Por Danny Makki para New Lines Magazine
Aunque nunca fue fiel a la serie televisiva, “Bab al Hara” sus temporadas actuales, son aún peores ahora dadas las últimas desdichas del país.
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Caminando por las oscuras y vacías calles de Souk al Manakhliya, en el antiguo Damasco, pasado el iftar es fácil perderse. Yo lo hice, y me encontré caminando junto a una pequeña y algo desordenada tienda en la esquina donde me detuve para pedir indicaciones. El canoso tendero estaba pegado a su mini televisión, apenas visible entre la espesa niebla de humo generada por su cigarrillo Alhamra producido en Siria. Después de un momento de pausa, pude distinguir la escritura en la pantalla. Revelaba la legendaria serie siria “Bab al Hara” (La puerta del barrio), que retrata la Siria de los años 30 bajo el dominio colonial francés. Tartamudeó mientras decía: “Esta es la temporada 12. No quiere terminar”, antes de indicarme el camino que debía seguir. En el viaje de vuelta a casa, no pude evitar reflexionar sobre este programa y los agudos recuerdos que evocaba.
Me sorprendió que todavía estuviera en la televisión. Recuerdo perfectamente que me absorbieron las primeras temporadas, que eran nostálgicas y captaron el estado de ánimo de Siria antes de 2011, justo antes de que la serie quedará trágicamente silenciada. Reapareció tres años más tarde en una versión diluida y menos conmovedora que no estaba en sintonía con la brutalidad que había afligido al país. Esencialmente una cáscara superficial y algo decepcionante de su antiguo ser. Para mi sorpresa, el programa sobrevivió a gran parte de la guerra y sigue rodando sin grandes problemas, rompiendo filas con sus narraciones anteriores, que en parte inspiraron la rebelión y la revuelta, y sigue tergiversando la historia de lo que fue Siria durante la época del mandato.
Mientras los árabes de Occidente se ocupan de las representaciones que Hollywood hace de la historia y la cultura árabes, una de las series más populares del mundo árabe hizo posiblemente un trabajo tan malo – si no peor- a la hora de captar el verdadero espíritu de una época pasada en Siria. “Bab al Hara” se convirtió en una sensación regional poco después que su primera temporada se emitiera durante el Ramadán en 2006. Posteriormente se convirtió en la serie de referencia para ver durante el mes sagrado del ayuno cuando se reservan espacios televisivos de primer orden para obras creativas de toda la región.
Bassam al Mulla, el difunto director de las seis primeras temporadas, había conseguido que los primeros episodios fueran agitados y dramáticos, con tensas y a menudo hilarantes peleas con cuchillos, con fuertes y largos acentos damascenos y diversas disputas. Pero el barrio se presentaba como desmesuradamente rudimentario, mientras que la realidad de Siria durante el dominio francés era que la sociedad estaba bastante avanzada. En la serie, pocos lugares tienen electricidad, el transporte se realiza principalmente en burros y rara vez se ve a las mujeres en público sin un niqab completo, y raramente ejercen un rol social definitivo. Personajes con bigote, como Abu Issam, interpretado por Abbas al Nouri, un médico y barbero local que era un pilar de la serie, se abría paso en un mundo vehementemente patriarcal. Sus hijos, el imitador de Johnny Depp, Wael Sharaf, un aspirante a “qabaday” (hombre fuerte) del barrio, el mayor y vehemente polígamo, el torpe Issam, interpretado por Milad Youssef, siempre reñían con sus tres esposas, Latfieh, Hoda y Faiza, y discutían a diario.
El barrio estaba dirigido por el cuñado de Abu Issam, el legendario Abu Shahab, interpretado por Samer al Masri, quien fue excluido de la actuación en la cuarta temporada tras un enfrentamiento con al Mulla por “difamar a su personaje con su comportamiento irresponsable fuera del trabajo”. Abu Issam era tan popular que su personaje fue asesinado, supuestamente luchando contra los británicos en Palestina, antes de ser resucitado en la sexta temporada, en la que se volvió a casar tras divorciarse de su mujer. La trama serpentea de forma insignificante durante varias temporadas hasta que los franceses finalmente bombardean la zona conocida en la serie como ‘Haret al Dabea’ (el barrio de las hienas) y cometen una masacre en la que muere la mayor parte del reparto. A pesar de ello, la serie siguió adelante, y el productor Muhammad Qaband prometió mucho más drama con un “nuevo barrio y la introducción de familias libanesas y jordanas con la posibilidad de incluir una familia egipcia” para 2022, una señal desesperada de la fallida creatividad en la dirección de una serie antaño legendaria.
