Por Yossi Mekelberg para Arab News
Las noches de las elecciones israelíes no son para débiles del corazón. Tampoco lo son para cualquiera que quiera conocer el carácter del próximo gobierno al final de la jornada, mucho menos para disfrutar de una buena noche de sueño.
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Hay algo desconcertante en el momento en que se publican las boca de urna, que lleva de inmediato a pensar: ¿Para qué fue todo este alboroto? Bueno, meses de crisis política y campañas electorales acabaron en otro punto muerto pero no sin conclusiones importantes. La mayoría de estas deberían ser una fuente de gran preocupación sobre la dirección de la sociedad israelí y su frágil democracia, aunque también hay destellos de esperanza.
En primer lugar, la dificultad de formar una coalición oscila entre lo extremo y lo insuperable. De ahí la probabilidad absurda e igualmente inquietante de que haya una quinta elección en cuestión de meses, después de las cuatro que ya tuvieron lugar en los últimos dos años. Si esta cuarta elección puede verse como un referéndum sobre el liderazgo de Netanyahu, su resultado no nos dejó con mayores certezas. A pesar de su criterio demostrablemente pobre en el manejo de la pandemia de coronavirus, e independientemente de la gravedad de los cargos de corrupción que enfrenta en la corte, mantuvo una base de apoyo suficientemente sólida para permitirle continuar como Primer Ministro. Sin embargo, esto puede no ser suficiente para formar una coalición, mucho menos una que pueda completar su mandato.
La segunda conclusión es la marcha de Israel hacia la derecha, sumando a la extrema derecha. Esto incluye el desempeño del partido religioso-sionista kahanista de ultraderecha, que resultó mejor de lo esperado y que desgraciadamente ganó siete escaños. Sin embargo, todavía hay algo paradójico en la incapacidad de la persona que más que nadie personifica a la derecha israelí, Benjamin Netanyahu, para formar un gobierno cuando la derecha tuvo un buen resultado en las urnas, una elección tras otra. Sin el factor Netanyahu, cuyo partido Likud emergió como el más grande de la Knesset, con 30 de los 120 escaños, la derecha podría haber formado un gobierno estable casi de la noche a la mañana. No obstante, en las últimas cuatro elecciones la cuestión divisoria de los dos bloques partidarios principales fue entre aquel que apoya a Netanyahu como su único candidato a Primer Ministro, mientras que el agrupamiento que postula “cualquiera menos Bibi” no compartirá un gobierno con él entre tanto continúe su juicio por cargos de soborno, fraude y quiebre de confianza. La presencia de Netanyahu creó rigidez en la ya ardua tarea de formar un gobierno.
En tercer lugar, las divisiones en la sociedad israelí, reflejadas elección tras elección, son mucho más profundas por más que puedan atribuirse al carácter manipulador y cínico de Netanyahu quien no se detuvo ante nada, con tal de evitar que el sistema judicial cumpla con sus deberes. Ellas presentan un riesgo tangible para la supervivencia misma de la política democrática. En la próxima Knesset, estarán representados 13 partidos. Algunos de ellos son sectarios sin sentido del deber hacia la población en general y el Estado, y otros presentan fuertes tendencias antidemocráticas.
En cuarto lugar, una de las sorpresas de la noche fue el éxito relativo de la izquierda. Tanto el Partido Laborista como Meretz, que hasta hace poco se tambaleaban en las encuestas de opinión y estaban a punto de no alcanzar el umbral de 3,25% de los votos, obtuvieron mejores resultados de lo esperado. No obstante, todavía no actuaron lo suficientemente bien como para volver a su papel histórico de poder gobernante. Con una fuerza combinada de 13 escaños en la nueva Knesset, consolidaron bases sólidas para convertirse en parte de una oposición poderosa y construir a futuro. La nueva líder laborista es Merav Michaeli, quien tomó un partido al borde de la extinción y consiguió darle vida con una agenda feminista y socialdemócrata. Lo que todavía falta en las políticas laboristas, a diferencia del Meretz, es una agenda de paz sólida basada en una solución justa y equitativa al conflicto con los palestinos. Para el partido que inició y lideró el proceso de paz de Oslo, y para una dirigente que gusta presentarse como la sucesora de Itzhak Rabin, esto es una omisión perjudicial.
Por último, es posible que Netanyahu no pueda formar una coalición, pero tampoco parece que nadie más pueda hacerlo. El segundo partido más grande es el centrista Yesh Atid liderado por Yair Lapid, que ganó apenas 17 escaños. La aritmética de formar un gobierno está en su contra y de cualquier otra persona. Para los partidos sionistas, la única forma de romper el estancamiento y crear más opciones es abandonar su negativa racista subyacente de incluir a los partidos árabe-israelíes en el gobierno. Lamentablemente para los israelíes palestinos, la división de la Lista Árabe Conjunta provocó la pérdida de un tercio de sus escaños y con ello su capacidad para influir en la naturaleza del próximo gobierno.
La política israelí se mueve de maneras misteriosas. Al final del día es un juego de números, todo gira en torno a llegar a los 61 miembros mágicos para formar un gobierno de coalición con la mayoría necesaria. En este juego, nadie tiene más experiencia que Netanyahu para realizar milagros y usar todos los trucos del libro para atraer el apoyo de partidos o desertores. Por lo tanto, no podemos descartar la posibilidad de que esto vuelva a suceder, aunque las probabilidades estén en su contra. Pero si la coalición anti-Bibi termina con una mayoría en la Knesset y une fuerzas para cambiar la ley de modo que un acusado en un caso criminal no pueda liderar un gobierno, esto abriría una serie de opciones de coalición. Sin embargo aún no hay que aguantar la respiración. Los resultados son demasiado ajustados y este campo tiene sus propias complejidades y es demasiado heterogéneo ideológicamente para cooperar con la disciplina necesaria.
Una observación citada con frecuencia en la ciencia es: “No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos”. Si esto necesitaba más validación, los últimos dos años en la política israelí la proporcionaron. Tal como están las cosas, el sistema político está muy abierto a la manipulación, las tácticas divisorias, las fuerzas antidemocráticas y la corrupción. Esto se volvió demasiado evidente en las últimas cuatro elecciones. El sistema democrático israelí necesita una revisión radical. Con ella debe venir un conjunto de reglas claras que rijan los criterios y normas que deben aplicarse a quienes buscan ingresar a la vida pública y su comportamiento una vez elegidos.
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Yossi Mekelberg es Investigador Senior de Consultoría en el Programa para el Medio Oriente y Norte de África en el Instituto Real de Asuntos Internacionales, mejor conocido como Chatham House, del Reino Unido. También es Profesor Adjunto de Relaciones Internacionales en la Universidad Webster. Como columnista, es colaborador habitual de Arab News y anteriormente de Al Arabiya, The Guardian, The Independent y Newsweek.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 27 de marzo de 2021.