Por Alicia Medina para Syria Direct
En Duhok, una provincia en el norte de Irak, los frascos vacíos de Nutella llenos de especias están perfectamente ordenados en el estante de la cocina. Las cebollas crecen en el jardín. Hemrin enciende el ventilador mientras cose la ropa florida que su marido, Mahmoud, vende en su tienda. Sus tres hijas juegan en la sala de estar. Se siente como en casa, pero no lo es.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
La familia de Hemrin es una de las 830 familias de refugiados sirios que viven en el campo de Bardarash, en la provincia norteña de Duhok en la región del Kurdistán iraquí (KRI, por su sigla en inglés). Bajo un cielo polvoriento, el campamento cercado está rodeado por kilómetros vacíos de vegetación.
El campamento de Bardarash se abrió por primera vez para albergar a los desplazados internos iraquíes de la guerra del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) de 2014-2017. A fines de 2017, el campamento cerró, pero fue reabierto en octubre de 2019 como parte de una respuesta más amplia para hacer frente a los 17.000 sirios del noreste de Siria (NES, por su sigla en inglés) que fueron desplazados por la “Operación Primavera de Paz” dirigida por Turquía, cuando los grupos armados respaldado por ese país tomó el control de las zonas fronterizas en NES.
En total, Irak alberga a 247.305 refugiados sirios, la mayoría de ellos kurdos sirios que viven en KRI. En su apogeo, en diciembre de 2019, el campamento de Bardarash albergaba a 11.000 refugiados sirios. Hoy, solo quedan 3.541 refugiados en el campo. Se siente como un cascarón vacío: hay 1.810 refugios vacíos y solo 878 ocupados. “Hasta la fecha, 13.986 personas abandonaron el campamento y se trasladaron a ciudades en KRI después de obtener sus permisos de residencia, mientras que 1.488 regresaron a Siria”, dijo a Syria Direct, Hassan Mohamad Zabar, subdirector del campamento.
Las 830 familias que quedan son las que aún no obtuvieron los permisos de residencia o no tienen los medios para pagar el costo de vida en una ciudad. Los refugiados obtienen permisos temporales de las autoridades para salir del campo a trabajar o para visitar a las personas que están afuera. Para salir del campamento de forma permanente, necesitan un permiso de residencia. “Si quieren irse del campo a Siria o a las provincias del KRG, tenemos un proceso en el que las Asayish (fuerzas de seguridad kurdas) dan la aprobación y abandonan el campo oficialmente”, explicó Zabar.
“No podemos volver a Siria”
Para la familia de Hamrin, su ‘hogar’ es una pequeña aldea junto a Ras Al Ayn en el noreste de Siria, donde solían cultivar su tierra. Huyeron al KRI poco después de que los grupos respaldados por Turquía ingresaran a Ras Al Ayn en octubre de 2019. “Vinimos aquí porque es seguro”, dijo Mahmoud. “La luz, el agua, la carpa, todo está provisto; vivir en este campamento es mejor que quedarse sin nada”, agregó Hemrin.
Como el resto de los habitantes del campamento, cada miembro de la familia recibe 24.000 dinares iraquíes (IQD) al mes distribuidos por el Programa Mundial de Alimentos y la ONG Visión Mundial. En su caso, con cinco miembros, asciende aproximadamente a 85 dólares mensuales. Para complementar esta asistencia, cuentan con una pequeña tienda de ropa en el campamento. “Con los niños pequeños, no puedo salir a trabajar fuera del campamento; no tenemos a nadie aquí para cuidarlos. Yo coso aquí y Mahmoud vende; está bien así”, expresó Hemrin.
Su permiso de residencia aún está en trámite. Podrían pedir permisos para salir del campo para trabajar, pero no pueden pagar los altos costos de transporte: las ciudades más cercanas son Erbil y Duhok, a 80 y 100 kilómetros de distancia, respectivamente. “Fuera del campamento, la vida es difícil; necesitas dinero, y debido a la corona, el trabajo es escaso”, dijo Hemrin. “Solo quiero volver a mi casa, nada más”, agregó Mahmoud.
Ese regreso parece improbable. Su casa fue saqueada y actualmente está ocupada por un grupo de hombres armados. “Ya no tenemos una casa, no hay forma de ganarnos la vida”, dijo Hemrin. “Si los mercenarios todavía están allí, es difícil que regresemos”, agregó su esposo.
