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El Interprete Digital

11 de septiembre: ¡no encubran los mensajes de odio!

Por James Zogby para Al Bawaba

Mirando al pasado: El World Trade Center en llamas. [jasonepowell/Creative Commons]

En un artículo que escribí pocos días después del ataque del 11 de septiembre de 2001, noté cómo la comunidad árabe-estadounidense se vio superada por una avalancha de emociones conflictivas. Nos horrorizó la devastación y la enorme pérdida de vidas. Nos conmovieron las historias de los inocentes que perdieron la vida. Estábamos enojados con los asesinos que habían cometido estos actos atroces.

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No obstante, pocas horas después de los ataques nos vimos obligados a experimentar miedo y aislamiento frente a la reacción violenta que siguió: miedo porque recibimos amenazas, y aislamiento porque nos apartaron del dolor colectivo que compartimos como estadounidenses. Así, nos vimos obligados a vivir en alerta para protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias. Finalmente, también llegamos a sentir gratitud ya que muchos de nuestros conciudadanos vinieron en nuestra defensa y nos protegieron. No quiero que olvidemos todas estas emociones. No solo definen esos días, sino que también cuentan una parte importante de la historia de Estados Unidos (EEUU).

Este año, no escribí una columna sobre el 11 de septiembre. En cambio, me conformé con publicar algunos comentarios en Twitter, recordando los eventos y las emociones de aquel día. Ahora, me veo obligado a escribir por las opiniones descaradamente insensibles y arrogantes publicadas por el respetado columnista de opinión del New York Times y ganador del premio Nobel, Paul Krugman.

En una serie de tuits, Krugman escribió: “En general, los estadounidenses se tomaron el 11 de septiembre con bastante calma. En particular, no hubo un brote masivo de sentimiento y violencia antimusulmana, lo que podría haber sucedido con gran facilidad. Y aunque G. W. Bush fue un presidente terrible, hay que reconocerle que trató de calmar cualquier prejuicio, no alimentarlo”.

“El comportamiento diario no se vio afectado drásticamente. Es cierto que durante un tiempo la gente tuvo miedo de viajar en avión: mi esposa y yo hicimos un viaje encantador a las Islas Vírgenes de EEUU un par de meses después, porque los pasajes aéreos y las habitaciones de hotel eran muy baratas. Pero la vida volvió a la normalidad bastante rápido”.

La negación descarada que Krugman hace de las dolorosas secuelas dejadas por los atentados sobre la comunidades árabe y musulmana fue tan hiriente y ofensiva que muchas personas, incluyéndome a mí, nos sentimos con la obligación de responder. En lugar de ser castigado, al día siguiente Krugman se superó en otra serie de tuits tratando de argumentar que la reacción no fue tan severa como podría haber sido. De hecho, seleccionó estadísticas en un esfuerzo por mostrar cómo los crímenes de odio contra musulmanes no se destacaban en comparación con los acaecidos sobre la comunidad afroamericana.

Debido a quién es Krugman y el potencial impacto de sus opiniones, no puedo permitir que su encubrimiento (N.d.T.: whitewashing, en el original) pase desapercibido. Necesito dejar las cosas en claro, porque nunca debemos olvidar el daño causado a mi comunidad y a las instituciones de nuestra nación por las políticas de la administración Bush.

Después de los atentados, los actos de odio y las amenazas de muerte fueron frecuentes y aterrorizantes. Mi oficina recibió 800 correos electrónicos y mensajes telefónicos de odio en los primeros días tras el 11 de septiembre. Solo unas horas después de que los aviones se estrellaron contra el World Trade Center, recibí mi primera amenaza de muerte. Una persona llamó a nuestra oficina y dejó un mensaje que decía: “Jim, cabeza de toalla (N.d.T.: towelhead, en el original, término peyorativo comúnmente usado para referirse de forma estereotipada a las personas árabes), todos los árabes deben morir. Te degollaremos y mataremos a tus hijos”. Ese fue el primero de muchos mensajes. Mi hija y un sobrino también recibieron amenazas, al igual que mi hermano John quien además recibió dos amenazas de bomba en su oficina. Esto fue sólo lo que le pasó a mi familia.

Mi oficina comenzó a recibir informes de árabes estadounidenses de todo el país sobre amenazas, acoso y actos discriminatorios. Investigamos, verificamos y documentamos cada uno de los casos. En un testimonio ante la Comisión de Derechos Civiles de EEUU, ofrecido un mes después del 11 de septiembre, denuncié las amenazas y actos de violencia y acoso cometidos contra mi comunidad y quienes eran percibidos como árabes o musulmanes.

