Por Muhammad Dibo para Syria Untold
Cuando éramos pequeños, las historias de Safar barlik, y de aquellos que dejaron nuestro pueblo hace mucho tiempo huyendo del hambre y buscando nuevas vidas, no eran más que historias que nos contaban nuestros abuelos. El hambre, el desplazamiento y la pobreza que los adultos intentaron transmitirnos a través de estas historias no consiguieron estimular nuestra imaginación. Entendimos esos cuentos como una forma de entretenimiento, más que como tragedias, que deberían provocar simpatía o una especie de tristeza por aquellos cuyas desgracias los obligaron a emigrar a lugares lejanos.
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Hoy, cuando recuerdo aquellos días lejanos, recuerdo estar sentada junto a mi abuela o mi madre cerca de la chimenea. Recuerdo a mi abuela llorando mientras contaba la historia de la migración a América de su cuñado. “Hassan Dibo era una imagen de juventud. Era admirado por su buen aspecto, su caballerosidad…” Ella seguía contando sobre cómo fue expulsado de Siria por el hambre y la pobreza y su “incesantemente molesta esposa…” “Se cansó de eso, así que se fue a América para unirse a los que ya habían emigrado. A partir de ese día, no supimos nada de él. A veces había cartas, pero esos bastardos las robaban”. Cuando le preguntábamos quiénes eran los ‘bastardos’, mantenía la boca cerrada, como si la respuesta fuera algo que no pudiera decirle a niños pequeños.
Aun así, nos ocupábamos de una sola cosa: hacerle preguntas a nuestra abuela una y otra vez. ¿Dónde está Hassan? ¿Volvió a Siria? ¿En qué país vive ahora? ¿Tiene hijos? ¿No lo estás buscando? ¿Se hizo rico?
Se cansó de responder a nuestras preguntas. Así que hiperactivábamos nuestra imaginación y tratábamos de responderlas nosotros mismos. Tomábamos un atlas y buscábamos ‘América’, como lo pronunciaba nuestra abuela en sus historias. No sabíamos dónde estaba exactamente. Canadá, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Chile, Venezuela… para mi abuela, todos eran ‘América’. Cuando nos cansamos de buscar esta América, encontramos refugio en nuestros sueños, intentando satisfacer nuestras fantasías infantiles. ¿Qué pasaría si los hijos de Hassan aparecieran de repente y tuvieran mucho dinero? ¿Y qué si recibiéramos una carta que dijera que heredamos una fortuna de este antepasado nuestro? ¿Qué haríamos con él? Yo soñaba a menudo que de repente heredaría un montón de dinero de nuestro perdido Hassan y que compraría todo lo que siempre quise. Pero esos eran solo sueños.
Crecí, viajé a Damasco y me mezclé con muchas otras personas de fuera de los confines de mi aldea. Descubrí que había muchos antepasados sirios que habían seguido el camino de Hassan. Se fueron y nunca volvieron.
A veces, uno de ellos reaparecía repentinamente, 50 años después. Estarían buscando su pueblo o su lugar de nacimiento. Conozco la historia de uno de ellos, un hombre que regresó a Siria 50 años después de emigrar a Brasil. Regresó a su aldea en la costa siria, construyó una casa y murió unos meses después. ¿Volvió solo para morir? Nuestras relaciones con nuestros países de origen y lugares de nacimiento son extrañas. Pasás toda tu juventud luchando por irte, solo para volver por tu propia voluntad para morir y ser enterrado allí, impregnado de nostalgia y recuerdos de la infancia.
‘¿Volvió para morir?’ Esta expresión me recuerda a la película Long Night, dirigida por el difunto Hatem Ali. Un preso político que pasó muchos años detenido. Finalmente muere bajo un árbol en su aldea natal tras su liberación. ¿Es estar atrapado fuera de casa una especie de prisión?
Sé de otra familia que, décadas después, recibió una breve carta de su padre que había emigrado a Venezuela y había dejado de tener contacto. La madre había tenido que sufrir sola con sus hijos y todas sus pilas de desilusiones —no solo por su pobreza, sino también por el abandono y las miradas de lástima de quienes la rodeaban.
Cuando la carta llegó, los hijos e hijas del hombre, quienes habían crecido y se habían casado, discutieron qué hacer con ella. ¿Deberían abrir la puerta para el regreso de su padre o cerrarla? Después de todo, hacía mucho tiempo que habían olvidado que la puerta existía y aprendieron a reorganizar sus vidas en su ausencia.
