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El Interprete Digital

Internet está sumido en una historia falsa

Por Zeead Yaghi para Al Jumhuriya

World Wide Web [Daniela Hartmann /Creative Commons[

Khoury emplea repeticiones a propósito y se basa en oraciones que llevan al lector a callejones sin salida y puntos muertos. La violencia y el trauma representados en la novela de Khoury son sofocantes y entorpecen nuestra capacidad de racionalizarlos. Al apilar estas narrativas en disputa, la novela actúa como un denso sumidero que absorbe cualquier vía hacia la resolución o la justicia.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

En Al Wujuh al Bayda [Caras blancas], el novelista libanés Elias Khoury relata el asesinato ficticio de Khalil Ahmad Jaber, un trabajador de telecomunicaciones que reside en Mazraa, Beirut del Este, en el apogeo de la Guerra Civil Libanesa. Jaber fue horriblemente torturado, y su cuerpo golpeado y quemado. El asesinato se describe desde el punto de vista de un narrador anónimo, un licenciado en ciencias políticas y agente de viajes que residía en Beirut en ese momento. Aburrido de la monotonía de la ciudad en guerra, Beirut, desarrolla un gran interés en los espantosos asesinatos sin resolver para mantenerse ocupado. 

El narrador entrevista a cinco personas con distintas relaciones con la víctima. Luego se presenta la historia desde el punto de vista de estos testigos: un ingeniero civil y vecino de la víctima, la esposa de Jaber que presenció su lenta desaparición mental, la viuda del portero del edificio de al lado que le dio algo de comer a la víctima una vez mientras deambulaba, un fidai [luchador] y desertor de la universidad que muy brevemente se encontró con la víctima, y finalmente su hija víctima de abuso doméstico. Cada uno de estos testigos proporciona un testimonio lúcido y espinoso en torno a sus interacciones con Jaber. Rara vez alguno de ellos mantiene el rumbo, serpenteando en monólogos ensimismados. Las cuentas giran en un alboroto de información porosa y rumores. De ahí que, el asesinato de Jaber nunca se resuelve.

Khoury emplea repeticiones a propósito y se basa en oraciones que llevan al lector a callejones sin salida y puntos muertos. La violencia y el trauma representados en la novela de Khoury son sofocantes y entorpecen nuestra capacidad de racionalizarlos. Al apilar estas narrativas en disputa, la novela actúa como un denso sumidero que absorbe cualquier vía hacia la resolución o la justicia. 

Actualmente, si abres Wikipedia sobre la Guerra Civil Libanesa, y te desplazas hacia abajo y miras la tabla de resumen, encontrarás una apretada sinopsis de ganadores, perdedores, resultados, bajas, etc. En la sección “beligerantes”, observa cuatro columnas que apilan ordenadamente los distintos bandos de combate. El cuadrante a continuación enumera una serie de sospechosos habituales que los lideran: Pierre Gemayel, Kamal Jumblatt, Hafez el Assad, etc. Mirando durante unos minutos este pastiche enciclopédico, uno podría desarrollar un sentido seguro de lo que sucedió durante el conflicto de largos quince años. Donde, prevalece la narrativa tradicional de una guerra librada entre diferentes comunidades religiosas. Sin embargo, cuando se inspecciona cuidadosamente, el cuadro de resumen apenas resiste el escrutinio histórico.

El cuadrante del Frente Libanés, por ejemplo, nos omite cómo los grupos cristianos luchaban regularmente entre sí por el terreno y la influencia. Tampoco que el propio Frente Libanés llegó a su fin cuando Bashir Gemayel, hijo del líder cristiano y jefe del partido falangista Pierre Gemayel, decapitó a todas las demás facciones cristianas al intentar ‘unirlas’ bajo su bandera de las Fuerzas Libanesas (FL). La columna también esconde las numerosas veces que Camille Chamoun, expresidente y líder de otro poderoso partido cristiano, solía permitir que los camiones llenos de municiones reabastecieran a los combatientes de Amal durante los episodios en los que Amal, un grupo chiita formado por el clérigo desaparecido Musa el Sader, luchó contra combatientes palestinos en los suburbios del sur de Beirut.