Las temporadas posteriores se vieron envueltas en guiones monótonos y aburridos que llevaron a los espectadores a burlarse brutalmente de ella. Un usuario de las redes sociales bromeó: “Si los franceses supieran que llegaron a la decimotercera temporada, no habrían invadido Siria en primer lugar”. “Por supuesto, esto no terminará. Los franceses vendrán a besar las manos de los directores y guionistas para que paren”. Bromeando en respuesta a la confirmación de Qaband de otra temporada el año que viene.
Cuando se estrenó, “Bab al-Hara” tocó la fibra sensible en un momento de máximo sentimiento nacionalista árabe en Siria. La guerra de Israel contra el Líbano estaba en curso, y con la guerra de 2008 en Gaza, había un verdadero sentido de descubrir una historia perdida y promover la unidad, aunque gran parte de ella fue, por supuesto, exagerada o inventada para el efecto cinematográfico.
Las luchas intestinas entre los vecinos eran una constante. Sin embargo, todos se unían cuando llegaba el momento de luchar contra los franceses o los británicos, o contra la fuerza policial local o “darak”. Los productores habían concebido conscientemente estas escenas como ejemplos de “nakhweh”, que significa caballerosidad o voluntad de ayudar a la gente, un ideal que se remonta a la forma en que muchos nacionalistas árabes veían la lucha con Israel o Estados Unidos hasta que comenzó la Primavera Árabe. Las acusaciones generalizadas de que el espectáculo no tenía sentido se justificaron cuando regresó en 2014, tras un paréntesis de tres años, con una nueva escenografía, y un reparto diferente, con un nuevo director, sin un guiño al momento actual, en el que el país estaba trastornado por una brutal guerra.
Aunque el espectáculo se basa en un pasado muy anterior a los acontecimientos actuales, no habría sido inaudito que una telenovela hiciera al menos alguna referencia implícita a la actualidad. Por ejemplo, podría haber introducido las protestas contra las condiciones sociales, la corrupción, la opresión, los ocupantes franceses o, quizá más profundamente, las luchas intestinas entre hermanos y vecinos.
La versión idealizada de la historia siria y la idea de la unidad contra el ocupante quedaron muy desdibujadas en la serie después de 2011, cuando la identidad inicial del programa se convirtió en un tema de controversia en medio del terremoto que supuso el levantamiento sirio. Un punto de referencia más que destacado de la serie era la bandera utilizada bajo el mandato francés de 1932, con una bandera horizontal de color verde, blanco y negro, con tres estrellas rojas en el centro, en contraposición a la bandera oficial del Estado sirio, de color rojo, blanco y negro, con dos estrellas verdes en el centro. La oposición siria retomó la anterior bandera del mandato en 2012 y la utilizó como símbolo político contra el gobierno sirio. Cuando esto se convirtió en una clara tendencia, la bandera del mandato fue retirada por completo del rodaje y sacada de cualquier escena de “Bab al Hara”.
Además, el destacado jefe de la policía local francesa en la serie era un personaje llamado “Abo Jowdat”, un funcionario codicioso y corrupto. El actor detrás del papel, el difunto Zuhair Ramadan (que murió en la vida real el año pasado después de la undécima temporada), tenía un papel de prolongada duración en la serie, pero también era el jefe del gremio de artistas de Damasco, un puesto poderoso en Siria y que le daba mucha influencia en la industria. La serie fue acusada de cambiar sus temas para apaciguar al gobierno sirio. Conversé con Cidra Hafez, una antigua seguidora del programa, que expresó: “Podíamos relacionarnos con las primeras temporadas porque era algo nuevo; era una muestra de resistencia contra los franceses y en un momento de problemas árabes en Líbano, Irak y Gaza, y te hacía sentirte orgulloso de que te contaran ese tipo de historia. Pero nunca se desarrolló. Se quedó igual, y cuando empezó la guerra en Siria y se produjo la rebelión, se detuvo durante años y luego volvió, pero de una manera que estaba a favor del gobierno y en línea con sus políticas, y además casi todo el reparto se había ido”.
Para ser un programa de Ramadán, sus primeras temporadas tuvieron un gran éxito, y sólo el final de la segunda temporada fue visto en directo por más de 50 millones de espectadores en todo el mundo árabe con su espacio de cabecera en la cadena de televisión por satélite saudí MBC. Ganó una gran popularidad en Siria y el mundo árabe, donde los cortos virales de YouTube son un testimonio de las decenas de millones de fieles espectadores. No satisfecha con la asombrosa cifra de 342 episodios, una de las series de televisión más longevas de la historia de Medio Oriente, “Bab al Hara” fue renovada por una 13ª temporada que se emitirá el próximo Ramadán. Desde su estreno en 2006, marcó tendencia al ser pionera en la oferta anual de dramas de época de la ocupación francesa y otomana de baja calidad, que consolidaron el ambiente de imitación barata de la televisión siria desde el inicio del programa. Su éxito fue un ejemplo de todos los dramas sirios que intentaron seguir desde entonces, y ninguno lo consiguió.
