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El Interprete Digital

Religión e identidad política en Beit Sahour: una mirada desde los años ‘90

Por Glenn Bowman para MERIP

En 1989, la ciudad de Beit Sahour, ubicada en Cisjordania, llegó a los titulares internacionales por su exitosa huelga en contra de las autoridades militares israelíes por los impuestos. Sin embargo, mi entrada a Beit Sahour llegó seis años antes, a fines de diciembre de 1983, cuando asistí a las celebraciones latinas de Nochebuena en la Plaza del Pesebre en la vecina ciudad de Belén. A media tarde, los scouts palestinos envueltos en coloridos uniformes, portando pancartas y tocando gaitas y tambores, entraron en la plaza para saludar al patriarca latino en su llegada desde Jerusalén, para prepararse para la misa de medianoche.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Las procesiones de los scouts habían sido algo común en las ceremonias musulmanas y cristianas en los Territorios Ocupados antes de la intifada. A pesar de su apenas reprimida militancia, las autoridades israelíes las permitían puesto que los scouts estaban patrocinados por instituciones religiosas. Quizás los israelíes también se entusiasmaron por las diferencias entre los exploradores cristianos y sus pares musulmanes. Los musulmanes, en fiestas como Id Al Adha y Id Al Fitr, marcharon con kufiyas de ‘Fatah’ de color blanco y negro, y sus estandartes llevaban la tétrada nacionalista de verde, rojo, negro y blanco. (N.d.T.: Eid al Adha y Eid al Fitr, hacen referencia a la ‘Celebración del Sacrificio’ y el ‘Fin del Ramadán’ respectivamente).

Entre los cristianos, los uniformes y las pancartas servían únicamente para distinguir entre las diversas identidades sectarias de los scouts (ortodoxo sirio, ortodoxo griego, católico griego, franciscano, etc.). Los principales líderes de la Iglesia, hasta hace poco tiempo exclusivamente extranjeros, restringieron los discursos públicos de los scouts cristianos a las celebraciones de identidad religiosa únicamente, por temor a ofender a las autoridades israelíes.

Es más, en la procesión navideña de Belén, no se permitió que las bandas musulmanas marcharan con los cristianos, y el Patriarcado Latino censuró cualquier expresión de nacionalismo. Nada sugería que estos jóvenes scouts (varones y mujeres) compartieran una identidad política entre ellos y con sus pares musulmanes excluidos.

Pero hubo una excepción. Los scouts de Beit Sahour, aunque organizados en grupos sectarios como los demás, iban vestidos de manera uniforme. Desde los adolescentes hasta los treintañeros, llevaban kufiyas en blanco y negro y parches en los hombros con la flor de lis típica de los scouts en los colores nacionalistas verde, rojo, negro y blanco. Las personas en la multitud estaban claramente desconcertadas no solo por la apariencia abiertamente política de los scouts, sino también por la uniformidad otorgada a las denominaciones religiosas. Más tarde, los scouts de Beit Sahour me invitaron a ir a su ciudad al día siguiente para ver “la verdadera celebración navideña”.

El día de Navidad, las calles sinuosas de esta ciudad montañosa, a un kilómetro y medio al este de Belén, se encontraban repletas de ciudadanos locales y despojada de foráneos. El foco de entusiasmo, como en Belén, fueron las bandas de scouts, pero en Beit Sahour la procesión fue muy diferente. Por un lado, fue mucho más militante. En Belén, las tropas parecían estar coqueteando con la multitud, llamando a amigos, o familiares en la audiencia y luciendo con bravura sus poses y lanzamientos de bastones al aire; en Beit Sahour, hombres y mujeres marcharon en formación disciplinada, con los rostros fijos y firmes hacia adelante. Más significativa fue la fuerte presencia de bandas musulmanas, no sólo de Beit Sahour sino también de lugares tan lejanos como Ramallah, Silwan o Jerusalén. Los uniformes de estos scouts eran menos extravagantes, y donde el día anterior se habían destacado con fuerza las brillantes insignias de las diversas comunidades sectarias, aquí todos los exploradores habían cubierto las insignias de sus unidades particulares con parches de flores de lis verdes, rojas, negras y blancas.

