Por Hadani Ditmars para Middle East Institute
En Zarzis, en la costa sur de Túnez, el artista argelino Rachid Koraichi creó un conmovedor monumento a los miles de migrantes que murieron cruzando el Mediterráneo. Un híbrido cementerio, jardín e instalación de arte, Jardin d’Afrique (Jardín de África) se convirtió en el lugar de descanso final de más de 300 almas, cuyos cuerpos fueron arrastrados a la orilla de esta ciudad turística. Un puerto histórico fenicio y romano y todavía un centro para la pesca y la agricultura, últimamente Zarzis se hizo conocida por su carga más espeluznante. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 866 personas murieron cruzando el Mediterráneo en lo que va de año — en comparación con 350 un año atrás.
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Cuando el renombrado artista residente en París visitó Zarzis por primera vez en la primavera de 2018, dice, en una entrevista en francés desde Túnez, “Había una montaña de cadáveres amontonados en los basureros de la ciudad”.
Alertado en primer lugar por su hija Aicha, quien vio imágenes de los cuerpos en redes sociales, quedó “aterrorizado” por lo que vio. “Era imposible de creer”, relata.
Los cuerpos varados en las playas de Zarzis no solo están hinchados, señala, sino que “vienen en pedazos”.
Después de presenciar tal horror, Koraichi decidió honrar a los migrantes ahogados literalmente recogiendo los pedazos de sus vidas, dándoles entierros adecuados y notificando a sus familiares. Él recuerda haber visto un noticiero al momento de su primera visita sobre un joven noruego que se ahogó en el mar, que llamó la atención de los medios de comunicación mundiales. “Hay docenas de bebés que mueren a diario en África, pero nadie habla de eso. Se encontraron 25.000 cadáveres en el Mediterráneo desde 2010”, observa.
Un legado trágico
Koraichi ve la saga que se desarrolla como un trágico legado del colonialismo, similar “a los restos de niños nativos en Canadá encontrados en tumbas sin nombre. Pero el colonialismo es peor hoy porque está oculto”.
El artista ve su misión como un proceso de hacer visible la matanza humana del derrocamiento de Muammar Gadafi por parte de Occidente y la violencia y el caos resultantes que afectaron a todo el continente africano y más allá.
“Nadie pregunta, ‘¿Por qué hay tantos cadáveres en el mar?’ El problema es el derrocamiento de Gadafi. Nadie en Francia habla de eso, pero asesinar a un líder africano así — es como si nada. ¿Te imaginás si le pasara a un jefe de estado europeo?”, comenta.
Koraichi explica que “todas las armas vendidas por millones a Libia — por Francia, Italia, el Reino Unido y Alemania — están ahora en manos de terroristas en toda África. Pero nadie se hace responsable de estas ventas de armas genocidas”. Mientras los africanos aterrorizados continúan huyendo a las costas europeas, dice: “Es abominable lo que está pasando aquí. La gente tiene que venir y verlo por sí misma”.
De una larga línea de sufíes y miembro activo de la tariqa (n.d.t.: orden espiritual dentro del sufismo) Tidjaniya, una orden conocida por su reforma social y larga resistencia al colonialismo europeo en África, Koraichi combina el misticismo con el activismo. Después de consultar con el representante local de la Media Luna Roja en Zarzis, Muji Slim, y el alcalde, en quien encontró ‘socios muy cooperativos’, Koraichi compró una gran extensión de tierra agrícola (2.500 metros cuadrados) cerca del basurero junto al mar, donde tantos cadáveres de migrantes fueron amontonados, y lo amuralló ‘como una escena de un crimen’. Los lugareños se negaron a enterrarlos en sus propios cementerios, a menudo con el argumento de que muchos budistas de Asia y cristianos de África subsahariana no deberían ser enterrados en parcelas musulmanas, y por lo que Koraichi cita como ‘racismo manifiesto’.
Un jardín amurallado
Lenta, meticulosamente y usando solo sus propios fondos, Koraichi — trabajando con un equipo local en el terreno — llevó a cabo su visión de crear un jardín amurallado que contenga un cementerio no confesional, una morgue (como una alternativa al transporte de los cuerpos a 160 km de distancia a Gabes), una sala de oración interreligiosa y una base de datos de ADN para identificar a los muertos y ponerse en contacto con sus familias. Aquí 600 tumbas dispuestas geométricamente están sombreadas por árboles, flores y hierbas aromáticas. Los azulejos tunecinos del siglo XVII de Nabeul, colocados a mano por artesanos locales, que cuestan ‘tres veces el precio de la tierra’, que cubren los pasillos que dividen las filas de tumbas, están decorados con glifos talismánicos, corazones y otros signos auspiciosos — un tema común en la obra de Koraichi. Las figuras de los guardianes vigilan y rezan por los muertos mientras un guardián real vive en las instalaciones y los mantiene físicamente seguros.
“Los lugareños no querían que los enterraran en su cementerio, así que hice el mío”, cuenta.