Se hizo tan popular que se utilizó como parodia. Por ejemplo, unos comediantes iraquíes hicieron un vídeo completo con una parodia del coronavirus al estilo de “Bab al Hara” en el que se vestían con ropas tradicionales sirias del tipo “Bab al Hara”, se ponían enormes bigotes e intentaban imitar el acento sirio mientras hablaban de la pandemia de COVID-19 y del confinamiento.
Pero para un programa que se anuncia inicialmente como “la vida social de un barrio sirio en los años 30 bajo el colonialismo francés”, se equivoca mucho sobre la vida en Damasco en esa época. Incluso en lo que respecta a las conexiones de transporte y la movilidad, donde los burros y los caballos son los medios de transporte principales y sólo para los ricos, ignora por completo el tranvía en Damasco en ese período. El empresario Youssef Mutran fue el primero en explorar la posibilidad de construir un tranvía en 1889. El tranvía fue establecido y operado por la Compañía Belga de Tanweer y Tracción en 1907, al menos 20 años antes de que se ambientara el espectáculo, llegando a cubrir las áreas de Douma y Harasta, en Ghouta Oriental.
El ferrocarril Beirut-Damasco llevaba mucho tiempo en servicio; se inauguró el 3 de agosto de 1895, convirtiéndose en el primer ferrocarril que funcionaba en el Levante, con una línea de 91 millas que atravesaba dos cordilleras. La vida de los damascenos no se limitaba a las disputas tontas y a las reuniones en la cafetería para tomar el té o en los baños comunales o la barbería. Según el escritor sirio Sami Moubayed en su gigantesca obra “The Makers of Modern Syria: The Rise and Fall of Syrian Democracy 1918-1958” (Los creadores de la Siria moderna: Auge y caída de la democracia siria 1918-1958), Damasco tenía un aire muy diferente en la década de 1930. “A los damascenos les gustaba pasar largas tardes de verano en sus balcones floridos, tomando té y comiendo fruta fresca de los huertos de Ghouta. La ciudad había perdido elegancia, pero seguía siendo motivo de orgullo para los lugareños. Agentes de policía con trajes blancos y azul marino dirigían el tráfico con señales de cartón de color verde y rojo. Las gasolineras eran escasas, pero se podía encontrar una colorida variedad de flamantes Desotos, Cadillacs, Fords y Chryslers por toda la ciudad. Algunos eran descapotables con una costosa tapicería de cuero, conducidos por hombres que mascaban puros y llevaban trajes del oeste, gemelos de plata y fez carmesí”.
En 1920, 70.000 hogares sirios tenían electricidad, y Damasco en la década de 1930 era una ciudad sofisticada y culta, llena de activismo, periodismo, carreteras y leyes modernas. Sus habitantes la recordaban como una joya de la capital y también muy política. Las mujeres tenían una importante participación política. En la serie, los enérgicos hombres suelen luchar con los líderes de los barrios opuestos en dramáticos combates a cuchillo en los que el honor dicta que hay que derramar sangre o infligir graves heridas. Sin embargo, “Bab al Hara” no muestra ninguno de los cines de Damasco de la época ni al “Zaeem”, la mayoría de las veces el hombre más culto e intelectual de la zona, leyendo una revista diaria o asistiendo a un concierto o a una obra en el teatro.
Por otro lado, otra popular serie estrenada en el Ramadán de 2020, llamada “El coro de Aziza”, ofrece una perspectiva más amplia de la vida en Damasco en los años veinte. En ella, la actriz Nisreen Tafesh interpreta a Aziza Khokha, una bailarina que cautivó los corazones y las mentes del Levante en los años 30 y que es conocida como la “Reina del Teatro”, algo que se pierde por completo en “Bab al Hara”, que representa una ciudad totalmente diferente. La serie sobre la vida de Aziza se realizó tras una profunda investigación histórica sobre aquella época y el modo de vida de muchos sirios de a pie en aquel entonces, donde calles y barrios como al Shaghour, al Barani, la calle Badawi y el callejón al Borghal eran mucho más coloridos y modernos de lo que la gente percibía.
El versado actor sirio Hossam Tahsin Bek, que también tiene un papel en “El coro de Aziza”, describió cómo el mundo del espectáculo forma parte de nuestra historia, le guste o no al espectador.
