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El Interprete Digital

Pintar las paredes para soportar la prisión del Estado Islámico

Por Khalifa Al Khuder para Syria Untold

Graffiti del Estado Islámico en Sinjar en julio de 2019, luego de la guerra con el Estado Islámico. [Levi Clancy / Creative Commons]

La historia de Abu Diyar, es la de un artista desaparecido y de otros detenidos kurdos que hablaron escasamente, y cuando era necesario. Los encontraba susurrando o enseñándose entre ellos algunas letras kurdas. Podíamos escucharlo a algunos de ellos susurrando a Dios en kurdo mientras se arrodillaban en oración. En algún momento, Abu Diyar comenzó a bosquejar en las paredes. 

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Lea este artículo en su árabe original aquí.

Era abril de 2021 y la Defensa Civil Siria había lanzado un proyecto para retirar los escombros de los edificios derrumbados. Esto fue en áreas controladas por la oposición en el norte de Siria, incluidos algunos sitios que el Estado Islámico (EI) alguna vez utilizó como campamentos, cuarteles generales de seguridad y prisiones.

Uno de estos condenados edificios se conocía durante el control del Estado Islámico del área como la “Prisión de la Corte Islámica de la ciudad de al Bab”. De hecho, EI me encarceló allí durante varios meses en 2014 antes de que lograra escapar. Cuando los voluntarios de Defensa Civil me informaron que iban a retirar los escombros de esa prisión, decidí acompañarlos. Esperaba encontrar algo sobre los ex prisioneros, nombres que habían sido olvidados durante mucho tiempo después de que el Estado Islámico perdiera el control de la gobernación del norte de Alepo y, finalmente, sufriera una derrota geográfica.

Aunque el EI ya no está presente en al Bab, los familiares de muchas de las personas que desaparecieron allí todavía esperan noticias de sus seres queridos que fueron arrestados y desaparecidos por el EI. En marzo de 2019, la Red Siria para los Derechos Humanos, una organización de vigilancia con sede en el Reino Unido, contó más de 8.143 personas detenidas por el Estado Islámico cuyo paradero aún se desconoce. La mayoría de los desaparecidos son hombres, aunque también desaparecieron mujeres, incluidas activistas locales. Entre las miles de personas desaparecidas, algunas habían sido encarceladas en el Tribunal Islámico de la ciudad de al Bab.

De ahí que decidí acompañar a Defensa Civil y documentar los nombres, si es que hubo alguno, que permaneció garabateado en las paredes de las celdas de la prisión del edificio antes de que fueran removidos para siempre. Resurgiría mi propia memoria, así como los testimonios de los detenidos que habían sobrevivido a esta prisión y que conocían la ubicación de los dormitorios, las salas de interrogatorio y las cámaras de tortura.

Al principio, los voluntarios que vinieron a retirar los escombros pensaron que no encontraría nada, ya que habían pasado años desde que el edificio había sido destruido en la Operación Escudo del Éufrates, una campaña militar en la que las fuerzas de oposición respaldadas por Turquía tomaron el control del área. Pero por razones que son desconocidas para mí, tuve la urgencia de quedarme en el sitio hasta que los escombros fueron removidos por completo.

Recorrí el lugar y miré alrededor durante varios días, observando las excavadoras. No perdí ni un solo golpe asestado por estas máquinas pesadas al cuerpo de la prisión. Finalmente, al quinto día, y luego de que las máquinas retiraron la tierra y las piedras que se habían compactado entre los dormitorios, comenzaron a aparecer algunos escritos, como la numeración de los dormitorios y los nombres de las salas de interrogatorio. Bajé entre las antiguas celdas de la prisión, llevando sólo mi cámara y mi keffiyeh.

En prisión, otra vez

Tomé fotos de todo lo que estaba escrito en estas paredes: advertencias de los guardias de la prisión, las frases escritas en destacadas, en negrita dentro de las salas de interrogatorio, y luego de limpiar las paredes con mi keffiyeh, otras frases y nombres que comenzaron a aparecer en escrituras de varios tamaños. 

Encontré una reminiscencia de Walid al Sheikh de la ciudad de al-Bab, cuyo destino aún se desconoce, y otra de Rabia al Ali de la ciudad de Qabasin, quien fue ejecutado por cargos de pertenecer al Frente Islámico kurdo.  Y así, mi cámara registró más de 120 nombres, escritos al azar en las paredes de los dormitorios. Algunos de los detenidos habían escrito sus números de teléfono con la esperanza de que alguien pudiera encontrarlos y contactar a sus familias.

Entre todos los recuerdos trazados por las manos de detenidos y carceleros, encontré dibujos en la celda número cuatro, en el segundo piso subterráneo de la prisión. Esta fue la celda que albergó a todos los presos detenidos por intentar fugarse el 5 de marzo de 2015. Limpié el polvo de la lente de mi cámara y de las paredes de los dormitorios y seguí desenterrando estos dibujos. Algunos de ellos pertenecían a un hombre llamado Abu Diyar, y me pareció que eran manuscritos históricos descubiertos en un sitio arqueológico. Siendo esto exactamente lo que eran.

