Por Yara Hawari para al-Shabaka
El término “normalización” surgió tras la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel de 1979, en el cual se establecía que los “signatarios establecerán entre sí las relaciones normales de los Estados en paz entre sí”. Anteriormente, las relaciones con el régimen israelí se denominaban más coloquialmente como khiyanah (traición). En respuesta al término “normalización”, los palestinos y árabes empezaron a utilizar el término “anti-normalización” para expresar la negativa de tratar con el régimen israelí como una entidad normal. [1]
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Mientras que el superficial discurso de la construcción de la paz que surgió de los Acuerdos de Oslo de 1993, eclipsó inicialmente los esfuerzos anti-normalización, en 2007 la sociedad civil palestina renovó su consenso sobre el tema a través del movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). El movimiento estableció directrices claras para palestinos y árabes, que subrayan la importancia de negarse a reconocer al régimen israelí como una entidad con derecho a mantener relaciones normales con quienes oprime, así como con sus vecinos. Esto incluye la negativa a participar en proyectos o eventos que reúnan a palestinos/árabes e israelíes, en los que la parte israelí no reconozca los derechos fundamentales de los palestinos según el derecho internacional, y de una manera que no esté alineada con el espíritu de co-resistencia. Los palestinos pidieron a los árabes que se adhirieran a estas directrices en respuesta a los persistentes esfuerzos del régimen israelí por normalizar su presencia colonial en toda la región, señalando su historia compartida y su lucha contra el proyecto sionista.
A pesar de esta renovada demanda de la sociedad civil palestina, las políticas de los regímenes árabes hacia la normalización de las relaciones con el régimen israelí cambiaron a un ritmo alarmante. Esto se vio reflejado en los Acuerdos de Abraham de 2020, que, en lugar de traer la paz y la estabilidad a la región, como afirman sus defensores, reunieron a un conjunto de gobiernos autoritarios para firmar acuerdos de armas y aumentar el intercambio de información.
Sin embargo, la normalización del proyecto sionista por parte de los regímenes árabes no es un fenómeno nuevo, como tampoco lo es la oposición al mismo. La normalización fue una característica de la geopolítica regional durante un siglo. Por ello, este comentario describe las maniobras de normalización históricas y contemporáneas en toda la región; luego establece una distinción entre los regímenes árabes y el pueblo árabe, que se opuso de forma continua a la normalización. Concluye describiendo las implicaciones de las políticas de normalización para la liberación de Palestina y el futuro de la región.
La historia de la normalización
En la década posterior a la limpieza étnica en Palestina de 1948, los líderes árabes entablaron negociaciones secretas con el régimen israelí. El más destacado fue el caso de Marruecos, que fomentó en secreto las relaciones con los servicios de seguridad del régimen, el Mossad, bajo el rey Hassan II en la década de 1960. Esto incluyó permitir que el Mossad abriera una pequeña oficina en Rabat.
Dicha cooperación alcanzó su punto máximo en la Cumbre de la Liga Árabe de 1965 en Casablanca, donde el Mossad estuvo supuestamente involucrado en ayudar a los servicios secretos marroquíes a poner micrófonos en las habitaciones de hotel y en las salas de conferencias de los líderes árabes asistentes. Los servicios secretos israelíes también entrenaron a sus homólogos marroquíes en tácticas anti-insurgentes para utilizarlas contra el Polisario, el movimiento de liberación del Sáhara Occidental. El rey Hassan II luego organizaría reuniones secretas entre el Mossad y funcionarios egipcios, que finalmente condujeron al primer acuerdo oficial de normalización entre un Estado árabe, Egipto, y el régimen israelí.
Después de tres décadas de hostilidad, Egipto firmó un tratado con el régimen israelí en 1979. A cambio, el régimen israelí se retiró de la península del Sinaí, que había ocupado desde 1967. Catorce años después, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el régimen israelí firmaron los Acuerdos de Oslo, abriendo la puerta a una mayor normalización regional. De hecho, el reconocimiento del régimen israelí por parte de los dirigentes palestinos como resultado de los acuerdos señaló que ya no era un tabú hacerlo.
