Por Zainab Saleh para Jadaliyya
Jadaliyya (J): ¿Qué te llevó a escribir este libro?
Zainab Saleh (ZS): En el verano de 2002, empecé mi doctorado en la Universidad de Columbia, en Nueva York. El ambiente estaba cargado con charlas sobre la guerra. Todos discutían sobre las preparaciones del gobierno de Bush para invadir Irak. La presencia del acampe anti-guerra era fuerte en el campus de Columbia. Estudiantes y profesores se manifestaban en contra de la invasión, organizando sentadas y charlas para advertir sobre las consecuencias que tendría esta guerra y exponer la hipocresía del gobierno de Estados Unidos. El acampe que apoyaba la guerra, especialmente fuera de la academia, era más poderoso. Hablaban de armas de destrucción masiva, la opresión de Saddam Hussein a los iraquíes y los presuntos vínculos entre Hussein y al Qaeda. Había gritos entre ambos bandos y al interior de los mismos, hablaban de libertad y democracia versus colonialismo, soberanía versus imperialismo y derechos humanos versus petróleo. Los iraquíes, quienes habían soportado la peor parte del apoyo de gobiernos occidentales a Hussein y que soportarían el peso de otra guerra, estaban marginados en estas contiendas y debates. A medida que avanzaba la invasión a Irak en 2003, el discurso orientalista que percibía al país como plagado por emociones instintivas, iba silenciando las voces de los iraquíes. La omisión de las individualidades en las discusiones y noticias sobre la ocupación estadounidense fue lo que me motivó a focalizar mi investigación en ellas. Como iraquí privilegiada que está viviendo fuera del país, les debo una versión más matizada de sus historias, esperanzas, decepciones y pérdidas. Como era casi imposible investigar en Irak por la situación que estaba empeorando elegí Londres, donde se encontraba la mayor comunidad diaspórica iraquí en Europa en ese momento.
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La historia del involucramiento imperial de Estados Unidos implica que los iraquíes han vivido constantemente a la sombra de guerras, las brutalidades propias del autoritarismo y la violencia imperialista. A través de intervenciones militares, la prolongación de guerras y el apoyo a Saddam Hussein, Estados Unidos ha creado las condiciones de desposesión y muerte para iraquíes dentro de Iraq y en la diáspora. Como un imperio, Estados Unidos acudió a prácticas y políticas que distribuyen inequitativamente la vida y la muerte; hizo ejercicio de su poder para matar poblaciones fuera de su territorio nacional. En estas instancias, no solo fue un estado no-liberal que estaba matando a sus propios ciudadanos sino un estado liberal aniquilando sujetos imperiales en nombre de la seguridad nacional, la democracia, la libertad y la protección de la paz global. Escribí este libro para mostrar esta historia y su impacto en los iraquíes.
J: ¿Qué temas trata el libro en particular?
ZS: El libro se centra en las interrelaciones entre imperio, subjetividad y exilio. Escuchando a los iraquíes durante mi trabajo de campo —de 2006 a 2019— me di cuenta que sus narrativas del desplazamiento y sus trayectorias de vida en general estaban profundamente entrelazadas con las intervenciones militares que tuvieron lugar en Irak desde el siglo XX hasta la actualidad. Tanto quienes estaban en Londres como en Irak eran sujetos imperiales cuyas vidas no podían separarse de las historias del Reino Unido y los Estados Unidos en la región. Especialmente, lo relativo a los esfuerzos de Estados Unidos por salvaguardar el acceso al petróleo iraquí para sus compañías petroleras, por impedir que Irak se abrace al comunismo durante la Guerra Fría y su apoyo a regímenes que garantizaran lo que percibían como “estabilidad regional”. Estas trayectorias imperiales también se volvieron territorios dinámicos donde se inscribieron diferencias políticas, religiosas, de género y de clase que luego se invocaron y reconfiguraron en la diáspora. El libro se focaliza en cómo la subjetividad iraquí en la diáspora fue delineada por el colonialismo británico, la intervención imperialista estadounidense, el extractivismo, las historias de exilio, las luchas locales e internacionales y otras estructuras de poder. También explora con qué formas culturales los iraquíes respondieron a estos eventos. Además, examina el impacto de la ocupación estadounidense en las experiencias diaspóricas de la comunidad iraquí en Londres y las conexiones trasnacionales que habilitó y las posibilidades que clausuró.
