Por Arianna Poletti para New Lines Magazine
Mientras muchos boicotean las elecciones del sábado por considerarlas ilegítimas, el activismo político continúa a escala local.
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Hace meses que la sala Cinevog -un gran palacio cinematográfico de estilo Liberty en el barrio obrero de Kram, en Túnez- no puede proyectar una película. “Estamos esperando una pieza del proyector que se quedó atascada en la aduana”, explica Sherifa Tijani, una joven de melena rizada, con un jersey oversize y zapatillas deportivas, en una entrevista con New Lines. A pesar del estancamiento de las piezas de recambio, Cinevog está animado: Una cafetería sustituyó a la taquilla, existe una biblioteca y un salón de baile, y la música rap resuena en el patio. El antiguo cine se convirtió en la sede de Mobdiun (“Creativos”), una asociación vecinal fundada en 2016, donde Sherifa dirige proyectos sociales para los jóvenes del barrio.
Después de abandonar el Instituto de Bellas Artes de Túnez por lo inasequible de las tasas, Sherifa intentó asistir a una escuela de negocios, con el objetivo de conseguir un empleo, pero nunca terminó. “No encontraba sentido a lo que hacía, así que volví aquí, a mi barrio, donde trabajo para cambiar las cosas desde abajo. Para mí tiene mucho más sentido”, afirma.
Como muchos de sus vecinos, la familia de Sherifa se trasladó a Kram desde el interior del país en busca de más oportunidades. Kram, antaño una zona escasamente poblada entre el vasto puerto de la ciudad y sus elegantes suburbios del norte, creció rápidamente tras un cambio en la política agrícola en la década de 1970 que empujó a más gente hacia las ciudades. Pocos de los que llegaron encontraron el éxito que buscaban. Los bajos salarios, la desigualdad social y la espiral inflacionista han mantenido a muchos de los residentes de Kram en una situación precaria.
En los últimos días de la revolución tunecina de 2011, Kram fue uno de los barrios donde grupos de jóvenes privados de sus derechos salieron a la calle para pedir trabajo, libertad y dignidad nacional. Una década después, sus calles volvieron a llenarse de jóvenes que protestaban contra la violencia policial en enero de 2021.
La vida política de la capital y las instituciones del Estado parecen demasiado alejadas de la vida cotidiana de los jóvenes de Kram. “Sólo conocemos a la policía”, se quejan los jóvenes asiduos a Cinevog. Se consideran “antipolíticos”, aunque están lejos de ser apolíticos.
“Soy originario de la ciudad obrera de Gafsa. Recuerdo claramente la revolución, pero no creo en las urnas. Nunca he votado”, dice Safwen Ghilen, bailarín de hip-hop de 27 años y gerente de la cafetería Cinevog.
“Las elecciones no me interesan”, se hace eco Sherifa.
A medida que Túnez se acerca a las elecciones legislativas del 17 de diciembre para sustituir al Parlamento disuelto sumariamente por el Presidente Kais Saied tras su autogolpe de Estado en julio de 2021, muchos comparten el sentimiento de Sherifa. La mayoría de los partidos políticos del país están boicoteando las elecciones, que consideran ilegítimas, mientras que cada vez más votantes se alejan de las urnas por falta de interés o, en muchos casos, por falta de opciones.
Kram cuenta con tres candidatos para representarlo. En cambio, en La Goulette, el distrito natal de Sherifa, el municipio más rico del país, con puertos marítimos, aeropuertos y el principal distrito comercial de la capital, sólo existe uno: el ex diputado Hichem Hosni.
Lo mismo ocurre en otros 10 distritos del país, seis de ellos en la capital. El escaño ya está asignado porque sólo se presenta un candidato. El fenómeno se debe en parte a la apatía política y en parte a un designio. En septiembre, Saied reescribió la ley electoral del país en lo que, según él, era un intento de igualar las condiciones, alejándose del sistema de listas de candidatos de los partidos y centrándose, en cambio, en los candidatos individuales. Para presentarse a las elecciones, un candidato tenía que reunir 400 firmas autenticadas por el ayuntamiento, un método que en teoría debería haber acortado la distancia entre votantes y candidatos, pero que en la práctica sólo la aumentó.
