Por Catherine Phipps para New Lines Magazine
La selección francesa de fútbol eliminó a Marruecos de la Copa del Mundo la semana pasada, lo que provocó muchos corazones desgarrados en todo el norte de África, Medio Oriente y, por su historia de migración colonial, Francia. Francia estableció un protectorado en Marruecos que duró de 1912 a 1956, colonizando de hecho el país. Así que el partido parecía la oportunidad de un ajuste de cuentas poscolonial, sobre todo tras la victoria de Marruecos sobre otras dos de sus antiguas potencias coloniales, España y Portugal. Pero el fútbol entre Francia y Marruecos siempre fue un microcosmos del control imperial.
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En Marruecos, los franceses esperaban gobernar de forma más pacífica y haciendo mayor hincapié en el poder blando que en su ocupación de la vecina Argelia. El General Hubert Lyautey, primer general francés residente en Marruecos, habló de su técnica de la “mancha de aceite”, extendiendo el poder lentamente por el país y a menudo a través de los líderes locales marroquíes. La medicina y la educación fueron dos vehículos para emplear la técnica, proporcionando una forma de influir indirectamente en la población marroquí. El fútbol fue una tercera.
Uno de los partidos más famosos que encarnan este principio tuvo lugar en Casablanca el 11 de abril de 1937, entre el equipo marroquí y el equipo B francés. Desde el principio, el gobierno francés y la Asociación Francesa de Fútbol dejaron claro que el partido tenía “fines propagandísticos”. El gobierno colonial francés pagó el viaje del equipo francés a Marruecos, donde el general Charles Noguès, entonces general residente, les dio la bienvenida en la sede del protectorado en la capital, Rabat, en día anterior al partido. La liga de fútbol marroquí data de 1916, cuatro años después de la instauración del protectorado francés. Esta era la cuarta vez que el equipo B francés viajaba a Marruecos, pero Marruecos siempre había perdido.
La cobertura de prensa, que promovía la narrativa colonial de Francia como la “patrie” (patria) y Marruecos como el niño subdesarrollado que necesita orientación, describió la contienda como “entre los maestros, los representantes del fútbol francés, y los escolares, los jóvenes jugadores marroquíes”. Un periódico colonial de Marruecos incluso se refirió al equipo marroquí como “escolares sumisos”. En una metáfora bastante brutal, se instaló una línea telefónica en el estadio para enlazar Casablanca y París, mientras los zouaves – soldados marroquíes del ejército francés – tocaban música para el público. Era una demostración de fuerza colonial, un recordatorio de la hegemonía francesa y una forma de aumentar aún más su influencia.
Sin embargo, en los trepidantes y muy disputados 90 minutos, Marruecos se impuso a los franceses por 4-2. Los marroquíes presentes en el estadio estaban eufóricos por lo que podría haberse convertido fácilmente en una demostración de fuerza anticolonial marroquí, salvo porque sólo tres de los once miembros del equipo eran marroquíes: Mekki, Trimbo y Larbi Ben Barek. El resto eran todos europeos blancos residentes en Marruecos. Esto se debía a la política colonial francesa: La Ligue du Maroc de Football había decidido en 1936 que todos los equipos debían tener al menos tres jugadores europeos para participar en la liga.
En 1938, el gobernador de Argelia escribió a Noguès para explicarle que iba a introducir allí una normativa racial similar para los equipos de fútbol “para evitar que los partidos de fútbol entre europeos y nativos degeneraran en rivalidades étnicas, políticas o sociales”. Noguès respondió que esa normativa ya existía en Marruecos. Ambos gobernadores coincidieron en que garantizar que los equipos de fútbol incluyeran jugadores europeos y norteafricanos evitaba aumentar las tensiones latentes de las jerarquías raciales coloniales.
Las autoridades coloniales eran conscientes de la violencia que podía desatarse por una mala imagen y de las posibles consecuencias de animar a las multitudes alborotadas a animar al equipo que consideraban que representaba a su raza y a su país. Incluso las películas que se rodaban en Marruecos en la década de 1930 estaban fuertemente censuradas para evitar los vítores que estallaban cuando alguien que pudiera ser considerado norafricano mataba a un blanco. Esto incluía a las películas estadouidenses con tiroteos entre nativos americanos y vaqueros.
