Por Samah Fadil para Institute of Palestine Studies
María, desde niña, soñaba con Palestina; se imaginaba sus calles angostas e iglesias de piedra antiguas. Era una cristiana devota que creció con el anhelo de algún día poder “caminar por la tierra del mesías”. Así la recuerda su hijo Shafiq Museitef desde su residencia en Canadá, a sus 75 años.
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A sus 20 años, María se abrió camino hasta Belén, acostumbrada a viajar por la ruta que unía a la ciudad de Jafa con Jerusalén usando los primeros buses motorizados, visitando lugares sagrados como Al Quds y asistiendo a misa en Belén. Hacia finales de la década de 1930, conoció a Ahmad, su futuro esposo y padre de Shafiq. Al mismo tiempo, los colonos sionistas arribaban en hordas; los viajes por Palestina se hacían cada vez más difíciles. Asimismo, la agresión los invasores convirtió a Jafa en un lugar peligroso para los palestinos.
Antes de que los colonos tomaron control de la ciudad y miles de palestinos fueran desplazados durante la Nakba, María decidió abandonar Jafa junto a su familia y buscar refugio en el barrio cristiano de Belén.
“La mayoría de la gente piensa que soy libanés por mi acento,” comenta Shafiq mientras una tímida sonrisa arruga su cara. Y agrega: “Tú también piensas lo mismo.”
La conversación se desarrolla a la par de una mesa que se convirtió en una pieza clave del hogar de la familia Museitef. Yo misma pasé horas sentada aquí durante mi adolescencia conversando con mi mejor amiga — la hija de Shafiq. Los infinitos platos de mukasarat y ma’moul y las tazas de café turco me hacen sentir como en mi propio hogar.
Shafiq enfoca su mirada a través de unos lentes de medio marco con dirección a la sala, para prestar atención a su esposa Jacqueline quien juega con un lloroso nieto de cinco meses de edad.
Desde joven, yo estaba convencida de que los Museitef eran de origen libanés. Su acento parecía delatarlos, pero descubrí que Shafiq creció en Belén y sólo vivió en Beirut durante su adolescencia. Al igual que yo, él también es palestino; y le atribuye a su madre la entonación de su voz.
Dos décadas antes de la Nakba, María decidió abandonar el Líbano. Luego de trabajar como empleada doméstica y ahorrar algún dinero, ella le preguntó a su jefe si sabía de alguien que precisara sus servicios en Palestina. Es así como María encontró su destino trabajando junto a una familia en Jafa. Poco tiempo después, María conoció al amor de su vida, Ahmad. Él era oriundo de Ramala, practicante de la fe islámica, y de profesión cocinero. Se casaron y dieron vida a su primer hijo, Sharif, en “1938, 1937 … o 1939”, afirma Shafiq en un tono jocoso.
La ambigüedad sobre la fecha de nacimiento me hace recordar a mis propios padres. Ellos perdieron sus certificados de nacimiento durante su largo exilio. Por eso, se dice que la fecha de nacimiento de aquella generación es casi imposible de saber con exactitud, y en el mejor de los casos, es una adivinanza.
Ya en la década de 1940, el paisaje de Jafa presentaba considerables cambios. La población local tenía planes para expandir la ciudad y mejorar la infraestructura. Mientras tanto, los invasores establecían asentamientos ilegales y promovían disturbios. La madre de Shafiq pensaba que lo peor todavía no había llegado. La idea misma de viajar libremente era esencial para la vida de María. Por eso, la posibilidad de no poder visitar lugares sagrados la aterraba. Es más, ella pensaba en mudarse hacia el este, pero nunca en abandonar Palestina.
“Ella quería ir a Belén”, cuenta Shafiq, mientras sus arrugas se funden en una sonrisa. Mi madre pensaba que alejándose del bullicio de Jafa conseguiría la seguridad que buscaba. Es así como Ahmad, gracias a sus contactos, buscó y encontró un trabajo en Belén que le permitió abandonar Jafa, partiendo al poco tiempo.
“No sé exactamente cuándo se mudaron,” afirma Shafiq mientras mueve su cabeza en un gesto de desaprobación. Apunta su mirada hacia abajo y, por un momento, se refugia en sus pensamientos. “Pero … la tumba”, dice mientras eleva sus manos para darse por vencido.
Una nostalgia agridulce burbujea en su rostro, al mismo tiempo que las esquinas de sus labios se vuelven cóncavas. El sol que entra por la ventana choca y brilla con el cabello canoso de Shafiq, que agacha la cabeza como si estuviera buscando algún recuerdo o confirmando algún dato en lo más profundo de su memoria.
Mirando hacia el salón, veo a su nieto, que por fin ha dejando de llorar. Ahora duerme en los brazos de la abuela.
Shafiq finalmente rompe el silencio. “Creo que se fueron antes de la Nakba. Uno o dos años antes.”
