sin embargo, cuando era joven, finalmente fue influenciado para seguir un camino diferente y se aferró a una interpretación sunita completamente normativa de su tradición religiosa, según lo informado por su formación azhari. Eso lo llevó a enseñar en la mezquita Azhar, la sede simbólica del poder dominante azhari, que es la sede del preeminente poder dominante religioso sunita en todo el mundo. Lo más significativo de todo es que fue un alto funcionario de Dar Al  Ifta Al Misriyya (o El Consejo Egipcio para los Edictos islámicos), donde especialistas en jurisprudencia islámica emiten sus opiniones sobre una amplia variedad de temas dentro de la vida personal de los musulmanes.

Quizás esa fase más joven, más ‘radical’ posiblemente inmunizó a Effat de los efectos nocivos más adelante en su vida, mientras navegaba por los caprichosos caminos de las instituciones oficiales egipcias. Porque ciertamente formó parte de la burocracia egipcia: Dar Al aI Ifta es una institución estatal que se encuentra bajo la jurisdicción del Ministerio de Justicia egipcio. Muchos de estos Estados ‘poscoloniales’ insisten en ciertas narrativas, tanto verdaderas como falsas, y si uno rechaza esas narrativas, es sumamente difícil continuar operando dentro del aparato institucional dominante en la esfera religiosa. La disonancia cognitiva sería demasiado grande. De forma lenta pero segura, se construye la narrativa psicológica de un castillo de naipes. A menudo —quizás, casi siempre— sin el reconocimiento genuino de lo frágil que es esa narrativa entre quienes la sostienen.

Shaykh Al  Thawra: el Shaykh de la Revolución

Uno podría haberse imaginado, por lo tanto, que cuando se produjo el levantamiento revolucionario egipcio de 2011, el Shaykh Emad Effat estaría entre esas figuras religiosas que apoyaron al Estado y se opusieron al levantamiento al calificarlo como fuente de luchas civiles (fitna) e ilegales (haram). Pero Effat no estaba entre ellos. Effat, por alguna razón, había escapado de ser condicionado por tales narrativas desde el comienzo de su carrera en la maquinaria estatal y, a pesar de su posición, no estaba entre esos miembros proestatales de la normatividad religiosa. En cambio, él mismo fue a la plaza Tahrir, en el centro de la capital de su país, y participó en las protestas simplemente como un egipcio que amaba a su país.

Es aún más llamativo que lo haya hecho si se tiene en cuenta que tanto la institución para la que trabajaba, como los muftis de la época, se oponían intensamente a las protestas. Un alumno de Effat escribió:

“Nunca me pidió mi opinión sobre ir a la plaza (Tahrir)”, dijo el gran mufti. “Me culpó por no haber ido yo mismo. Él decía: ‘El aire alrededor de Tahrir ahora es más puro para mí que el aire alrededor de la Kaaba'”.

Su viuda, Nashwa Abdel Tawab, declaró: “durante las sentadas en la plaza Tahrir (en enero y febrero de 2011, cuando estalló el levantamiento revolucionario), iba a trabajar por la mañana y pasaba la noche en la plaza”. El Shaykh Emad creía en esa revolución como una forma de “ordenar el bien y prohibir el mal”, como lo estipula el verso coránico. Durante el día, continuaba su trabajo como parte del aparato estatal oficial y, por la noche, iba a la plaza Tahrir, a pedir rendiciones de cuentas a ese mismo aparato estatal. Él nunca vio ninguna contradicción en eso, porque lo hizo basándose en principios.

Husayn y Hasan

Los eruditos musulmanes que estudian la historia islámica identifican tres tipos de enfoques hacia la autoridad política que haya derivado en un carácter injusto. El primero fue el del Imam Husayn, nieto del Profeta, quien desafió abiertamente la tiranía de su época. El segundo fue el del Imam Hasan, que se opuso a la injusticia, pero lo hizo sin un desafío abierto por temor a que eso condujera a aún más injusticia debido a la resistencia del tirano. Sin embargo, no normalizó a ese tirano más allá de lo absolutamente necesario para proteger a los vulnerables. La última categoría serían aquellos que aceptan la narrativa del tirano como normativa en sí misma. Se podría decir que Shaykh Emad ejemplificó particularmente el enfoque de Husayn, y algunas veces a Hasan. No obstante, sobre una base meramente religiosa, su principal enfoque fue el rechazo a normalizar la narrativa de autoridades políticamente injustas.

