Por Khaled Farraj para Mondoweiss
El arte de Abdul Rahman Katanani no es una identificación con la miseria del campo de refugiados, sino un intento de mostrar todo lo que hay de bello y doloroso en él, mostrando el campo a quienes no pueden entrar en él, a quienes no quieren hacerlo y a quienes lo temen.
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A partir de su hacinamiento y miseria, y de las injusticias vividas por sus habitantes, Abdul Rahman Katanani consiguió resaltar con creatividad e inspiración todo lo que existe de bello y humano en los campos de refugiados palestinos del Líbano, concretamente en el campo de Shatila y el barrio adyacente de Sabra, en el corazón de Beirut.
Abdul Rahman Katanani, artista nacido en Sabra y Shatila en 1983, comenzó su carrera artística en los callejones y barrios del campo. Los principales materiales artísticos de Katanani eran restos o materiales de construcción caducados que representaban el pobre contexto económico del campo. Katanani utilizó estos materiales para representar una imagen que difiere de la concepción estereotipada de los campos de refugiados. Su arte invita a imaginar, a soñar con la alegría, la rabia, la vida, los juguetes de los niños, el baile, las flores, la educación, la resistencia, las dificultades cotidianas, el alambre de espino y otras concepciones de la vida dentro de espacios sitiados que son rechazados, en cierta medida, desde sus barrios, donde está prohibida la expansión.
Katanani no expresa estas imágenes a través de la pintura, sino recogiendo y creando instalaciones con los materiales que componen el espacio del campo, como alambres de espino, trapos de ropa usada, cables eléctricos, planchas de acero corrugado dañadas que cubren los tejados del campo.
Las placas metálicas fueron, y siguen siendo, un símbolo central del campo de refugiados palestino, y por ello se convirtieron en un componente artístico importante para la obra de Katanani. Al empezar a recoger la “basura” del campo de refugiados y transformarla en obras de arte, comentó: “mis amigos del campo me preguntaron si había empezado a trabajar como recogedor de basura; recogía planchas de acero del campo para transformarlas y construirlas, con el fin de retratar el campo y a sus habitantes a través de estas planchas; pero retrataba a los niños y niñas del campo, a los ancianos, los olivos, las olas del mar, los pájaros y los depósitos de gas”.
(N.d.T.: en el artículo original es posible encontrar algunas fotografías de las obras originales mencionadas).
Además del acero corrugado, Katanani utiliza alambre de espino como material artístico principal para retratar la naturaleza. Construyó una “ola” con un trozo de alambre extraído de la frontera palestino-libanesa, para evocar la costa del país que no conoce fronteras y que le separa de la patria de sus antepasados, sobre todo entre él y Jaffa. Es el mismo alambre que envuelve los olivos palestinos para protegerlos de las excavadoras de la ocupación israelí que pretenden arrancarlos.
Los miembros de las familias paterna y materna de Katanani se vieron obligados a abandonar sus hogares en Jaffa y Haifa, respectivamente, en dirección al Líbano. Vivían bajo las pobres y superpobladas casas con tejados de chapa de acero del campo de refugiados, el mismo campo donde tuvo lugar la infame masacre de Sabra y Shatila en septiembre de 1982. Por supuesto, Sabra y Shatila no es el único campo de refugiados en Líbano, ya que tras la Nakba se construyeron otros 12 campos, además de decenas de otros campos situados en Siria, Jordania, Cisjordania y la Franja de Gaza. Los refugiados huyeron a estos campos en función de las ciudades de las que fueron expulsados, o en función de los lazos de parentesco que los unían entre sí. Por tanto, el campo no es sólo un lugar donde vive la gente, sino un lugar que refleja la identidad cultural, social y política de sus habitantes, salvaguardando su esperanza de regresar algún día a sus hogares originales.
Al escribir esto, no pretendo ofrecer una crítica artística ni un análisis sociológico del campo de refugiados palestinos. Simplemente me interesa la experiencia del artista que trata de resaltar todo lo bello y doloroso del campo, a través de obras que se han hecho conocidas en todo el mundo.
Katanani extrae de la miseria del campo una luz que narra la vida de los residentes del campo, que no sólo sueñan con regresar, sino con una vida digna a pesar de la oscuridad del callejón. Al hacerlo, reorganiza su relación con Palestina, fortaleciéndose a través de los recuerdos de sus residentes plasmados en sus obras de arte.
Pero el arte de Katanani no es una identificación con la miseria. Es un humilde intento de extraer el campo de su contexto para que otros puedan presenciarlo, incluidos los que no pueden entrar en él, los que no quieren entrar y los que lo temen. Su exposición de arte de 2019 en la Galería Salah Barakat de Beirut, por ejemplo, utilizó espejos para reflejar los callejones del campo y su subsistencia, y también la magnitud del crimen cometido contra el pueblo palestino.
Sin embargo, utiliza materiales del entorno del campo para mostrar también su excepcional belleza y, por tanto, sacarlo de su aislamiento. Su obra le dice al mundo que existe un lugar donde la gente ha estado viviendo como refugiados durante más de 75 años, recordándole al mundo la Nakba en curso, y la atrocidad cometida contra el pueblo palestino.
Algunos podrían pensar que la obra de Katanani no escapa al espacio de Sabra y Shatila, o de otros campos de refugiados, porque su arte habla de un lugar del que aparentemente nadie se preocupa. La realidad, sin embargo, es otra. La repercusión de su obra se ha extendido más allá del campo, llegando a múltiples capitales y ciudades del mundo, destacando en Francia, Suiza, Reino Unido, Alemania, Malasia, Brasil, Estados Unidos y capitales y ciudades árabes.
Sin embargo, la mayor contradicción es que el lugar que más merece el trabajo de Katanani, Palestina y sus ciudades, es un lugar en el que él no puede entrar.
Una versión de este artículo apareció por primera vez en árabe en el Instituto de Estudios Palestinos. Ha sido traducido por Basel Farraj y publicado con permiso.
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Khaled Farraj es Director General del Instituto de Estudios Palestinos, miembro de su Comité de Investigación y miembro del Comité Editorial de Majallat al Dirasat al Filastiniyya. Ha publicado varios reportajes sobre la vida en las ciudades palestinas y los campos de refugiados de Cisjordania.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 15 de junio de 2023.