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El Interprete Digital

A 30 años de la Operación Tormenta del Desierto

Por Amer Al Sabaileh para Al Bawaba

Autopista de la Muerte. [samdaq@gmail.com/Creative Commons]

El 16 de enero se cumplieron 30 años desde el estallido de la Primera Guerra del Golfo, en la que la coalición internacional atacó el Irak de Saddam Hussein tras su invasión a Kuwait. El inicio de la guerra y su rápida evolución no vaticinaron cuáles serían sus consecuencias, a corto, mediano y largo plazo.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

En ese momento, no había indicios de que esta guerra realmente cambiaría la faz de Medio Oriente para siempre: fue el comienzo de una larga era de inestabilidad que persiste hasta el día de hoy. El 30 aniversario nos da la oportunidad de analizar la política, las estrategias internacionales y las implicancias que tuvieron en toda la región de Medio Oriente.

Independientemente de las razones declaradas detrás de la agresión iraquí y la invasión a su vecino Kuwait, u otros países del Golfo, es posible ver la situación desde el cambio geopolítico tras la caída del muro de Berlín, en 1989. Este acontecimiento condujo a la dominación unipolar estadounidense de la escena política internacional, incluido Medio Oriente. También es importante recordar que Saddam llegó al poder usando consignas panarabistas, iniciando una guerra contra Irán y proponiéndose a sí mismo como defensor de la identidad árabe, apoyado por los mismos países que luego entrarían en su mira militar.

Inesperadamente, este conflicto dio inicio a un largo período de inestabilidad política y problemas de seguridad en varios Estados vecinos: comenzó con la caída de Irak y el fallido proceso de paz que se inició en Madrid en 1992, que de hecho se detuvo en 1995 debido al asesinato del Primer Ministro israelí, Yitzhak Rabin. Esta guerra transformó a Irak en una fuente de problemas que se acumularon y estratificaron, y produjeron sus propios efectos devastadores en toda la región. Los temas latentes se desarrollaron y se agravaron hasta el epílogo, aún no definitivo, representado por la Segunda Guerra del Golfo, a partir de 2003.

Incluso después de la Segunda Guerra del Golfo los problemas no se resolvieron ni desaparecieron, simplemente adquirieron nuevas dimensiones. La división chiíta-sunita se agravó mientras afloraba el pensamiento sectario, algo que con el tiempo se convirtió en uno de los motivos en los que se basaron los conflictos que estallaron en otros países árabes. Esto fue exacerbado por Irán con sus ambiciones de políticas expansionistas e influencia, acciones que lo convirtieron en una pesadilla para muchos países. Tanto es así que se aliaron para contrarrestarlo.

La guerra contra Irak terminó, pero los conflictos internos continúan con un potencial destructivo. Irak no fue más que el primer peón en moverse en un tablero de ajedrez que vio el nacimiento y desarrollo de otras crisis graves más allá de Irak: es el caso de Siria y El Líbano. Hoy, países que otrora fueron fundamentales para determinar el equilibrio de la región están en crisis o ya no tienen la misma influencia que antes. Están limitados en sus acciones por una secuencia ininterrumpida de problemas internos que socavaron su seguridad y estabilidad.

La guerra de Irak reveló claramente la crisis de la identidad árabe, cada vez más fragmentada, caracterizada por sus problemas de pobreza creciente, un desempleo desenfrenado y la falta de representación política y desarrollo socioeconómico. Este es el escenario actual que se desencadenó por una guerra que, técnicamente, duró unos días, pero que produjo trágicas consecuencias cuyos efectos son hoy evidentes.

Desafortunadamente, es difícil predecir un cambio positivo en un futuro inmediato. No obstante, los 30 años que pasaron pueden servir para comprender la naturaleza de los problemas y los errores miopes cometidos por una política internacional unipolar que inició un conflicto que podríamos definir como “inacabado”, puesto que sus secuelas todavía están presentes.

Entonces, ¿qué podemos aprender de los últimos 30 años? En primer lugar, que los problemas del mundo árabe deben ser abordados de manera diferente por la nueva generación. Se necesita una revolución cultural para eliminar las divisiones y pensamientos sectarios arraigados en las sociedades árabes, porque esto siempre conducirá a una mayor fragmentación y destrucción. Al mismo tiempo, aunque el respaldo al concepto de cambio cultural es importante para crear conciencia, debemos recordar que el cambio debe venir desde adentro.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Amer Al Sabaileh es columnista en The Jordan Times y profesor del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad de Jordania.

N.d.T: El artículo original fue publicado por Al Bawaba el 25 de enero de 2021.