Por Vinay Kaura para Middle East Institute
La crisis de evacuación precipitada por la rápida toma de Afganistán por parte de los Talibán luego de la fugaz retirada de las tropas estadounidenses, puede ampliar aún más la división entre Pakistán y Estados Unidos. El atentado terrorista del 26 de agosto en el aeropuerto de Kabul, reivindicado por el Estado Islámico-Provincia de Jorasán (ISKP, por sus siglas en inglés), filial local del ISIS, es una clara manifestación de la épica derrota de Washington en la “guerra contra el terror” que lleva ya dos décadas, como también una señal de que el presidente Joe Biden está perdiendo el control de la narrativa afgana.
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La política de Biden en Afganistán es un desastre confuso. Aunque es demasiado pronto para comprender plenamente las implicaciones a largo plazo en política exterior de esta crisis autoinfligida, ésta amenaza con socavar su agenda interna, y la mayor parte de la culpa recae en Pakistán. Las horribles escenas en el aeropuerto de Kabul no han hecho más que agravar la crisis de evacuación, poniendo en peligro los esfuerzos de Pakistán por entrar en la lista de favoritos de la administración de Biden.
Es evidente que dos décadas de conflicto violento en Afganistán han desangrado a Estados Unidos mucho más de lo que podía soportar. Ahora la administración Biden se enfrenta a las críticas, y con razón, por su escandalosa mala gestión de la retirada de Afganistán. Sin embargo, es Pakistán el principal responsable de muchos de los dilemas actuales de Washington en aquel país, y una de las principales razones por las que el poder y el prestigio de Estados Unidos se vieron tan dañados en Afganistán es porque los Talibán encontraron santuarios infranqueables en Pakistán.
Cierta prudencia estratégica exige que, ahora que las tropas estadounidenses han completado su salida, la administración Biden haga responsable a Pakistán de su incapacidad para cumplir lo que sus generales y diplomáticos prometieron repetidamente: una paz políticamente negociada en Afganistán. El establishment de seguridad de Pakistán es quizá consciente de este peligro inminente, y por eso el consejero de Seguridad Nacional, Moeed Yusuf, ha pedido que Washington no trate a Pakistán como un “chivo expiatorio”, subrayando su interés compartido en Afganistán. Yusuf afirmó que “no estaba pidiendo ninguna simpatía por Pakistán”, sino que hablaba “en términos de intereses nacionales puramente estadounidenses”. Islamabad teme verse atrapado entre un Washington amargado y unos Talibán envalentonados.
Que los Talibán hayan cambiado fundamentalmente es una cuestión abierta. Sin embargo, la proposición central de Washington sobre la que ha descansado la estrategia de salida de Afganistán -que podía afrontar el desafío estratégico desde una posición de fuerza- era ingenua. Está claro que cuando la administración Trump mandó a su enviado especial a sentarse en la mesa de negociaciones con los Talibán y finalmente firmó el acuerdo de paz en febrero de 2020, la guerra ya estaba perdida. El embarazoso acuerdo, se proyectó como la única forma de garantizar las negociaciones intraafganas entre los Talibán y el régimen de Kabul respaldado por Estados Unidos, pero terminó legitimando a los primeros sin asegurar ninguna concesión.
Pakistán afirma haber desempeñado el papel más importante a la hora de persuadir a los Talibán para hablar de la paz. Sin embargo, sigue esperando ser recompensado -simbólica y materialmente- por ello. Unos días antes de la toma de Kabul, Yusuf descargó su frustración por la reticencia de Biden a hablar con el primer ministro pakistaní, Imran Khan, y se jactó de que Islamabad tiene “opciones” si Estados Unidos cree que una llamada telefónica de Biden a Khan es una “concesión”. Pero la frialdad de Biden hacia Islamabad es el resultado de una pérdida de prestigio estadounidense, la más impactante de la historia reciente; cualquier progreso que Afganistán hubiese logrado en las últimas dos décadas está siendo revertido por los Talibán. La ausencia de un intervalo entre la retirada estadounidense y el colapso de Kabul no hace sino confirmar la percepción generalizada de que los Talibán se limitaron a fingir que hablaban de paz en Doha, hecho del que seguramente la inteligencia pakistaní estaba al tanto.
La postura oficial de Pakistán ha sido la preferencia por un desenlace políticamente negociado en Afganistán, pero nadie lo cree. Khan puede haber enfurecido aún más a Estados Unidos al declarar que Afganistán ha “roto los grilletes de la esclavitud”. ¿Se parece realmente la situación actual a una liberación? Si así fuera, los afganos estarían celebrando, no intentando desesperadamente salir de su país. Lo que la schadenfreude (“complacerse maliciosamente con un percance que le ocurre a otra persona”) de Khan significa esencialmente es que Estados Unidos se ha visto obligado a rendirse ante el establishment de seguridad de Pakistán.
