Por Leta Hirschmann Levy para Mondoweiss
La primera vez que me llamaron “judío que se odia a sí mismo” fue hace casi 15 años por alguien a quien consideraba un amigo cercano. Nunca antes había escuchado este epíteto. Me dolió y me sentí confundida. ¿Por qué me llamaría así? ¿Por qué apoyar los derechos de los palestinos y cuestionar la ocupación israelí de Palestina me hace odiarme a mí misma? ¿Y eso qué tiene que ver con mi judaísmo?
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Israel/Palestina me parecía una situación clara. En ese momento, no sabía mucho sobre esa historia, pero sabía que Israel no existía antes de 1948 y lo que sí existía era Palestina. ¿Cómo podría ser correcto quitarle un país a la gente que había estado allí durante siglos? ¿Y cómo podríamos todos no condenar tal acto?
15 años después, nunca me sentí más fuerte en mi postura como un judía antisionista que se ama a sí misma.
Crecí en Nueva York. Mis abuelos fueron sobrevivientes del Holocausto. Me enseñaron “Nunca más”. Esta lección, entendí, debía aplicarse a todas las personas. Crecí viendo a mis padres luchar por los derechos de las personas oprimidas y marginadas. En los años 90 boicoteamos a Nike para oponernos a los talleres clandestinos y al trabajo infantil. Poco después de que terminara el apartheid sudafricano en 1994, mis padres nos llevaron a mí y a mis hermanos a ver a Nelson Mandela hablar en su primera aparición en Nueva York. Marchamos contra la guerra de Irak en 2003. Nos manifestamos por los derechos de las mujeres y contra el perfilado racial que estaba ocurriendo después del 11 de septiembre. Mis padres fueron arrestados en numerosas ocasiones por defender sus creencias, incluso contra la violencia policial y el asesinato de Amadou Diallo. Sabía que la necesidad de luchar por la igualdad y la justicia para todas las personas venía inexorablemente de lo que aprendí de mis padres y mis abuelos. Nunca más.
Entonces, no fue un gran salto cuando llegué a la universidad y me uní a un grupo estudiantil antirracista. El primer llamado a la acción en el que participé fue para exigir que la universidad se desvinculara de la inversión de Israel. Nunca había escuchado a nadie hablar de desinversión antes de unirme a este grupo. Pero en mi primer año, en mi clase de Introducción a la Historia de Medio Oriente aprendí que, a diferencia de las mitologías sionistas que orbitan a la mayoría de los estadounidenses sobre una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra, de hecho había millones de palestinos viviendo allí, en lo que se llamaba Palestina. También supe que casi las tres cuartas partes de un millón de estas personas habían sido expulsadas de sus hogares y aldeas, y los que quedaban eran ahora ciudadanos de segunda clase en su propia tierra. Por supuesto, debemos defender sus derechos y libertades.
En 2005, la sociedad civil palestina pidió un Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) internacionales a Israel. Éramos siete en este grupo estudiantil antirracista y seguiríamos su llamado. Todavía no había Estudiantes por la Justicia en Palestina en el campus en esos días; eso vendría varios años después. Nuestro pequeño pero comprometido grupo hizo todo lo posible para movilizar a los miembros de la comunidad. Organizamos una manifestación que, lamentablemente, no recibió mucha atención. Aún así, esta era una cuestión claramente antirracista y anticolonialista para mí. A los 18 años me preguntaba, ¿por qué no se discutía más este tema en el campus?
Algunas cosas cambiaron en los últimos 15 años. Las universidades y colegios de Estados Unidos (EEUU) ahora tienen grupos de Estudiantes por la Justicia en Palestina, así como de Voz Judía por la Paz. Y el movimiento por el BDS y el apoyo a la justicia en Palestina se volvió más público en todo el país.
Lo que no cambió es que las críticas a Israel o al sionismo todavía se equiparan a menudo con el antisemitismo. Lo que no cambió es el trato opresivo, a menudo brutal, de los palestinos a manos de Israel y respaldado por el gobierno de EEUU. Lo que no cambió en mi mente es que este sigue siendo un tema claro: lo que iba a ser Nunca más, volvió. Esta vez las antiguas víctimas son los victimarios.
Entre mi crianza en un hogar arraigado en la justicia social y la especialización en Estudios Étnicos en la universidad, donde aprendí más profundamente sobre el racismo, el clasismo, el colonialismo y el imperialismo, pensé que tenía una comprensión profunda de la opresión. Entonces, en 2011, cuando fui a Palestina, sentí que estaba tan preparado como cualquiera podría estarlo. Sin embargo, lo que presencié fue absolutamente devastador.