Iglesias, mezquitas y negocios de propiedad árabe fueron algunos blancos de la violencia. Hubo acoso contra estudiantes, al igual que taxistas e incluso clientes de aspecto árabe. De hecho, después de varios casos de acoso y violencia por parte de policías y pasajeros, los taxistas árabes y surasiáticos dejaron de trabajar durante semanas en Washington D.C. En total, registramos e informamos cientos de casos sólo en los primeros 30 días.

Igualmente graves fueron los cientos de casos de discriminación laboral y doméstica. En numerosos casos, se despidió a personas y se les dijo que sus compañeros de trabajo no querían ‘un árabe en el lugar de trabajo’. Tuvimos que contratar a un especialista para ayudar a estas víctimas.

Cuando se reanudaron los viajes en avión, mientras los Krugman podían disfrutar de vuelos baratos a las Islas Vírgenes, los árabes-estadounidenses eran sometidos a prácticas discriminatorias crueles e indiscriminadas. Se les ordenaba bajar de los aviones y se les negó el derecho a volar si otros pasajeros afirmaban que su presencia les incomodaba. Algunos casos fueron extraños. Por ejemplo, se les negó abordar un avión a un congresista y a un miembro del servicio secreto que debía llegar a Texas para unirse al equipo de seguridad presidencial. Ambos eran árabe-estadounidenses.

Sin embargo, estos casos cuentan solo una parte de la historia. Krugman estaba en lo cierto al observar que el presidente George W. Bush pidió a los estadounidenses que no culparan a árabes y musulmanes. Pero ignora hasta qué punto el Departamento de Justicia de Bush implementó políticas que hicieron exactamente lo opuesto. Inmediatamente después de los ataques, el Departamento de Justicia ordenó la detención masiva de inmigrantes árabes y musulmanes llegados recientemente. Muchos fueron deportados luego de ser sumariados. Las listas de deportados fueron reproducidas diariamente en los noticieros generando temor en la comunidad, y despertando la sospecha en el público en general de que ‘ellos debían ser el problema’.

Esto fue seguido por dos ‘convocatorias’ ampliamente publicitadas en las que miles de árabes y musulmanes fueron contactados por correo, y se les ordenó presentarse para entrevistas con funcionarios de inmigración. Como resultado, existía un temor muy real de que los inmigrantes árabes y musulmanes pudieran ser llevados a campos de concentración como le sucedió a los estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial.

Por supuesto, no enfrentamos aquel destino porque muchos de nuestros conciudadanos vinieron en nuestra defensa. Primero, los miembros de la comunidad japonesa-estadounidense. El Consejo de Publicidad trabajó con nosotros para producir anuncios en periódicos y televisión advirtiendo contra toda reacción violenta. El Senado y la Cámara de Representantes aprobaron resoluciones en nuestra defensa. Docenas de organizaciones étnicas y de derechos civiles, sindicatos, líderes religiosos de las comunidades cristiana, judía, sij y budista hablaron en nuestro nombre, y las fuerzas de seguridad nos ofrecieron su protección.

Sin embargo, por más gratificados que estuviéramos por esta respuesta, nada puede borrar los duraderos recuerdos del miedo y el odio que experimentamos; y los miles de nuestros compañeros árabes y musulmanes cuyas vidas fueron arruinadas o cambiadas para siempre por la violencia, amenazas, discriminación, deportación o simplemente por sentirse extraños en su propio país.

En cuanto a las estadísticas de Krugman que muestran un aumento de los crímenes de odio contra los musulmanes significativo, aunque menor en comparación contra los afroamericanos, todo lo que puedo decir es que se trata de ‘una tontería’. En primer lugar, las estadísticas de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés) que citó no incluyen los delitos de odio contra árabes. En ese momento, el gobierno no los registró. En segundo lugar, los despidos, la denegación de vivienda, etc., no son considerados delitos de odio.

En tercer lugar, dado que la comunidad negra es diez veces mayor que la árabe-estadounidense, la comparación con el fin de minimizar nuestro dolor es ridículo e hiriente. Cuarto, por supuesto, las estadísticas no incluyen el acoso por parte de las fuerzas de seguridad, las deportaciones y otros comportamientos que provocan miedo por parte de los funcionarios del gobierno. Y, por último, dado que los delitos de odio debían ser denunciados a las mismas agencias responsables por el miedo generalizado entre la comunidad, muchos árabes dudaban sobre si hacer la denuncia.

Por eso, Paul Krugman antes de escribir sobre este período, porque no nos consultás primero. Tal vez no te acordás cómo fue nuestra experiencia. Por otro lado, nosotros nunca podremos olvidar.

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James Zogby es Doctor en Estudios Islámicos por la Universidad Temple, fundador del Instituto Árabe, director en la consultora Zogby Research Services, y autor del libro “Arab Voices: What They Are Saying to Us, and Why it Matters” (Voces árabes: lo que dicen de nosotros y por qué nos debe importar).

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al Bawaba el 22 de septiembre de 2020.