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El Interprete Digital

Las raíces kurdas de un eslogan mundial

Por Shukriya Bradost para New Lines Magazine

Jina Mahsa Amini Graffitipice (graffiti). [Ostendfaxpost / Creative Commons]

El movimiento feminista iniciado en el Kurdistán iraní en 2003 anticipó las protestas actuales y obligó a su autora a exiliarse. 

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Si me hubieran matado, ¿habría tenido el mismo impacto en el pueblo iraní que lo que hemos presenciado desde el asesinato en septiembre de la joven kurda de 22 años Jina-Mahsa Amini? Desde luego que no. El uso de armamento militar pesado para reprimir las protestas en las ciudades kurdas de Irán, que conmocionó al mundo y desembocó en asesinatos y detenciones masivas de kurdos durante el actual levantamiento, algo que no es nada nuevo para los kurdos. Lo que sí es nuevo es que lo que empezó como protestas kurdas se extendió luego por todo el país, y más tarde por el mundo, coreando el lema “Jin, Jiyan, Azadi” (“Mujer, vida, libertad”).

La resistencia kurda a la República Islámica comenzó el primer día de la instauración del régimen. El 31 de marzo de 1979, Irán celebró un referéndum nacional para votar sí o no a la República Islámica, sin otra opción. El pueblo iraní nunca había oído hablar de la República Islámica, y las autoridades no habían dado ninguna explicación sobre el sistema. Aunque el número de personas que votaron sí en ese referéndum es discutible, las ciudades kurdas lo boicotearon por completo. Ese fue el comienzo del sufrimiento kurdo bajo el nuevo régimen iraní. 

Cuando mis amigos y yo comenzamos nuestra lucha contra el régimen autocrático, teníamos la misma edad que muchos de los manifestantes que hoy protestan en Irán. Éramos estudiantes de secundaria cuando protestamos por primera vez contra la crueldad de la República Islámica. En 2003, creamos el Comité Mujer y Vida (Jin, Jiyan) en la ciudad noroccidental de Urmia para luchar por nuestros derechos kurdos y los de las mujeres. Un año después me vi obligada a exiliarme de mi patria por mi activismo en favor de esa causa. Poco después, prohibieron nuestra publicación Khaton (“Mujer”). En muchos sentidos, pues, la esencia misma del lema actual “Mujer, vida, libertad” fue la razón por la que me expulsaron de la tierra de mis antepasados en 2004. Desde entonces, he estado lejos de casa, ahora vivo en Estados Unidos, y sufrí el acoso del régimen, que trata de silenciarme con implacables campañas de difamación e intentos de intimidación en Internet.

Resulta agridulce rememorar los orígenes de cómo las jóvenes kurdas iraníes tejieron el núcleo de este lema, en circunstancias entonces muy diferentes y difíciles. Una joven presa política kurda iraní, Shirin Alam Holi, incluso había grabado el lema en la pared de su celda antes de su desgarradora ejecución en 2010. Pero que quede claro: nosotras, las mujeres kurdas de Irán, no hemos luchado sólo por los derechos de las mujeres; nuestra lucha siempre fue por los derechos humanos básicos. Las kurdas iraníes, al igual que otros iraníes de otras etnias, hemos pagado un precio enorme por nuestras diferencias étnicas y religiosas con el régimen islamista gobernante.

En el instituto, recuerdo que a veces deseaba no ser kurda para poder tener una vida como el resto de mis compañeros, que no eran kurdos. Incluso a esa temprana edad, conocía y sentía esa discriminación contra mi identidad. El sistema educativo del régimen consideraba que mi identidad suní era la de un infiel, mientras que, como kurdos, nos llamaban salvajes. Fui humillada muchas veces en la escuela por ser kurda. En el territorio donde mis bisabuelos fundaron la primera autoridad kurda (la autoridad Dimdim de Urmia) en el siglo XVII, yo y otros kurdos no teníamos derechos políticos, sociales ni económicos. Era similar al trato que recibieron los nativos americanos cuando les arrebataron sus tierras.

Sin embargo, las personas que nos maltrataban en la escuela también eran maltratadas por el régimen. Todas las mañanas, antes de permitirnos ir a clase, ponían a las chicas en fila, comprobaban que no se les viera el pelo y se aseguraban de que no hubiera maquillaje ni esmalte de uñas. Recuerdo que pararon a dos de mis amigas delante de la clase y las humillaron limpiándoles los labios para ver si tenían pintalabios. Las dos chicas lloraban histéricas, en estado de shock. A otra compañera de clase la maltrataban a menudo por tener las pestañas largas y oscuras; la llamaban al despacho del director y le limpiaban los ojos, comprobando si llevaba maquillaje, aunque nunca encontraban nada, ya que sus pestañas eran largas y oscuras por naturaleza. Nuestro Comité Mujer y Vida luchaba también por los derechos de nuestros maltratadores; eran mujeres como yo bajo el régimen del apartheid de género.