El resto de la página en sí está plagado de información errónea. Por ejemplo, la sección de la Campaña de Zahle, en la que el ejército sirio asedió la ciudad mayoritariamente cristiana en el valle de Beqaa y mantuvo escaramuzas menores con las fuerzas libanesas. Concluye con una línea que sólo podría haber sido escrita por un adulador de Bachir Gemayel: “esta campaña allanó el camino para que Bachir llegará a la presidencia en 1982”. La sección sobre la masacre de Damur, donde las fuerzas palestinas y las milicias libanesas seculares de izquierda cometieron una masacre en la ciudad predominantemente cristiana de Damur enmarcando la masacre en términos sectarios al echar la culpa a las ‘milicias sunitas’. Mientras los editores agregan casualmente el testimonio de un testigo que afirma: “venían, miles y miles, gritando ‘¡Allahu Akbar!’ (¡Dios es grande!)”.

La página sobre la infame masacre de Sabra y Shatila también es un desastre. El 16 de septiembre de 1982, las tropas de FL masacraron a casi 4.000 palestinos en los campos sitiados de Sabra y Shatilla en el oeste de Beirut con la ayuda de las Fuerzas de Defensa de Israel. Las FDI habían invadido el Líbano, tomado Beirut y exiliado a la OLP de la capital. Las masacres recibieron una importante cobertura mundial y, en última instancia, llevaron a la destitución de Ariel Sharon, ministro de Defensa y artífice de la invasión en ese momento.

Sin embargo, la narrativa dominante sobre las masacres es que fueron una forma de represalia. Dos días antes, Bachir Gemayel, líder de FL, fue asesinado en una explosión, quien había prestado juramento como presidente libanés menos de un mes antes. Tanto los relatos libaneses como los israelíes culpan a los componentes incontrolables sedientos de sangre de la FL que buscan vengar a Gemayel y su presidencia abortada. Sin embargo, el historiador Seth Azniska descubrió en documentos israelíes recientemente desclasificados que Gemayel y Sharon discutieron planes para tratar permanentemente con los campamentos palestinos en el oeste de Beirut mucho antes de que Gemayel se convirtiera en presidente o que las tropas de Sharon sitiaron la capital. Lo que pasó en Sabra y Shatila no fue una represalia, fue premeditado. [1]

Este es el problema fundamental de Wikipedia como historia. Cualquiera puede simplemente escribir, editar y alterar los hechos de cualquier conflicto para adaptarlos a sus propios prejuicios personales y defender los discursos problemáticos. En el espesor de estas narrativas contestadas, donde los hechos desaparecen.

Existen tres cosas que te enseñan cuando empiezas un Doctorado en Historia: primero, que realmente no sabes nada y simplemente no puedes saberlo todo. Segundo, si bien los procesos históricos son complejos, eso no los hace inexplicables, por el contrario, existen contingencias y múltiples fuerzas en juego. Tres, evitar la corriente centrípeta del determinismo, si crees que algo era inevitable ¿de qué sirve estudiar su historia?

Sin embargo, la página Wiki de la Guerra Civil Libanesa falla en los tres principios. Está diseñada y escrita para dar a sus lectores la pretensión de que saben todo, y que los conflictos de larga duración y complicados con varias dinámicas en juego pueden empaquetarse en narraciones ordenadas y serializadas, listas para el consumo. La sección de ‘antecedentes’ de la Guerra Civil comienza con la lucha sectaria que ocurrió en el Monte Líbano a mediados del siglo XIX, cuando la región estaba bajo el dominio otomano. El resto de la sección apesta a la inevitabilidad del conflicto, absolviendo a los actores de su culpabilidad. Este es un tema recurrente sobre la Guerra Civil, que era inevitable, ya que el país estaba condenado al conflicto desde sus inicios. Sin embargo, un país entero no cae simplemente en una Guerra Civil. Existen actores, agentes, personas que tomaron decisiones para anularse unos a otros y establecer su dominio sobre los demás. Hubo razones estructurales basadas en divisiones geográficas y de clase que jugaron un rol importante. Además, las víctimas de la guerra civil, los muertos, mutilados y desaparecidos, reciben una atención mínima.  Su sufrimiento es sólo una ocurrencia tardía en lo que fue inevitablemente un juego de poder geopolítico entre actores globales que se aprovechan de los libaneses fratricidas.

Wikipedia empaqueta con elegancia los conflictos locales en períodos segmentados, facciones y personalidades que muestran una clara división de ganadores y perdedores con líneas de tiempo, mapas y viñetas claras. Sin embargo, creadas y consumidas fácilmente, esas páginas son cuestionadas políticamente dado que pueden ser escritas y editadas por cualquier persona, desde cualquier lado. Aunque la democratización de las noticias y la información es bienvenida, en efecto llevó en el mejor de los casos, a un colapso de la crítica. Y matizar, en el peor de los casos, una plataforma para la fabricación y distribución de información errónea.