“El Coro de Aziza es históricamente correcto y se basa en referencias científicas, la obra trata de una época histórica y artística que pasó por Siria y es exacta al representar la época de los años 30 por su naturaleza, gente y conceptos artísticos. En cuanto al grado de aceptación de la gente de las escenas que incluyen bailes y desfiles, cuando se habla de la historia, se debe contarla al pie de la letra, independientemente de que el espectador la acepte o no”, expresó el actor públicamente.
Algunos acusaron a “El coro de Aziza” de glorificar en exceso los comportamientos impropios al mostrar a las chicas trabajadoras bajo una luz más abierta de lo que algunos están acostumbrados durante el Ramadán. Las críticas se centraron en la audacia, especialmente en el personaje de la protagonista de la serie, Aziza, que a menudo lleva ropa reveladora. Esto llevó al guionista de la serie, Khaldoun Qatlan, a responder: “pobre es esa nación cuyos instintos lujuriosos se agitan con la cintura de una mujer”.
En cambio, “Bab al Hara” presenta a las mujeres de una forma vergonzosa, en la que son obedientes a los hombres, como sirvientas glorificadas, mientras el hombre que gana el pan sale a la calle. Estas actitudes están tipificadas por la falta de mujeres trabajadoras en las primeras temporadas y por las ramificaciones a las que se enfrenta la hija de Abu Issam, Jamila, que habla con el hijo del panadero en la puerta de su casa y luego es golpeada brutalmente en la serie. Ambas son ejemplos de la actitud de que las mujeres, según “Bab al Hara”, eran amas de casa sumisas en una época profundamente patriarcal. Sin embargo, las mujeres sirias eran mucho más sofisticadas y con más empuje, y desempeñaban en la vida real roles con los que las de “Bab al Hara” sólo podían soñar.
Por ejemplo, Naziq al Abid fue una activista siria durante ese periodo que se ganó el título de la “Juana de Arco de los árabes” por los periódicos occidentales por su rol como revolucionaria. No sólo fundó la primera organización de mujeres del país y una publicación afiliada, a Noor al Fayha (la Luz de Damasco), sino que también encabezó una importante delegación de mujeres sirias en la Comisión King-Crane estadounidense, donde se manifestó ante la comisión y el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en un esfuerzo por promover una Siria más liberal y secular. Notablemente, participó en la batalla de Maysaloun contra la ocupación francesa y tuvo tiempo de fundar la Media Luna Roja siria ese mismo año, al tiempo que fue nombrada General Honoraria del Ejército sirio.
Otro nombre apenas mencionado por “Bab al-Hara” es el de Mary Ajami, una periodista damascena que fundó la primera revista del mundo árabe en la que se pedía la emancipación de la mujer. Además de publicar regularmente en Noor al-Fayha, de Naziq al Abid, a lo largo de la década de 1920, unos diez años antes de que se ambientara la serie, también dio conferencias sobre los derechos de la mujer y cofundó el Club de Mujeres Shami, que por cierto daba clases gratuitas de inglés, poesía y estudios religiosos a quienes estuvieran dispuestos a aprender. En la serie, las mujeres no están cerca de una escuela; el barrio ni siquiera tiene una escuela. Sin embargo, en 1928 se calculaba que la matrícula femenina en las escuelas de los países de Siria y Líbano era de casi 55.000 mujeres de una población total de más de 2 millones.
A pesar de ser un gran éxito, con cifras de audiencia de decenas de millones de personas durante las cinco primeras temporadas, los temas que se tratan en “Bab al Hara” y las representaciones históricas son fundamentalmente erróneas. El concepto de nacionalismo que subyace está profundamente tergiversado, en el sentido de que retrata la rebelión contra los franceses y los británicos, al tiempo que elimina cualquier sentido de sofisticación de los sirios. La historia era una fantasía comparada con la vida real de Damasco y los damascenos durante el periodo del mandato, cuando los sirios estaban muy adelantados a su tiempo. Tampoco captó el influyente rol de las mujeres en la sociedad siria, incluso en el plano político, que era mucho más avanzado de lo que el programa transmite.
Y lo que es peor, sirvió de ejemplo para los dramas sirios de los últimos 16 años y promovió dramas de época inexactos y débiles a raíz del éxito de un programa. En realidad, la historia de Siria es mucho más profunda y matizada, con contenidos suficientes para impulsar la industria televisiva del país.
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Danny Makki es un escritor que cubre el tema de Siria, académico no residente en el Instituto de Medio Oriente.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 28 de abril de 2022.