Lo que vi en Cisjordania y en Jerusalén fue un completo sistema de apartheid. Los palestinos tenían tarjetas de identificación que decían a dónde podían ir y a dónde no, con quién podían vivir y con quién no. Tenían que pasar por puestos de control y eran rutinariamente hostigados por soldados, colonos e israelíes que apoyaban la ocupación. Se les cortaba el suministro de agua, no tenían libertad de movimiento, tenían derechos limitados de culto o expresión, y a menudo los arrestaban por lo que en EEUU llamaríamos ‘libertad de expresión’. Hay calles que son ‘solo para judíos’. Con reminiscencias de la era ‘solo para blancos’ de Jim Crow en EEUU, los palestinos están amurallados, cercados y frecuentemente sus casas son demolidas y sus tierras tomadas. En 1948, al menos 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras, de sus hogares para crear el Estado de Israel. La Nakba de 1948, o catástrofe, fue el resultado espeado del proyecto sionista de colonización, cuyo objetivo era crear un Estado judío de Israel. Esas expulsiones continúan hoy en Sheikh Jarrah y en otros lugares. No se trata de ‘desalojos’ sino de brutales robos de tierras. Y es una de las muchas máscaras que usa el colonialismo de colonos al desplazar y borrar a los nativos.
Como declaró Human Rights Watch en 2021, y como declaró recientemente Amnistía Internacional en febrero de 2022, ambos en informes bien documentados, esto es de hecho Apartheid.
Gaza, con toda la retórica orientalista e islamófoba empleada para deshumanizar a sus habitantes, es de hecho la prisión a cielo abierto más grande del mundo. Los gazatís no tienen la libertad de irse si quieren o necesitan. En su mayoría son refugiados obligados a abandonar sus hogares en lo que ahora se llama Israel. No pueden acceder libremente a agua limpia, suministros de atención médica, materiales de construcción, materiales educativos, sus derechos de pesca están restringidos, no pueden irse para bodas, funerales o la universidad. Bombardear una prisión a cielo abierto, bombardear escuelas, hospitales, carreteras y mezquitas no es ‘defensa propia’, sin importar cuántos cohetes se envíen hacia Israel. Uno no puede ‘defenderse a sí mismo’ cuando es el ocupante. E Israel tiene uno de los ejércitos más avanzados del mundo.
Se nos dice que los israelíes y los palestinos deben llegar a un compromiso. ¿Les habríamos dicho a los sudafricanos negros que deberían haber cedido más durante su período de Apartheid? ¿Deberían haber aceptado menos que la plena igualdad? ¿Habrías dudado en tomar una posición inequívoca contra el apartheid sudafricano?
Suele decirse que este tema es ‘complejo’ o ‘complicado’. Pero no es complicado. Y si mis raíces judías me enseñaron algo, en realidad está claro como el agua. Nunca más. Para nadie.
Lo que estamos presenciando es una limpieza étnica. Y como judía que sabe exactamente cómo se ve eso a partir de la historia de mi propia familia, digo que Israel no habla por mí. El sionismo es racismo. Dejame decirlo de nuevo. El sionismo es racismo. El proyecto sionista está fundamentalmente vinculado a la deshumanización de los palestinos, borrando su cultura, robando sus tierras, desplazándolos de sus hogares; un esfuerzo de colonización en curso que los convierte en ciudadanos de segunda o tercera clase en el mejor de los casos, y sujetos/habitantes confinados en el peor de los casos (como es el caso de los aproximadamente 5 millones de palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza).
No podemos elegir con qué comunidades marginadas nos solidarizamos si realmente creemos en la libertad, la justicia y la liberación para todos. Si nos levantamos contra los talleres clandestinos y contra la guerra de Irak, si marchamos en Washington por TODOS los derechos de las mujeres, si nos levantamos por Black Lives, la comunidad asiática americana y de las islas del Pacífico, los derechos LGBTQIA+, entonces debemos defender a los palestinos. Uno no puede estar a favor de Black Lives y no estar a favor de la liberación y la libertad de Palestina. Nadie es libre hasta que todos son libres.
Estoy emocionada de ver cuánto cambió y cuánta más conciencia hay ahora que hace 15 años cuando me llamaron por primera vez ‘judía que se odia a sí misma’. Esto es sin duda debido a la valentía de los palestinos y la increíble resistencia y organización que está teniendo lugar en Palestina y por parte de los palestinos de todo el mundo que luchan por la libertad. Que todos sigamos su ejemplo y dejemos crecer nuestra conciencia.
El bien documentado sistema de apartheid en Israel/Palestina, el robo de tierras, el asedio, la violencia y el proyecto sionista de colonialismo están teniendo lugar actualmente. Por lo tanto, es imperativo que sigamos entendiendo más claramente cómo el sionismo está entrelazado con la supremacía blanca y cómo nuestra lucha contra el racismo en EEUU debe, por lo tanto, extenderse a Israel. Que estemos más arraigados en nuestra comprensión del sistema de Apartheid de Israel y la necesidad de romperlo. Y que sigamos luchando para ver el día en que los palestinos no solo sean liberados sino que reciban lo que se les debe. Su patria. Sin paredes. Sin documentos de identificación. Sin la violencia y el terror que es su día a día.
En 2019 recibí mi ciudadanía alemana, que se me debía por el desplazamiento y las atrocidades cometidas contra mi familia durante el Holocausto. Ojalá viva para ver el día en que mis amigos palestinos, y todos los palestinos, reciban su derecho al retorno, sus hogares, sus reparaciones, su plena igualdad. Y que todos podamos ver su humanidad. Recordá la lección claramente. Nunca más. Para nadie.
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Leta Hirschmann Levy es actriz y vive en Nueva York.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 24 de febrero de 2022.