Después del desfile, se reunieron durante dos horas para cantar consignas nacionalistas, bailar con sus kufiyas envueltas en la cabeza y aplaudir con entusiasmo a una sucesión de oradores (scouts y civiles por igual) que se refirieron a ellos como los “rifles para el placer de los ojos de Abu Ammar (Yasser Arafat)”, mientras se discutían las complejidades de organizar un “movimiento scout panpalestino” musulmán y cristiano unido frente a la oposición de la iglesia y la mezquita. [1]

Identidades alternativas

Beit Sahour es una ciudad mayoritariamente cristiana de alrededor de unos 12 mil habitantes. En 1984, el padre Peña de la Orden Franciscana estimó que el 83% eran cristianos, en su mayoría ortodoxos griegos, pero con un número sustancial de católicos latinos, griegos, poblaciones luteranas y ortodoxas sirias en menor medida. [2] Los cristianos y musulmanes con los que hablé en Beit Sahour en enero de 1989 estimaban que la población musulmana rondaba entre el 25 y el 30%, pero esta estimación puede estar inflada por el orgullo que tiene la población de Beit Sahour de haber superado sus diferencias religiosas. Dos de los ocho miembros del consejo municipal son musulmanes, pero la gente se apresura a señalar que están allí como portavoces de los principales grupos familiares, que resultan ser musulmanes. La distinción aquí es significativa: los ciudadanos de Beit Sahour se ven a sí mismos como palestinos que resultan ser cristianos o musulmanes, en lugar de cristianos y musulmanes que viven en Palestina.

Regresé a Beit Sahour varias veces a lo largo de los años, y cada vez me impresionó la dedicación de los ciudadanos del pueblo en el mantenimiento de una comunidad no sectaria frente a los intentos de los israelíes, activistas islamistas e iglesias lideradas por extranjeros para separar a los musulmanes de los cristianos en los Territorios Ocupados. El fomento israelí del sectarismo palestino es una continuación de la política de “divide y vencerás” que utiliza contra las “minorías no judías” en Israel y los Territorios Ocupados desde 1948. [3] El apoyo encubierto del estado a los Hermanos Musulmanes hasta mediados de la década de 1980 y la rienda suelta que dio al movimiento Hamas hasta mayo de 1989 son facetas de una estrategia que busca de dividir a los palestinos en líneas sectarias para socavar los cimientos del movimiento nacionalista. [4] 

Por su parte, entre 1982 y 1987, los Hermanos Musulmanes orquestaron una campaña de violencia e intimidación contra los movimientos secularistas, con la que interrumpieron gravemente sus actividades en los campus universitarios de los Territorios Ocupados. Los cristianos, como “pueblo del libro”, no son atacados por los islamistas como cristianos per se. No obstante, los cristianos palestinos rechazaron los intentos israelíes de hacerles pensar que los musulmanes se estaban volviendo contra ellos. Un comunicado de Hamas en el que condenaba a “los cristianos ricos de Beit Sahour” por haber “bebido y bailado con los israelíes desde el comienzo de la intifada” fue inmediatamente identificado como una falsificación israelí.

En gran parte, las iglesias cristianas dominadas por extranjeros definen a Palestina como la “Tierra Santa” y la tratan como un depósito de santidad para la formación de sacerdotes y peregrinos. Desde 1948, las iglesias mantuvieron y ampliaron sus propiedades, obtuvieron permisos de residencia para monjes, monjas y clérigos, y facilitaron el flujo de sus peregrinos al fomentar buenas relaciones con el Estado de Israel, lo que significaba, incluso más que antes, ignorar la difícil situación de los cristianos palestinos. [5] Un habitante en Beit Sahour, donde más del 80% de la población cristiana es ortodoxa griega, expresó los sentimientos de los cristianos locales hacia la Iglesia de manera bastante sucinta: “Tenemos dos imperialismos aquí: los sionistas y los griegos…. Ellos (los griegos) están más interesados en la religión que en nosotros”.

Los habitantes de Beit Sahour están comprometidos con la idea de unificar diferentes comunidades religiosas dentro de las fronteras de un solo Estado secular, y rechazan la tendencia sectaria de definir el espacio público y las identidades públicas en términos religiosos. Las diferentes partes de la ciudad no se mencionan en términos del antiguo millet: barrio cristiano, barrio musulmán, barrio sirio, etc. Por el contrario, llevan los nombres de importantes lugares en la historia de la lucha palestina por la lucha nacional. Así, llaman al área más alta de la ciudad Castillo Shuqayf y se refieren a otras áreas como Tal Al Zaatar y Chatila. La diferencia religiosa tampoco es un factor determinante en el carácter de la interacción entre los individuos: “No recordamos que somos de diferentes religiones a menos que alguien de afuera nos lo recuerde”, me dijo una persona. “Somos cristianos y musulmanes en espíritu y en nuestro corazón, pero en público somos palestinos”.

