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El Interprete Digital

El Hijo de la Muerte que dio vida al cine sudanés: Sobre You Will Die at Twenty, de Amjad Abu Alala

Por Hussam Hilali para Mada Masr

Fuertes lluvias en un punto de distribución de alimentos, Sudán. [United Nations Photo / Creative Commons]

Algo nuevo está tomando forma en Sudán, cuyos destellos se han revelado en las noticias que llegan del país desde principios de año. Es como si un mundo en su totalidad emergiera de las sombras hacia la luz resplandeciente. Con los cánticos de las multitudes que señalaban el fin del régimen autoritario de Omar Al Bashir, los cineastas de Sudán instigaban al mismo tiempo su propia revolución. En un país en el que durante décadas se prohibió el cine para servir a agendas ideológicas conservadoras que consideraban las artes una amenaza para el Estado, muchos jóvenes talentos están saliendo a la palestra para poner fin a esta era. 

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Lo que podríamos llamar tímidamente una “nueva ola” de cine sudanés se afirmó con la 69ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, celebrada en febrero de este año, durante la cual el director Suhaib Gasmelbari recibió los premios al Mejor Largometraje Documental y del Público en la sección Panorama por su película Talking About Trees (2019). La película sigue a cuatro veteranos cineastas sudaneses de la era predigital en su intento de revivir la cultura cinematográfica del país, como un ave fénix que emerge de las cenizas del Sudán de Bashir. El documental Khartoum Offside, dirigido por Marwa Zein, también se estrenó en el festival. Se trata de una historia feminista sobre un grupo de chicas que se empeñan en jugar al fútbol a pesar de las restricciones sociales impuestas a las mujeres en particular y a cualquiera que desafíe la cultura dominante en general. Las dos películas fueron precedidas por el primer largometraje narrativo de Hajouj Kouka, Akasha (2018), ambientado en las montañas Nuba, controladas por los rebeldes en la provincia de Kordofán del Sur, que se proyectó en el Festival Internacional de Cine de Toronto del año pasado.

TALKING ABOUT TREES (Clip)

Como continuación de esta ola, la 76ª edición del Festival de Venecia, que se celebró del 28 de agosto al 7 de septiembre, fue testigo del estreno de You Will Die at Twenty, la primera película narrativa del cineasta sudanés Amjad Abu Alala, que acabó ganando el premio León del Futuro del festival a la mejor ópera prima. La película también acaba de ganar la Estrella de Oro al mejor largometraje narrativo en el Festival de Cine de Gouna, clausurado el 27 de septiembre. Esta coproducción entre Sudán, Francia, Egipto, Alemania y Noruega ha tardado tres años en completarse, y es la producción más cara de la historia del cine sudanés, con un presupuesto de casi un millón de dólares. 

En su nueva aventura, Abu Alala regresa tras un paréntesis de siete años después de su última película, un cortometraje titulado Studio (2012), que realizó en el contexto de un taller de cine dirigido por el fallecido cineasta iraní Abbas Kiarostami. Derrochando años de experiencia acumulada y una cuidadosa preparación, el director consiguió rodar la primera película de Sudán en dos décadas, en medio de duras condiciones políticas, por no hablar de las complicaciones sociales de hacer una película en un lugar donde el visionado de cine tiene una larga historia, pero la producción cinematográfica no. 

En 102 minutos, Abu Alala consigue retratar un cuento sudanés profundamente auténtico, incorporando elementos personales y tomando el escenario local como punto de partida para una incursión en los mundos míticos incrustados en el paisaje sudanés. Basado en el relato corto Sleeping at the Foot of the Mountain (2014) del galardonado autor Hammour Ziada, el guión fue concebido por el cineasta en colaboración con el guionista emiratí Youssef Ibrahim, con quien ya había trabajado anteriormente en varios proyectos. 

La fantasía ha parecido ser un rasgo definitorio de la obra cinematográfica de Abu Alala desde sus primeros experimentos, en particular el cortometraje Bird Feathers (2005), que cosechó considerables elogios de la crítica, a pesar de sus deficiencias técnicas. Protagonizada por dos superestrellas del drama sudanés, la aclamada Faiza Amsib y Hala Agha (en uno de sus papeles más notables hasta la fecha), la película se emitió a menudo en televisión, familiarizando al público con el nombre de Abu Alala. 