Su afirmación se basa en pequeños datos recogidos a lo largo de su vida, especialmente durante un viaje a Jafa de su hermano Sharif en la década de 1970. Sharif pudo encontrar la vieja casa de la familia sin la ayuda de nadie. Esto da fe que al momento de abandonar Jafa, Sharif ya era un niño consciente.
Los Museitef probablemente se mudaron a Belén en 1947, un año antes de la Catástrofe. Sin duda, Ahmad y María presagiaron el futuro claramente y escaparon para proteger a su familia sin abandonar Palestina.
En noviembre del mismo año, las Naciones Unidas anunciaba el Plan para la Partición de Palestina que ubicaba a Jafa dentro del estado colonial israelí. Esta era la culminación de un proceso de limpieza étnica que incluyó la erradicación del 95% de la población de Jafa a manos de milicias sionistas.
En 1967, la familia Museitef tuvo que irse de Palestina para siempre. Por entonces, Shafiq ya era un adolescente inquieto a punto de terminar la escuela secundaria. Un día soleado del mes de junio, el director de la Escuela Terra Sancta ingresó al aula e interrumpió el examen final tras sólo quince minutos, para anunciar la cancelación de las clases debido al inicio de la guerra.
Shafiq abordó un colectivo de regreso a casa y buscó a su madre para contarle lo que había sucedido. El miedo de María se volvía realidad. La familia se reunió alrededor de la radio al tiempo que los misiles recorrían el cielo. Un proyectil cayó sobre una de las calles cercanas produciendo un gran cráter. Aquella tarde, una persona con un megáfono recorrió la ciudad pidiendo a los residentes que cuelguen banderas blancas afuera de sus casas.
“Observé junto a mi hermana menor — cuando los invasores comenzaron a recorrer las calles,” recuerda Shafiq. Subiendo la voz un tono dada su incredulidad, recordó que cantaban, y dirigiéndose a su hermana, dijo: “Esto es la colonización. Nos están colonizando.”
Las calles que María soñó recorrer se llenaron de cráteres y por las fuerzas de la ocupación israelí. Dos semanas más tarde, la familia fue forzada a tomar un autobús que los dejó en la frontera con Jordania.
Desde allí, los Museitef cruzaron el puente y luego tomaron un taxi hasta la capital, Amán. Al día siguiente, se reunieron con la familia de María en el Líbano. Nunca más volvieron a Belén.
La población cristiana-palestina de Belén ha disminuido considerablemente en el transcurso de la ocupación. Hoy en día, la comunidad sigue enfrentando el constante acoso de los colonos ilegales. Un informe de Al Jazeera afirma que la población cristiana en el territorio palestino se redujo del 11% al 2% desde 1947. Además, los sitios sagrados sufren actos de vandalismo y aquellos que residen en Gaza tienen prohibido visitar Jerusalén.
Una vez en Beirut, Shafiq cuenta que su inquieto espíritu adolescente no le permitió seguir con detalle las vicisitudes de la política. Mientras tanto sus padres estaban demasiado preocupados reconstruyendo una vida en el exilio para conversar en profundidad sobre lo que había sucedido. Él reconoce haber tomado una postura similar con sus propios hijos, aunque ahora está pasando por una forma de renacimiento, viendo videos en línea de Belén y Al Quds e imaginando un presente distinto.
Shafiq dice haber encontrado esperanza en las nuevas generaciones de jóvenes palestinos que alzan su voz y continúan resistiendo la ocupación. Mientras abre sus brazos para recibir a su nieto ya despierto y con ganas de jugar — me dice: “Decían que los viejos se iban a morir y los jóvenes se iban a olvidar, pero … ¡resulta que los jóvenes son más tercos que los viejos!”
Mientras mira videos del movimiento de resistencia palestino, Shafiq reconoce las polvorientas calles que sabía recorrer de niño. Sintiéndose alegre y orgulloso al ver cómo la juventud palestina defiende las calles que su madre supo soñar y aprendió a amar.
“Nunca he visto un pueblo con tanto amor por su tierra”, dice Shafiq cuando una sonrisa ilumina su rostro mientras el brazo de su nieto se eleva y su mano se convierte en un puño.
Este artículo es el resultado del taller “¿Cómo escribir tu historia de la Nakba?”, organizado por el Institute for Palestine Studies (IPS) con ocasión del 75 aniversario de la Nakba, bajo la dirección de Laura Albast. Siendo disponible en el portal en su versión en inglés y árabe. El Intérprete Digital colaboró con el IPS para hacer llegar estas historias a todo el público hispanohablante. El proyecto fue co-patrocinado por United Palestinian Appeal y el Centro de Estudios Árabes Contemporáneos de la Universidad de Georgetown.
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Samah Fadil es escritora, editora y traductora Afro-palestina que reside en Tiohtią:ke/Montreal.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 14 de mayo de 2023.