Por Yossi Mekelberg para Arabnews
En cuestión de pocos meses, el panorama político tanto de Estados Unidos (EEUU) como de Israel cambió radicalmente. Esta nueva realidad es intrigante tanto por razones internas como internacionales y se espera que deje su huella en las relaciones entre EEUU e Israel. Con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca y un nuevo, aunque algo frágil, gobierno liderado por el primer ministro Naftali Bennett instalado en Israel, no se espera que estas relaciones cambien drásticamente, pero se pondrán a prueba en cuestiones importantes en las que ambos no coinciden: Irán y los palestinos, en particular. Para Biden, una visión más crítica respecto a Israel en el Congreso, especialmente entre el propio Partido Demócrata del presidente, sus funcionarios electos y sus partidarios, está cobrando impulso hasta el punto de que pronto será imposible ignorarla.
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En el futuro inmediato, una seria prueba de las relaciones entre ambos gobiernos es inevitable, y girará en torno a si Washington decide volver al acuerdo nuclear del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) con Irán y, de ser así, en qué condiciones lo hará. El predecesor de Bennett, Benjamin Netanyahu, presentó probablemente la oposición más ardiente e inflexible al acuerdo nuclear de 2015 firmado por el P5+1. Hizo de este asunto la misión de su vida, primero para evitar que viera la luz, en lo que fracasó, y luego, una vez firmado, para decir obsesivamente al mundo lo peligroso que era no sólo para Israel, sino también para toda la región y para la paz mundial.
En su libro “Una Tierra Prometida”, el ex presidente estadounidense Barack Obama, en lo que era a la vez una observación y un lamento, escribió que Netanyahu, quien se veía a sí mismo como el defensor del pueblo judío contra la catástrofe además de ser también un comunicador dotado y familiarizado con la política y los medios de comunicación estadounidenses, estaba seguro de que podría resistir cualquier presión de la administración Obama, e incluso hacerle pagar un precio si no podía. En ningún otro asunto quedó más patente esto que en el PAIC. Bajo una administración y circunstancias diferentes, sus incesantes esfuerzos dieron resultado cuando EEUU se retiró del acuerdo en 2018.
Existe una gran discrepancia entre las nuevas administraciones de Washington y Tel Aviv en cuanto a la experiencia en la escena mundial. Actualmente existe poca experiencia en negociaciones diplomáticas de alto nivel entre los principales responsables de Israel, mientras que existe mucha en la administración Biden. Además, ambos gobiernos están sufriendo los embates compulsivos de sus predecesores. La diferencia en este caso es que, mientras los asuntos internacionales preocupan menos a Trump, quien sigue consumido por su pérdida de las elecciones presidenciales y quien, en última instancia, ya no tiene ningún papel político formal, la razón de ser de Netanyahu y su aspiración a la relevancia política, en cambio, sigue siendo detener a Irán. Como líder de la oposición en la Knesset, recuerda a diario al gobierno en ciernes que no está a su altura ni en esta ni en ninguna otra cuestión. Esto afectará, si no a la toma de decisiones, al menos a la retórica en relación con Irán. Curiosamente, al igual que su predecesor, Bennett no es ajeno al atolladero de la política y la sociedad estadounidenses, ya que es hijo de padres norteamericanos y pasó algunos de sus años de formación en EEUU, y más tarde en Nueva York construyó una impresionante carrera en la industria tecnológica.
A pesar de la experiencia de Bennett en EEUU y de su ideología, más dura que la del gobierno anterior, sobre todo en lo que respecta a las relaciones con los palestinos, hubo una sensación general de alivio en Washington al poder dar por fin la bienvenida a un nuevo gobierno israelí, sobre todo a uno en el que no participa Netanyahu. Biden se apresuró a felicitar a Bennett y al nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Yair Lapid, reiterando su compromiso de reforzar “todos los aspectos de la estrecha y duradera relación entre nuestras dos naciones”.
A pesar que Teherán se retrasó en las negociaciones sobre la reactivación del acuerdo nuclear de 2015, y de la elección del intransigente Ebrahim Raisi en lugar del pragmático presidente Hassan Rouhani, esta posible área de fricción entre EEUU e Israel aún puede evitarse. Irán puede jugar duro, pero necesita desesperadamente que se suavicen las sanciones. Aferrarse al hecho de que fue Washington quien se retiró del acuerdo en primer lugar tiene muy poca tracción con la administración de Biden, que está más interesada en negociaciones constructivas y en llegar a un acuerdo que en fingir. No se dejará llevar por el pedido de rescate, sean cuales sean los aciertos o errores cometidos por una administración anterior.
El nuevo gobierno israelí, tanto por razones estratégicas como internas, ya estableció un tono muy duro con respecto a Irán. Lapid, que no suele ser proclive a la hipérbole, calificó a Raisi de “carnicero de Teherán”, cuya elección debería desencadenar una renovada determinación entre la comunidad internacional para “detener el programa nuclear de Irán y poner fin a sus destructivas ambiciones regionales”. Una vuelta al PAIC de una forma u otra se enfrentará a fuertes críticas por parte de Israel, pero es poco probable que el gobierno de Bennett-Lapid lo impulse, al estilo de Netanyahu, hasta el punto de perjudicar las relaciones a largo plazo entre EEUU e Israel.
Sin embargo, en cuanto a las cuestiones palestinas, Israel se encuentra en un terreno más inestable. Washington está lejos de estar dispuesto a embarcarse en una iniciativa de paz. Ni el sistema político palestino, que se encuentra en un estado de recambio, ni el gobierno israelí, con su escasa mayoría en la Knesset, podrían sobrevivir a un proceso tan complejo. Sin embargo, la creciente presión dentro de la sociedad estadounidense, especialmente desde el fortalecimiento del campo progresista del Partido Demócrata que, en los últimos años, se alejó de su apoyo unilateral a Israel para adoptar un enfoque más ecuánime ーincluyendo la crítica al enfoque obstruccionista de Israel a un proceso de paz genuino, su ocupación opresiva de Cisjordania y su bloqueo de Gazaー bien puede tener un impacto. Cabe esperar que el gobierno de Biden insista más en la mejora de las condiciones de vida de los palestinos y en impedir que Israel tome medidas unilaterales, para anular la solución de dos Estados mediante la ampliación de sus asentamientos y la legalización de los puestos de avanzada en Cisjordania.
Por el bien de sus propios países y del mundo, es un gran alivio ver liderazgos más matizados, considerados y menos confrontativos en EEUU e Israel, que sustituyen a administraciones dirigidas por dos egos super-inflados. Habrá cuestiones en las que los dos gobiernos discreparán e incluso chocarán, pero lo más probable es que esta estrecha alianza informal permanezca intacta, al servicio de los intereses vitales de cada uno, tanto en casa como en el extranjero.
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Yossi Mekelberg es profesor de Relaciones Internacionales y miembro asociado del Programa MENA de Chatham House. Colabora habitualmente con los medios de comunicación internacionales escritos y electrónicos.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arabnews el 29 de Junio de 2021