Por Nadim Shehadi para Arab News
Los esfuerzos de anticorrupción evocan la promesa de justicia, pero a menudo conducen a un abuso de poder. La semana pasada, la jueza libanesa Ghada Aoun, irrumpió en una de las principales empresas de cambio de divisas del Líbano, acompañada por una multitud de un partido político que la aclamaba.
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La jueza afirmó estar investigando transferencias ilegales de fondos fuera del país. Sus acciones eran técnicamente ilegales, ya que estaba tomando la ley en sus propias manos. El asalto desató un frenético debate sobre la politización del sistema judicial y legal del Líbano.
Dentro de este debate, cada facción de la enorme división política del Líbano acusa al otro de corrupción y de atacar selectivamente a sus oponentes en los esfuerzos por combatirla. Sin embargo, ambos son culpables de los mismos delitos. Esta es una señal más de la desintegración de las instituciones del país. Los manifestantes del Líbano exigieron más transparencia e investigaciones sobre la supuesta corrupción gubernamental. Pero a medida que los políticos se apropian de estas demandas, el debate anticorrupción se convierte en un desvío que ayuda a extender la parálisis política y a prolongar la ausencia de un gobierno.
Esta parálisis política es la tercera que enfrenta el país en 15 años. El sistema institucional se bloqueó dos veces antes, durante 19 meses y 29 meses, respectivamente. Esta vez, es mucho más perjudicial: las reservas de divisas del país se están agotando a un ritmo de 200 a 300 millones de dólares al mes, ya que los bienes subvencionados salen del país de contrabando, sin que ningún gobierno pueda controlar ni el subsidio ni el contrabando. Las negociaciones con la comunidad internacional, que podrían reactivar la economía, están bloqueadas.
Con poco tiempo de sobra, una inmersión más profunda en el comportamiento de los regímenes tiránicos puede arrojar más luz sobre los complejos problemas asociados con la corrupción y la lucha en su contra.
La batalla contra la corrupción fue durante mucho tiempo una herramienta política más que aventajada. Esto no es exclusivo del Líbano. Lo vimos recientemente en los Estados Unidos, donde cada parte señaló selectivamente la corrupción de sus contrincantes. Así lo describió en sus memorias el ex oficial de la CIA, Robert Baer: “como en otras partes del gobierno federal, eres inocente hasta que te investiguen”. La politizada anticorrupción puede equivaler a una caza de brujas, en la que el cazador reivindica la superioridad moral para ganar apoyo populista. En otras partes del mundo, populistas con enorme poder, desde Jair Bolsonaro en Brasil hasta Narendra Modi en India, llegaron al poder con la pretensión de combatir la corrupción y limpiar el sistema.
Casi todos los autócratas de la historia utilizaron programas de anticorrupción para reprimir a la oposición. Saddam Hussein, quien se inspiró en el exlíder de la Unión Soviética Joseph Stalin, tenía una línea directa anónima en su palacio para denunciantes. Uno de sus famosos dichos fue: “cuídate de tus amigos antes que de tus enemigos y, sobre todo, cuídate de ti mismo”. En su sistema gobernado por el miedo, todos los iraquíes informaron incluso sobre sus parientes más cercanos.
Emile Lahoud, el ex Presidente libanés y General del ejército cuyo mandato estaba bajo el control sirio del país, anunció una línea directa similar para denunciar casos de corrupción, a principios de la década de 2000. Pero la tendencia comenzó con Fouad Chehab, otro jefe del ejército libanés convertido en Presidente. Chehab comenzó su mandato en 1958 con una campaña de ‘purificación’ que se dirigió en gran medida contra sus oponentes políticos. Los oficiales de inteligencia del ejército se hicieron ricos e interfirieron en todos los aspectos del país. Hoy, el actual Presidente Michel Aoun, otro ex general del ejército, hace alarde de la lucha contra la corrupción como un pilar principal de su régimen. Incluso, formó parte de su discurso de bienvenida después de su regreso del exilio en 2005.
George Orwell ilustró la tiranía de los esfuerzos anticorrupción en su distópica novela “1984”. Las reglas impuestas por el omnisciente Gran Hermano impiden la interacción social entre las personas. Dictan qué idioma se puede usar dentro de un vocabulario aceptable. Romper esas reglas se considera corrupción, e incluso un niño denuncia a sus propios padres. Para Orwell, romper estas reglas significa escapar de la tiranía. La corrupción es libertad y la lucha del gobierno contra ella es un instrumento de control. En el manual de todo tirano, las leyes específicas contra la corrupción pueden utilizarse como instrumentos universales de supresión. Estos tendrán una definición vaga del delito, como “difundir la corrupción en la tierra”, “disminuir la determinación de la nación”, “debilitar la moral del ejército” y definiciones ambiguas similares de lo que constituye la traición. En un universo de tales reglas, cualquiera puede ser declarado culpable en cualquier momento; es como el pecado original.
El truco del déspota es crear un entorno en el que el cumplimiento total es imposible y, por lo tanto, cualquiera es vulnerable y puede ser arrestado en cualquier momento. En tal contexto, la acusación de corrupción también puede convertirse en una forma de difamación, extorsión y chantaje. Uno de los usos más sórdidos de ese tono se puede encontrar en un artículo de la publicación en línea The Grayzone. Su autor intenta justificar el asesinato del activista político y empresario cultural Lokman Slim como colaborador y traidor. Un ejemplo, donde la realidad en los regímenes autoritarios a menudo supera a la ficción. El debate sobre la lucha contra la corrupción en el Líbano debe considerar estos peligros, ya que la parálisis del país nos acerca a un punto sin retorno. La demanda política de luchar contra la corrupción debe ser tratada con una buena dosis de escepticismo, especialmente cuando es parte de una narrativa que se arroga a la moral para justificar el sostenimiento del país como rehén. Como escribió una vez Ralph Waldo Emerson: “cuanto más alto hablaba de su honor, más rápido contábamos nuestras cucharas”.
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Nadim Shehadi es director ejecutivo de la sede y centro académico de la Universidad Libanesa Americana en Nueva York y miembro asociado de Chatham House en Londres.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 30 de abril de 2021.