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El Interprete Digital

Por qué los talibanes ven la educación como un arma

Por Fazelminallah Qazizai para New Lines Magazine

Irán – Campamento nómada en la frontera afgana. [Jeanne Menj/ Creative Commons]

Más de siete meses después del final de la guerra, las escuelas de niñas siguen cerradas en Afganistán, sumado a que las divisiones dentro del gobierno comienzan a abrirse.

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La mañana del 23 de marzo era brillante y clara, y por primera vez en meses había una sensación de optimismo en el aire. Mucha gente aquí en Kabul acababa de terminar de celebrar Nowruz, el Año Nuevo persa, y después de un largo y duro invierno, el comienzo de la primavera se sintió como el cambio que necesitábamos desesperadamente. Las celebraciones fueron más tranquilas de lo habitual ya que los talibanes decidieron que no debería ser un día festivo oficial. Sin embargo, los niños todavía estaban en las calles jugando con sus regalos: cometas, globos, pistolas de juguete. Detrás de puertas cerradas, la gente había podido visitar a amigos y vecinos para desearles lo mejor con un tazón de sopa de fideos o frutas secas y una taza de té. Estos pequeños actos de alegría y bondad pueden no haber sido mucho, pero eran algo.

Los talibanes nunca consideraron mucho al Nowruz, ya que no se basa en el calendario islámico, y muchos otros afganos conservadores también prefieren dejar que la ocasión pase desapercibida. Sin embargo, no existieron prohibiciones de celebrar el año nuevo en privado, y eso en sí mismo parecía que podría ser un gesto de conciliación del gobierno en un momento en que todos debemos unirnos y sacar adelante al país. Kabul es una ciudad cosmopolita y multiétnica, y aquellos de nosotros, que hemos vivido aquí tiempo suficiente, sabemos que es mejor respetar las diferencias culturales de los demás que dejar que nos dividan. Las familias están mezcladas entre pashtunes, tayikos, hazaras y uzbekos, y eso es una fortaleza, no una debilidad.

Una cosa en la que todos podemos estar de acuerdo este año es que Nowruz fue el preludio de un evento mucho más importante: la reapertura de las escuelas de niñas. Todos los que conozco, independientemente de su origen étnico o sus opiniones políticas, habían estado esperando el 23 de marzo para que sus hijas, hermanas y sobrinas pudieran reiniciar su educación como había prometido el gobierno. Los talibanes siempre habían insistido en que la decisión de cerrar las escuelas de niñas era una medida temporal introducida sobre la base de preocupaciones de seguridad no especificadas. Ahora estaban listos para demostrar que eran fieles a su palabra sobre este tema clave. Como alguien con un título en derecho islámico, ciertamente no podía pensar en una sola razón legítima para continuar negando a millones de afganos una educación por motivos religiosos. Todo lo contrario, siempre he considerado que es nuestro deber como musulmanes garantizar que las niñas de todo el país tengan la oportunidad de aprender materias que no se les enseñarán en las madrazas.

Me sentí feliz cuando salí de casa esa mañana para cubrir la reapertura, pero cuando llegué a una escuela en el norte de la ciudad, estaba claro que algo andaba mal. Al principio pensé que los estudiantes estaban molestos porque habían perdido mucho de estudiar y estaban luchando por reajustarse a la clase. Pero luego escuché que a todas las escuelas se les ordenó cerrar nuevamente, solo unas horas después de que reabrieron. El director, los maestros y los estudiantes estaban en el patio tratando de entender la situación; hubo gritos y llantos. Algunas chicas se apresuraron a irse como si acabaran de presenciar un crimen y estuvieran desesperadas por escapar de la escena antes de que ocurriera el trauma. Sin embargo, la mayoría se quedó esperando que la noticia fuera un malentendido. Solo alrededor de las 10:30 a.m., cuatro horas después de que abriera la escuela, todos aceptaron que la pesadilla era cierta.

Como periodista, he cubierto una gran cantidad de eventos horrendos en los últimos años: ataques suicidas, ataques aéreos, secuestros, tiroteos, violaciones, allanamientos de casas, atentados con bombas en las carreteras, robos a mano armada. Y como todos los afganos, perdí amigos y parientes en la guerra. Pero puedo decir honestamente que el cierre de las escuelas de niñas el 23 de marzo, un día de paz, fue uno de los peores momentos que he vivido. Los actos de violencia pueden explicarse, si no siempre excusarse; esto fue una pieza de auto-sabotaje a escala nacional, el estrangulamiento de todos nuestros futuros. Todavía estoy tratando de averiguar las verdaderas razones detrás de esto.