Decidieron contarle a su madre sobre la carta y acatar lo que fuera que ella decidiera, sin importar qué. Ella era la que había pagado el precio de su ausencia más que los demás, por lo que solo ella podía decidir si perdonar a su esposo y permitirle regresar.
Así que le entregaron la carta a su madre y le dijeron: “Vos sos quien decide si la leeremos o no”. Lo pensó un rato y luego rompió la carta frente a ellos. Ella no la leyó. Sus heridas aún estaban abiertas, un sentimiento de abandono más pesado que cualquier habilidad para olvidar esos largos años de ausencia de un esposo que ni siquiera había pensado en decirle a su familia si estaba vivo o muerto. Por supuesto, tenía todo el derecho a hacer lo que hizo con la carta, pero desde que escuché esta historia a través de un amigo no puedo dejar de pensar: ¿Qué había escrito el esposo? ¿Cómo justificó su larga ausencia y qué tipo de vida siguió viviendo en América? ¿Qué quería decir?
Todavía tengo curiosidad por él hoy, y es una curiosidad que no entiendo del todo. Quiero saber el secreto de su historia, una que se perdió para siempre cuando la madre rompió la carta de su marido.
También pensé en ella frecuentemente. ¿Se arrepintió de haber destruido la carta? ¿O despertó una especie de curiosidad en ella? ¿El hecho de que sus hijos estuvieran ahí presionó su decisión, o todo esto simplemente sucedió así porque sus sentimientos por él habían muerto hacía mucho tiempo, después de que hubiera perdido la esperanza del regreso de su esposo, y su lugar en su corazón se transformara en un espacio en blanco?
Mientras pensaba en todo esto, volví a mi propio antepasado perdido Hassan, a la deriva en este mundo. Nosotros tampoco recibimos ninguna carta de él. Ninguno de nosotros sabía nada de su vida después de Siria. Aunque mi abuela solía decirnos cuando éramos niños que nos enviaba “cartas que otras personas robaban”, nunca pude demostrar que en realidad hubiera enviado ni una sola. Recientemente, cuando llamé a mi familia para preguntar por él, se sorprendieron de que todavía me importara este pariente perdido, que se fue hace más de un siglo, un hombre que ni siquiera era mi abuelo en la forma en que entendemos la palabra estos días, sino más bien el hermano de mi abuelo real.
Las preguntas dieron vueltas en mi cabeza. ¿Por qué había hecho eso, irse sin enviar ni una sola carta? ¿Pudo haber escrito a mi familia y las cartas fueron efectivamente robadas, como decía mi abuela? ¿Se olvidó de su pueblo? ¿Pueden las personas olvidar dónde nacieron?
En 1994, el presidente argentino Carlos Menem, él mismo de origen sirio, visitó el país de nacimiento de sus padres. Mucha gente se reunió en Yabroud, la ciudad natal de sus padres, para darle la bienvenida. Con él se encontraba una gran delegación de hijos y nietos de expatriados sirios que visitaban para contactarse con sus familiares. Recuerdo cómo, después de que Menem regresara a Argentina con la delegación, se habló en nuestro pueblo de que algunos miembros del grupo habían venido a Siria a buscar a sus parientes. Mi tía jadeó. “¿Y si Hassan estaba con ellos?” Mi familia habló sobre esto durante varios días, molesta por haberse enterado de la búsqueda de familiares solo después de que la delegación hubiera regresado a América del Sur. Quizás él estaba con ellos…
Pero a lo largo de todo esto, mientras aquellos descendientes que regresaban estaban en Siria buscándonos, ¿por qué nosotros nunca habíamos pensado en buscarlos?
En su libro Origins, el autor libanés Amin Maalouf escribe la historia de su familia, esparcida alrededor del mundo. En busca de los descendientes de su familia, que dejaron el Líbano décadas antes, llega a Cuba. Allí conoce a uno de sus familiares, con quien no comparte otro lenguaje más que la nostalgia, la sangre y las lágrimas.
Cuando recuerdo la historia de Amin Maalouf, recuerdo que la búsqueda de un familiar perdido en este gran mundo requiere el tipo de atención y recursos que no están disponibles para las familias que todavía buscan pan para comer. Requiere una red de relaciones y conexiones que las familias de pueblos aislados simplemente no tienen. ¿Qué hay de esas ciudades en países ubicados en los confines más lejanos del mundo?