“Los kurdos no son bienvenidos; los que van, son asesinados o desaparecidos. Los árabes que se fueron con nosotros regresaron, pero nosotros no”, explicó Hemrin. Human Rights Watch documentó la práctica de los actores armados no estatales, respaldados por Turquía, de impedir el regreso de las familias kurdas desplazadas a la “zona segura”, sobre las que tienen el control desde octubre de 2019..
El cocinero de Bardarash
La pequeña tienda de bocadillos de Hamid Muhammad Said es una de las pocas tiendas que dan vida al tranquilo campamento. Este refugiado sirio de 50 años solía tener un restaurante en la ciudad de Qamishli. Él, su esposa y tres de sus hijos huyeron cuando comenzó la operación turca. “Estábamos cerca de las fronteras. Las bombas caían sobre las casas; no podíamos dormir por la noche y los niños eran pequeños, así que huimos por culpa de ellos”, explicó Hamid.
Después de llegar a Bardarash, trabajó durante un tiempo en un restaurante de la carretera a Duhok, pero los costos de transporte y el hecho de tener que regresar al campamento cada 15 días para renovar su permiso de trabajo se convirtieron en obstáculos insuperables.
En febrero, Hamid obtuvo su permiso de residencia, pero su situación económica no le permite salir del campo. Sabe que no puede pagar el alquiler y los servicios públicos, servicios que son gratuitos en el campamento. Todos los días va a su tienda, donde vende de todo, desde helados hasta mashawi (carne a la parrilla). “Estoy trabajando aquí, pero estoy perdiendo dinero, ya que los productos se estropean muy rápido debido a las altas temperaturas y los cortes ocasionales de electricidad”, comentó.
Durante el pico de la pandemia de COVID-19, las restricciones aplicadas obligaron a Hamid a cerrar su tienda durante varios meses. “Por seis meses, no salimos del campamento y no nos dejaron trabajar, así que nos endeudamos por $2,000 dólares”. No planea regresar a Siria. “Si hubiera seguridad, sería mejor para nosotros estar en Qamishlo, pero no la hay y no pondré a mis hijos en peligro”, declaró.
En Bardarash, los niños andan en bicicleta por las calles anchas y juegan en las canchas de baloncesto. El Consejo Noruego para los Refugiados y la organización Save the Children ofrecen actividades educativas, y la Fundación de Caridad Barzani administra una sala de Atención Primaria de Salud (PHC, por su sigla en inglés).
El PHC está abierto las 24 horas del día y todos los servicios son gratuitos, según Marwan Idris Ali, líder del equipo de apoyo psicosocial (PST). Hay siete médicos, entre ellos un psicólogo, un dentista y un ginecólogo. El equipo de PST también ofrece conciencia sobre la violencia de género.
“Tengo grandes sueños”
Ibrahim Mho pasa por la tienda de Hamid con su solicitud de residencia en las manos. Este joven de 18 años que va camino de hacer el papeleo es un ‘recién llegado‘. Su familia es de la ciudad de Ras Al Ayn. Huyeron debido a la operación turca a Bardarash pero luego regresaron a Siria.
Sin embargo, a principios de este año, la familia decidió enviar a Ibrahim y a su hermano de regreso a Bardarash nuevamente por razones de seguridad. “El pueblo de Siria no es bueno; todos los días, el ejército turco dispara contra el pueblo, las YPG (Unidades de Protección del Pueblo Kurdo)”, explicó Ibrahim.
“Tenía amigos aquí en el campamento, pero ahora todos se fueron a trabajar a restaurantes. Ahora vivo aquí con mi abuela y mi hermano, pero no tengo amigos ”, dijo.
Ibrahim no pudo matricularse en la escuela secundaria, por lo que está esperando el próximo año académico para matricularse y estudiar para el bachillerato. Aceptó la idea de comenzar una nueva vida en KRI pero al mismo tiempo anhela emigrar a Estados Unidos o Alemania.
“Tengo grandes sueños, ¿de acuerdo? Aquí o en Siria, no puedo hacer nada con mis sueños. Si vas a Alemania, la enseñanza es muy buena; si tengo la oportunidad, iré ”, dijo en inglés con una sonrisa confiada.
Algunos se resisten a la idea de quedarse atrás.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Alicia Medina es una periodista española afincada en Beirut. Su trabajo ha sido publicado en medios de comunicación internacionales y tiene una maestría en Periodismo, Medios y Globalización del programa Erasmus Mundus.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Direct el 20 de junio de 2021.