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El Interprete Digital

Cómo innovar el pensamiento islámico

Por Tarek Osman para The Cairo Review of Global Affairs

Ciencia y tecnología islámicas  [Nikos Niotis / Creative Commons]

La solución es que las instituciones religiosas amplíen su campo de investigación, limiten su ámbito de supervisión social y abran sus puertas. 

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Destacadas instituciones islámicas saudíes condenaron los atentados contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Esa misma semana, las autoridades religiosas del país también acusaron al joven bloguero Raif Badawi de insultar al Islam. Badawi iba a ser azotado mil veces, repartidas en tandas de cincuenta cada viernes, aunque el castigo medieval fue aplazado tras la protesta internacional. Una semana después, un tribunal egipcio condenó a un joven a tres años de cárcel por injurias contra una de las religiones monoteístas.

¿Ha retrocedido el mundo islámico? En la década de 1930, un escritor egipcio escribió un libro titulado Por qué soy ateo. La respuesta no fue una fatwa contra él, sino un libro titulado Por qué soy musulmán, de un erudito islámico. Los sistemas políticos de toda la región pasaron gradualmente del monarquismo autoritario a la pluralidad. Las economías se industrializaron lentamente. Artistas creativos transformaban la literatura y la música árabes, y daban a luz el teatro y el cine árabes. En toda la región se percibía un rejuvenecimiento histórico. El mundo islámico -África del Norte, el Mediterráneo Oriental, Turquía e Irán- parecía estar experimentando con diferentes ideas, perspectivas y sistemas de valores. Abundaban las traducciones de constituciones políticas, ensayos, novelas y obras de teatro occidentales. Durante la era liberal árabe, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, la exposición general a Occidente creó un entorno intelectual abierto, atrevido y cada vez más tolerante.

Esta apertura y confianza intelectual fue el resultado de décadas de pensamiento islámico de amplias miras. A principios del siglo XX, Jamal Al Deen Al Afghani y Mohamed Abdou, con diferencia los eruditos islámicos más destacados de su época, reflexionaron sobre la trayectoria histórica del islam. Ambos señalaron que, durante siglos, los contextos sociales y tribales atrasados se impusieron a la “religión racional”. Abdou avanzó nuevas concepciones de la religión; veía compatibilidad entre el islam y las oleadas de modernidad que el mundo árabe e islámico experimentaba en aquella época. La escuela de pensamiento que fundó fue posiblemente la primera innovación real en el pensamiento islámico suní en más de setecientos años, desde el siglo XII, cuando los poderes religiosos y políticos habían cerrado las puertas al razonamiento independiente y creativo. En las décadas siguientes, varios escritores famosos, desde Abbas Mahmoud Al Akkad hasta Ahmed Ameen, explicaron que el “amanecer del Islam” y “su genio” se materializaron cuando su civilización interactuó con otras tradiciones, ya fueran persas o helénicas, y absorbió aspectos de ellas.

En las últimas siete décadas, las voces más notables que buscaban un terreno común entre los marcos de referencia islámicos y modernos no pertenecían a las grandes instituciones islámicas. Algunos eran eruditos independientes, como el escritor egipcio Gamal Al Banna; otros eran inmigrantes musulmanes en Occidente, como el poeta y profesor tunecino que trabajó en Francia, Abdelwahab Meddeb. Esto no se limitó al islamismo suní. El pensador más transformador del islamismo chií del último medio siglo, Abdelkarim Sorroush, trabajó fuera de los establecimientos chiíes de Irán, Irak o Líbano. Líderes de comunidades islámicas minoritarias. Por ejemplo en Estados Unidos y Sudáfrica, también dirigieron nuevas conversaciones, en relación con los derechos de la mujer en el islam. Las principales universidades islámicas y las grandes mezquitas quedaron al margen de las discusiones y debates más interesantes sobre el lugar de la religión en la sociedad moderna. Las principales instituciones islámicas siguieron innovando, pero en ámbitos diferentes. Pensadores significativos surgidos en las últimas seis o siete décadas de las principales instituciones islámicas del mundo árabe se centraron en la teología, la jurisprudencia y la aplicación de las normas islámicas en la vida cotidiana moderna. Por ejemplo, el jeque Al Maraghi, Mohamed Shaltut, Abdelhalim Mahmoud, Mohamed Metwally Al Sharaawy y Yusuf al Qaradawi). También surgieron nuevas áreas de investigación, por ejemplo las finanzas islámicas. Surgiendo una retórica creativa, principalmente en las escuelas sufíes modernas. Pero ninguno de estos eruditos abordó la desconexión que separa gradualmente las percepciones islámicas tradicionales y el pensamiento moderno.

Una vez más, no se trata de un fenómeno suní. Las voces más destacadas del pensamiento teológico y político chií de las últimas ocho décadas (desde el ayatolá Haeri hasta el ayatolá Borujerdi y el ayatolá Al Sistani) se basaron en viejas tradiciones, en lugar de ofrecer nuevas interpretaciones. El innovador más notable del pensamiento chií moderno, el ayatolá Ruhollah Jomeini, se basó en un antiguo concepto de la escuela jafari del islamismo chií, “velayat e fiqih” (la tutela del jurista), y lo desarrolló hasta convertirlo en un marco social global para las sociedades chiíes. En efecto, esto puso la mayoría de los asuntos públicos, desde la política a la economía, pasando por la educación y los modales sociales, bajo el control directo de un sistema clerical que apenas cambiaron desde el siglo XVI (un periodo de importante efervescencia en el islamismo chií duodecimano).