La revolución siria es otro ejemplo en el que Wikipedia y las plataformas de redes sociales ofuscan la realidad sobre el terreno, invisibilizando a los ciudadanos y brindándoles a los abusadores y criminales el espacio para evitar la justicia y escapar de la culpabilidad. En primer lugar, si buscas en Google “La revolución siria”, la primera respuesta es la Guerra civil siria. Una vez que hace clic en esto, la “Revolución Siria” ni siquiera está allí, lo que tenemos también es otro conflicto civil prolongado, que hace que los civiles y las víctimas sean invisibles. A los editores de Wikipedia no les importa cómo el régimen reprimió brutal y violentamente un levantamiento civil que exigía reforma democrática y justicia.

Sin embargo, Wikipedia no es el único culpable del problema de la desinformación en Internet. Twitter es el engranaje principal en la máquina de desinformación. Twitter actúa como un agujero negro que agota los hechos y produce los discursos más desquiciados.

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La Revolución Siria me convirtió en un adicto a Twitter. Como estudiante de la Universidad Americana de Beirut, seguí obsesivamente las noticias sirias en Twitter. Rápidamente perfeccioné un conjunto de cuentas a seguir que mantuvieron alimentadas tanto mi emoción como mi ira. Junto con la revolución egipcia, fue la primera vez que un levantamiento popular se desarrolló en su totalidad, minuto a minuto, en una plataforma de redes sociales en la que todos éramos espectadores. Tenía mi propia lista de periodistas y reporteros ciudadanos, de las principales ciudades sirias, que tuiteaban diariamente sobre sus vidas. Esta fue otra faceta que hizo que la revolución siria fuera tan accesible pero también fácil de consumir. Sin embargo, las guerras discursivas pronto invisibilizarían esas voces.

La Masacre de Houla fue la primera vez que un evento en línea me envió a un frenesí de pánico. Las imágenes comenzaron a aparecer tarde en la noche del 25 de mayo de 2012. [2] Cuerpos de niños esparcidos, estirados sobre pisos de cemento, cubiertos de sangre. Recuerdo sentir que mi estómago se revolvía. Los grupos paramilitares adscritos al régimen sirio atacaron la ciudad indefensa de Taldou por la noche y mataron a 108 sirios, entre ellos 49 niños. La página de Wikipedia de la masacre brinda el mismo espacio y mérito al lado del gobierno que afirma que en realidad fue al Qaeda quien cometió la atrocidad. No importa que Taldou estuviera rodeado por fuerzas del régimen y pueblos leales al régimen. El relato del régimen en Wikipedia nos hará creer que los terroristas de al Qaeda, que ya estaban presentes en Taldou, cometieron la masacre para mostrar mal al régimen. Otra conspiración contra el impermeable y noble régimen sirio. Esa noche supe que la palabra árabe, para las armas cuerpo a cuerpo era silah al abyad o arma blanca. [2]

Twitter se convirtió en un campo de batalla para partidarios y opositores de la revolución siria. Los opositores, una banda suelta de carteles izquierdistas occidentales, antiimperialistas declarados. Los simpatizantes de Hezbolá y los bots rusos recorrieron de manera lenta pero segura los eventos de la revolución en línea, enviando spam a blogueros, periodistas y ciudadanos sirios. Cada crimen o agresión del régimen se puso de cabeza y se consideró un OPPS (Operación Psicológica) occidental que buscaba derrocar a un valiente régimen antiimperialista, inflexible ante la presión imperial estadounidense. La facilidad y ubicuidad con la que se produce y distribuye la desinformación en la actualidad son consecuencia de las guerras en línea por la revolución siria.