A pesar de su corta duración, hay mucho que seguir en Bird Feathers, ya que incluye los primeros rasgos del lenguaje visual que Abu Alala desarrollará más plenamente en You Will Die at Twenty. Una versión contemporánea de Kind Fatna and the Ghoul -un popular cuento popular sudanés perteneciente al género cariñosamente denominado en Sudán “historias de abuelas”-, la obra anterior aborda temas como el primer amor y los padres separados en un mundo donde los hilos míticos se encuentran con las realidades mundanas de una modesta vida moderna. Los elementos visuales, como la vasta extensión de los campos y el Nilo, las lámparas de gas como fuentes de iluminación y las herramientas tradicionales, como las latas utilizadas para cocinar sobre fuego de leña, están presentes en Bird Feathers y se emplean con más sofisticación en You Will Die at Twenty. En su nueva película, la cámara de Abu Alala ofrece una apasionante manifestación visual del realismo mágico de Ziada, una de las principales características de la obra del célebre autor, que evoca el mundo del Sudán rural: sencillo en su estructura, pero muy complejo en sus dimensiones sociales y espirituales, con todas sus implicaciones sufíes y metafísicas. 

Abu Alala cuenta la historia de un niño ‘maldito’ llamado Muzamil (interpretado por Moatasem Rashed de niño y Mustafa Shehata de adulto). Para desgracia y consternación de sus padres, un jeque sufí que visita su modesta aldea en el estado de Gezira con sus derviches [N.d.T.: El derviche es un miembro de una fraternidad religiosa que proviene del sufismo denominada tariqa] profetiza que su hijo no vivirá más de 20 años. En una comunidad rural donde tales proclamas son indiscutibles, toda la infancia y adolescencia de Muzamil se convierten en una larga e incesante anticipación de la muerte. Su padre, impotente para alterar el destino de su hijo, se ve obligado a abandonar el país en busca de trabajo (o eso le dice a todo el mundo, incluido él mismo), dejando a Muzamil con una madre que pasa la presumiblemente corta vida de su hijo en un estado de luto preventivo, constantemente vestida de negro. 

https://www.youtube.com/watch?v=NOpccEEBgk4

Reflejando la total sumisión de la aldea a los poderes sobrenaturales percibidos de los santos sufíes, la cámara de Abu Alala se mueve entre las callejuelas sin pavimentar, las casas de adobe y los campos con vistas al Nilo. El entorno de la aldea, así como el comportamiento de sus habitantes, son los mismos en 2019 que cinco siglos antes: el aislamiento de la ciudad de Abu Hiraz, donde se rodó la mayor parte de la película, sólo se rompe por la presencia de coches y radios.

Este aislamiento, unido a la premonición de la muerte que paraliza a la familia de Muzamil y a la atención sobreprotectora de su madre, no le protegen del acoso ni de los persistentes y dolorosos recordatorios de la gente del pueblo de que es un “hijo de la muerte”. Obsesionado con escuchar los latidos del corazón de los demás mientras duermen para asegurarse de que no le ganan la partida a la tumba, nunca cuestiona lo que está destinado a ser, sin reconocimiento alguno de un libre albedrío humano que pueda ser capaz de cambiar el destino. Su única forma de vivir, por tanto, en un pueblo donde la altura de las palmeras sólo es superada por las cúpulas de los mausoleos de sus santos, es prepararse para la otra vida rezando y sirviendo en la mezquita del pueblo y estudiando el Corán. La forma en que se retrata la vida de Muzamil puede verse como una interpretación visual de un verso de una de las canciones del poeta y músico sudanés Mustafa Sayed Ahmed (Am Abdel Rehim): “Te gobierna la tumba”. 

Este espíritu derrotado está a un paso de restar atractivo a los personajes centrales de la película: Muzamil, su padre, Al Nour (interpretado por Talal Afifi, fundador y director del Festival de Cine Independiente de Sudán), así como la madre, Sakina (excepcional interpretación de Islam Mubarak), si no fuera por el giro dramático que da la película con un salto temporal tras su primer cuarto, llevándonos directamente de la infancia de Muzamil a los pocos meses antes de que cumpla 20 años. Cuando Al Nour regresa tras años de distanciamiento para participar en la elección de la tumba de su hijo y unirse a su madre en el ritual de confección de la mortaja, se presentan otros tres personajes que encienden una chispa de rebelión en el joven Muzamil contra la fatídica profecía que ha ido consumiendo su vida. 