A lo largo del siglo XX, el mundo islámico padeció una falta de progreso científico, un crecimiento económico desalentador y unas tasas de analfabetismo extremadamente elevadas. En conjunto, esto hizo que amplios sectores de musulmanes apenas registraran los cambios que se habían producido en Occidente respecto al rol de la religión en las sociedades modernas. Las instituciones islámicas no estaban sometidas a las presiones sociales para el cambio a las que se habían enfrentado siglos antes las instituciones religiosas occidentales.

El resultado: las instituciones islámicas más grandes, ricas y prominentes siguen habitando un mundo intelectual que no cambió mucho en los últimos trescientos años. El mundo islámico perdió el impulso que pensadores como Abdou, Al Akkad y otros habían desencadenado. El pensamiento islámico perdió el vínculo que esos pensadores habían establecido con episodios anteriores de la historia de la civilización islámica, especialmente en los siglos IX y X, cuando destacados filósofos musulmanes habían avanzado interpretaciones muy creativas del islam. Las instituciones islámicas perdieron el impulso para innovar en las áreas que realmente importaban para el lugar de la religión en la sociedad moderna.

Sin embargo, la última década trajo un cambio transformador. Las nuevas tecnologías permiten a las jóvenes generaciones de los países islámicos ver cómo cambiaron el rol y la naturaleza de la religión en diversas partes del mundo. Mientras las instituciones islámicas permanecen aisladas en debates de jurisprudencia, amplios sectores de jóvenes musulmanes exploran nuevas ideas sobre la naturaleza de la religión y su lugar en sus vidas, ideas que van de lo contemplativo y reformista a lo radical y violento.

De hecho, el islam fue la religión menos controlada de la historia, sobre todo por su experiencia histórica única, pero también porque el islam suní (la fe de más del 80% de los musulmanes actuales) carece de un clero jerárquico. Tradicionalmente, esto le dio fuerza para afrontar los retos sociales, políticos y teológicos. Hoy, significa que el islam evolucionará con independencia del pensamiento dominante en sus principales instituciones. Pero eso conlleva riesgos. La evolución se producirá lejos de los centros que, durante siglos, fueron la reserva de conocimiento del islam.

Las jóvenes generaciones de musulmanes, dentro y fuera del mundo islámico, desarrollarán sus propias ideas sobre cómo encaja la religión en un mundo que cambia rápidamente. La creatividad agitará aguas estancadas durante décadas. Pero algunas de estas ideas serán fanáticas. Es probable que veamos otro Mohamed Abdou. Pero, por el camino, veremos a muchos musulmanes confundidos y agudamente antagonizados. Aquellos a quienes perturben las aparentes contradicciones entre lo sagrado y lo secular causarán el caos en nombre de la religión.

Cuanto más recurran las instituciones religiosas a la imposición vertical del poder y proclamen asertivamente su derecho exclusivo a interpretar la religión, mayor será la desconexión entre su mundo y el de decenas de jóvenes musulmanes. La solución es que las instituciones religiosas amplíen su ámbito de investigación, limiten su ámbito de supervisión social y abran sus puertas. El estudio religioso debe ir más allá de la jurisprudencia y la aplicación de la sharia en la vida cotidiana. El conocimiento acumulado durante siglos de investigación y enseñanza debería influir en la reconciliación entre el Islam y la modernidad. El razonamiento independiente y creativo debe ser bienvenido y fomentado, no sofocado.

Las instituciones religiosas deberían darse cuenta y reconocer que el pensamiento y la retórica islámica necesitan abrirse a culturas diferentes. Desde el final de la era liberal árabe, a principios de la década de 1950, el discurso islámico fue moldeado por disciplinas religiosas muy conservadoras, principalmente la estricta secta suní del wahabismo, que ancla la legitimidad política de la familia gobernante saudí. El wahabismo fue, con diferencia, el más generoso financiador de instituciones educativas islámicas en todo el mundo y, desde hace más de un siglo, controla las dos mezquitas sagradas del islam en La Meca y Medina. El wahabismo y diversas disciplinas islámicas literalistas ganaron prominencia en el mundo islámico, y especialmente en el árabe, en el último medio siglo. Son producto de culturas homogéneas basadas en el desierto, carentes de pluralidad y exposición al mundo, que no se enriquecieron con la era liberal del mundo árabe e islámico. Hoy en día, la mayoría de los musulmanes viven en países no árabes cuyo patrimonio cultural, especialmente en el siglo XX, dista mucho de ser homogéneo. El pensamiento y la retórica islámicos tienen que trascender la insularidad que los caracterizó en el último medio siglo. Es hora de explorar la riqueza que le ofrecen estas comunidades islámicas.

Las instituciones islámicas deberían invitar a voces de fuera de sus academias y colegios. Los blogueros, los emprendedores sociales y los líderes juveniles no son expertos en teología, pero sí en cómo perciben su religión los cientos de millones de jóvenes musulmanes. La condescendencia y la altanería no funcionarán. Dados los cambios demográficos, sociales y tecnológicos que el mundo está experimentando rápidamente, las instituciones islámicas se enfrentan a uno de los retos más graves que jamás haya afrontado. Si eluden el reto, todos pagaremos el precio en forma de tsunami de confusión, ira y celo ardiente.

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Tarek Osman es autor del bestseller internacional Egipto al borde del abismo.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Cairo Review of Global Affairs el 12 de febrero de 2015.