Por supuesto, la educación siempre se utilizó como un arma en los conflictos. En la década de 1980, la Universidad de Nebraska Omaha produjo libros de texto que se distribuyeron a los refugiados afganos en Pakistán como parte de los esfuerzos de ayuda de Estados Unidos en apoyo de la resistencia antisoviética de los muyahidines. Los libros glorificaban abiertamente la guerra al asociar letras del alfabeto con términos como ‘jihad’ y ‘mujahed’. Al mismo tiempo, el régimen comunista afgano usó las escuelas para difundir su propia agenda política mientras los insurgentes respaldados por Estados Unidos las incendiaban. En la guerra civil de la década de 1990 que siguió a la retirada soviética, el gobierno muyahidines mantuvo abiertas las escuelas de niñas en Kabul, pero la mayoría de la gente estaba demasiado asustada para dejar que sus hijas asistieran a clase. Las milicias armadas vagaban por las calles y todos habíamos oído cómo secuestraban a niñas y niños para abusar sexualmente de ellos. La situación volvió a cambiar bajo el primer régimen talibán. A los niños se les permitió asistir a la escuela para estudiar materias que incluían literatura pashto y dari, idioma inglés, matemáticas, geografía, historia, biología, química, física y caligrafía. En la escuela primaria debían usar un sombrero blanco y en la escuela secundaria un turbante negro como parte de su uniforme. A las niñas se les prohibió oficialmente la entrada a todas las escuelas, pero algunas continuaron recibiendo educación en secreto o en áreas más allá del estrecho control del gobierno.

No existe duda de que nuestro sistema educativo mejoró considerablemente durante la ocupación estadounidense. Los afganos de todo el país se beneficiaron al poder asistir a escuelas públicas y privadas, así como a universidades. El problema es que estas mejoras también tuvieron un costo humano enorme. Puede que estemos pagando el precio por eso ahora. Si la guerra nos educó y nos hizo más progresistas, también nos traumatizó y nos hizo más reaccionarios. Hizo a algunos de nosotros enfermeros y médicos, y a otros viudos y huérfanos. Ahora Estados Unidos congeló los activos de nuestro banco central en parte, dice, debido a la intransigencia de los talibanes en la educación de las niñas. Es probable que eso también produzca resultados más trágicos en los meses y años venideros.

El gobierno talibán explicó su decisión de mantener cerradas las escuelas de niñas alegando que le preocupa el estilo de los uniformes actuales. Nadie que yo conozca, incluidos muchos talibanes, cree que esa es la verdadera razón. El uniforme, un top y pantalones negros holgados y un pañuelo blanco en la cabeza, puede ser resto de la ocupación estadounidense, pero fue diseñado de acuerdo con la jurisprudencia hanafi y es claramente islámico. Después de todo, a las mujeres que realizan la peregrinación del hajj en el lugar sagrado de La Meca se les permite mostrar su rostro y mantener sus manos y algunas de sus piernas visibles. Nuestras chicas no se están comportando de manera diferente.

Un centro para eruditos hanafi en Herat, al oeste de Afganistán, emitió una fatwa en reacción a la decisión de los talibanes, enfatizando la necesidad de la educación de las niñas, y aquí en Kabul, las mujeres han estado en la ciudad protestando contra la continuación de la prohibición. En línea y en persona, los talibanes ahora discuten entre ellos si fue correcto mantener cerradas las escuelas de niñas. [N.d.t.: Fatwa denomina un pronunciamiento legal en el islam, producido por una autoridad religiosa]

A lo largo de la ocupación estadounidense, siempre nos dijeron que los talibanes nunca ganarían porque estaban divididos en facciones. No se presentaron pruebas reales para respaldar estas afirmaciones y, al final, fueron los estadounidenses y sus aliados afganos quienes fueron humillados. Por primera vez, incluso los leales a los talibanes, se preguntan si el movimiento está en peligro de dividirse. La decisión del gabinete de reabrir las escuelas el 23 de marzo fue, al parecer, anulada por una orden no escrita procedente de Kandahar. Aparentemente, esto sucedió después de una reunión entre altos funcionarios talibanes presidida por el líder supremo, Haibatuallh Akhundzada, pero no está claro quién exactamente tuvo la última palabra.

No olvidemos que Afganistán está en estado de guerra o agitación política desde al menos 1978. Generaciones enteras alcanzaron la mayoría de edad en este entorno. Para algunos, como las niñas que fueron a la escuela en los últimos 20 años, la educación fue una salida a nuestra tragedia nacional. Pero para otros fue la causa de este lío. Aunque deberíamos entristecernos por la decisión de los talibanes, tal vez no deberíamos sorprendernos.

Una fuente personal, que conoce bien a Akhundzada me contó sobre el tiempo que estuvo con él antes de convertirse en líder supremo, cuando solo era un miembro de alto rango de los talibanes. Akhundzada, que tiene experiencia como erudito y juez, hablaba sobre el valor de la educación en una mezquita en Kuchlak, en la provincia de Baluchistán en Pakistán. “Un mujahed se graduará de una madraza”, dijo a la audiencia. “Un Karzai se graduará de una escuela”. En lo que respecta a muchos de los talibanes, la educación condujo a la ocupación, no a la independencia. La libertad fue ganada por el Corán y el arma, nada más.

Nota desde el original. “Carta desde Kabul” es un boletín en el que nuestros colaboradores brindan sus propios vistazos únicos de la vida sobre el terreno en el Afganistán controlado por los talibanes. Suscríbase a nuestro boletín.

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Fazelminallah Qazizai es corresponsal en Afganistán de New Lines. Periodista afgano con una licenciatura en Derecho Islámico de la Universidad de Kabul y coautor, junto con Chris Sands, de “Night Letters: Gulbuddin Hekmatyar and Afghan Islamists who Changed the World”. Residiendo en Afganistán.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 4 de abril de 2022.