Por Sinem Cengiz para Arab News
Hace 18 años, el entonces Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, anunció que las fuerzas estadounidenses iniciaron una operación militar en Irak, prometiendo desmantelar las armas iraquíes de destrucción masiva y acabar con el gobierno de Saddam Hussein. En los años transcurridos desde entonces, murieron más de 4.700 soldados estadounidenses y aliados, y se cobraron la vida de 100.000 civiles iraquíes.
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El lunes, siete cohetes apuntaron a una base aérea iraquí que alberga tropas estadounidenses al norte de Bagdad, el último de una serie de ataques que Washington atribuye habitualmente a facciones vinculadas a Irán. Desde que el Presidente Joe Biden tomó posesión de su cargo en enero se produjeron numerosos ataques contra el personal estadounidense, entre ellos el del 15 de febrero en la ciudad de Irbil, en el norte de Irak, en el que murió un contratista civil de la coalición militar liderada por Estados Unidos y resultaron heridas otras seis personas, entre ellas un miembro del servicio estadounidense.
El Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, declaró el mes pasado que la alianza militar ampliará su misión de formación en materia de seguridad en Irak. La decisión de la OTAN se produjo tras el mortal ataque con cohetes en Irbil.
Irán tiene un largo historial de ataques por parte de sus representantes sobre rivales para crear un grado de negación plausible. Por ello, Teherán negó cualquier papel en los últimos ataques. El embajador iraní, Majid Takht Ravanchi, dijo en la ONU que las afirmaciones de que estaba implicado eran “completamente infundadas y carentes de credibilidad legal”.
En respuesta a los recientes ataques, Biden ordenó una ofensiva aérea contra instalaciones en el este de Siria, cerca de la frontera con Irak, que, según Estados Unidos, eran utilizadas por las milicias respaldadas por Irán. Según un informe de la semana pasada, estos paramilitares iraquíes respaldados por Teherán aceptaron detener los ataques contra las fuerzas estadounidenses en Irak bajo la condición de que el Primer Ministro iraquí, Mustafa Al Kadhimi, exija formalmente la retirada estadounidense.
La invasión de Irak en 2003 fue el incidente regional más discutido de los últimos tiempos. Con gran parte de su aparato estatal destruido en las dos últimas décadas, Irak atraviesa un periodo de inestabilidad e intervención extranjera. La reciente retirada militar de Estados Unidos en Irak está reconfigurando la dinámica política no sólo en Bagdad, sino también en todo Oriente Medio. Se espera que el vacío creado por esta retirada sea llenado por varios actores. La intervención de estos actores añade una nueva carga a Irak y a su pueblo, a la vez que debilita los esfuerzos del gobierno actual por restaurar gradualmente el papel y el estatus del país.
El orden de Oriente Medio que se estableció desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, evolucionó aún más tras los levantamientos árabes que barrieron la región a principios de la pasada década. Con estos levantamientos, Irak se convirtió de nuevo en un punto regional en el que se alinean y entran en conflicto diversos intereses. El país se ve atrapado entre varios actores externos —como Irán, Turquía y Estados Unidos— que se considera que buscan la hegemonía regional. Cada uno de estos países tiene sus aliados en Irak.
Tanto Irán como Estados Unidos siguen controlando la política estatal, y cada una de las partes estableció algunas instituciones indirectas dentro del Estado iraquí, que ahora está dividido entre las esferas de influencia iraní y estadounidense. Mientras que Washington tiene influencia en la estructura oficial, Teherán intervino a través de instituciones no oficiales.
Irán y Turquía comparten fronteras con Irak y se están convirtiendo rápidamente en los actores externos más influyentes en el país. Teherán considera a Irak como un punto central a través del cual barajar las relaciones en la región y la arquitectura de seguridad del Golfo. La política expansionista de Irán en Irak provoca, desde 2003, la alarma en Estados Unidos, el mundo árabe y, en cierta medida, en Turquía.
Ankara también participa en Irak. Lleva a cabo operaciones militares contra los militantes kurdos en el norte. Desde la perspectiva turca, la intervención estadounidense en Irak y sus consecuencias empeoraron el problema de seguridad de Turquía. Un aspecto importante del enfoque de seguridad de Turquía es inculcar a la misión de la OTAN en Irak un tema contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). A medida que aumente el número de personal de la OTAN en Iraq, Turquía probablemente ampliará su presencia en la misión.
También están los actores europeos, que pretenden reducir la dependencia de Irak de Estados Unidos e Irán. Sin embargo, una mayor intromisión extranjera en Irak puede empeorar la situación económica, de seguridad y política del país, lo que repercutirá negativamente en los intereses europeos en ámbitos como la lucha contra el terrorismo y la migración. Varios países europeos también tienen despliegues militares en Irak como parte de la coalición anti-Estado Islámico y están preocupados por la protección de sus fuerzas.
Así, la invasión estadounidense de Irak no resolvió un problema regional, sino que creó un terreno más amplio para la intervención extranjera, desestabilizando aún más el país y la región durante las dos décadas siguientes.
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Sinem Cengiz es una analista política turca especializada en las relaciones de Turquía con Oriente Medio.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 19 de Marzo de 2021