Colaboradora anónima para New Lines Magazine
Este artículo es parte de ‘Carta desde Kabul’ una nueva oferta de New Lines. Nuestros colaboradores brindan sus propias y únicas percepciones sobre la vida en el terreno en Afganistán controlado por los talibán. Para leerlos primero, suscríbase a nuestro boletín.
Como mujer afgana de 21 años, soy demasiado joven para recordar la vida bajo el primer régimen talibán. Todo lo que tengo para comparar la situación actual es mi vida antes del verano pasado, cuando mis hermanas y yo todavía teníamos nuestros derechos. No era perfecto en ese entonces, pero al menos podíamos soñar. Ahora incluso nuestros pensamientos son vigilados.
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Yo era estudiante de medicina en Kabul cuando los talibán recuperaron el poder. Cinco meses después, los hospitales de la ciudad están llenos de niños desnutridos y el gobierno preferiría que me quedara en casa. Todas las instituciones públicas de educación superior están cerradas a las mujeres. No tengo idea de cuándo, o si, volverán a abrir.
Quiero graduarme y convertirme en médica para poder ayudar a los miembros más vulnerables de la sociedad. Sin embargo, por mi propia seguridad debo escribir estas líneas de forma anónima y preservar algunos de mis datos personales — incluyendo exactamente dónde estudio — algo deliberadamente vago. Soy, no obstante, todavía relativamente afortunada. Millones de mujeres afganas tienen vidas más difíciles que la mía.
Para cambiar de escenario, recientemente visité el pueblo natal de mi familia en Khas Kunar, un distrito en la provincia oriental de Kunar, cerca de la frontera con Pakistán. Fue la primera vez que regresé allí desde la victoria de los talibán, y lo que vi durante ese viaje de dos semanas me entristeció y me asustó. Para entender Afganistán y saber cómo es realmente vivir bajo el dominio talibán, es necesario mirar más allá de las ciudades.
Viajé a Kunar con varios familiares, hacinados en un Toyota Corolla — una vista típica en las carreteras afganas. Andando a través de la provincia de Nangarhar, estábamos decididos a disfrutar del paisaje: una mezcla de palmeras datileras, campos de coliflor y naranjales. En el distrito de Kama paramos para tomar un helado en un lugar que alguna vez habría estado repleto de turistas pero que ahora estaba tranquilo excepto por algunas familias jóvenes como la nuestra.
Condujimos al norte hacia Kunar antes de hacer otra parada en un jardín conmemorativo que recuerda la vida de Tetsu Nakamura, un médico japonés asesinado por pistoleros desconocidos el 4 de diciembre de 2019. El jardín también estaba inusualmente tranquilo, excepto por una mujer con algunos niños. No nos quedamos mucho tiempo.
La cobertura de los medios internacionales sobre los derechos de las mujeres en Afganistán a menudo se centra en lo que vestimos. Hay una percepción de que nuestra ropa define nuestra condición de mujeres libres u oprimidas. La verdad es más complicada. Viajando a Kunar, me vestí como siempre lo hice en Kabul en esta época del año, con un pañuelo en la cabeza y un abrigo largo. Fue mi elección, al igual que algunas mujeres afganas eligen usar el niqab o la burka (n.d.t. prendas usadas por algunas mujeres musulmanas que cubren la cabeza y el cuerpo, en el primer caso dejando una apertura a la altura de los ojos). Nadie de los talibán me cuestionó ni me insultó por mi ropa, pero aún así me sentí insegura cada vez que nos detuvieron en sus puestos de control.
En un puente que conduce a mi distrito natal de Khas Kunar, un joven talibán nos detuvo y registró el maletero del coche. Era un control de rutina que podría haber ocurrido facilmente bajo el gobierno anterior, pero la experiencia seguía siendo extrañamente perturbadora. Tal vez fue la edad del talibán. Llevaba un kalashnikov (n.d.t.: fusil de asalto conocido como AK-47) y tenía un suéter viejo del ejército afgano sobre su shalwar kameez (n.d.t: vestimenta unisex típica de Afganistán y Pakistán). Pero parecía más un niño que fingía ser un soldado que a un hombre.
A lo largo del viaje, escuchamos música en el estéreo del automóvil mediante una conexión bluetooth con uno de nuestros teléfonos celulares. Lo apagábamos cada vez que nos acercábamos a un puesto de control, en caso de que enfadara a los guardias talibán, y luego lo encendíamos de nuevo una vez que habíamos pasado. Además de preocuparnos por cuestiones graves como el colapso de los sistemas económico y educativo de Afganistán, ahora debemos ocuparnos de estos asuntos triviales.