Abu Diyar

Abu Diyar fue un detenido kurdo procedente de Mashtal Nur en la ciudad de Kobani, al este de Aleppo. Tenía 31 años y trabajaba como excavador de pozos en el Líbano cuando EI lanzó su ataque contra Kobani en septiembre de 2014. Más tarde, Abu Diyar perdió el contacto con su familia. No encontró otro medio para asegurarse de que estuvieran a salvo más que dejar su trabajo en el Líbano y viajar de regreso a Kobani con la esperanza de encontrarlos. Cuando llegó a un puesto de control del Estado Islámico en la ciudad de Manbij, al este de Alepo, fue arrestado debido a que la ciudad de origen figuraba en su documento de identidad.

Abu Diyar no sabía leer ni escribir, ni en kurdo ni en árabe, y no dominaba el árabe hablado. Siempre guardaba silencio cuando compartimos la celda número cuatro, porque dentro de la prisión estaba prohibido hablar otro idioma que no fuera el árabe. El destino de cualquiera que hablara otro idioma era la muerte. Lo supimos cuando uno de los guardias, Abu Omar al Halabi, amenazó a los detenidos. Abu Diyar y otros kurdos hablaban poco, excepto cuando era necesario. Los encontrábamos susurrando o enseñando algunas letras kurdas. De hecho, Abu Diyar también estaba aprendiendo el alfabeto kurdo. Y podía escuchar a algunos de ellos susurrando a Dios en kurdo mientras se arrodillaban en oración.

Los bosquejos en la pared

En la celda número cuatro, no había fuente de ventilación ni luz solar. La celda estaba débilmente iluminada por un LED con una débil batería, estando siempre muy húmedo. Algunos de los detenidos de la celda fueron liberados durante los intercambios de prisioneros con las distintas facciones en guerra, quedando unos 80 detenidos, incluidos 20 kurdos cuyos nombres no estaban incluidos en las listas de intercambio proporcionadas por las Unidades de Protección del Pueblo (UPP), de mayoría kurda.

Los detenidos kurdos preguntaron repetidamente al guardia sobre su destino. Después de la partida del último combatiente perteneciente al partido (“combatiente del partido” era el nombre que se le daba a cualquiera que luchara en las UPP) como parte de los intercambios de prisioneros, la desesperación descendió sobre los detenidos y sobre Abu Diyar. Pasó el resto del tiempo dibujando en la pared después de haber arreglado un hilo de una ropa gastada que usaba como regla. Pintó el verso coránico que dice: ‘¿Quién responde a los angustiados cuando claman a Él?’

Abu Diyar no hablaba árabe con fluidez, sino que pintaba estos versos carácter por carácter. Sus pinturas se extendieron por todas las paredes de la celda. Había versos coránicos y dibujos arquitectónicos como una mezquita y un palacio, pintados como por un experto. Convirtió las paredes de la celda en una exposición permanente, dibujando sus trazados con un bolígrafo negro bajo una luz tenue. La pintura constante de Abu Diyar solo era interrumpida por la oración.

Por ejemplo, en una de las paredes, Abu Diyar pintó una moto. Quizás, como muchos jóvenes del pueblo, tenía la ambición de tener una moto antes de morir. Tal vez montó su bicicleta ilustrada en su mente. Y como los sueños no tienen límites, se dibujó un auto grande para conducir y una casa grande para vivir, todo desde su imaginación. Respondió a su carcelero en el mismo idioma con el que combatía a la gente. Escribió un verso coránico que dice: “no te enviamos, sino como misericordia para todas las criaturas”. Pintó este verso en la pared opuesta a la puerta de la celda para que el guardia pudiera verlo cada vez que entrara. Es más, Abu Diyar pintó más de 18 versos e ilustraciones de varios tamaños.

Un destino desconocido

Reuní sus 18 dibujos, todos pintados en una sola de las celdas de la prisión entre las que se movía, después de haber sido trasladado entre varias prisiones en Raqqa, Manbij y al-Bab. Recolecté estos dibujos suyos de esa celda en la antigua prisión de la Corte Islámica en al-Bab, y luego realicé una exposición en el granero de esa misma ciudad. El EI también había utilizado el granero como cuartel general, donde fabricó trampas explosivas y estableció una prisión. Le conté a la gente sobre la dificultad de dibujar en esa celda; esta celda en la que vivía Abu Diyar.

Hablé con los que asistieron a la exposición sobre la precisión de sus manos, su habilidad para ajustar letras y medidas, y la dificultad de dibujar en un lugar así. Les pedí que miraran más de cerca la precisión de sus líneas en un lugar donde nuestros cuerpos temblaban de miedo cada vez que se abría la puerta de la celda. Realicé esta exhibición en honor al espíritu de Abu Diyar y las almas de todos los que desaparecieron en todas las prisiones. El carcelero y sus compañeros se dispersaron, acabaron en prisiones, subterráneos o muertos, y su ‘estado’ desapareció geográficamente. Sin embargo, el arte de Abu Diyar permaneció.

Después de que el Estado Islámico se negara a liberar a los kurdos restantes detenidos en sus prisiones—los que no fueron reconocidos por ninguna lista de canje de prisioneros— muchos detenidos fueron ejecutados. Entre ellos estaba Haji Issa, nuestro compañero en la celda número cuatro que apareció junto con varios detenidos kurdos en un videoclip emitido por una de las oficinas de medios del EI.

Hasta la actualidad se desconoce el destino de Abu Diyar.

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Khalifa Al Khuder es un periodista sirio. Recibió el Premio Samir Kassir a la Libertad de Prensa en 2017 y el Premio de Periodismo Fetisov en 2021. 

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Untold el 3 de marzo de 2022.