El futuro rol de Pakistán
A pesar del aparente descontento de Washington por el fracaso de Pakistán a la hora de convencer a los Talibán para que negocien pacíficamente los términos del futuro gobierno afgano, la administración Biden probablemente cree que Pakistán seguirá desempeñando un papel fundamental en un Afganistán dominado por los Talibán. Y a pesar de las numerosas humillaciones y reveses percibidos a lo largo de los años, la élite gobernante de Pakistán sigue valorando su relación con Estados Unidos. Inmediatamente después de la retirada estadounidense, Pakistán se esfuerza por reafirmar su valor para Estados Unidos. Pero Biden todavía no ha encontrado tiempo para hablar con Khan después de siete meses de tomar posesión de su cargo, lo que al primer ministro de Pakistán no parece hacerle ninguna gracia.
Dado el actual escenario geopolítico, no es demasiado difícil entender a qué “opciones” se refería Yusuf. Sin duda, China emergió como la opción número uno de Pakistán en los últimos años. Pakistán también ha intentado acercarse a Turquía, apoyando la ambición de esta última de asumir el liderazgo del mundo islámico. También ha tomado medidas para reforzar sus lazos tanto con Rusia como con Irán. Sin embargo, estas relaciones no parecen lo suficientemente resistentes para que Pakistán pueda forjar un orden de seguridad regional estable, ya que la estabilidad de Afganistán bajo los Talibán sigue siendo muy cuestionable. Como señala acertadamente Pervez Hoodbhoy, destacado académico pakistaní, “aunque se dice que los chinos son capaces de comerse todo lo que se mueve, no pueden digerir un Talibán no reformado; esto crearía una indigestión infernal dentro de Xinjiang”. Los antiguos aliados de los Talibanes, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, desconfían que el radicalismo talibán se desborde y arruine los intentos de liberalización de sus países.” El renombrado periodista indio Shekhar Gupta señala con perspicacia: “Quien piense que los Talibán, bajo la tutela de los pakistaníes, serán capaces de asegurar un Estado-nación tan amorfo como éste, contra grupos altamente adoctrinados, se equivoca gravemente”. Estas numerosas contradicciones acabarán siendo demasiado grandes y complejas para ser gestionadas en un Afganistán gobernado por los Talibán.
Biden sigue sin preocuparse por herir el ego de Khan, lo que probablemente inquieta un poco a los responsables de la seguridad de Pakistán. Khan recibió recientemente una llamada telefónica del presidente ruso Vladimir Putin en la que hablaron de la situación en Afganistán. Aunque los lazos de Pakistán con Rusia están en una trayectoria ascendente, Islamabad es consciente del significado simbólico de una llamada telefónica de Biden, y las numerosas llamadas del secretario de Estado estadounidense Antony Blinken con su homólogo pakistaní, Shah Mahmood Qureshi, y la conversación entre Putin y Khan no suponen un reemplazo.
Mientras que el presidente Donald Trump expresó públicamente su frustración por el doble juego de Pakistán en Afganistán antes de dar un giro de 180 grados, Biden ha permanecido en gran medida en silencio sobre la cuestión. Pero este silencio no puede interpretarse como una voluntad de perdonar a Pakistán. ¿Olvidará Biden que Islamabad explotó la dependencia estadounidense de las líneas de comunicación terrestres a lo largo de Pakistán? Tampoco puede descartarse el cínico cálculo detrás del motivo de Biden para retirarse de Afganistán: Pakistán sufriría las consecuencias del caos y el vacío que deja.
Shahid Javed Burki, ex ministro de Finanzas de Pakistán y destacado columnista, recordó una conversación que mantuvo con el general Zia ul-Haq en julio de 1988, semanas antes de que Haq muriera en un accidente aéreo. Explicando por qué destituyó al Primer Ministro Mohammed Khan Junejo, Burki relata que Haq le dijo: “Tomé esa medida porque no aprobaba su política afgana. Él había concluido el “Acuerdo de Ginebra” que hacía que la Unión Soviética retirara sus tropas de Afganistán. Me opuse a esa medida porque dejaría un vacío político en Kabul que sería difícil de llenar por los grupos de muyahidines que habían combatido a la Unión Soviética. Preveía una guerra civil”. La retirada de las tropas soviéticas acabó provocando una guerra civil en Afganistán. Aunque Pakistán tuvo poca participación directa en la creación de los Talibán, su decisión de incorporarse al frente se debió a la necesidad de contener las luchas internas entre los muyahidines. Cuando la administración Biden pulsó el botón de salida, muchos altos funcionarios pakistaníes criticaron a Estados Unidos por su precipitada retirada.