La historia del exilio y la desposesión iraquí está íntimamente implicada en la genealogía del imperialismo. Mediante el apoyo a regímenes autoritarios desde la década del ‘60 y el incentivo a las guerras que ya se estaban desarrollando por las cuatro décadas pasadas en Irak, Estados Unidos se inscribió en las vidas de los iraquíes. Esta violencia imperialista llevó al exilio a miles de iraquíes y a la formación de comunidades diaspóricas en el extranjero. Los efectos de las intervenciones estadounidenses en Irak no se limitan a los bordes del país sino que también afectan a los iraquíes en diáspora. Prolongó su exilio, impidió que disfrutaran de un Irak seguro durante sus visitas desde 2003 y les generó angustia sobre los destinos de familiares y amigos y sobre la posible desintegración del país. En otras palabras, los iraquíes habitaron un pasado y un presente imperial. Académicos describieron el imperio como una ‘forma de vida’ en tanto a lo que concierne a la política exterior de Estados Unidos, inscrita en sus instituciones y prácticas. También es cierto esto para los iraquíes que vivieron y experimentaron el imperio durante décadas.
J: ¿Por qué elegiste usar imperio como marco teórico para el libro?
ZS: El libro echa luz sobre cómo las intervenciones británicas y estadounidenses en Irak delinearon las trayectorias de vida de los iraquíes y su experiencia en el exilio. Mientras que el colonialismo británico en Irak recibió atención por parte de la academia, el rol que jugó Estados Unidos en el país desde principios de la década de los 60 se vio limitado principalmente a estudios de la ocupación en 2003. Por eso, el libro pretende colocar a los iraquíes dentro de la historia imperial de Estados Unidos. La historia de Irak y la de Estados Unidos están profundamente interconectadas. Utilizo el concepto de ‘encuentro imperial’ para mostrar cómo estos países que usualmente se ven como si ocuparan distintos mundos, están conectados. El concepto del encuentro quita del centro al Estado-nación y enfatiza en las conexiones globales. Focalizarse únicamente en el Estado-nación para entender historias de violencia y exilio atenúa el rol de los poderes imperiales de Occidente en la formación de temas y problemas en países del Tercer Mundo. El marco teórico del encuentro demuestra que Irak y Estados Unidos ya no son entidades separadas sino conectadas en una desigual relación de poder que reconfiguró las vidas de los iraquíes. Los intelectuales desalentaron entender Estados Unidos como una entidad limitada a sus límites territoriales; en cambio, debemos examinar la relación entre el imperialismo estadounidense y otros países y los esfuerzos de Estados Unidos por producir sujetos más allá de sus límites nacionales mediante políticas neoliberales.
Me parece muy útil el concepto de Ann Stoler de ‘disassemblage’ (desensamblado) para pensar el imperio de Estados Unidos y las conexiones entre diferentes formaciones imperiales. En cuanto a las intervenciones estadounidenses en el mundo, Irak no es un caso excepcional. Los académicos han empezado a historizar la discusión sobre el imperialismo de Estados Unidos y a situar la ocupación de Irak y Afganistán dentro de su legado imperial. Así, la guerra contra el terrorismo posterior al 11-S puede verse como parte de una larga historia de expansión y dominación global. Las guerras y ocupaciones militares fueron fundacionales, la violencia genocida fue central en la formación de su Estado por la vía del colonialismo de colonos y también para su hegemonía política y económica. Este permanente estado de guerra representa un continuum en la historia de conquista y control de territorios en el exterior. Este enfoque sobre el imperio enfatiza en las conexiones entre colonialismo de colonos, racismo, hegemonía económica e intervenciones políticas. Así, la intervención en Irak por décadas puede verse como parte de un continuum de diferentes formaciones imperiales que existen en el mundo. El imperio estadounidense no puede seguir viéndose como un evento particular o una reliquia del pasado. En cambio, persistió por siglos, colocó a diferentes poblaciones bajo su órbita y dejó vidas personales en la ruina.