El primero de estos personajes es la hija de los vecinos, Naima (la prometedora Buna Khaled), amiga de la infancia e interés amoroso de Muzamil, que siempre había sido un refugio para el chico. Con impulsividad romántica, desafía la profecía y se enreda en una relación con él, y sigue siendo la iniciadora en todo el proceso. Una mujer vibrante, llena de una imparable alegría vital, intenta arrancar a Muzamil de su pasiva aceptación de la muerte, con la esperanza de despertar en él su primitivo instinto existencial en aras de su amor imposible. 

Otro personaje femenino único es Sitt Al Nisa (Amal Mustafa) -cuyo nombre, fiel a su carácter, significa “la dama de todas las mujeres”-, en la que Abu Alala combina una miríada de arquetipos de mujer marginada: la artista de la henna, la esteticista tradicional, la sirvienta, la qouna (cantante shaabi) y, por supuesto, la trabajadora sexual. Abu Alala disecciona la estructura racial y de clases del pueblo a través de este personaje, residente en Al Kambo, el barrio improvisado donde viven los descendientes de esclavos y trabajadores liberados del oeste y el sur de Sudán, cuya existencia en la periferia de la sociedad les permite liberarse de sus valores y normas tradicionales. Allí se fabrica y se vende alcohol ilegal, y las mujeres viven de la prostitución y de actuaciones como cantantes en el pueblo cercano. 

El mayor giro en la vida de Muzamil se produce con el regreso de otro inmigrante: Suleiman (el veterano actor de teatro Mahmoud Al Sarraj), amante de Sitt al Nisa e hijo pródigo del pueblo, que se rebela contra las costumbres conservadoras y supersticiosas de la comunidad. Esta es la razón por la que, de joven, Suleiman se marchó a Jartum en cuanto se le presentó la oportunidad, y sólo regresó al pueblo en su madurez, con bastante reticencia. En Jartum, trabajó como director de fotografía profesional y se apasionó por las artes. Luego siguió el camino del Nilo hasta Egipto, y de allí pasó a Europa. Suleiman evoca inevitablemente el personaje de Mustafa Said, el protagonista de la famosa novela de Tayeb Salih de 1966 Temporada de migración hacia el Norte, sin la retórica poscolonial. Por el contrario, Suleiman está cargado de una nostalgia persistente por la época de su juventud en el Sudán británico, y de un desprecio abrasador por el presente, que, irónicamente, parece estancado en tiempos aún más antiguos.

Poco a poco, Suleiman, un amigo de la infancia del padre de Muzamil, llena el espacio dejado por el padre ausente del joven, introduciéndole en el mundo más allá del pueblo. Todo comienza cuando un disgustado Muzamil, que trabaja en la tienda del pueblo, tiene que entregar una botella de arak a un cliente, un hombre cuyo comportamiento y opiniones son diferentes a los de todos los demás habitantes del pueblo. Simbólicamente, su casa ostenta un estilo arquitectónico claramente colonial, que lo distingue de la comunidad local, ya que es un hombre que no hace caso de las normas que la rigen: Es un alcohólico que siempre está escuchando música extranjera y cuya amante, Sitt Al Nisa, a menudo se queda a dormir en su casa aunque no estén casados (para decepción de ella, después de todo, él es un hombre bien educado que ha pasado años en las calles y bares de Europa, mientras que ella es simplemente una mujer de Al Kambo). 

Todas estas contradicciones empiezan a suscitar preguntas y dudas en el piadoso Muzamil, que intenta alejar a Suleimán de su vida pecaminosa dándole lecciones de moral, aunque le suministra alcohol. Invita a Suleimán a un recital del Corán en su mezquita, al que finalmente asiste, aunque lo observa desde la ventana, sin llegar a entrar en la mezquita. “Le dije a mi padre, ¿por qué iba a memorizar un libro tan gigantesco? Me dio una paliza. Sólo unos años después huí”, recuerda Suleiman a Muzamil una noche. En cuanto se entera de la profecía que tiene a Muzamil prácticamente esperando su propia muerte, Suleiman empieza a instar a Muzamil a que deje atrás el pueblo y la sentencia de muerte que le impusieron. Le enseña matemáticas básicas, le habla de mujeres y sexo, y denuncia provocativamente la vida puritana que había llevado el mucho más joven. Su argumento es sencillo: Si vas a morir pronto, deberías pasar tus últimos días en el placer, porque ¿cómo puede uno pretender la virtud sin entrar nunca en contacto con el vicio?