¿Por qué y cómo empecé mi lucha? Por primera vez desde el último enfrentamiento entre el régimen y las fuerzas kurdas en la década de 1980, los kurdos iraníes lanzaron protestas significativas en 1999, durante el llamado gobierno reformista del presidente Mohammad Jatamí. Yo estaba allí y fui testigo de cómo las fuerzas del régimen golpeaban y detenían a la gente. Nunca olvidaré el recuerdo de aquellos días, cuando me uní a las protestas con mi hermana mayor y mis primos, que fueron detenidos. Yo estaba en el instituto. Buscando jugar la “carta kurda” contra Turquía, Jatamí había autorizado tres días de protestas tras la detención por Ankara del líder kurdo Abdullah Öcalan. Sin embargo, cuando comenzaron las protestas de los kurdos iraníes, sus eslóganes iban también contra el régimen iraní, por su discriminación durante décadas de los kurdos. Así que el régimen retiró el permiso para las protestas y ordenó una brutal represión contra los manifestantes. Hoy, más de 20 años después, todavía existen personas desaparecidas que fueron detenidas aquel día de 1999. También se expulsó a muchos estudiantes kurdos de las universidades de todo el país. Tras aquellas protestas, en 2005 se produjo otro levantamiento masivo contra el régimen en la región kurda de Irán. Ninguna de estas protestas, ni la brutalidad del régimen contra los kurdos en Irán, recibieron atención nacional o internacional.

Quizá por eso el régimen no previó una reacción a escala nacional tras asesinar a Jina-Mahsa Amini. Tuvieron que pasar cuatro décadas para que otros iraníes y el mundo escucharan las voces kurdas en Irán, el pueblo más olvidado, no sólo en Irán, sino también entre sus parientes en Turquía, Irak, Siria y en todo el mundo. Los ataques militares contra civiles, incluido el fusilamiento de personas desarmadas, que se han presenciado en el actual levantamiento en Mahabad, Sanandaj y otras ciudades kurdas fueron una recreación de la ejecución de civiles inocentes tras la fatwa del ayatolá Jomeini de yihad (guerra santa) contra los kurdos emitida en agosto de 1979. Según la religión chií, una fatwa es válida hasta que un marja (clérigo superior) emite una orden para desestimarla. Por tanto, la fatwa de Jomeini contra los kurdos de Irán sigue en vigor.

Desde que tomó el poder, el régimen iraní encarceló, torturó y asesinó a kurdos en Irán sin consecuencia alguna, al tiempo que los atacó y asesinó fuera del país. Los kurdos iraníes pagaron un precio desproporcionadamente alto bajo la República Islámica, ya que representan más de la mitad de los presos políticos de Irán y más del 55% de las ejecuciones. Fuera de prisión, los kurdos iraníes fueron tiroteados en la frontera o en las calles. Si los kurdos huyen de Irán hacia el Kurdistán iraquí, a menudo son perseguidos y asesinados por agentes de la República Islámica, o siguen esperando su turno en la larga cola de solicitantes de asilo de la ONU durante décadas. Según el Centro Abdorrahman Boroumand para los Derechos Humanos en Irán, el régimen iraní asesinó a 329 kurdos en el Kurdistán iraquí durante la década de 1990, y a 20 en la década de 2000.

El Centro Conjunto de Coordinación de Crisis de la región del Kurdistán iraquí (CCK) calcula que existen 10.548 refugiados iraníes que residen actualmente en el CCK. Esta cifra no tiene en cuenta la población que vive en los campamentos de los partidos políticos de la oposición kurda iraní, que no se contabilizan en el censo de refugiados. Si los kurdos iraníes huyen a Turquía, es probable que sean deportados a Irán, donde se enfrentarán a horrores indecibles. Yo misma huí a pie a través de las montañas, como joven kurda que escapaba del régimen autocrático de Irán porque había exigido derechos humanos para mí y para mi pueblo. Como la mayoría de los kurdos iraníes, mi destino era el CCK. No sabía que Teherán no me dejaría en paz, sin poner fin a mi sufrimiento y al de los demás.