Preocupaciones en Islamabad
Afortunadamente, la “guerra eterna” de Estados Unidos ha terminado. Los pakistaníes son ahora cada vez más conscientes del vacío político en Kabul. Islamabad parece estar desesperado por asegurarse de que las acciones de los Talibán no den a la comunidad internacional, especialmente a Estados Unidos, ninguna razón para aislarlos diplomáticamente y paralizarlos financieramente. Según la académica Ayesha Siddiqa, el jefe del ejército pakistaní, el general Qamar Javed Bajwa, habló recientemente en una reunión privada de generales retirados, periodistas y diplomáticos sobre su preocupación de que Pakistán pueda acabar siendo objeto de sanciones estadounidenses. La prisa de los funcionarios pakistaníes por dar a los Talibán un certificado de buena conducta y por pintar un escenario catastrófico de lo que podría ocurrir si no continúa el compromiso internacional con Pakistán y Afganistán dice menos sobre el carácter transformado de los Talibán y más sobre la desesperación de Islamabad por blanquear la “solución militar” que los Talibán impusieron.
A pesar de que Rusia, China, Irán y Pakistán quieren desempeñar un papel en el nuevo gran juego en Afganistán, Estados Unidos sigue siendo el actor más importante y decisivo. La continua inestabilidad en Afganistán es el peor escenario para Pakistán. Además, cada vez está más claro que Pakistán no podrá separarse de lo que ocurra en Afganistán. Sería insensato creer que la inteligencia estadounidense no es consciente de que el ISKP fue fundado por representantes del ISIS, pero que ha extraído su fuerza de combate de comandantes talibanes descontentos y de otros grupos sectarios suníes que en algún momento fueron nutridos y posteriormente marginados por Pakistán. Antonio Giustozzi cree que el ISKP mantiene algún tipo de relación con los servicios de inteligencia de Pakistán. Un informe del Consejo de Seguridad de la ONU de 2020 ha llamado la atención sobre la coordinación táctica entre el ISKP y la Red Haqqani, que ha sido parte integrante de los talibanes afganos y fue calificada de “verdadero brazo del ISI de Pakistán” por el ex jefe del Estado Mayor Conjunto, el almirante Mike Mullen, en 2011. Les guste o no a los pakistaníes, la realidad es que el mundo ve un Afganistán inestable como resultado del doble juego de Pakistán. Queda por ver cómo manejará Pakistán estas complejidades diplomáticas, al tiempo que intenta restablecer los lazos con Washington. El resultado perfecto para Pakistán sería que los Talibán se comprometieran con otros actores políticos y partes interesadas en Afganistán.
Un Biden reacio a los riesgos no parece dispuesto a emprender ninguna medida militar de envergadura para revertir los reveses en Afganistán, incluida la trágica muerte de sus 13 soldados. Uno o dos ataques con drones contra los líderes del ISKP son irrelevantes si no se ataca la red terrorista creada por Rawalpindi. Si Washington espera que Islamabad influya en las políticas de Estado de los Talibán y ofrezca cooperación antiterrorista en el futuro, tales expectativas serían muy equivocadas porque el establishment de seguridad de Pakistán ha escapado a la responsabilidad de instrumentalizar el terrorismo bajo un paraguas nuclear durante demasiado tiempo.
Pakistán no sólo ha engañado a la superpotencia durante casi dos décadas jugando un doble juego, sino que ha sido fundamental para orquestar el retroceso de las libertades civiles y los derechos de las mujeres en Afganistán. El hecho de que Washington no sancione a Pakistán disminuiría aún más la posición de Estados Unidos como potencia mundial, al tiempo que dañaría su credibilidad entre los aliados. Si Estados Unidos quiere mantener una apariencia de credibilidad en la escena mundial, tiene que haber un consenso bipartidista en Washington para actuar contra Pakistán. Ahora que la evacuación se ha completado y las tropas extranjeras han abandonado Afganistán, comienza la verdadera prueba para Pakistán. Si la administración Biden se decide a enfrentarse a Pakistán por su comportamiento engañoso en el mantenimiento de la insurgencia en Afganistán, entonces Pakistán debe estar preparado para términos imprevisibles de compromiso con Washington.
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Vinay Kaura, PhD, es becario no residente del Programa de Afganistán y Pakistán del MEI, profesor adjunto del Departamento de Asuntos Internacionales y Estudios de Seguridad de la Universidad Sardar Patel de Policía, Seguridad y Justicia Penal de Rajastán (India) y director adjunto del Centro de Estudios sobre la Paz y los Conflictos.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Middle East Institute el 2 de septiembre de 2021.