Estas familias no tuvieron más remedio que preservar del olvido los nombres de sus seres queridos en las historias que nos transmitieron. Esto es lo que mi abuela hizo, sus lágrimas siempre deteniendo su relato, lamentando sus condiciones de vida, su pobreza y su anhelo de hogar.
¿Fue la pobreza que experimentaron en el exilio lo que les impidió regresar y volver a visitar Siria? ¿Fue la vergüenza de regresar después de años y décadas con las manos vacías y una pobreza aún mayor de la cual habían huido? Quizás esto los empujó a seguir huyendo hacia lo desconocido.
Recuerdo a un hombre que dejó Siria en la década de 1980 para ir a trabajar a Libia. Presentó su renuncia al trabajo y luego se fue, y no hubo noticias de él durante 12 años. Durante ese tiempo, no se comunicó con su familia ni una sola vez ni envió nada de dinero. La razón: no había podido asegurarse una vida digna para él o su familia, por lo que siguió huyendo, seguro de que encontraría un mejor mañana. Nunca lo hizo. Eventualmente, se atrevió a decirle a su familia toda la verdad y, como resultado, regresó a Siria y volvió a su antiguo trabajo antes de Libia, como si todos esos 12 años hubieran sido en vano.
La literatura de la diáspora ofrece muchas oportunidades para comprender la profundidad del dolor, la pobreza, el hambre y la fatiga con la que se encontraron los primeros migrantes de Siria. Se vieron obligados a trabajar como vendedores ambulantes o jornaleros agrícolas de temporada, cosechando y arando la tierra o haciendo cualquier otro trabajo manual disponible para ellos. Cuando era más joven, me imaginaba al hermano de mi abuelo cargando un bulto en su espalda todas las mañanas o empujando un carrito frente a él mientras caminaba por las calles de Argentina o Brasil en busca de un medio de vida.
Hay novelas que describen las luchas épicas de quienes emigraron en busca de pan en este mundo miserable y restrictivo, como América del escritor libanés Rabee Jaber.
Estas migraciones sucesivas a lo largo de los años se fusionaron en pequeñas comunidades de sirios en la diáspora —Pequeñas Sirias. Hoy, cuando los sirios se ven obligados una vez más a emigrar y huir de la muerte, nuevas Pequeñas Syrias comenzaron a formarse en todo el mundo.
En nuestro trabajo periodístico y de investigación, nos topamos con estas comunidades construidas por nuestros antepasados. Buscamos lo que los unió. Algunos de esos hilos surgieron a través de la investigación, y otros, por casualidad, como cuando Syria Untold recibió una invitación el año pasado para asociarse con el sitio de noticias argentino El Intérprete Digital. Después de que nuestro colega Dellair se reuniera con uno de ellos, nos dijo que uno de ellos tenía ascendencia siria. Mi primera reacción fue imaginar a un pariente o nieto de Hassan, que emigró hace un siglo.
Me dijo que sus raíces estaban en la región siria de Qalamoun, cuyos hijos, como Hassan, emigraron a las Américas hace mucho tiempo, y que ahora estaba trabajando para encontrar a su familia en Siria. Esto me dio alguna esperanza de que algún día pudiera encontrar al hermano perdido de mi abuelo.
Hoy me doy cuenta de que mi abuela, mientras nos contaba la historia de Hassan, también de alguna manera nos decía que protegiéramos su nombre del olvido, que recordaramos el alma de nuestro pariente perdido, que lo buscáramos y que encendiéramos una vela en su memoria cada vez que se nos cruzara por la mente. De esa forma, permanece conectado, de alguna manera, con la tierra que dejó atrás, tierra en la que ya no podra descansar la cabeza en sus piedras y bajo sus olivos.
En los próximos meses, Syria Untold publicará historias sobre las Pequeñas Sirias del mundo, comunidades formadas tanto hace mucho tiempo como recientemente, con la esperanza de evitar que esas historias se pierdan. O quizás sea un consuelo para quienes ya perdieron sus historias o quienes aún están buscando. ¿No es el mundo solo una historia inacabada, cuyos capítulos seguimos escribiendo mientras la vivimos día a día?
Leé este artículo en su árabe original aquí.
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Muhammad Dibo es un poeta, escritor e investigador especializado en la cultura y la economía sirias. Es editor en jefe de Syria Untold (en árabe) y contribuidor regular en diversos diarios árabes e internacionales.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Untold el 26 de julio de 2021.