J: ¿Quiénes quisieras que lean este libro y qué impacto te gustaría que tenga?
ZS: Espero que alcance tanto a académicos como al público en general, particularmente quienes estén interesados en las formaciones imperiales de Estados Unidos en el mundo, el destierro y la subjetividad. Para mí, la historia del exilio iraquí es parte de una narrativa mayor sobre imperio y exilio, que no se limita a Irak ni al Medio Oriente.
J: ¿En qué otros proyectos estás trabajando?
ZS: Ahora estoy trabajando en un libro titulado Uprooted Memories: Citizenship, Denaturalization, and Deportation in Iraq (Memorias sacadas de raíz: ciudadanía, desnaturalización y deportación en Irak). Este libro examina las leyes sobre ciudadanía y las prácticas legales promulgadas por distintos gobiernos iraquíes que llevaron a la desnaturalización y deportación de judíos, comunistas y los llamados ‘iraquíes de origen iraní’ en el siglo XX y XXI. También, trata de los mecanismos que los iraquíes idearon para desafiar las definiciones de Estado y ciudadanía y para reivindicar su pertenencia. Desde su consolidación en 1921, el Estado de Irak —ya sea bajo monarquía, república o régimen militar— fue responsable de la expulsión de diferentes segmentos de la población local. Estas migraciones forzadas estuvieron ligadas a proyectos de construcción del Estado; esfuerzos por establecer soberanía, gobernar un país diverso, disciplinar grupos que eran vistos como una amenaza y silenciar movimientos opositores. Valiéndose de investigaciones etnográficas y de archivo, este proyecto muestra cómo esta larga historia de persecución y expulsión llevó al surgimiento de comunidades iraquíes en la diáspora y a acalorados debates sobre pertenencia que aún hoy continúan. También nos da una perspectiva sobre las formas de ciudadanía que surgen por fuera del reconocimiento oficial, con distintos grupos recurriendo a la movilización política y la creación de redes para reafirmar la pertenencia a Irak.
Extracto del libro (Introducción: “Imperio y subjetividad”, pp.19-24)
Así como la historia de Irak se vio entremezclada con los eventos nacionales e imperiales, los esfuerzos de mis interlocutores en Londres por formar una subjetividad iraquí fueron procesos contingentes que comprendían distintos poderes coloniales e imperiales, instituciones disciplinarias nacionales y circunstancias personales. Distintas constelaciones políticas y sociales —incluyendo el Estado, la familia y comunidad, la realidades coloniales y las lógicas de mercado— constituían al individuo como un sujeto, a través del control social. Sin embargo, la gobernabilidad no es el único ámbito donde se produce al sujeto. Habitando distintos espacios políticos y sociales que a su vez se intersectan con clase y género, los sujetos tienen la posibilidad de reflejar en sus circunstancias y formas a sí mismos basados en sus experiencias. Las contingencias históricas constituyen a los individuos en sujetos. Así, ellos mismos pueden formar una identidad a través de sus narrativas e intentos de dar sentido a sus posiciones en el presente y el futuro que imaginan.
Las relaciones imperiales y coloniales jugaron un rol fundamental en definir el sentido de identidad de los iraquíes, tanto en el pasado como en el presente. Para los iraquíes mayores, aquellos que crecieron bajo dominio británico, la solución para desligarse del gobierno feudal y pro-británico fue la lucha anticolonialista. Se organizaron en el Partido Comunista Iraquí -entonces clandestino-, participando en protestas contra los pactos que los oficiales británicos imponían en Irak y contra la desigualdad. Esos jóvenes iraquíes se veían a sí mismos como revolucionarios que estaban comprometidos en una lucha para generar transformaciones radicales que en Irak constituían una total ruptura con el status quo. La presencia británica en Irak delineó la conciencia de sí mismo como sujeto revolucionario habitando un momento histórico de espíritu anticolonial a lo largo del Tercer Mundo.
