Por Muhammad Al Waeli para 1001 Iraqi Thoughts
Mientras el mundo se acerca a 2021 con una perspectiva optimista, es difícil evaluar si Irak estará mejor que en 2020. El año pasado por estas fechas, bajo un gobierno provisional, Irak estaba al borde de la guerra: Estados Unidos asesinó al comandante general de división de la Fuerza Qods, Qassim Soleimani, y al adjunto de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), Abu Mahdi Al Muhandis, en suelo iraquí, alterando el equilibrio de poder regional y global. Desde entonces, las tensiones en la región continúan y la situación política sigue siendo incierta.
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Poco después, la pandemia por COVID-19 comenzó a extenderse por todo Oriente Medio, y no fue hasta los últimos días de 2020 que empezó el proceso de vacunación en algunas partes del mundo. Sigue siendo incierto cuándo Irak, al igual que otros países en desarrollo, conseguirá la vacuna para su población y cómo gestionará la distribución. Las dos vacunas más importantes plantean dificultades logísticas para el país debido a sus estrictos requisitos de almacenamiento.
En mayo de 2020, Irak formó un nuevo gobierno. Las expectativas eran realistas, los mensajes positivos que el Primer Ministro Mustafa Al Kadhimi envió en sus primeros días en el cargo eran tranquilizadores. Sin embargo, la situación empezó a deteriorarse rápidamente con su indecisión y sus errores de cálculo en los meses siguientes. La gestión de COVID-19 por parte del nuevo gobierno fue deficiente. Mientras todo el mundo imponía cierres para mitigar la propagación del virus, el gobierno iraquí cedió ante la presión pública y los suavizó.
La consecuencia más peligrosa de las crisis agravadas a las que se enfrentó Irak en 2020 fue la caída en picada del precio del petróleo, que paralizó la economía rentista iraquí. El gobierno interino, diseñado para ser débil y encargarse de un solo asunto, a saber, la celebración de elecciones anticipadas a mediados de 2021, se vio repentinamente obligado a lidiar con un problema que Irak lleva padeciendo desde la década de 1960: una dependencia excesiva de las ventas de petróleo y un sector público inflado.
Como respuesta al deterioro de la situación económica, el Viceprimer Ministro y Ministro de Finanzas, Ali Allawi, estableció una hoja de ruta para la reforma económica en su Libro Blanco. La aplicación del plan de acción derivado del Libro Blanco requiere años de esfuerzo para producir resultados significativos. Por ahora, las necesidades inmediatas del Estado son reducir sus gastos astronómicos y encontrar soluciones inmediatas para pagar a los funcionarios y a los pensionistas. En lugar de ello, los funcionarios iraquíes buscaron una solución rápida devaluando el dinar iraquí en casi un 23%, a pesar de las advertencias de que manipular el dinar causaría problemas financieros mayores. Esta medida hizo que el frágil mercado sufriera otra sacudida tras la caída de los precios del petróleo debido a la pandemia del COVID-19. Además, el gabinete de Kadhimi desconcertó a los expertos al proponer un presupuesto anual que aumentaba el gasto público.
El movimiento de protesta de 2019, consiguió forzar la dimisión del anterior Primer Ministro, Adil Abd Al Mahdi, cambiando la cara pero no la esencia del gobierno. Kadhimi surgió de la misma ecuación política que llevó a Abd Al Mahdi al poder. El gobierno actual insiste en las mismas prácticas por las que fueron criticados los gobiernos anteriores, al tiempo que continúa con su política económica poco sólida en lugar de centrarse en la prestación de servicios y la creación de nuevos puestos de trabajo fuera del sector público. Las reformas no son fáciles y el movimiento de protesta está matizado, lo que plantea dudas sobre su potencial para influir en las reformas. A la hora de evaluar el impacto de las manifestaciones, hay que distinguir entre la frecuencia y el tamaño de las protestas y su capacidad para producir líderes destacados, que no sean luego cooptados y contratados por el gobierno.
La reforma es responsabilidad de cada iraquí. No sólo los manifestantes, sino también las élites políticas, los clérigos, los intelectuales y los ciudadanos de a pie deben contribuir. Mientras Irak lucha contra el COVID-19, el resurgimiento de EIIL y la situación de las minorías iraquíes, la corrupción sigue siendo el mayor reto de 2021. La cuestión subyacente es cómo piensan y actúan las instituciones y la sociedad en materia de reformas. La reforma no es rápida, ni necesariamente siempre visible. Es un proceso lento y complicado que requiere persistencia y comprensión más que eslóganes y promesas. Requiere planificación cuidadosa y visión a largo plazo.
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Muhammad Al-Waeli es candidato a doctor en gestión que se centra en el liderazgo, la reforma y las instituciones en Irak.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por 1001 Iraqi Thoughts el 4 de enero de 2021.