Mientras estudiaba en la Facultad de Derecho de Erbil, trabajé como periodista para un periódico estudiantil llamado Ruwanin. Uno de mis primeros reportajes fue sobre los disturbios kurdos desatados después de que el régimen iraní asesinara a Shuwana Qaderi, un joven kurdo, en julio de 2005. Le dispararon, y las fuerzas de seguridad ataron su cuerpo herido a la parte trasera de un coche, lo arrastraron por la ciudad, antes de torturarlo salvajemente hasta la muerte. Todas las ciudades kurdas de Irán protestaron tras conocerse la noticia y publicar fotos de su cadáver torturado, exigiendo justicia y una investigación. Las protestas, que duraron tres semanas, quedaron sin respuesta. La presión para reprimir y derrotar al pueblo se intensificó. Las protestas en la región kurda de Irán no recibieron apoyo nacional ni internacional.

Por mi labor periodística, me condenaron en rebeldía a 10 años de prisión. También fui elegida representante de los estudiantes kurdos iraníes en el Kurdistán iraquí. En 2007, fui el primer kurdo iraní elegido secretario de la Unión de Estudiantes del CCK, un parlamento juvenil no oficial. Trabajar con altos cargos del Kurdistán iraquí me convirtió en objetivo del régimen de Teherán. Durante años, la República Islámica intentó desacreditarme y destruir mi reputación desprestigiándome como agente suya; como alguien que hacía lo que ellos querían mientras fingía lo contrario, una táctica habitual que utilizan contra los activistas exiliados. Fui una de las primeras mujeres cuyo nombre apareció en nuevos sitios web como Kurdistan Post, donde escritores desconocidos lanzaron despiadados ataques políticos e incluso sexuales contra mí. Esa fue la pesadilla de mis primeros 20 años: llorar a puerta cerrada mientras intentaba sonreír en público para evitar ser percibida como una mujer débil. Por desgracia, siempre nos enseñaron que las mujeres éramos débiles y llorábamos por todo, por eso me guardaba la mayoría de mis lágrimas para mí e intentaba no compartirlas con nadie.

Después de que sus años de ataques no lograron impedir que alcanzara puestos destacados en el mundo laboral y académico, el régimen amenazó con obligarme a trabajar para ellos o matarme en cuestión de semanas. Informé a la seguridad de la región del Kurdistán, que me aconsejó guardar silencio, diciendo que me proporcionaría un guardaespaldas y un nuevo lugar para vivir. No podía aceptar permanecer en silencio contra el brutal régimen y lo que estaba haciendo; para mí, el silencio equivalía a la muerte. La única opción era abandonar en lo que había trabajado durante años en el Kurdistán iraquí y buscar refugio en Estados Unidos.

Amenazada de muerte, abandoné mi segundo hogar para un segundo exilio forzoso. Debido a mi activismo y a mis apariciones periódicas en emisiones persas en Irán, sigo recibiendo amenazas del régimen iraní.

La Agencia de Noticias Fars, un medio de comunicación del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), me tachó recientemente de terrorista por comentar las recientes protestas y asesinatos masivos en ciudades kurdas y en el resto de Irán. He recibido amenazas de que me encontrarán y me matarán aquí en Estados Unidos. Había supuesto que la obtención de la ciudadanía estadounidense obligaría al gobierno estadounidense a protegerme del régimen iraní y a proporcionarme un refugio seguro en el que continuar mi lucha por los derechos humanos y contra el régimen iraní. Sin embargo, el reciente asesinato por Teherán del ciudadano estadounidense kurdo iraní Omar Mahmoudzadeh en un ataque con aviones no tripulados y misiles contra campamentos kurdos en el Kurdistán iraquí, y el silencio de la administración Biden sobre este crimen, me han hecho dudar.

La razón por la que el asesinato de Jina-Mahsa Amini desencadenó un movimiento revolucionario en todo Irán, en lugar de uno limitado a la región kurda, es que esta vez el pueblo iraní se dio cuenta de que el régimen no puede reformarse. La máscara del régimen autocrático cayó. Durante años, Teherán intentó dividir y gobernar Irán utilizando su maquinaria de desinformación para demonizar a los kurdos y socavar la identidad kurda y las de otros grupos étnicos y religiosos. Tras cuatro décadas de división, los iraníes están por fin unidos y comparten un objetivo común: un Irán democrático en el que todos los grupos con sus diferentes identidades disfruten de los mismos derechos; el mismo objetivo que propusieron los partidos políticos kurdos tras la revolución de 1979.

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Shukriya Bradost es analista de seguridad internacional y política exterior centrada en Medio Oriente y estudiante de doctorado en la Universidad Virginia Tech.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 28 de diciembre de 2023.