No mucho después de Oslo, Jordania normalizó sus relaciones con el régimen israelí en el Tratado de Wadi Araba de 1994. El acuerdo puso fin oficialmente al estado de guerra entre ambas naciones, estableciendo relaciones diplomáticas plenas y consolidando la posición de los pasos fronterizos entre ellas. A cambio, Jordania recibió una importante ayuda militar y económica de Occidente y consolidó su posición como aliado clave de Estados Unidos (EEUU) en la región.
En 1996, Catar se convirtió en el primer Estado del Golfo en reconocer de facto al régimen israelí al establecer relaciones comerciales. En la Cumbre Económica de Medio Oriente y Norte de África celebrada en Doha en 1997, los cataríes recibieron al ministro de Comercio israelí, una medida que indignó al régimen de Arabia Saudí en aquel momento. Sin embargo, la relación se deterioró tras el asalto del régimen israelí a Gaza en 2008, y Catar cesó posteriormente todos los vínculos formales. En 2010, el régimen israelí rechazó una iniciativa catarí para restablecer las relaciones en el marco de un acuerdo que permitiera a Catar enviar ayuda a Gaza. Sin embargo, las relaciones informales entre ambos regímenes continuaron, así como un modesto volumen de comercio.
Aunque otros regímenes tardarían más tiempo en normalizarse formalmente con el régimen israelí, las relaciones encubiertas y la cooperación en materia de seguridad e inteligencia fueron abundantes tras los Acuerdos de Oslo. La preocupación por la posibilidad de que se produjeran disturbios internos fue un factor determinante, más aún cuando comenzaron las revueltas en el norte de África y el mundo árabe, durante el 2011. El apoyo inicial y superficial del ex presidente de EEUU, Barack Obama, a los levantamientos preocupó a los Estados autocráticos del Golfo, sobre todo cuando EEUU presionó para que emprendieran reformas democráticas. El acuerdo nuclear de su administración con Irán en 2015 forjó un vínculo aún más estrecho entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que se sintieron traicionados. De hecho, el sentimiento antiiraní y el ascenso de una nueva generación de líderes (no elegidos) comprometidos con el avance de los lazos con Occidente y con la ruptura del legado del nacionalismo árabe, llevó a muchos Estados del Golfo a alinearse más con el régimen israelí.
También lo hizo la posibilidad de compartir tecnologías de vigilancia. Una reciente investigación sobre el programa de espionaje israelí Pegasus realizada por el New York Times reveló que funcionarios israelíes ofrecieron el programa a los EAU como “oferta de tregua” en 2013. Esta oferta pretendía compensar un incidente ocurrido tres años antes, en el que agentes del Mossad asesinaron a un funcionario de Hamás en Dubai sin informar al gobierno emiratí de la operación. El programa de espionaje llegó en el momento oportuno, cuando los EAU estaban reprimiendo activamente a la oposición política, en su intento de frenar un levantamiento interno.
En septiembre de 2020, EAU y Baréin se convirtieron en el tercer y cuarto Estado árabe en establecer formalmente relaciones diplomáticas con el régimen israelí a través de los Acuerdos de Abraham de la administración Trump. Los acuerdos fueron aclamados como tratados de paz históricos por una gran parte de los principales medios de comunicación, a pesar de que los dos países nunca habían estado en guerra con el régimen israelí. Sin embargo, los medios de comunicación tenían razón al afirmar la importancia histórica de los acuerdos debido a su naturaleza descarada.
Poco después de finalizar los acuerdos, EAU firmó un acuerdo de armas con EEUU por valor de USD 23.370 millones, que incluía aviones de combate F-35 y sistemas de aviones no tripulados Reaper. El ex secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, afirmó haber autorizado la venta de acuerdo con el espíritu de los Acuerdos de Abraham. Netanyahu expresó inicialmente su oposición a la venta de armas por temor a que pudiera poner en entredicho la ventaja militar cualitativa del régimen israelí en la región, pero más tarde revirtió su posición.