“Las firmas de patrocinio presumiblemente habrían disuadido de presentarse a candidatos poco serios o sin apoyo”, afirma Aymen Bessalah, miembro no residente del Instituto Tahrir para la Política de Oriente Medio (TIMEP) y ex coordinador del Programa de Derechos Humanos de Al Bawsala, una ONG tunecina que promueve la democracia y los derechos humanos. “Pero permiten que los candidatos que tienen más conexiones personales, o más dinero o servicios potenciales a la gente, tengan estos avales”.
La nueva ley electoral -promulgada después de que Saied se presentará con una firme plataforma anticorrupción, reescribió la Constitución del país y la sometiera a referéndum en julio- también elimina la financiación pública de las campañas. Los candidatos se ven obligados a utilizar su propio dinero para presentarse, o a recaudar donaciones de particulares, ya que la financiación de los partidos también está prohibida.
El sistema de candidatos individuales, frente a las listas de candidatos por afiliación partidista, “garantizaría teóricamente una mayor representación y una mayor responsabilidad de los candidatos, porque no tendrían la posibilidad de esconderse detrás de un partido”, afirma Bessalah. Sin embargo, en realidad, la nueva configuración sirve para debilitar al poder legislativo en un sistema cuyo centro son Saied y la presidencia. “La ley electoral no puede leerse separada de la nueva Constitución. Se hizo todo lo posible para impedir que el Parlamento desempeñe un verdadero rol político y actúe como poder de equilibrio”.
Sin el respaldo de los partidos, los candidatos luchan por hacerse un nombre, y en los grupos de Facebook de los barrios aparecieron preguntas sobre el voto. “Ahora que se acercan las elecciones legislativas, no conozco a nadie que represente a mi distrito. ¿Tienen idea de los nombres, por favor?”, se leía en un post de un grupo de vecinos del distrito electoral de Cité El Khadra y Menzah, donde sólo se presenta un candidato, Thabet El Abed.
La nueva ley electoral también exige una segunda vuelta en los distritos en los que ningún candidato supere el 50%, lo que aumenta el cansancio y la confusión. “Lo más probable es que pasen meses antes de que tengamos parlamento”, afirma Bessalah. Los que tienen dudas acaban por no votar, aunque estén al corriente de la actualidad política del país.
Cada día, en su trayecto desde Hay Hlel, uno de los barrios más pobres de Túnez, hasta la escuela del centro de la ciudad en la que da clase, Marwa Talhaoui, de 34 años, pasa por delante del Bardo, el palacio del siglo XIX que albergaba el Parlamento tunecino, pero que fue alambrado y custodiado por la policía desde que Saied se hizo con el poder en julio de 2021. Aunque el Bardo está a sólo 10 minutos en taxi, la diferencia entre las estrechas y numeradas calles de Hay Hlel y estos ornamentados edificios blancos en el horizonte parece haberse vuelto insalvable.
Marwa apoyó la iniciativa de Saied de consolidar el gobierno y disolver un parlamento considerado en gran medida ineficaz y corrupto. Desde entonces, sigue de cerca el proceso político en su país, participando a menudo en actos políticos, conferencias e incluso protestas para hacerse una idea de la temperatura política. “Participé en la revolución. Soy ciudadana, pero este país no me trata como tal. He decidido no votar”, afirma. Conoce las cifras exactas de cuánto sube la inflación mensualmente, y los aumentos de los precios de los taxis, el pan y la gasolina. Sin embargo, “por primera vez”, dice, no conoce “ni siquiera los nombres de los candidatos” al Parlamento por su distrito.
Bessalah, el analista político, dice que la conciencia cívica de la nación no se disipa, como muchos lamentan, “pero hasta que no se traduzca en un movimiento político capaz de entrar en la escena política tunecina, no conducirá a ningún cambio sustancial”.
