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El Interprete Digital

Sectarismo e ideología: los casos de Irán y Arabia Saudí

Por Najat AlSaeed para Middle East Institute

El Ayatolá Jomeini y el Ayatolá Jamenei. [David Stanley/Creative Commons]

Muchos analistas simplifican el conflicto político entre Irán y Arabia Saudí al entenderlo como motivado por el sectarismo o las tensiones entre chiíes y suníes que habrían moldeado las perspectivas y acciones de ambos países en Medio Oriente. Sin embargo, sus diferencias políticas son mucho más complejas y están bien arraigadas. 

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Una de las principales diferencias es que el régimen saudí no es una teocracia como Irán, sino una monarquía con una estructura híbrida, ni completamente secular ni completamente religiosa. El movimiento sectario saudí fue una respuesta reaccionaria a la amenaza que supuso la Revolución Iraní en 1979 y el ascenso al poder del Ayatolá Jomeini. En contraste, el sectarismo es el componente principal del régimen revolucionario de Jomeini y está magnificado en su constitución para reivindicar sus ambiciones de hegemonía geopolítica. Por eso, cuando la identidad sectaria se volvió incompatible con la visión de Arabia Saudí 2030 y su desarrollo, el país se acogió al nacionalismo mientras Irán reforzó el sectarismo porque cambiarlo hubiera significado el colapso del sistema. Para entender mejor las diferencias sectarias entre ambos países, es importante primero echar algo de luz sobre el contexto histórico y las diferencias ideológicas y políticas entre Irán y Arabia Saudí. 

La estrategia ideológica de Irán

Después de la Revolución de 1979, el régimen de Jomeini llevó a Irán de ser un país secular a una teocracia fundamentalista y sentó las bases para un oscuro período en la región donde se magnificaron las diferencias sectarias. Lo distintivo del régimen, a menudo pasado por alto por los observadores occidentales más compasivos, es que Irán bajo el régimen de Jomeini fue primero una Revolución Islámica y luego una República Islámica. La revolución no existe ni existió para perfeccionar el Estado; el Estado (la República) es solo un medio para apoyar y perfeccionar la revolución. Como resultado, la revolución es prioridad. 

El Líder Supremo es el líder de la revolución, lo de la república y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRCG, según su sigla en inglés) juran defender la pureza de la revolución de los enemigos tanto internos como externos. Entonces, desde el establecimiento de la República Islámica de Irán en 1979, el régimen busca exportar la ideología revolucionaria para establecer la hegemonía iraní en todo el mundo islámico. Esto incitó al diplomático estadounidense Henry Kissinger a remarcar en numerosas oportunidades que Irán necesita decidir “si quiere ser una nación o convertirse en una causa”.

El principal elemento que unifica la ideología revolucionaria iraní es el rechazo al dominio extranjero sobre el país, sobre todo a la influencia estadounidense. Las consignas más populares son las antiestadounidenses y antiimperialistas que establecen el deseo del país por encontrar un camino independiente ‘ni Oriente ni Occidente’. Para resistir a la hegemonía estadounidense se considera como deber el apoyo a las poblaciones más vulnerables e Irán ve a los chiíes en países árabes y a los palestinos dentro de esta categoría. 

Además hay dos pilares fundamentales de la política exterior iraní: el sectarismo y una estrategia de ‘calle árabe’ que enfatiza el compromiso de Irán con la causa palestina y se opone al imperialismo occidental, sobre todo a los proyectos de Washington en la región, aunque paradójicamente esto tiene como objetivo fortalecer sus propias ambiciones geopolíticas respecto a la hegemonía. Con esta política puesta en práctica, Irán persiguió una doble estrategia de poder ‘blando’ [soft power] y poder ‘duro’ [hard power]. 

En términos de poder ‘duro’, Irán ofrece apoyo financiero, ideológico y material a grupos no estatales para promover sus intereses estratégicos, sobre todo a milicias chiíes en El Líbano, Irak, Siria y Yemen, como a Hezbolá, las fuerzas populares de movilización en Irak, los hutíes en Yemen y, también, a algunos grupos suníes como la Yihad Islámica Palestina y Hamas. En términos de poder ‘blando’, usa el imperio de medios de comunicación, universidades, organizaciones de caridad, iniciativas con apoyo gubernamental y actividades revolucionarias internacionales. El objetivo es promulgar la ideología jomeinista y antioccidental al interior y por fuera del país para empujar a las masas a levantarse en apoyo de la ideología revolucionaria jomeinista y contra lo que consideran las formas ‘ilegítimas’ de gobierno.

Irán hace uso de esta política exterior para generar conflicto y derrocar a las monarquías del Golfo Pérsico ya que la ideología del régimen es antimonárquica. Sin embargo, su principal foco está puesto en socavar la legitimidad de Arabia Saudí como custodio de los sitios más sagrados del islam. Arabia Saudí respondió de diversas formas con el pasar de los años frente a estas amenazas. 

La respuesta saudí y el ascenso del fundamentalismo suní 

El régimen de Jomeini irritó a los líderes saudíes al sugerir que estos no eran lo suficientemente virtuosos como para actuar de guardianes de las dos mezquitas sagradas de Meca y Medina. El mensaje iraní también contribuyó con la aparición de un levantamiento islámico en toda la Península arábiga. El llamado de Jomeini de derrocar a la familia gobernante comenzó a resonar y los líderes saudíes temieron que su destino terminara siendo el mismo que el del Sha.