La ironía en la relación del joven Muzamil con el anciano Suleiman es que este último es quien representa los ideales progresistas de libertad y modernidad en la ecuación, mientras que Muzamil permanece prisionero de la costumbre y la tradición. En sus intentos por sacar al muchacho de la oscuridad, Suleimán abre la puerta a un mundo nuevo y mágico, en el que Muzamil entra maravillado. Ese mundo son las viejas películas y el proyector de Suleiman, siendo el cine un refugio clásico para la imaginación y un escape perfecto de una realidad opresiva. Esta es la declaración central que Abu Alala trata de hacer, no sólo al producir una película en un contexto político y social tan desafiante, sino también a través de la improbable relación en el corazón de su historia entre el joven recitador del Corán y el viejo cineasta. 

La película de Abu Alala está llena de homenajes que surgen de su propia experiencia personal. Como cineasta que ha luchado por realizarse artísticamente desde que abandonó la facultad de Derecho para estudiar medios de comunicación en los Emiratos Árabes Unidos, toma prestados ciertos temas, opciones estilísticas -y a veces escenas reales- de las películas de otros directores que han influido en su obra, utilizando su película para rendirles homenaje. Por ejemplo, está el cineasta sudanés Jadallah Jubara, cuyas imágenes documentales de Jartum antes de la sharia vemos en la pantalla de Suleiman mientras habla a Muzamil de la capital. Suleiman también muestra a Muzamil escenas de Cairo Station (1958), de Youssef Chahine, que presenta a la difunta estrella egipcia Hend Rostom como la femme fatale definitiva. A ello se suman varias escenas en las que las composiciones simulan claramente el trabajo de autores icónicos como la trilogía Weeping Meadow (2004), de Theo Angelopoulos, que inspiró la escena de los derviches cruzando el Nilo en sus veleros. Y, por supuesto, es difícil pasar por alto Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore, ya que hablamos de la relación entre un niño que descubre un mundo nuevo y un anciano enamorado del cine.

La combinación de la visión como director de Abu Alala y el alto valor de la producción llevan a You Will Die at Twenty a territorios artísticos nunca antes trazados por una película sudanesa. La notable atención al detalle queda patente en la especificidad local del vestuario y el diseño de producción, que crean un vívido espectáculo a partir de rituales folclóricos sudaneses, como el zaar (exorcismo), las sesiones de cánticos sufíes y la henna durante las bodas, aunque algunas de las escenas que representan estas prácticas resultan un poco largas y exageradas. La percusión musical también desempeña un papel fundamental como complemento de las imágenes, con una partitura inusual del tunecino Amine Bouhafa, ganador de un Premio César por su trabajo en Timbuktu (2014), del director mauritano Abderrahmane Sissako. Los cineastas no dejan de insertar la canción de protesta “Ya Shaaban Lahbat Thawreitak” (Oh, pueblo, tu espíritu revolucionario está en llamas), su propio saludo al levantamiento sudanés, que estalló mientras el equipo estaba ocupado con su propia revolución en los campos de Gezira. 

Sin embargo, la mayor virtud de la película siguen siendo las actuaciones estelares de su reparto, muchos de los cuales debutan en la pantalla con esta película. Destacan especialmente Islam Mubarak y Buna Khaled, mientras que Mahmoud Al Sarraj ofrece una interpretación sofisticada en su mejor papel tras años en el teatro y la televisión. Esto, sin embargo, es un testimonio de la meticulosidad de Abu Alala a la hora de dirigir a sus actores, con la ayuda de la actriz egipcia Salwa Mohamed Ali como entrenadora de interpretación, así como una lectura de guión con el aclamado actor egipcio Mahmoud Hemeida.

You Will Die at Twenty es una serenata cinematográfica que celebra elementos de la cultura sudanesa, aunque desde una perspectiva crítica, incitando a la rebelión contra los grilletes de la tradición y la superstición. Provoca al espectador a rechazar la noción de un destino pre impuesto, sea cual sea; la película también presenta la inmigración como la única opción cuando los individuos se ven impotentes para llevar la vida que desean en su tierra natal. Y aunque la película está cargada de dolor y oscurecida por la sombra de la muerte, se asemeja a un beso de vida al cine sudanés, que había estado aletargado durante veinte años – como si el número que se profetizó para acabar con la vida de Muzamil también hubiera venido a simbolizar el nacimiento de esta nueva ola cinematográfica, una ola que vivirá – para siempre – a los veinte años.

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Hussam Hilali es un escritor multidisciplinar, autor y productor de televisión sudanés con 18 años de experiencia en medios de comunicación y el ámbito cultural.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Mada Masr el 02 de octubre de 2019.