Los británicos en Irak, a diferencia del caso de Egipto e India, no se propusieron formar subjetividades mediante regulación de los cuerpos ni técnicas de control social. Recurrieron a bombardeos aéreos, servidumbre y castigos físicos para disciplinar a la población. También se involucraron en acalorados debates con oficiales y educadores iraquíes sobre la reforma del sistema educativo, la familia y las leyes de ciudadanía. Los británicos imaginaban el progreso como la habilidad de acceder a los recursos naturales de Irak, especialmente petróleo, y desarrollar el país según lineamientos nativos. Los oficiales británicos en Irak estaban en contra de la expansión del sistema educativo público temiendo que la ‘sobreeducación’ produjera sujetos involucrados en política y que no estuvieran dispuestos a realizar trabajo manual. Los nacionalistas iraquíes, en cambio, veían a la escuela y la familia como campos de reforma social y desarrollo económico para producir nuevos sujetos iraquíes soberanos. Especialmente, pensaban que educar mujeres jóvenes produciría madres modernas capaces de criar ciudadanos dignos. De todas formas, la familia y la escuela no se volvieron ámbitos donde producir sujetos dóciles y gobernables. Emergieron como núcleos para la acción revolucionaria y la imaginación. Los iraquíes mayores hablaban de padres y hermanos progresistas y nacionalistas que desde jóvenes los habían instruido sobre la desigualdad social en la sociedad iraquí y la lucha anticolonial en todo el mundo. Una vez que fueron a la escuela secundaria, se vieron más expuestos a las tendencias comunistas y nacionalistas que promulgaban libertad política, liberación femenina y justicia social. Todo esto avivó su activismo social.
Sumado a las relaciones coloniales, aquellas de clase, género y religiosas también jugaron un rol en delinear la autopercepción de mis interlocutores y la percepción de otros iraquíes. Cuando los iraquíes mayores recuerdan los ‘buenos tiempos’ como una época de movilización política, renacimiento cultural y actividad social vibrante, suelen referirse a la experiencia de los bagdadíes de clase media cuyas familias podían permitirse enviar a sus hijos tanto a la escuela como a la universidad y que tenían la intención de participar en la escena cultural e intelectual de la capital. La idea de este pasado brillante dejó a un lado las experiencias de la mayoría de los iraquíes que vivían en la más profunda pobreza bajo la monarquía. Cuando los pobres aparecen en estas narrativas, están presentados como personas necesitadas de intervención social a través de educación y atención médica para resituarlos como ciudadanos sanos que pudieran dejar atrás sus tradiciones retrógradas y así participar del desarrollo del país. El proyecto revolucionario que se proponía generar sujetos modernos dedicados a la liberación nacional y el progreso era también disciplinario en su mirada hacia los pobres. Estas nociones sobre la identidad estaban arraigadas en debates sobre la modernidad, la tradición y la religión. Los iraquíes que participaron en la lucha anticolonial y apoyaron ideales comunistas se veían a sí mismos como sujetos progresivos y modernos que estaban dejando atrás la tradición —como la subordinación de las mujeres y algunas prácticas religiosas arcaicas— e imaginando un futuro utópico de soberanía e igualdad. Además, esta construcción del yo como sujeto revolucionario estuvo marcada por el género en la medida en que la condición de la mujer se convirtió en el indicador de la modernidad de la nación. El debate sobre el acceso de las mujeres a derechos legales y políticos se tornó un asunto importante para la liberación nacional y el rol de la mujer en contribuir a crear el estado moderno iraquí.
Si bien la idea de los iraquíes como revolucionarios se tornó un discurso dominante en la diáspora, empezó a colisionar con otro discurso identitario: la construcción de los iraquíes como piadosos. Con el auge de la religiosidad en la diáspora desde los noventa, algunos iraquíes jóvenes en Londres empezaron a identificarse a sí mismos como musulmanes piadosos modernos, cuyo ideal de sí mismos combinaba nociones de religiosidad, nacionalidad y modernidad. Más que un sitio de ideas revolucionarias, Irak emerge como tierra de ciudades santas y de historia chiíta que se remonta al siglo VII. De todas formas, este discurso identitario constituyó una ruptura con prácticas religiosas del pasado. Los jóvenes iraquíes en Londres se veían a sí mismos como distintos a sus padres que practicaban la religión por tradición más que por un real entendimiento basado en la lectura de textos religiosos. Veían esta forma de religiosidad como moderna en tanto se proponía romper con el enfoque tradicional que conllevaba el seguimiento a ciegas de autoridades religiosas. Esta identidad moderna y piadosa se combinaba con un fuerte sentido de pertenencia a Irak como Estado-nación por los sentimientos nacionalistas que habían sido transmitidos por sus familias que recordaban Irak como un lugar próspero y vibrante. Así como este es un discurso de clase en su anhelo de la ‘época dorada de Irak’ se cruza con la cuestión de género en tanto las mujeres religiosas aparecían como figuras para imitar, en una vida definida por el exilio y la diáspora. Las mujeres religiosas que tuvieron un rol fundamental en eventos históricos y tenían un gran conocimiento religioso, especialmente la hija y la nieta del profeta Mahoma, se volvieron modelos para las jóvenes mujeres religiosas que no podían identificarse con las comunistas y su actitud negativa frente a la religión.