Su defensa de esa tradición husayniana continuó más allá del levantamiento, como lo expresa la historia narrada por Waleed Almusharaf quien aclaró: “Entre las últimas conversaciones que (Shaykh Emad) tuvo, quizás dos semanas antes de su muerte, estaba una que Tarek escuchó mientras estaba sentado en la oficina del shaykh en Dar Al Ifta. Un hombre llamó pidiendo una fatwa, una opinión legal no vinculante del jeque Emad, me dijo Tarek. Quería saber si estaba permitido, de acuerdo con la sharia, que un oficial de policía u otro funcionario del gobierno disparara contra los manifestantes. ‘No’, dijo Shaykh Emad. ‘¿Y si están atacando a la policía con piedras?’, preguntó el hombre. ‘No’ [respondió Emad]. ‘¿Y si están destruyendo propiedades y causando daños?’. ‘No’ [insistió Emad]. ‘¿Qué pasa si están causando conflictos civiles entre los musulmanes?’, dijo el hombre, invocando el más grave de los actos sociales en la religión. ‘No’ [aseveró Emad]. ‘¿Existe alguna circunstancia en la que tal vez un oficial de policía tenga derecho a disparar contra un civil?’, insistió el hombre. ‘En teoría’, le dijo Shaykh Emad, ‘es posible que exista una circunstancia en la que un oficial pueda disparar a un civil, de forma no letal, pero yo, por mi parte, no daré mi opinión'”.

Ese tipo de insistencia en mantener un mundo profundamente ético, arraigado en un sentido de justicia, oponiéndose particularmente a la injusticia dirigida por el Estado, es lo que hizo a Effat tan sorprendente en un momento en que tan pocos dentro de diferentes aparatos clásicos gubernamentales religiosos parecen estar dispuestos a hacer lo mismo. De hecho, esa tentación de normalizar la injusticia —desde el interior de estos aparatos religiosos— es particularmente común hoy en día, y tiene poco en común con los imperativos de Husayn o Hasan que sostenía Effat.

Comerciantes de religión

Existe otro aspecto interesante de Shaykh Emad: su oposición a ciertos grupos islamistas en Egipto. Por supuesto, como uno podría suponer razonablemente, que se opuso a extremistas como Al  Qaeda, (el llamado grupo Estado Islámico de Irak y el Levante aún no era una realidad). Pero también se mostraba profundamente antipático por cómo los grupos islamistas de la época estaban instrumentalizando la religión para propósitos que él consideraba poco éticos. Ibrahim Al Houdaiby, un destacado activista revolucionario y comentarista en Egipto, una vez tuiteó sobre la muerte de manifestantes, principalmente coptos, en El Cairo a manos de las fuerzas estatales, durante la infame masacre de Maspero que tuvo lugar en octubre de 2011, sólo unas semanas antes de que mataran a Effat. Al Houdaiby declaró que cualquier conversación que no comience con la condena de la masacre, es “una afrenta a la humanidad y al patriotismo”. Shaykh Emad, quien tuiteó nueve veces en su vida, agregó: “Y a la religión”.

Ese era el lugar que ocupaba el vocabulario religioso en el léxico de Shaykh Emad: defender la verdad contra el poder, no tratar de explicar los abusos del poder mediante la gimnasia verbal. Lo tenía muy claro cuando se trataba del Estado egipcio, a pesar de que trabajaba en una de sus instituciones, y también lo tenía claro cuando se trataba de sectarismo. La masacre de Maspero no fue más que un atropello sectario, perpetrado por instituciones estatales y defendido, en ese momento, por populistas de derecha como miembros de la Hermandad Musulmana, los grupos nacionalistas de línea dura y otros. Pero no por Shaykh Emad.

En el año en que Effat vivió el período revolucionario de Egipto, quedó claro que su política, bien fundada en su ética y arraigada en su cosmovisión religiosa, insistía en una cosa: rechazar la injusticia, ya fuera promovida a través del nacionalismo como por la retórica religiosa. Esto le hizo ganarse muchos amigos en el campo revolucionario, pero no tantos entre los partidarios de Mubarak, ni, al menos durante su vida, del contingente de la Hermandad de la época, que había elegido una trayectoria particular de enfrentamiento con los militares que terminó en catástrofe.

