Por Mark Muhannad Ayyash para Mondoweiss
“Cuando decimos que los árabes son los agresores y nos defendemos, eso es solo la mitad de la verdad. En cuanto a nuestra seguridad y vida nos defendemos…Pero la lucha es sólo un aspecto del conflicto, que es en esencia político. Y políticamente somos los agresores y ellos se defienden” -David Ben Gurion en una reunión de 1938 de su partido político Mapai [1]
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Según el Estado israelí y los grupos pro-Israel, la crítica palestina de Israel surge, en última instancia, de una disposición al mal y al odio. Elija cualquiera de estos grupos y encontrará repetida hasta la saciedad la afirmación de que esta crítica está orientada a la ‘difamación’ y ‘demonización’ de Israel, como si ese fuera el objetivo final de la crítica y la resistencia palestina, y como si ese objetivo fuera impulsado por el odio antisemita hacia los judíos. Esta respuesta se manifestó plenamente en la reacción de Israel a la decisión de Ben & Jerry de boicotear los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados, calificandola como ‘una nueva forma de terrorismo’ y como ‘antisemita’.
Frente a la cosmovisión ficticia y simplificada de ‘una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra’, ‘el retorno judío a la antigua Tierra de Israel’, ‘los palestinos son terroristas que luchan por la muerte y la destrucción’, ‘los palestinos son los verdaderos conquistadores y ocupantes ilegales de las tierras indígenas de los judíos’, ‘Israel está actuando simplemente en defensa propia’, junto con otros mitos, es la realidad de la conquista sionista-colonial de Palestina, donde Israel y el proyecto sionista siempre fueron el agresor, un hecho que Ben-Gurion comprendió, incluso antes de 1948
De esa realidad surge una compleja crítica palestina del sionismo y de Israel que entiende el impulso sionista israelí de eliminar y borrar a los palestinos como un problema de la modernidad colonial, y no como el resultado del ‘mal’ de una etnia, religión o grupo etnico/racial. Cuando se comparan entre sí, la imagen es bastante clara: la crítica palestina de la que hablo está mucho más cerca de la realidad que el discurso mitológico del Estado israelí y sus partidarios. También, está mucho más cerca de la realidad que los relatos que encontramos en la corriente principal de la erudición sionista en Israel y más allá.
Un siglo de agresión colonial por parte de los colonos sionistas e israelíes
Más sutiles y sofisticados, pero que siguen operando en el mismo terreno que la propaganda estatal israelí, son los académicos sionistas que, o bien rechazan con razón el marco colonial de colonos para explicar a Israel o, como hacen algunos de los llamados académicos progresistas, restan importancia a su poder explicativo. El núcleo de la crítica palestina se centra en el hecho de que, para lograr el objetivo de la soberanía judía exclusiva, el proyecto sionista expulsa a los habitantes palestinos indígenas de la tierra de la Palestina histórica y los sustituye por colonos judíos procedentes en gran medida de Europa, al principio, pero finalmente de otras regiones como Medio Oriente y el Norte de África. Este rasgo de eliminación y sustitución es la característica clave de todos los colonialismos de colonos.
Aunque no hay debates académicos serios sobre la veracidad del hecho básico de la expulsión de los palestinos, los estudiosos sionistas intentan desafiar el marco de la crítica palestina de la expulsión como colono-colonial. Destacaré algunos argumentos en contra del marco colonial de colonos aquí y mostraré por qué se basan en terrenos endebles.
Primero, existe la afirmación general de que el caso de Israel es diferente y ‘más complejo’ que los casos ‘clásicos’ de colonialismo de colonos predominantemente británico —por ejemplo, EE. UU, Canadá y Australia— y, por lo tanto, no puede verse como parte del mismo fenómeno. [2] Pero presentar esos casos como el estándar contra el cual se juzgan todas las colonias de colonos es un punto de vista anglocéntrico y superficial, que pasa por alto no solo las numerosas diferencias entre todas las colonias, sino también las diferencias dentro de cada caso a lo largo de las épocas históricas. Por ejemplo, la idea de que la colonia de colonos debe ser parte del mismo proyecto mayor del Imperio, no es una característica esencial. En el caso de Israel, podemos ver que una alianza con un imperio importante, el británico y luego el estadounidense, será suficiente para establecer y expandir la colonia de colonos.