Una reciente tarde, en el barrio obrero de Mellassine, no lejos de Hay Hlel, un candidato estaba en la calle distribuyendo octavillas y hablando con los transeúntes. (Una nueva ley prohíbe a los candidatos hablar con periodistas extranjeros.) Una mujer miró por la ventana de su planta baja a la multitud que rodeaba al candidato y exclamó: “¿Hay boda el sábado?”. No estaba al tanto de la próxima votación. Casi todos los que se pararon a hablar con el candidato tenían una prioridad en mente: más y mejor transporte. Las vías del tranvía atraviesan el barrio, pero terminan en montones de arena y escombros de construcción. En los últimos 10 años se prometió conectarlas con las principales líneas de tranvía que discurre por el centro, pero no se avanza.
“Estos raíles representan una frontera; estamos aislados del debate público. Aquí existe gente que sigue creyendo que Ben Ali es el presidente”, afirma Moez El Haras, de 40 años. En el mercado de Mellassine, un retrato del ex dictador vigila la calle desde el interior de uno de los puestos de vendedores ambulantes. “Cuando él estaba aquí […]” es un estribillo que resuena a menudo por las calles del mercado. “Cuando él estaba aquí”, el pan era mejor, la gasolina era más barata, las calles estaban más limpias, las cosas funcionaban.
Mirando al barrio, Moez se pregunta en voz alta: “¿Dónde está el Estado?”. Antes de votar por Saied en 2019, nunca había votado. Pero dijo que la desconfianza del ex profesor adjunto de Derecho hacia la clase política reflejaba la suya, y le llevó a las urnas. Para Moez, si el Gobierno quiere recordar a los votantes que las instituciones existen, es necesario hacer política a nivel local. “Ni siquiera tenemos una asociación que trabaje con los jóvenes de este barrio. No sabemos dónde reunirnos, salvo en los cafés”. Muchos recurren a las drogas, dice. “Esto también es hacer política, donde la política parece estar demasiado lejos”.
El desinterés por las urnas y el rechazo de la política en sus formas institucionales no corresponden, pues, necesariamente a una despolitización de la sociedad tunecina. Muchas de las actividades llevadas a cabo por jóvenes activistas y la sociedad civil constituyen una forma alternativa de hacer educación política a nivel local. Sin embargo, con los controles cada vez más estrictos sobre la financiación de las ONG, muchas pequeñas asociaciones se encuentran en apuros y temen por su futuro, incluida Mobdiun, que se beneficia de cierta financiación europea.
En Kram y La Goulette, Mobdiun acoge a jóvenes de entre 15 y 30 años y, además de ofrecerles talleres y proyectos, les ofrece un lugar de encuentro seguro, que se llena todas las tardes. “Nos reunimos con los estudiantes en las escuelas locales y les hacemos sentir parte de algo: luchamos contra el aislamiento, la frustración e incluso la drogadicción”, explica Sherifa. “Muchos intentarían marcharse a Europa, pero aquí creamos una alternativa”. Junto a un grupo de jóvenes que juegan a las cartas, una pila de folletos explica cuáles son los derechos y deberes de un ciudadano. “Los hicimos durante un taller sobre ciudadanía, con la ayuda de un experto jurídico”, dice Sherifa, sosteniendo el folleto en la mano.
Su vecino, Shaker Alsaydi, de 16 años, eligió un taller de fotografía en lugar del espacio ciudadano, pero está adoptando la política en su arte. Para una exposición de imágenes de Kram vistas a través de los ojos de sus jóvenes habitantes, Shaker dirigió su objetivo hacia las paredes del barrio donde, en lugar de carteles electorales, sólo existen números rojos. Su proyecto se titula Intikhaybet, una fusión de las palabras “intikhabet” (elecciones) y “khayb” (malo).
“Me paré de camino al colegio a mirar esta pared vacía, sin carteles de los candidatos, y pensé que decía mucho”.
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Arianna Poletti es una periodista independiente italiana afincada en Túnez. Su trabajo de campo se centra en cuestiones sociales, medioambientales y postcoloniales entre Europa y el Norte de África. Anteriormente trabajó en Francia para la revista Jeune Afrique y es miembro del colectivo freelance Fada.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 15 de diciembre de 2022.