El bloqueo de la Gran Mezquita confirmó los temores de la clase dominante saudí. El 20 de noviembre de 1979, diez meses después de la revolución iraní, ocurrió un levantamiento de los ijwán liderado por Juhaiman Al Utaibi, en el cual bloquearon la Gran Mezquita de Meca en un enfrentamiento directo al poderío de los Saud en tierra sagrada. El objetivo era derrocar a los monarcas y restaurar el dominio islámico en la tierra natal del Profeta. Utaibi y sus hombres acusaron a los líderes saudíes de corrupción y de estar influenciados por Occidente. Para combatir esto, el fundamentalismo islámico fue reforzado fuertemente en Arabia Saudí.

Riad también impulsó la formación de tratados antichiítas y anti-Irán, con el fin de resaltar las aspiraciones sectaristas del régimen de Jomeini y mitigar su atractivo más universal hacia la región y el mundo. Arabia Saudí pretendía desenmascarar la visión jomeinista del islam haciendo énfasis en su identidad chií. Además, las instituciones educativas financiadas por el régimen saudí y algunas mezquitas conectaban a Riad con los eruditos religiosos alrededor del mundo, de Nigeria a Indonesia. En vez de contrarrestar el extremismo propio de la Revolución Islámica iraní con una rama moderada del islam, Arabia Saudí decidió ganarle a Jomeini en su propio juego, una decisión que los líderes saudíes hoy consideran un error. 

El régimen saudí no es una teocracia como la iraní sino una estructura híbrida, ni totalmente secular ni totalmente religiosa. El Estado se encarga del área política y el aparato religioso dominante vigila la cultura, la sociedad y la religión. Arabia Saudí adoptó diferentes identidades a través de los años y los cambios fueron motivados por narrativas políticas. Primero, se estableció el nacionalismo religioso tras la creación del Estado en 1932. Después, a comienzos de los sesenta se promovió una identidad panislámica trasnacional en el contexto de la Guerra Fría, con Gamal Abd Al Nasser  esgrimiendo un proyecto panarabista. En tercer lugar, en las postrimetrías de la revolución islámica, los ochenta fueron dominados por el movimiento Sahwa (despertar islámico), parte de una especie de guerra contra Irán, reforzada por la importancia de Arabia Saudí como tiarra natal de la religión y dónde se encuentran dos de los lugares sagrados más importantes para el islam.  Por último, bajo el liderazgo del Príncipe Mohammed Bin Salman (más conocido como MBS) hubo un retorno al nacionalismo saudí para hacerlo compatible con la visión de liderazgo 2030. 

Nacionalismo contra sectarismo 

El movimiento sectario Sahwa que se desarrolló en los ochenta a raíz de la amenaza que suponía el régimen de Jomeini era reaccionario y no permaneció mucho tiempo más. Esto es porque Arabia Saudí es un estado musulmán, no una revolución islamista, y la religión sostiene la legitimidad y estabilidad del país. Las prioridades saudíes son el Estado y la Nación, y cuando la identidad sectaria se tornó incompatible con la visión del Reino a 2030 y su desarrollo el camino elegido fue retomar el nacionalismo que unificó al país. La política exterior “Saudíes primero” pone los intereses del Estado en primer lugar y significa que la nación ya no es rehén de eventos políticos o identidades regionales. 

En contraste, como Irán es fundamentalmente una revolución islámica y el Estado es el medio para sostener y perfeccionar esta revolución, permaneció sectario. El reciente ascenso de Ebrahim Raisi a la presidencia es la evidencia de que el Estado cumple con este rol. Desde afuera, quedó claro que Raisi no compitió por la presidencia sino que fue apoyado por el Líder Supremo para que defienda a la revolución de enemigos tanto internos como externos.

Las calificaciones de Raisi son compatibles con los requisitos del Líder Supremo Ali Jamenei, no solo para presidente sino para futuro sucesor. Su compromiso con la revolución es claro. Raisi trabajó en el Sistema Judicial iraní como fiscal a comienzos de los ochenta y supervisó las muertes de miles de prisioneros políticos. También fue elegido para la Asamblea de Expertos de 2009, un cuerpo clerical con la tarea de monitorear y seleccionar al Líder Supremo. En 2016, Raisi fue nombrado líder del conglomerado económico Astane Qods Razavi, que maneja las inversiones del imam Reza Shrine radicado en Mashaad. Ostentar esta posición es reflejo de la confianza que le tiene Jamenei. 

Es importante notar que Raisi, como Jamenei, encarnan el tema principal que unificó la ideología revolucionaria: el rechazo al dominio extranjero sobre Irán, especialmente el estadounidense. Esto se refleja en su afirmación de que “las relaciones con Occidente u Oriente no deben ser una prioridad para el futuro Gobierno sino un movimiento pragmático para preservar el interés nacional”. Esto demuestra también que la ideología revolucionaria es usada con propósitos nacionalistas. 

El gran cambio en la identidad saudí de sectarismo a nacionalismo contrastó con el endurecimiento iraní de su apoyo a los principios de la revolución de 1979 y prueba que los sistemas políticos pueden cambiar dependiendo de los requerimientos de la época mientras que los sistemas ideológicos nunca lo hacen. Por el contrario, se atrincheran porque el cambio significa el fin del sistema. 

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Najat AlSaied es Profesora en la American University in the Emirates, en Dubai. Se especializa en desarrollo político y social de la comunicación orientada a un Medio Oriente moderno y tolerante. 

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Middle East Institute el 27 de agosto de 2021.