Garantizar que hubiera jugadores blancos en los equipos norteafricanos también servía como recordatorio del poder colonial, del mito permanente de la cercanía de las relaciones franco-marroquíes, que pasaba por alto que se trataba de una cercanía coercitiva impuesta a los marroquíes que la mayoría nunca habría elegido. A su vez, era una forma de evitar una posible amenaza a las jerarquías raciales coloniales si un equipo totalmente blanco era derrotado por un equipo totalmente norafricano.
La ciencia racial colonial también estaba detrás de los equipos de fútbol mestizos. En 1926, sólo 10 años antes de que se introdujera el reglamento, el académico francés Georges Hardy publicó un libro sobre el ‘alma marroquí’, en el que se quejaba de que, en Marruecos, “la sociedad nativa se ve a sí misma como hecha de un polvo de moléculas individuales sin ninguna cohesión, ningún vínculo, que sólo la presión de una autoridad gobernante puede unir”. El libro añadía que los marroquíes “tienen un exceso de emociones y carecen de espíritu de equipo”. Estas creencias, ideadas para justificar el imperialismo francés, eran comunes en el Marruecos colonial. Las autoridades francesas de principios del siglo XX habrían pensado que los jugadores marroquíes eran incapaces de formar un equipo cohesionado sin la mano guía de los europeos.
Los equipos de fútbol racialmente mixtos representaban una fantasía colonial de colaboración y paz entre franceses y marroquíes, perfectamente encapsulada en un acto propagandístico al que podían asistir miles de personas. Pero la realidad de jugar en el equipo estaba lejos de ser racialmente igualitaria.
Incluso los desplazamientos entre distintas ciudades para los partidos revelaban la profundidad de la desigualdad colonial, ya que los marroquíes no podían circular libremente, ni siquiera dentro de la zona francesa de Marruecos. Necesitaban un permiso especial para desplazarse entre las distintas regiones bajo control francés; un permiso concedido a discreción de las autoridades francesas. Para viajar al extranjero a los partidos o a las zonas españolas o internacionales de Marruecos, necesitaban un visado y un pasaporte, que eran considerablemente más difíciles de obtener para los marroquíes que para los europeos.
Los jugadores marroquíes también tenían que estar excepcionalmente dotados. Los tres jugadores marroquíes que formaban parte de la selección de 1937 tenían bastante más talento que los europeos, sobre todo Ben Barek. Ben Barek, el primer futbolista apodado ‘la perle noire’ (la perla negra), apodo que más tarde recibió el mozambiqueño Eusebio y luego el brasileño Pelé, demostró su valía con una actuación espectacular en el equipo de 1937, lo que propició su fichaje por el gigante francés Olympique de Marsella en 1938.
En 1931, Raoul Diagne, hijo del político guayanés Blaise Diagne, se convirtió en el primer jugador afrodescendiente de un equipo de fútbol francés. Pero Ben Barek fue el primer norafricano. A pesar de las regulaciones raciales coloniales para limitar a los jugadores marroquíes, Ben Barek pudo dar uno de los primeros pasos para diversificar el fútbol francés. Hoy, más de la mitad de los jugadores de la selección francesa son issus de l’immigration (de origen inmigrante).
El fútbol sirvió a las autoridades coloniales francesas para intentar proyectar una fantasía de dominio colonial y aumentar su poder blando. Pero también ofreció un espacio para transmitir apoyo anticolonial. Tras liberarse de Francia en 1956, sirvió para que el recién independizado Marruecos mostrará su solidaridad con el equipo argelino durante la guerra de independencia de Argelia.
En 1958, la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) prohibió a la selección marroquí jugar durante dos años un partido contra el Frente de Liberación Nacional argelino, el grupo anticolonialista que luchaba por la independencia de Francia y que el gobierno francés consideraba terrorista. Más de 60 años después, la selección marroquí de fútbol se hizo eco de la misma solidaridad pidiendo la liberación de Palestina y posando para fotografías con la bandera palestina. Puede que el fútbol fuese una forma de reforzar el poder colonial en Marruecos, pero los marroquíes lo utilizaron repetidamente como expresión de protesta anticolonial.
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Catherine Phipps es doctoranda en Historia en la Universidad de Oxford e investigadora de la Universidad Al Akhawayn. Su trabajo se especializa en el poder colonial del Imperio francés en el norte de África.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 19 de diciembre de 2022.