Las formas de identificación como revolucionario o musulmán piadoso se daban con el trasfondo del exilio, el desplazamiento y la fragmentación de Irak con la intervención estadounidense por décadas. Las condiciones crónicas de desposesión con las que se vivía en Irak y en diáspora impulsaron las preguntas sobre qué es políticamente posible y qué es más importante a la hora de hacer y deshacer la propia identidad. Tras décadas de exilio y viendo de lejos la violencia en su país de origen, los exiliados en Londres trataban de descifrar lo que significaba ser iraquí. La respuesta de los iraquíes a este status quo ya no consistía en la lucha antiimperialista contra Estados Unidos. El fracaso del proyecto poscolonial de libertad y prosperidad y la incapacidad de imaginar futuros alternativos tras décadas de autoritarismo y guerra llevó a los iraquíes en Londres a percibir a quienes llegaban después de 2003 a través de la narrativa de la resistencia. La subjetividad iraquí después de 2003 no era ya la del revolucionario. No soñaba con generar un cambio radical en las realidades del colonialismo y la desigualdad mediante la lucha anticolonial. Tampoco la del musulmán piadoso que creía en un proyecto religioso que resultara en la solución a la situación de Irak. En cambio, el imperialismo estadounidense produjo iraquíes como sujetos resistentes que sobrevivían bajo condiciones de desposesión. Para quienes habían llegado a Londres entre fines de los setenta y comienzos de los noventa, los verdaderos iraquíes eran los que se habían quedado durante el régimen de Saddam Hussein y se habían visto desplazados por la ocupación estadounidense. Eran quienes habían sufrido décadas de guerra y sanciones. Fue la habilidad de resistir las más precarias condiciones de violencia imperial y nacional, carencia económica e incertidumbre legal que engendró una nueva noción de lo que significa ser iraquí. Darse un relato de identidad se volvió una técnica de supervivencia que pretendía combatir las políticas de eliminación. Mientras que el proyecto imperialista estadounidense estaba constituido sobre la negación de la humanidad de los iraquíes, ellos encontraron diferentes maneras de formarse a sí mismos como sujetos para sobrevivir y dar significado a sus vidas.
Durante el período que llevó mi trabajo de campo en Londres —de 2006 a 2019— me impresionaron los esfuerzos de los iraquíes de formarse subjetividades políticas y proveerse una historia alternativa de los eventos en Irak. El trasfondo de estos debates era el deseo de mostrar que eran realmente nacionalistas. Dar cuenta de que se sentían fuertemente ligados a su país y que la prominencia de las afiliaciones sectarias tras 2003 marcaron un cambio en el ámbito político y las formas identitarias. Estas narrativas hablan del hecho de que la formación del sujeto fue marcada por el colonialismo, las intervenciones imperialistas, la lucha anticolonial, las prácticas familiares y estatales y las pertenencias de clase, género y religión. Además, los esfuerzos de construir una identidad iraquí se dieron en el contexto de la diáspora motivada por las intervenciones de Estados Unidos en Irak desde finales de los cincuenta hasta el presente.
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Zainab Saleh es Doctora Antropología Sociocultural por la Universidad Columbia, profesora asistente de antropología en Haverford College, y sus investigaciones fueron publicadas en American Anthropologist, Arab Studies Journal y Anthropology News.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Jadaliyya el 8 de marzo de 2021.