Aunque Arabia Saudí no formó parte oficialmente de los Acuerdos de Abraham, apoyó este cambio de política. De hecho, si se hubiera opuesto a los acuerdos, éstos no se habrían producido. La relación de Arabia Saudí con el régimen israelí también experimentó algunos avances significativos en 2022. Tras años de negociaciones y la intervención de la administración Biden, el régimen israelí aceptó un acuerdo de 2017 entre Egipto y Arabia Saudí, que supuso la transferencia del primer país al segundo, respecto a la autoridad sobre las islas del Mar Rojo: de Tirán y Sanafir. Israel aprovechó la necesidad de su aprobación, requerida por los parámetros señalados en el tratado de paz entre Egipto e Israel de 1979, para obligar a Arabia Saudí a permitir a los aviones israelíes volar por su espacio aéreo. Por su parte, el régimen egipcio accedió a trasladar la fuerza de observación multilateral de las islas, a posiciones en la península del Sinaí.
En un anuncio oficial, los saudíes no mencionaron al régimen israelí, sino que afirmaron que “abrirán el espacio aéreo del reino a todas las compañías aéreas que cumplan los requisitos de la autoridad para sobrevolar”. Esto refleja que Arabia Saudí sigue negándose a la normalización oficial con el régimen israelí. De hecho, en julio de 2022, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí reiteró su línea oficial, y sostuvo que la normalización llegará con la aplicación de la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, que exige el establecimiento de dos Estados a lo largo de las fronteras de 1967, la retirada del régimen israelí de las tierras ocupadas en ese año, y la garantía de Jerusalén Este como capital de un futuro Estado palestino. Sin embargo, aunque la Liga Árabe sigue oficialmente comprometida con la Iniciativa de Paz Árabe, de todas las maniobras anteriores se desprende que la condición de Estado palestino y la lucha palestina por la liberación fueron abandonadas a nivel estatal.
Separar los regímenes del pueblo
Sin embargo, estos acuerdos de normalización no reflejan el sentimiento popular. De hecho, desde el inicio del proyecto sionista en Palestina, la población de toda la región se opuso de forma constante e inquebrantable. Incluso antes de 1948, la solidaridad árabe con los palestinos era evidente, y durante la propia guerra de 1948, miles de voluntarios de toda la región se unieron al Ejército de Liberación Árabe en defensa de Palestina. Otras fuerzas de voluntarios también llegaron, incluso desde Irak, cuyo sacrificio se honra hasta el día de hoy en un monumento a las afueras de la ciudad palestina de Jenin.
Años más tarde, tras la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel de 1979, la Liga Árabe votó para suspender y sancionar a Egipto. Los diplomáticos fueron retirados y los funcionarios egipcios se quejaron de una campaña de aislamiento político. Sin embargo, las sanciones no fueron ruinosas, y la pertenencia de Egipto se restableció plenamente en 1989. No obstante, la traición que sintió la “calle árabe” fue mucho más duradera. Hubo manifestaciones en toda la región calificando al presidente egipcio, Anwar Sadat, de traidor por romper con el consenso árabe. Los propios egipcios también manifestaron su oposición a la normalización, especialmente tras la invasión del Líbano por parte del régimen israelí en 1982.
La oposición árabe a la normalización sigue siendo fuerte hasta el día de hoy. Una encuesta realizada entre 2019 y 2020 por el Centro Árabe de Investigación y Política revela que, en toda la región, los pueblos árabes siguen oponiéndose a la normalización diplomática con Israel. En Kuwait, Catar y Marruecos, la oposición a la normalización se sitúa en el 88%, mientras que en Arabia Saudí, solo el 6% está a favor. De hecho, legisladores y organizaciones de la sociedad civil en Argelia, Túnez y Kuwait presionaron para criminalizar cualquier forma de normalización con el régimen israelí, e Irak aprobó una ley de este tipo en mayo de 2022.
En particular, los EAU y Baréin no se incluyeron en la encuesta de 2019-2020 porque resultó demasiado difícil hacer preguntas de una naturaleza tan políticamente sensible. De hecho, el gobierno de los EAU se muestra especialmente interesado en silenciar y castigar la oposición a la normalización, llegando a enviar mensajes de WhatsApp advirtiendo a la población que oponerse a dicha política estaba prohibido. Incluso a la destacada poeta emiratí Dhabiya Khamis Al-Muhairi se le prohibió salir de EAU tras anunciar públicamente su oposición a la normalización con el régimen israelí. En consecuencia, esta oposición al régimen de normalización procedió principalmente de emiratíes en el exilio.
