Por Lyse Mauvais y Solin Muhammed Amin para Syria Direct
A Keça Kurda nunca le gustó su nombre. Su apodo, que significa “hija de los kurdos” en kurmanji, se pronuncia “Kecha Kurda”, se debe a su pasión por el folklore kurdo y a su costumbre de ir con vestidos tradicionales hechos a mano.
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“Elegí este apodo en mi juventud porque era importante para mí tener un nombre que reflejara mi identidad y lo que hago”, cuenta Keça Kurda, que ahora tiene más de 50 años, a Syria Direct en su casa del pueblo de Mashoq, en la campiña oriental de la ciudad de Qamishli.
Con el paso de los años, su pequeña casa en la provincia de Hasakah se convirtió en un museo en miniatura, repleto de ropa bordada a mano, herramientas agrícolas desechadas y decenas de objetos que en su día fueron esenciales para las tareas cotidianas pero que ahora apenas se utilizan: molinillos de piedra o mantequeras de piel de cabra.
Como muchos ancianos de las zonas rurales, Keça Kurda es un profundo pozo de memoria, una inestimable guardiana de tradiciones moribundas. Pero lo que la diferencia del resto de su generación es su éxito a la hora de compartir sus conocimientos con un amplio público, aunque no sepa leer ni escribir.
Todos los días sube videos a su página de Facebook, gestionada por su sobrina y seguida por más de 42.000 personas en Siria y otros países. En ellos, comparte historias de su juventud, recetas, cuentos populares y conocimientos sobre las plantas locales, transmitiendo a las nuevas generaciones un patrimonio cultural que se está perdiendo.
Una vida sencilla
Como la mayoría de las casas de Mashoq, la de Keça Kurda está construida con una mezcla de barro seco, estiércol de animales y heno, materiales locales fáciles de conseguir, baratos y que regulan eficazmente la temperatura interior.
A pesar de estas ventajas, la gente que puede permitírselo está abandonando cada vez más las construcciones de barro por casas de hormigón que a menudo se perciben como más limpias y de aspecto más moderno.
Pero Keça Kurda piensa exactamente lo contrario.
“Construimos esta casa nosotros mismos, mis hermanos y yo. Quiero mucho esta casa y siempre me he negado a convertirla en una casa moderna”, dice con orgullo.
Cada pocos años, las construcciones de barro y arcilla necesitan una nueva capa para evitar la intemperie. Esto requiere técnicas específicas, que se pierden cada vez más a medida que la construcción con barro pasa de moda. Vivir en una casa tradicional y cuidarla es una forma de preservar estos conocimientos.
Asimismo, Keça Kurda rara vez entra en una tienda de ropa. Prefiere llevar los vestidos tradicionales que cose en casa. Las paredes de su casa están decoradas con cortinas de flores y telas bordadas a mano con personajes de cuentos populares, como Shahmaran, una criatura mitológica que es mitad mujer y mitad serpiente.
Preservar el patrimonio
A lo largo de los años, Keça Kurda acumuló cientos de objetos, tejidos y muebles que en su día fueron los pilares de la vida cotidiana del pueblo en Siria. Algunos los recogió de vecinos y ancianos del pueblo; otros los recibió de visitantes que no querían que desaparecieran.
Coleccionar más se convirtió en su pasión.
“Cuando era niña, me encantaba estudiar, pero dejé la escuela en tercer grado. Mi sed de conocimiento no desapareció. A medida que crecía, me volví muy curiosa. Como una periodista, iba de un lado a otro y entrevistaba a mis vecinos, escuchando sus historias. Quería saberlo todo, fotografiarlo todo y documentar todo lo que pudiera sobre el folklore kurdo”, recuerda Keça Kurda.
Cuando no está en su pequeño museo, Keça Kurda pasea a veces por los alrededores de Mashoq, buscando hierbas silvestres y plantas raras. Algunas las cosecha, las seca y las conserva para hacer medicina tradicional. Otras, las arranca con delicadeza o recoge sus semillas y las traslada a su jardín para protegerlas de la destrucción accidental.
Pasa horas en su exuberante jardín, lleno de una gran variedad de arbustos, cactus, aloes, flores, árboles frutales y el zumbido de los insectos. “Crecí en una familia de agricultores, teníamos muchos árboles frutales. Puedo pasar todo el día en el jardín y no cansarme. Allí me olvido de mí misma”, dice. Los hilos cuelgan entre las ramas de los árboles, cargados de frutos y vainas de semillas que se dejan secar al sol.
Tiempos de cambio
Aldeas como Mashoq, que en su día fueron el corazón palpitante de comunidades vibrantes, están cayendo en el olvido a medida que los jóvenes las abandonan para buscar nuevas oportunidades en las ciudades y en el extranjero. Con el tiempo, la vida cotidiana de los que se quedan también cambió.
En algunas calles aparecieron villas de hormigón que se elevan sobre los tejados planos de barro. El zumbido de algunos generadores y máquinas que labran la tierra se cierne sobre las tardes tranquilas. Las latas de atún y las conservas preparadas se colaron en los estantes de las cocinas. Y las mujeres se pasean ahora con vestidos comprados en el mercado que se parecen entre sí, con pañuelos de colores que bien podrían ser importados del otro lado del mundo.
Sin embargo, Keça Kurda encontró un lugar feliz en esta marea de cambios. Decenas de miles de personas siguen su página de Facebook, y se convirtió en una celebridad local en el noreste de Siria, recibiendo con frecuencia visitas de periodistas, funcionarios y turistas de todo el norte de Siria, el Kurdistán iraquí e incluso Europa.
Desde su amada casa de barro documenta, registra y comparte con las generaciones más jóvenes los conocimientos adquiridos a lo largo de toda una vida, un faro viviente del patrimonio cultural que desaparece.
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Lyse Mauvais nació en Francia pero se crió en varios países africanos. Estudió ciencias políticas y conflictos entre París y Londres, antes de mudarse a Jordania para estudiar árabe. Vive en Amman desde septiembre de 2019.
Solin Muhammed Amin es un periodista sirio que trabajó con numerosos medios de comunicación regionales e internacionales durante los últimos diez años.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Direct el 3 de octubre de 2022.