Khas Kunar queda en el sur de Kunar. Mientras que otros distritos de la provincia estaban entre algunos de los más peligrosos de Afganistán durante la guerra contra Estados Unidos y sus aliados, el nuestro era relativamente seguro. Las tropas estadounidenses eran atacadas ocasionalmente, pero los gobiernos de Hamid Karzai y Ashraf Ghani eran ampliamente tolerados, si no apoyados con entusiasmo. En aquel entonces, a menudo visitaba Khas Kunar en invierno y no recuerdo haber experimentado ningún problema de seguridad o haber sentido miedo. Los talibán tomaron el control de la capital provincial de Kunar, Asadabad, el 14 de agosto del año pasado — un día antes de tomar Kabul. Khas Kunar también cayó ante ellos el día 14. Como fue el caso en gran parte del país, fue un traspaso pacífico arreglado en negociaciones entre insurgentes y ancianos locales.
Algunos de los cambios que ocurrieron en Khas Kunar desde entonces fueron bastante visibles durante mi viaje. Otros eran menos obvios. Vi combatientes talibán caminando por ahí, andando en motocicletas y conduciendo camionetas abandonadas por el ejército y la policía afganos. A juzgar por la forma en que hablaban, se veían y actuaban, creo que la mayoría eran de distritos locales. Sin embargo, algunas mujeres me dijeron que los funcionarios talibán a cargo de las tareas administrativas diarias eran de otras provincias. Esto podría ayudar al nuevo gobierno en Khas Kunar a funcionar de manera más eficiente, pero en una comunidad insular y unida como la nuestra, podría crear tensión con la misma facilidad.
No puedo afirmar que la victoria de los talibán haya alterado significativamente la vida de las mujeres en Khas Kunar. Todo lo que puedo decir es que erosionó el poco progreso que estábamos haciendo. La mayoría de las familias del distrito son muy conservadoras y ya se mostraban reacias a dejar que las niñas asistieran a la escuela. Si bien algunos padres solían permitir que sus hijas estudiaran hasta el tercer grado en clases financiadas por la ayuda internacional, incluso esa pequeña concesión ahora se detuvo. Las mujeres usan la burka en público, tal como lo hacían cuando los estadounidenses estaban presentes.
El mayor cambio en la vida en Khas Kunar fue la imposición por parte de los talibán de un nuevo impuesto (ushr), y esto afecta tanto a mujeres como a hombres. Arraigado en la antigua costumbre islámica, golpeó duramente a los agricultores locales en un momento en que ya estaban luchando económicamente. Ahora deben donar el 10% de su cosecha al gobierno. La nueva ley fue anunciada a través de nuestra mezquita local; todos los hogares están obligados a pagar. Quizás el dinero de las cosechas se reinvierta en las comunidades más pobres de Afganistán y todos nos beneficiemos de la generosidad del Estado a largo plazo, pero esto parece poco probable.
En Khas Kunar dependemos de la energía solar para nuestra electricidad, no de la línea de suministro del gobierno. Las familias más ricas tienen televisores y a los talibán ya no les importa eso, pero la mayoría de la gente es demasiado pobre para darse lujos. Obtienen su alimento de las vacas y cabras que poseen y de los cultivos que cosechan: trigo, maíz dulce y, ocasionalmente, limones y naranjas. Lo que no comen ellos mismos, lo venden para sobrevivir. Muchos no pueden permitirse pagar un nuevo impuesto que es innecesariamente punitivo.
Por supuesto, nada de esto significa que estemos viviendo en una miseria abyecta. Las mujeres afganas son fuertes, brillantes e ingeniosas, e incluso en las situaciones más difíciles podemos consolarnos con la belleza que Dios nos concede. En Khas Kunar, los talibán no pudieron evitar que escuchara el caudal del río local, crecido por las fuertes lluvias recientes. Tampoco pudieron empañar el sabor del pan de maíz y el yogurt locales. Pero en todos los rincones de Afganistán cada vez es más difícil para las mujeres en particular aferrarse a alguna esperanza.
La oscuridad no llega al instante — se propaga gradualmente. Ahora estoy de vuelta en Kabul, y la vida aquí empieza a sentirse muy parecida a como era en Khas Kunar. El cierre de mi universidad me privó de algo que amaba y tengo miedo de los soldados talibán que veo en la calle. La situación de las mujeres en esta ciudad cambió más allá de todo reconocimiento desde el pasado verano y no debemos pretender lo contrario. Pero los pequeños cambios que están ocurriendo en todo el país aún pueden llegar a ser igual de dolorosos para millones de mis hermanas afganas.
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La autora es una estudiante de medicina afgana de unos 21 años de edad. Por razones de seguridad, desea permanecer en el anonimato.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 17 de enero de 2022.