Por Nazli Tarzi para The New Arab
El pueblo iraquí y su gobierno vienen enfrentándose desde octubre de 2019, cuando los manifestantes reclamaron ‘Isqat al Nezam’, un cambio de régimen total. (N.d.T.: ‘Isqat al Nezam’ hace referencia a un lema tunecino popularizado durante la primavera arabe de 2011, traducido literalmente como, ‘el pueblo quiere derrocar al régimen’).
En torno a esta reivindicación se cristalizó un movimiento de denuncia que obligó a dimitir al entonces Primer Ministro, Adel Abdul Mahdi.
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Su sucesor, el ex Jefe de Inteligencia, Mustafa Al Kadhimi, busca una tregua y prometió elecciones anticipadas previstas para octubre de 2021, con la esperanza de aplacar las demandas de los manifestantes.
La promesa de Kadhimi se lee como una admisión de que el sistema bajo su gobierno está ‘doblado, pero no roto’, prometiendo rescatar una estructura que cede bajo el peso de 15 años de inacción y mala gestión.
Será difícil de vender. La tolerancia hacia el statu quo y la corrupción habitual se agotó. La promesa depende de su capacidad para prorrogar el Parlamento, como exige la Constitución, y del consenso entre los partidos.
Esto no está exento de riesgos. Unas elecciones anticipadas exigirán que los parlamentarios cedan sus escaños, pero el brillo del poder podría cegar su juicio sobre si estar a favor o en contra de Kadhimi.
El predecesor de Kadhimi, Mahdi, hizo promesas similares, pero no consiguió el apoyo político de todo el espectro para prorrogar el Parlamento. En ese momento, la creciente ira pública contra la mala gestión y el abandono de Mahdi por parte de los patrocinadores estadounidenses e iraníes, redujeron sus opciones a cero. El jefe del gobierno fue sustituido, pero su cuerpo no cambió.
Muchos están intrigados por ver cómo Kadhimi se enfrentará a los mismos retos, además de la ingente tarea de evitar el aumento de la violencia que suele acompañar a las elecciones en Irak.
Los analistas también señalaron los retos logísticos, como la implantación de un sistema biométrico de votantes y, con esto, la posibilidad de aliviar la preocupación por el doble voto.
Kadhimi, aún no convenció a las masas ante la reivindicación de la representación de las comunidades de desplazados internos en las urnas. En un momento en que el gobierno cerró por la fuerza los campamentos que ofrecían a las comunidades desplazadas un alojamiento temporal, aunque esencial, la participación parece escasa.
El problema del consenso en Irak creará más obstáculos. Los principales contendientes en la carrera, incluidos Sairoun, Fatah, Nasr y Al Hikma, dieron al plan de Kadhimi un guiño ceremonial de aprobación.
Pero detrás de las cortinas de humo retóricas hay un clima de alta competencia entre los partidos gobernantes y sus milicias afiliadas, lo que significa que los escaños se disputarán ferozmente.
Los partidos también se oponen a la última ley electoral de diciembre de 2020, que sustituyó el sistema de representación proporcional por el voto multidistrital para favorecer a los partidos más pequeños e independientes.
Se prohibirán las listas unificadas, lo que significa que los partidos ya no podrán presentarse a la carrera como entidades separadas y unificadas bajo una misma bandera, como fue el caso de la Aalianza Sairoun sadrista-comunista.
Este modelo de reparto de votos pretende reducir la posibilidad de que un solo candidato se asegure la mayoría. Su aplicación sigue siendo cuestionable. Las 18 provincias iraquíes se dividirán en 83 distritos, a cada uno de los cuales se le asignarán entre 3 y 5 escaños.
El líder del movimiento Eradaa y ex diputado, Hanan al Fatlaw, que forma parte de la coalición de Nouri Al Maliki para las elecciones de este año, cree que la aplicación de la ley será una “pesadilla logística”. En una entrevista concedida al canal de noticias Al Sumaria, Fatlawi criticó el rediseño de las líneas de los distritos, advirtiendo que provocaría una polarización y un menor apetito de los ciudadanos por votar. “Lo que Irak necesita en este momento son leyes que unan al país, no más divisiones”, agregó.
Dos días antes de que expirara el periodo de inscripción de candidaturas y coaliciones políticas, la Alta Comisión Electoral Iraquí (IHEC, por su sigla en inglés) lo renovó para el 25 de febrero de 2021. No está claro si se producirán más retrasos y aplazamientos.
La legislación por sí misma no puede garantizar la integridad electoral ni asegurar que las elecciones se celebren a tiempo. Los feudos políticos y étnicos, fuera del control del Estado, y la presencia de las milicias, hacen que el acto de votar sea una enorme apuesta para los ciudadanos sin protección.
No está claro cómo impedirá el Primer Ministro que los grupos armados determinen las reglas del juego electoral dentro de los territorios que controlan.
Las incesantes agresiones de las fuerzas estatales contra los manifestantes desarmados en Nasiriyah expusieron la incapacidad de Kadhimi para mantener la seguridad, así como su excesiva represión contra las masas desarmadas.
Nasiriyah, apodada el corazón del movimiento de protesta de Irak, se movilizó ruidosamente por el cambio, lo que le cotó a la provincia cientos de vidas.
Estos riesgos —no del todo nuevos— seguirán minando la participación electoral. Igualmente desalentador es el último giro de la trama: la aparición de una nueva camada de candidatos que dicen representar al movimiento de protesta.
De los 400 solicitantes, el IHEC concedió licencias a 200 partidos recién registrados. Los partidos son notablemente jóvenes y se autodenominan a la moda como vanguardias del Movimiento de Protesta, pero se perciben ampliamente como un ejercicio de cambio de marca patrocinado por el gobierno para legitimar la promesa de que las elecciones ‘serán democráticas’.
Imtidad, Waey, La Casa Nacional, 25 de Octubre y la Carpa Iraquí son algunos de los nombres destacados. Sus conexiones turbias y no reveladas con partidos políticos domésticos, desde el Hikma de Ammar Al Hakim hasta el Al-Dawa de Nouri Al Maliki, no son ningún secreto.
‘Viejas caras, nuevos nombres’ es una crítica que se observa con frecuencia en los sitios de redes iraquíes. La aparición de los ‘partidos de protesta’ no sólo representa la última bocanada de aire del gobierno en el poder, sino que también expone en la mente de los manifestantes una falsa promesa de cambio real en la política iraquí.
El patrocinio del IHEC, o la supervisión de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Irak (UNAMI, por su sigla en inglés), tampoco estimulará la confianza de los votantes.
Desde octubre de 2019, las oficinas del sur del IHEC fueron incendiadas por los manifestantes que las ven como potentes símbolos de corrupción. Los casos bien documentados de fraude en las urnas y de connivencia con Bagdad desacreditaron al organismo de control electoral a los ojos de la población.
La juventud, o más bien la carta del ‘movimiento de protesta’ que juega Kadhimi, pretende sofocar la demanda de ‘Isqat al Nezam’ y no su ‘recalificación’.
Los iraquíes políticamente astutos reconocen que las reformas cosméticas y los eslóganes sirven al círculo gobernante. Ya no esperan con ansia los cambios que, durante diecisiete años, Kadhimi y sus antecesores tuvieron para llevarlos a cabo. El tiempo no está del lado de Kadhimi, que insiste en que las elecciones anticipadas, contra todo pronóstico, seguirán adelante.
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Nazli Tarzi es una periodista independiente británico-iraquí especializada en política de Medio Oriente, con especial interés en los asuntos iraquíes.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The New Arab el 09 de marzo de 2021.