Identidades estratégicas

El repudio de los marcadores públicos de identidad religiosa no significa una renuncia a la religión en sí. Las casas en las que escuché los más virulentos rechazos al sectarismo estaban repletas de signos de religiosidad: donde se colgaban imágenes de la Virgen María (tanto en casas cristianas como musulmanas) o de La Meca (casas musulmanas) junto a fotografías de familiares y vecinos que habían sido encarcelados o asesinados por los israelíes. La religión en Beit Sahour, como en gran parte de Palestina, es un aspecto significativo de la identidad de las personas y prohibir a la gente la religión en nombre del nacionalismo no es más factible que negarle la nacionalidad en nombre de la religión.

En los días previos a la intifada, los habitantes de Beit Sahour celebraron la Navidad y otras fiestas religiosas argumentando que la expresión de la cultura palestina es en sí misma un acto nacionalista. Como me dijo un scout en 1985: “Es en los días festivos que se ve a la nación palestina en sus calles”. La decisión de no celebrar la Navidad en 1988 o 1989, ni en las calles ni dentro de los hogares, era una señal de un recrudecimiento de lo que estaba en juego, en lugar de una jugada por abandonar la expresión cultural en favor del puritanismo revolucionario. Fue un testimonio poderoso del sentimiento de que la identidad no puede celebrarse si no existe un estado Estado que otorgue integridad a las personas: “Queremos celebrar la Navidad con dignidad, como era antes de que los israelíes estuvieran aquí”.

Las estrategias no sectarias de Beit Sahour y de resistencia a la ocupación israelí se desarrollaron a raíz de las tradiciones de la propia ciudad. Los musulmanes y cristianos se ven a sí mismos como habiendo vivido juntos en la comunidad desde sus inicios: los mitos sobre los orígenes de la ciudad se refieren al asentamiento de dos familias –la familia musulmana Juraysh y la cristiana Ajjaj. Las relaciones entre cristianos y musulmanes tanto dentro de Beit Sahour como en las interacciones con las aldeas vecinas (en su mayoría musulmanas) fueron buenas y estuvieron facilitadas por intereses compartidos. Abu Atallah, un cristiano de 87 años, declaró: “Los musulmanes y los cristianos son hermanos desde mi tatarabuelo”. Asimismo, comentaba que las mujeres de la cercana aldea beduina de Zaatara solían dormir en hogares cristianos cuando iban al mercado en Beit Sahour, y que las mujeres de Beit Sahour podían dormir con confianza en Zaatara cuando iban a las colinas a recolectar espinos para sus lumbres.

Un maestro local y musulmán devoto me dijo que su padre, nacido en una familia pobre y numerosa de un pueblo musulmán cerca de Hebrón, había sido “adoptado” en 1917, cuando tenía 11 años, por un albañil cristiano de Beit Sahour que trabajaba en las canteras de piedra para la construcción en el pueblo. El maestro, que posteriormente asistió a la Universidad de Belén, recordó en su infancia ir a la escuela dominical con sus “primos” cristianos, compartir celebraciones musulmanas con su familia y asistir a las fiestas de los demás. “Llevamos arak (un licor con sabor a anís) a sus bodas”, me contó. “Les traemos lo que los hace felices. No somos fanáticos; no tenemos tales sensibilidades. Estamos tratando de seguir viviendo de la misma manera, sin dejarnos influir por la mentalidad de la ocupación. Ellos (los israelíes) están tratando de romper una cultura que construimos durante siglos”, agregó. 

Beit Sahour, a diferencia de las cercanas Belén y Beit Jala, tiene la ventaja de conservar una ‘comunidad conocible’. Tanto Belén como Beit Jala fueron amparo de innumerables refugiados en 1948 y ambas ciudades perdieron un gran número de residentes a causa de la diáspora palestina. Beit Sahour, quizás porque era la más al este de las tres ciudades cuando Israel conquistó las llanuras occidentales en 1948, no tuvo que acoger a un número considerable de refugiados. Por otro lado, la emigración desde Beit Sahour fue mucho menor. Los habitantes de Beit Sahour que emigran dejan sus propiedades en manos de miembros de su familia en lugar de venderla porque “nadie en Beit Sahour abandona la tierra para siempre; siempre tienen la intención de volver”. Beit Sahour sigue siendo “una comunidad integral, con una larga tradición” capaz de trabajar de manera cooperativa para construir sobre esto, una base social estable.