Y su espíritu se levantó

El 19 de diciembre de 2011, las fuerzas militares que custodiaban el edificio del Gabinete cerca de la plaza Tahrir intentaron desalojar por la fuerza una pequeña sentada que se había organizado allí. La sentada era una protesta contra el continuo control del poder por parte de los militares, por lo que se exigía que la autoridad ejecutiva se transfiera a los civiles. Cuando Effat se enteró que se buscaba suprimir por la fuerza la manifestación que estaba en curso, se solidarizó. Effat iba vestido como un ciudadano egipcio normal, como siempre lo hacía en las protestas, no con su ropa de azhari, puesto que prefería participar no como representante de una institución. Ninguna investigación encontró al culpable, pero en 2012 no se tenía ninguna duda sobre el hecho de que las fuerzas de seguridad le dispararon en medio de la represión. El testimonio de Waleed Almusharaf de la época revela tal y como fue: “Después de que la bala atravesó el cuerpo del Shaykh Emad Effat, su cuerpo golpeó el suelo y su espíritu se elevó para encontrarse con su Seño, poco tiempo después de que se llamara a la oración del atardecer, una noche de un viernes de diciembre. Su familia y amigos, sus maestros, sus alumnos y muchos otros que no lo conocían lo lloraron. Ellos y otros sentían por él algo más que no era el duelo, sino que al duelo lo acompañaba algo triste y algo feroz, y algo más que yo todavía no sabía, y yo era uno de esos. Todo esto está fuera de discusión. Y sin embargo, esa noche, en la diminuta calle frente a la morgue, bajo las tristes luces amarillas, hubo una disputa. Su familia y amigos, entre ellos una mujer con un pañuelo en la cabeza que, si mal no recuerdo, era su esposa, querían que Dar Al  Ifta le contara al mundo cómo le dispararon y quién era el que estaba junto a él, quien lo llevó y cuyas manos estaban ahogadas en su sangre, y que trató de salvarlo. Sobre todo, querían que dijeran dónde estaba cuando le dispararon y por qué. Por qué estaba allí y por qué le dispararon”.

Sin embargo, las dudas se sembraron a partir de entonces, y algunas nacieron inmediatamente después del evento. Las noticias falsas y la desinformación no son sólo fenómenos de Trump. En los embriagadores días posteriores al derrocamiento del ex Presidente Egipcio Mohamed Morsi, en 2013, los informes de las autoridades en la radio de El Cairo declararon que “finalmente sabían” quién había matado a Shaykh Emad. Fue, por supuesto, la Hermandad. Tal conclusión era absurda, incluso para los tradicionales y acérrimos críticos del grupo, pero este fue sólo otro, de una larga lista de ejemplos, de cómo la verdad misma se convirtió en víctima.

Luto a través de las fronteras

Un mes después, tuvo lugar la celebración del primer aniversario del levantamiento. A pesar de los tumultuosos acontecimientos del año, existía un espíritu de lucha entre la multitud. La bandera de Siria libre ondeaba en alto; la gente siguió apoyando a los vecinos del oeste de Libia, que habían derrocado a su dictador, y muchos todavía pensaban que tenían la oportunidad de hacer realidad la promesa del levantamiento revolucionario de una manera que coincidiera, si no superara, lo que sucedió en Túnez. Pero no iba a ser así.

Una década después, no es que el levantamiento no signifique nada, significó mucho y tuvo efectos duraderos, pero cuando entran en juego los juegos de suma cero, todos pierden. Una reciente discusión pública sobre los levantamientos árabes con activistas sudafricanos y veteranos de la lucha contra el apartheid, en el Carnegie Endowment for International Peace, dejó claro el punto: si la lucha ha de tener consecuencias duraderas, tiene que rechazar el juego de suma cero. Tenés que encontrar formas de hacerlo de tal manera que el mayor número posible gane y el menor número posible pierda. De lo contrario, los saboteadores lo arruinan todo.