El ataque químico en Ghouta y la posterior masacre fue un punto de inflexión particular. Rompió a la izquierda en línea, pero también consolidó la capacidad del régimen para ofuscar y eludir la culpabilidad de sus acciones siempre que tuviera una colmena efectiva de seguidores en línea que siguieran su ejemplo. En la madrugada del 21 de agosto de 2013, el régimen sirio disparó cohetes sarín contra Ghouta, un suburbio de Damasco, matando a más de 1.500 sirios. Tan pronto como estalló la noticia, también se desató la guerra sobre la narrativa de quién era el responsable. Había suficientes datos de código abierto en varias plataformas de redes sociales para demostrar que el régimen, únicamente, era responsable de este crimen, como lo demostró el venerable trabajo de personas como Bellingcat. No es que muchos de nosotros, los partidarios de la revolución siria, tuviéramos alguna duda. Solo el régimen tenía armas químicas, solo el régimen había demostrado su voluntad de asesinar en masa a miles de sirios para que el hijo fallido de Hafez el Assad pudiera conservar su trono. Los partidarios del régimen en Twitter y Facebook incluso se dieron la mano temprano para celebrar el ataque. Sin embargo, tan pronto como los actores internacionales se involucraron, el discurso cambió rápidamente para negar, distraer y desviar la culpabilidad del régimen. El mismo guión que se repartió a raíz de Houla se reprodujo después de los ataques con sarín. Incluso Seymour Hersh, famoso por descubrir las atrocidades estadounidenses en Vietnam e Irak, se metió en el acto, manchando su reputación para argumentar que no pudo haber sido el régimen detrás del ataque, debe haber sido una conspiración islamista occidental. Hersh y otros periodistas occidentales de izquierda, enfurecidos por la falta de rendición de cuentas por las atrocidades estadounidenses en Irak, formarían una banda de idiotas útiles que encubrieron las atrocidades del régimen. La página de Wikipedia de la masacre de Ghouta se basa en el informe de Hersh para construir el lado del régimen de los hechos. Se encuentra allí, claramente en una sección debajo de los eventos fácticos sobre el terreno, proporcionando algún tipo de equivalencia falsa, una sensación tranquilizadora de que se pueden escuchar ambos lados de la historia, que tanto el asesino como la víctima merecen el derecho de contar lo que sucedió.

Twitter no solo se convirtió en una plataforma que amplifica las peores conspiraciones sobre Siria. También a medida que la guerra avanzaba sangrientamente, una legión de blogueros y periodistas ciudadanos que se aseguraron se escucharan las voces de los que protestaban– una característica que lo hizo tan atractivo al principio – comenzó a desaparecer de la plataforma. El último tweet del periodista Austin Tice de 2012 todavía está ahí arriba informándonos de sus planes de cumpleaños con una unidad local del Ejército Libre de Siria. HamaEcho, el seudónimo de un joven sami de Hama, y una gran fuente de noticias de la asediada ciudad en el centro de Siria, que también desapareció, publicó por última vez “#offline forever. Vamos a ir a Ghouta pronto. Tengo un mal presentimiento sobre esto, pero lo único que puede pasar es el martirio o la victoria”.

Otra cuenta extinta fue la de BigAlBrand, de Homs. Seguí íntimamente a Big Al. Una noche cuando el bombardeo de Homs era implacable, ingenuamente le envié un mensaje privado ofreciéndole nuestra casa en el Líbano en caso de que él y su familia necesitaran un lugar para quedarse. Me sentí avergonzado unos momentos después de no haberlo pensado. ¿Cómo se lo explicaría a mis padres si este extraño acepta mi oferta? Big Al desapareció en 2013. Publicó en su blog un año después que fue capturado y torturado por las fuerzas del régimen. Big Al volvió a publicar varias veces en 2016 y 2019. Lo último que sabemos es que estaba refugiado en Estambul, vivo pero sin esperanza. Me pregunto cuántos Big Als nunca lograron salir de las prisiones del régimen. Al repasar todos estos tweets hoy, una sensación de impotencia y pavor se apodera de mí. Me estremezco por lo que podría haberle pasado a Austin o Sami. Sus tuits siguen ahí arriba, esparcidos por el viejo Twitter, como una fosa llena de mis aspiraciones juveniles.

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En el otoño de 2014, me mudé a Londres para obtener un título de posgrado. En el momento en que aterricé, busqué ansiosamente un grupo político en mi universidad al que pudiera unirme para poder realizar eventos sobre la Primavera Árabe. Me uní a una agrupación local de defensa pro-palestina. En una de las primeras reuniones, un abrasivo estudiante Latinx, que se presentaba como un ferviente aliado de todos los pueblos oprimidos, se me acercó y se presentó. Me preguntó de dónde era, dije Líbano, la conversación rápidamente se centró en los eventos de la Guerra Civil, estaba ansioso por compartir conmigo cómo las milicias cristianas estaban empeñadas en destruir la revolución palestina. Aunque asentí, deseoso de demostrar mis credenciales izquierdistas, respondí tímidamente que, francamente, la izquierda libanesa e incluso algunas facciones palestinas estaban igualmente involucradas en flagrantes asesinatos sectarios. [3] Parecía desconcertado por lo que había dicho, ¿cómo podría yo, un izquierdista árabe, estar vomitando tal herejía? Un par de años más tarde lo encontré compartiendo publicaciones en Facebook que afirmaban que el levantamiento sirio no era más que una gran conspiración occidental que buscaba destruir el último régimen árabe pro-palestino en el Levante. Vendiendo el mismo tipo de narrativas que Seymour Hersh ayudó a elevar. No existen sirios en Siria, sólo geopolítica, como argumentó el disidente y escritor sirio Yassin Haj Saleh. La izquierda antiimperialista en línea solo vio el levantamiento desde el punto de vista de un conflicto global que enfrenta la agresión imperial estadounidense contra las inflexibles fuerzas del tercer mundo. [4]