Del mismo modo, Baréin aprobó una ley que impide a los empleados gubernamentales oponerse a la política de normalización del gobierno. Sin embargo, justo antes de la ratificación de los Acuerdos de Abraham, docenas de grupos de base y de la sociedad civil de Baréin publicaron una declaración colectiva en la que rechazaban la medida y reiteraban su apoyo a la lucha palestina por la liberación. Entre ellos había varios grupos de izquierda, sindicatos y asociaciones de profesionales. También se creó en 2019 la Coalición del Golfo contra la Normalización, que reúne a activistas de los países del Golfo comprometidos con la liberación palestina.
Del mismo modo, existen cientos de rechazos individuales a la normalización, en los que atletas y figuras culturales de toda la región se niegan a participar en eventos con participantes o financiación israelí. Un ejemplo fue el caso del judoka argelino Fethi Nourine quien se retiró de los Juegos Olímpicos de Tokio 2021, en modo de protesta al tener que enfrentarse a un oponente israelí. Como consecuencia, la Federación Internacional de Judo suspendió a Nourine por diez años.
La normalización y el futuro de la región
La normalización del régimen árabe con el proyecto sionista y el régimen israelí no es nueva. De hecho, los Acuerdos de Abraham de 2020 no fueron una gran sorpresa para los palestinos. Aun así, marcaron el comienzo de un nuevo tipo de normalización descarada que profundiza la coordinación diplomática, militar y de seguridad con el régimen israelí al tiempo que hace alarde de ella públicamente. Los actos culturales de normalización, los trucos publicitarios y las campañas en redes sociales entre emiratíes e israelíes demuestran este cambio, que difiere en gran medida de las formas de normalización establecidas a raíz de los acuerdos de paz de Egipto en 1979 y Jordania en 1994.
De hecho, ambos regímenes siguen minimizando la normalización como si se tratase de una simple cuestión de poner fin al estado de guerra con una entidad fronteriza, algo particularmente importante para Jordania, que alberga a una gran cantidad de población refugiada palestina. El potencial de que la movilización popular en torno a la causa palestina tenga un efecto indirecto, generando un mayor escrutinio de los dirigentes egipcios y jordanos, y llamando al cambio, obliga igualmente a los respectivos regímenes a mantener la discreción de sus acuerdos de normalización, reflejando la fragilidad de su poder. Así pues, se puede decir que la capacidad de un Estado para normalizarse de forma tan descarada y pública con el régimen israelí va de la mano con la fuerza y estabilidad del autoritarismo al que está sujeto su pueblo.
Esto es precisamente lo que hace que estas últimas maniobras de normalización sean tan preocupantes: el hecho de que los regímenes autocráticos de la región se unan para acordar una alianza basada en acuerdos de armas, intercambios de tecnología de vigilancia y coordinación de la seguridad, anuncia un futuro aterrador para los pueblos de la región. Por lo tanto, oponerse a estos acuerdos de normalización no sólo tiene que ver con la lucha por la liberación de Palestina, sino también con la lucha por un futuro mejor y más libre para los pueblos de la región.
De hecho, la lucha por la liberación de Palestina debe ir de la mano de la lucha por la liberación de todos los pueblos árabes sometidos a regímenes despóticos. Desafiar y poner fin a estos regímenes opresivos debe ocurrir a través de las fronteras porque, en última instancia, reconocer nuestra lucha compartida, contra enemigos compartidos, es la única manera de realizar un futuro radicalmente diferente al que se está escribiendo actualmente para nosotros.
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Yara Hawari es la analista principal de Al-Shabaka: The Palestinian Policy Network. Realizó su doctorado en Política de Oriente Medio en la Universidad de Exeter. Además de su trabajo académico es una comentarista política habitual que escribe para varios medios de comunicación, como The Guardian, Foreign Policy y Al Jazeera English.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por al-Shabaka el 18 de Octubre de 2022.