Ahora, los paquistaníes, bangladesíes, egipcios, libios, sudaneses, chadianos y otros que él llama “una ONU de los muertos” están en un lugar “100 veces mejor que los locales”, agrega.
Ubicado en un campo de olivos, el cementerio consta de un largo muro con aberturas, “para que las almas de los muertos puedan ver a lo lejos en el campo”, comenta. Una puerta del siglo XVII, pintada de amarillo para representar el sol del desierto, está baja para que los visitantes deban agacharse al entrar en un gesto de deferencia a los muertos. Una vez dentro, son recibidos por un olivo de 130 años, que simboliza la paz.
Cinco olivos representan los cinco pilares del Islam: la profesión de la fe (shahada), oración, caridad, ayuno y peregrinaje (hajj), mientras que 12 vides representan a los 12 discípulos de Jesús. Otra puerta del siglo XVII se abre a la sala de oración interreligiosa, “para darle la sensación de un palacio”, dice Koraichi.
Este jardín del paraíso es aromático y simbólico. Como explica el artista, los naranjos amargos representan tanto las penurias de la vida como su dulzura. Las granadas se plantaron por su potente simbolismo sufí como “rubíes encajados entre sí”, añade.
“La semilla solitaria es frágil, pero juntos, la fruta es dura. Una persona es vulnerable, pero la humanidad es fuerte si nos mantenemos unidos”, dice Koraichi, citando un viejo proverbio.
Una variedad de flores de jazmín africanas y persas perfuman el aire, mientras que las buganvillas rojas brillantes representan la sangre de Cristo y ‘el oxígeno de la vida’.
Un amplio apartamento para el jardinero y dos grandes despachos que actúan como centros de documentación completan el complejo.
“Por ahora, los cuerpos a los que se les hicieron pruebas de ADN tienen los resultados registrados en sus lápidas, junto con la fecha y el lugar del naufragio, y algunos signos identificativos como la edad, el sexo y la ropa que vestían. En el futuro, con la financiación y la cooperación adecuadas de embajadores extranjeros, estos datos ayudarán a los miembros de la familia a localizar a sus seres queridos”, dice Koraichi.
“Tenemos que vivir juntos en paz”
Si bien algunos tunecinos reaccionaron negativamente al proyecto diciendo “‘¿Por qué un ‘extraño’ (un argelino) viene aquí para hacer esto?’, yo digo que todos somos humanos hechos por el mismo Dios. Tenemos que vivir juntos en paz”, señala Koraichi.
De hecho, cuando el Jardín de África se inauguró oficialmente el 11 de junio, en una ceremonia especial a la que asistió la Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay, Koraichi dispuso que las oraciones fueran dichas por el rabino de Djerba — desde una de las sinagogas más antiguas del mundo — el Arzobispo católico de Túnez y el imán local.
Azoulay colocó una placa en el lugar, que dice en francés “En homenaje a los ahogados que fallecieron en la búsqueda de una vida mejor, y en reconocimiento al compromiso del artista Rachid Koraichi de luchar contra la indiferencia y ofrecer un lugar de descanso final con dignidad.” Pero la UNESCO no está financiando el proyecto y la ausencia de muchos embajadores africanos que el artista había invitado fue desalentadora.
“Hay más y más cadáveres que llegan cada semana, y pronto el cementerio estará desbordado”, se lamenta Koraichi.
Aunque el artista tiene dos exposiciones en noviembre — una en el Centro Pompidou en Metz, cerca de Estrasburgo, y otra en la Galería Aicon de Nueva York — y una exposición reciente en la Galería October de Londres presentó obras inspiradas en el Jardín de África. Una retrospectiva planificada en el Museo Metropolitano de Arte fue frustrada por el Covid.
“No puedo permitirme seguir subvencionando el proyecto por mi cuenta, necesito encontrar donantes para financiar el crecimiento del jardín y pagar por su mantenimiento”, cuenta.
Con ese fin, está trabajando con embajadores y espera que la próxima Cumbre Francófona en Djerba en septiembre sea un lugar para encontrar donantes.
Si bien la crisis de los migrantes no muestra signos de disminuir, en el futuro y con la financiación adecuada, Koraichi espera que los edificios vecinos que actualmente alquilan la OIM y la Agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se conviertan en una escuela de arte para niños y el jardín en un monumento duradero para honrar a los muertos y fomentar la paz y la reconciliación.
Pero por ahora, está la cuestión urgente de encontrar suficiente espacio para todos los cuerpos. “No podría soportar tirarlos de vuelta al basurero”, suspira el artista.
“Estas personas fueron abandonadas por el mundo, por los mismos poderes que causaron su destino. No podemos olvidarlos.”, agrega.
Uno solo puede esperar que hasta que se materialicen más fondos, los letreros talismánicos de Koraichi protejan a los migrantes en su último viaje a casa, mientras descansan pacíficamente en este mágico lugar.
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Hadani Ditmars es Licenciada con Honores Conjunto en Literatura española y francesa, Historia del Arte y Estudios cinematográficos por la Universidad Carleton, y periodista especializada en asuntos internacionales.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Middle East Institute el 13 de julio de 2021.