Otro argumento es la noción de que el sionismo fue principalmente un movimiento nacionalista y no un movimiento colonial de colonos. [3] Si bien algunas de estas afirmaciones son más sofisticadas que la primera, esto tampoco convence. Y la razón es simple: el nacionalismo fue un factor importante en todas las colonias de colonos. De hecho, el teórico más famoso del nacionalismo, Benedict Anderson, ¡rastrea el surgimiento del nacionalismo moderno hasta la colonia de colonos!. No se trata ni de nacionalismo ni de colonialismo, sino de su compleja combinación que opera en todos los casos de colono-colonialismo.
Luego, está la afirmación de que, por ejemplo, mientras el colonialismo británico se basaba en una sed ávida de más tierra, el sionismo se basaba en la idea de que los judíos exiliados sin Estado deseaban una tierra en la que el pueblo judío tuviera un derecho soberano divino, o en la que tuvieran una conexión emocional e histórica especial. [4] [5] Dejando a un lado la escandalosa afirmación de que la increíblemente diversa, larga, arraigada y rica vida y tradición judía en Europa era ‘indeseable’ o sólo estaba marcada por ‘vagabundeo sin dirección’, esta idea de soberanía exclusiva sancionada por Dios no es, de hecho, exclusiva del sionismo. Los proyectos coloniales que se concibieron en toda Europa desde al menos el siglo XV, se basaron en justificaciones divinas para reclamos de soberanía sobre tierras ya habitadas por pueblos indígenas soberanos, así como en afirmaciones de que las poblaciones perseguidas religiosa y étnicamente en Europa necesitaban refugio en el ‘Nuevo Mundo’. Una vez más, existen diferencias entre estos contextos, pero eso no significa que no pertenezcan al mismo paradigma y proyecto más amplio de la modernidad colonial, que, entre otras cosas, situó las necesidades, las historias, los deseos, las vidas y los proyectos de diversas poblaciones europeas por encima de los de los colonizados de todo el mundo.
Esto nos lleva al punto final y quizás al más importante: muchos eruditos sionistas afirman que el sionismo es, en última instancia, un proyecto para la seguridad, la autodeterminación e incluso la liberación de los judíos. El principal problema aquí es que tales afirmaciones simplemente imitan y repiten las violencias de una cosmovisión racista que acepta la supremacía y primacía de la liberación de un grupo a expensas de otro grupo. Los sionistas, históricamente y hasta el presente, continuamente justifican la eliminación de los palestinos ‘incivilizados’ y ‘violentos’ porque para ellos, sólo importa la historia judía.
El sueño sionista de construir un Estado judío para su pueblo siempre estuvo enredado con un hecho básico: la tierra que va a convertirse en Israel ya está habitada por palestinos no judíos. El colonialismo de colonos no es el medio a través del cual el sionismo puede lograr su sueño de ‘liberación nacionalista’, sino que el colonialismo de colonos tiene sus raíces en el sueño mismo. Casi siempre se omite o se minimiza en los discursos académicos y públicos dominantes, un punto que los palestinos entendieron en los términos más claros y que articulan en voz alta desde al menos principios del siglo XX: que este Estado se establecería en la tierra de la Palestina histórica a expensas de el pueblo palestino.