Las personas se conocen y dependen unas de otras, cuentan una historia colectiva que se remonta por generaciones a través de las historias que escucharon de sus padres y abuelos. Los hitos de esa historia, que escuché mencionar una y otra vez, son ocasiones en las que la comunidad luchó bajo una sola bandera para proteger lo que la gente percibía como su interés común. 

Un hombre me contó historias que había escuchado de sus abuelos sobre la resistencia de Beit Sahour al reclutamiento otomano durante la Primera Guerra Mundial: “La gente aquí estaba bajo el control de personas que decían ser musulmanas, pero que también oprimía a los musulmanes. Tenían que preguntarse: ‘¿Qué somos? ¿Es esta una guerra religiosa o no? ¿Es esto una ocupación?”. Otras historias hablaban de musulmanes y cristianos marchando juntos hacia Nabi Musa en oposición al Mandato Británico; de las manifestaciones baazistas, nasseristas y finalmente comunistas contra la ocupación jordana, y de la larga historia de apoyo de Beit Sahour al Frente Popular y al Frente Democrático durante el período de dominio israelí.

Los habitantes de Beit Sahour pueden, por supuesto, mitificar un poco al narrar la historia de su comunidad, pero tal mitologización cumple una importante función social y política al brindar a las personas las imágenes de apoyo que pueden esperar de sus vecinos cuando necesitan ayuda o cuando intentan movilizar programas políticos. La comunidad imaginada de las historias cobró sustancia durante la intifada cuando Beit Sahour organizó comités populares, movilizó una resistencia fiscal y desarrolló proyectos de ayuda mutua y autosuficiencia.

Identidades de resistencia

La ocupación israelí obligó a Beit Sahour a considerar su tradicional solidaridad no sectaria bajo un nuevo foco, ya que los estragos del Ejército demostraron a cristianos y musulmanes que “existe un otro que es enemigo de ambos”. En las paredes de muchas casas en Beit Sahour vi la foto de un joven, Basim Rishmawi, que desapareció la noche del 11 de abril de 1981. El ejército israelí devolvió su cuerpo severamente mutilado después de una semana y alegó que había muerto cuando una bomba que había estado fabricando explotó prematuramente. Nadie creyó la historia y la gente dice que el hecho de que fuera Rishmawi el que falleció en lugar de cualquier otro fue algo arbitrario. Su muerte se convirtió en un emblema del destino que puede esperar cualquiera en Beit Sahour: “Le podría haber pasado a cualquiera, y por casualidad la víctima fue Basim”. El año pasado, Edmond Ghanim murió mientras caminaba por la calle principal cuando un soldado le arrojó una piedra desde el tercer piso del edificio del municipio. La misma arbitrariedad es evidente en las redadas de impuestos. La gente aprendió que todos son iguales a los ojos del ocupante y llegaron a la conclusión obvia: “Vemos que un día es una persona y al día siguiente otra. Al día siguiente puede que seamos nosotros, así que decimos khalas (basta) y empezamos a trabajar para detenerlo”.

Este reconocimiento de que la ocupación israelí amenaza a la comunidad en su conjunto llevó a los ciudadanos a movilizar sus recursos contra esa ocupación. Estrategias como la negativa de toda la ciudadanía a pagar impuestos al Gobierno militar tuvieron éxito aquí porque los ciudadanos de Beit Sahour se negaron a permitir que los israelíes creen una desintegración entre sus intereses individuales y su compromiso colectivo con la liberación. En Beit Sahour, los ciudadanos crearon redes para compartir los recursos de la comunidad con los aproximadamente 250 hogares atacados por los agentes fiscales. Se negaron a permitir que los israelíes aislaran a determinadas personas para que sean castigadas como ‘ejemplos’ para la comunidad. Cuando los soldados israelíes asaltaron el mercado central de Beit Sahour en julio de 1988 y confiscaron los documentos de identidad de comerciantes y clientes para privarlos de la movilidad y otros privilegios hasta que pagaran impuestos, la sede de la administración militar en Belén se inundó de ciudadanos provenientes de Beit Sahour que entregaron sus tarjetas de identidad en solidaridad.