Ejes políticos, geopolítica: y sus muchos actores

Una de las principales razones por las que el ejemplo de Shaykh Emad sigue resonando es por lo singular de su persona como miembro de la institucionalidad del aparato gubernamental religioso. Cuando se mira la geopolítica de la región después de 2011, existe mucho a qué prestar atención, pero uno de los puntos más fascinantes, debido a su impacto transnacional, es cómo la geopolítica religiosa de la región influyó en las divisiones básicas. Antes de 2011, se trataba sobre todo de los sunitas saudíes contra los chiítas de Irán. Después de 2014, hubo nuevos ejes a considerar, particularmente el egipcio-emiratí-saudí por un lado, y el turco-qatarí por el otro.

Irónicamente, las confesiones religiosas que uno podría interrogar los atraviesan: un sunismo históricamente más tradicional se encuentra en la principal corriente institucional aparatos clásicos gubernamentales de Turquía, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, mientras que Qatar y Arabia Saudita comparten diferentes interpretaciones del salafismo purista. Pero cada poder despliega lecturas específicas, generalmente lecturas muy modernas y novedosas, de sus herencias religiosas para apuntalar sus agendas y control político-estatal.

Y esas agendas no se limitan a sus propios países, ni a la región de Medio Oriente y el Norte de África. Se volvieron globales, incluso dentro de Occidente. Diferentes partes de ambos ejes invirtieron una gran cantidad de tiempo y esfuerzo para promover su ‘poder blando’ entre importantes figuras e instituciones religiosas musulmanas en el Reino Unido, Estados Unidos y otros espacios. La oposición a eso generalmente se expresa de una manera bastante partidista: los partidarios de Ankara condenan a quienes están influenciados por Emiratos Árabes Unidos, a menudo con una gran e importante justificación, pero no dicen nada sobre sus propios vínculos con Ankara. Los influenciados por el otro eje critican al otro lado, pero muy raramente salen en contra de los impactos mortíferos de su propio eje, de los cuales hay muchos.

Pese a que es incierto cómo Effat pudo haber navegado por esos ejes político-religiosos, de acuerdo con su enfoque en vida, habría estado a una distancia respetuosa de todos esos ejes, aunque siempre crítico con muchos de ellos. Y probablemente, ambos lo habrían acusado de estar aliado con el otro lado, porque esa es la salida fácil para el crítico partidista holgazán.

Quizás lo que viene sea más difícil que lo que pasó

Existe algo profundamente significativo y simbólico en Shaykh Emad, al haber sido alguien que realmente encarnó gran parte de la complejidad de la revolución egipcia de 2011. Al acercarse el décimo aniversario del levantamiento del 25 de enero, es evidente que sus esperanzas se vieron frustradas. Sin embargo, sus palabras a Ibrahim Al Houdaiby continúan sonando ciertas: “Insto a todos, especialmente a mis estudiantes, a hacer una pausa y reflexionar. El indicador real no es el éxito de la revolución, sino la adopción de una postura. Las revoluciones pueden abortarse y los llamamientos sinceros pueden ser derrotados. Algunos Profetas, la paz sea con ellos, vendrán solos en el Día del Juicio, algunos incluso fueron asesinados, y eso no es una medida de fracaso. Para nada. El indicador real es la posición de uno mismo. No miren las consecuencias de lo sucedido, sino su naturaleza y lo que fue. ¿Cuál era tu lugar? ¿Dónde estabas? ¿Por qué algunos de nosotros estábamos presentes en las clases y en las oraciones, pero ausentes en estos momentos benditos? Debemos reevaluarnos y responsabilizarnos porque Dios, con Su misericordia, extendió nuestras vidas, por lo que esta es una oportunidad para reevaluar. Mientras respiremos, existe lugar para el arrepentimiento y la revisión. El final es la medida real. No es demasiado tarde. Quizás lo que viene sea más duro que lo que pasó”.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

H.A Hellyer es miembro del Centro de Estudios Islámicos de la Universidad de Cambridge en la Facultad de Estudios de Asia y Medio Oriente, investigador del Carnegie Endowment for International Peace y Senior Associate Fellow en el Royal United Services Institute.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Jadaliyya el 26 de enero de 2021.

REFERENCIAS:

[1] Analizo este fenómeno en: A Revolution Undone: Egypt’s Road beyond Revolt (Oxford: Oxford University Press, 2016).