Una búsqueda de la justicia decolonial
Detrás de todos los argumentos académicos contra el colonialismo de colonos, se encuentra la afirmación de que este paradigma se trata, en última instancia, de deslegitimar a Israel y no de presentar una descripción precisa de la realidad de Israel. Es por eso que los relaciono con los discursos menos sofisticados —aunque estratégicamente efectivos— del Estado israelí y los grupos pro-israelíes. Cuando leemos estos argumentos académicos, rápidamente descubrimos que operan sobre una comprensión cruda del colonialismo de los colonos, el colonialismo, el poscolonialismo y el descolonialismo. Reducen estos paradigmas a una perspectiva únicamente moral que busca deslegitimar los Estados y sociedades euroamericanas coloniales y de colonos, y no como paradigmas que revelen la realidad violenta y brutal de esos estados y sociedades. Todo se reduce a la premisa simple y ficticia de que estas críticas puramente morales quieren, ante todo, deslegitimar, vilipendiar y demonizar.
Esta premisa es una continuación del ataque de la modernidad colonial al conocimiento que los colonizados crearon y cultivaron durante siglos de resistencia. Pero esto no es únicamente un conocimiento activista o moral como se suele acusar. Es un conocimiento que se acerca mucho más a la realidad que el discurso del imperio, y debido a su capacidad para revelar el poder colonial de los colonos, construyó en sí mismo la convicción de afirmar su posicionalidad moral, ética y política. Es un conocimiento del mundo que busca descaradamente transformar el mundo opresivo que revela.
Para ser claros, esta crítica palestina no es palestina porque sólo los palestinos la propongan, articulen y promuevan, sino porque surge de la posición de los colonizados y, como tal, es la crítica de la que surgen las concepciones de justicia decolonial. Ciertamente, hay académicos y activistas israelíes, así como personas de todo el mundo, que también exponen y avanzan sobre esta crítica palestina. Lo que se opone a la posición ‘pro-Israel’, por tanto, no es una posición ‘pro-Palestina’, sino una posición de justicia decolonial. Una posición que se acerca mucho más a captar la realidad de los fundamentos y las condiciones en Palestina-Israel y busca transformarlos en algo nuevo, en algo justo.
Esta crítica nos coloca en el camino del desmantelamiento del régimen del apartheid y sus procesos y fundamentos coloniales en curso. Sólo entonces podremos reimaginar cómo los israelíes y los palestinos, los musulmanes, los judíos, los cristianos y todas las demás religiones, pueden vivir juntos en la tierra de la Palestina histórica bajo soberanías compartidas y estratificadas, y no bajo la exclusiva soberanía colonial de los colonos judíos.
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Mark Muhannad Ayyash nació y se crió en Silwan, Al Quds (Jerusalén), antes de emigrar a Canadá, donde ahora es profesor asociado de sociología en la Universidad Mount Royal.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mondoweiss el 22 de julio de 2021.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Morris, Benny (2001). Righteous Victims: A History of the Zionist-Arab Conflict, 1881-2001. New York: Vintage Books. (P. 676)
[2] Penslar, Derek. (2020). Toward a field of Israel/Palestine Studies. In B. Bashir & L. Farsakh (Eds.), The Arab and Jewish questions: Geographies of engagement in Palestine and beyond (pp. 173-197). New York: Columbia University Press.
[3] Levene, Mark (2019). “Harbingers of Jewish and Palestinian Disasters: European Nation-State Building and Its Toxic Legacies, 1912-1948.” In Bashir, B., & Goldberg, A. (Eds.), The Holocaust and the Nakba: A New Grammar of Trauma and History. New York: Columbia University Press.
[4] Piterberg, Gabriel. (2008). The returns of Zionism: Myths, politics and scholarship in Israel. London & New York: Verso.
[5] Raz-Krakotzkin, Amnon. (2017 [1993-1994]). Exile within sovereignty: Critique of the ‘negation of exile’ in Israeli culture. Trans. A. Ben-Or. In Z. Ben-Dor Benite, S. Geroulanos, & N. Jerr (Eds.), The scaffolding of sovereignty: Global and aesthetic perspectives on the history of a concept (pp. 393-420). New York: Columbia University Press.