La estrategia de Israel de “asegurarse de que los árabes tengan algo que perder” se derrumbó en Beit Sahour, una ciudad que tiene mucho que perder. El pueblo pudo generar una riqueza sustancial a partir de sus propias fábricas, talleres de artesanos y tiendas minoristas, y con eso escasas personas tienen que trabajar para empresas israelíes. La posibilidad de mantener sus bienes al precio de su dignidad resultó poco atractiva para estas personas, incluso después de que más de 250 hogares y negocios fueron despojados de bienes por un valor de $5 millones de dólares. Es más, la comunidad sigue comprometida con la postura de “ni un shekel para la ocupación”. La lógica del consumismo, de hecho, se invirtió. “Los que no nos han confiscado nuestras cosas tenemos envidia de los que sí”, declaraba una mujer, “es como si tu vecino construyera una casa nueva”.

El capital, tan a menudo movilizado para dividir y antagonizar al pueblo palestino, fue apropiado por el pueblo de Beit Sahour y alineado en defensa de sus aspiraciones nacionales. Sus ciudadanos recuerdan con gusto el momento en el que el jeque Saad Al Din Al Alami, muftí de Jerusalén y Jefe del Consejo Islámico, se paró en el púlpito de la iglesia ortodoxa de Beit Sahour y pronunció una fatwa (edicto religioso) contra la compra de los bienes confiscados que los funcionarios fiscales israelíes estaban subastando en Tel Aviv. En la víspera de Navidad, el obispo sudafricano Desmond Tutu se dirigió a una masiva multitud en la Iglesia Shepherd’s Field y estableció comparaciones directas entre la situación de los ciudadanos africanos en su país y la de los palestinos bajo control de Israel.

Estos poderosos momentos retóricos, dirigidos a una audiencia internacional, son facetas de un proyecto más amplio y más silencioso. Un hombre de Beit Sahour lo expresó de mejor forma cuando me dijo en enero de 1990: “Debemos nacionalizar nuestras creencias y reconstruir nuestras costumbres para que reflejen nuestra vida nacional”. Esta particular lucha nacional-colonialista parece, en Beit Sahour, haber progresado considerablemente.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Glenn Bowman, profesor emérito de antropología sociocultural en la Universidad de Kent en Canterbury, ha realizado investigaciones de campo en Jerusalén y Cisjordania Palestina desde 1983 y en la ex Yugoslavia desde 1991.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por MERIP en junio de 1990.

REFERENCIAS:

[1] Entre 1983 y 1987, mantuve contacto con el “Movimiento scout pan-palestino” que, en ese período, se expandió considerablemente. En marzo de 1987, estaba trabajando en estrecha colaboración con el Centro para el Estudio de la No Violencia de Mubarak Awad, y en la organización de un boicot de productos israelíes en Cisjordania. En enero de 1989, pregunté por los scout y me dijeron que “los scout habían cerrado sus edificios (…) Hicieron las conexiones y volverán a abrir cuando sean necesarias”.

[2] “Christian Presence in the Holy Land”, un folleto mimeografiado del Centro de Información Cristiana, Puerta de Jaffa, Jerusalén. Pena estima que la población total de Beit Sahour en 1984 era de 8.900, de los cuales 7.400 eran cristianos (6 mil ortodoxos griegos, 670 católicos romanos, 500 católicos griegos, 200 luteranos y 30 ortodoxos sirios). Sus estimaciones se extrajeron de entrevistas con párrocos locales, y la cifra total puede ser baja.

[3] Véase Ian Lustick, Arabs in the Jewish State: Israel’s Control of a National Minority (Austin: University of Texas Press, 1980) y Salim Tamari, “Factionalism and Class Formation in Recent Palestinian History,” en Roger Owen, ed., Studies in the Economic and Social History of Palestine in the Nineteenth and Twentieth Centuries (London: Macmillan, 1982).

[4] Véase Lisa Taraki, “The Islamic Resistance Movement in the Palestinian Uprising”, Middle East Report 156 (January-February 1989).

[5] Parece haber una correlación entre el desinterés entre la gente local y el control de las propiedades mantenidas para el deleite de los peregrinos. Las Iglesias Greco-católica y Anglicana, con escasos monumentos de Tierra Santa que mantener para los visitantes extranjeros, apoyan más firmemente a sus congregaciones palestinas. Dos años después de la intifada, existen señales de las dos Iglesias más poderosas de que las cosas pueden estar cambiando. Un palestino, Michel Sabbah, fue nombrado Patriarca Latino, y el patriarcado greco-ortodoxo redactó una declaración, firmada por todas las principales iglesias de Jerusalén, condenando las brutalidades israelíes (esto fue emitido el 26 de octubre, después de tres semanas de brutales confiscaciones fiscales en Beit Sahour que habían hecho imposible ignorar la situación de los cristianos ortodoxos en los territorios).