El 4 de febrero del año pasado, el cuerpo de Lokman Slim fue encontrado en su automóvil cerca de Sidón, en el sur del Líbano. Slim fue un archivista, historiador y activista libanés chiíta. No conocía a Lokman, pero estaba vagamente familiarizado con su trabajo en Umam, una organización que él fundó dedicada a documentar y preservar los recuerdos de la Guerra Civil Libanesa. A través de Umam, Slim incluso entrevistó y recopiló testimonios de combatientes de la LFII que participaron en la masacre de Sabra y Shatila. Era un hombre celosamente comprometido con la noción de que para que cualquier forma de justicia transicional ocurra en el Líbano se debe mantener un registro y documentación de los eventos. El camino hacia la justicia, para seguir adelante, está en nuestra capacidad de archivar y reconocer.

Slim recibió cuatro disparos. De hecho, él recientemente se estaba organizando y reuniendo con otros disidentes chiítas. Pocas horas después de su muerte, quienes se oponían a su trabajo compartían en línea un discurso claro y conciso, desde izquierdistas anti imperialistas reaccionarios hasta partidarios de Hezbolá. El discurso se asentó sobre dos pilares: primero, había estado viviendo en un área bajo el control de Hezbolá durante tanto tiempo, ¿por qué lo matarían ahora? Segundo, de hecho fue Israel quien lo mató para sembrar la discordia y el mal en el país. Era el mismo viejo guión que hemos visto a los apologistas de Hezbolá vender cada vez que el grupo hacía algo extravagante como invadir ciudades sirias o matar a otros disidentes en el Líbano. Estos apologistas negarán, ofuscarán y enturbiarán las aguas a lo largo de un discurso bien estructurado lo suficiente como para desviar la responsabilidad. Cualquier verdad de las circunstancias tardará más en salir a la luz precisamente debido a la sobreabundancia de información disponible en línea y la disponibilidad de herramientas para que cualquiera pueda manipular los hechos.

El Medio Oriente hoy se hunde en muertes y desapariciones forzadas donde la rendición de cuentas y la justicia son inexistentes. Las plataformas en línea ayudan a perpetuar este error judicial. Wikipedia y Twitter están patrulladas sin piedad por bots entusiastas e idiotas obstinados listos para desviar y negar la culpabilidad de nuestros gobernantes en nuestra opresión. En su elogio en su casa en Haret Hreik, de pie, minúscula, sobre un retrato sonriente de su hijo, la madre de Lokman pidió a los asistentes que continuarán con el trabajo de su hijo. Si vamos a continuar con el legado de Lokman y honrar la memoria de las miles de víctimas de los regímenes árabes de opresión, lo mínimo que debemos hacer es documentar, archivar, y volver a contar sus historias con la esperanza de que algún día podamos responsabilizar a sus asesinos.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Zeead Yaghi es doctor en Historia en la Universidad de California, San Diego. Investigador en la historia del desarrollo, la política y la planificación del Medio Oriente moderno.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al-Jumhuriya el 10 de marzo de 2022.

REFERENCIAS: 

1.Seth Anziska, Preventing Palestine: A Political History from Camp David to Oslo (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2018), 224-225.

2.Robin Yassin-Kassab and Leila Al-Shami, Burning Country: Syrians in Revolution and War (London: Pluto Press, 2016). 

3.Samir Kassir, La Guerre Du Liban: De La Dissension Nationale Au Conflit Régional, 1975-1982, Hommes et Sociétés (Paris : Beyrouth: Karthala ; CERMOC, 1994).

4.Yassin Al-Haj Saleh, The Impossible Revolution: Making Sense of the Syrian Tragedy (Oxford University Press, 2017).