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El Interprete Digital

Buscando fe en Yenín

Por Zain Assaf para Institute of Palestine Studies

Buscando fe en Yenín [Aya Ghanameh / Institute of Palestine Studies]

Mi bisabuelo Fayes encontró consuelo en la santificada paz del Cementerio Mártir Iraquí, en Yenín. Este espacio sagrado le sirvió de refugio personal; un lugar donde podía resguardarse de las presiones de la vida cotidiana y buscar la paz interior en el recuerdo de aquellos que ya abandonaron este mundo. En el silencio de las noches, el té que le preparaba mi bisabuela Kamleh lo ayudaba a combatir el frío.

[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]

Luego de que la Nakba la sorprendiera lejos de su familia, mi bisabuela Kamleh encontró refugio en Yenín. Ella nunca imaginó que el destino la depositaría lejos de su lugar natal Acre, que la vio nacer en 1932. Pero, el destino tenía más planes para ella y pronto encontró el amor en un fallah (campesino), Fayes. Es así como Yenín se transformó en el nuevo hogar lejos de casa para Kamleh; un lugar donde encontró consuelo y estableció raíces junto a Fayes, a pesar de las dificultades.

Entre tazas de té, y el aroma de merimaya (salvia), los desolados ojos de mi madre comparten la historia de mis bisabuelos y la Nakba. Mi madre es la más joven de 10 hermanos, y el vínculo con sus abuelos era — es — incondicional. Tal vez, porque ella los acompañó durante sus últimos años de vida, momento en el que escuchó la historia de sus vidas y terminó siendo su mejor amiga. Y ahora, ella transmite esos relatos conmigo, abriendo una ventana hacia un mundo lleno de luchas y triunfos, forjado por al calor del amor que los unió.

1948 marcó la vida de Fayes dada la fundación del Cementerio Mártir Iraquí. Este lugar ocupaba un espacio especial en el corazón de mi bisabuelo, porque era más que el lugar para el descanso final de quienes ya no están. Era un emotivo recuerdo del sacrificio y el coraje desinteresado que demostraron los soldados iraquíes durante la Nakba, y en los momentos en que las milicias sionistas cometían crímenes brutales y amenazaban la misma existencia de la ciudad palestina de Yenín.

Durante la Batalla de Yenín, murieron 44 soldados iraquíes. Mi bisabuelo recogió sus cuerpos, los identificó, y donó su propia tierra para la construcción del cementerio, que hasta hoy mantiene viva la memoria de quienes sacrificaron sus vidas para defender a Palestina.

Solo después de tomar un profundo respiro, mi madre comienza el relato que mi bisabuelo compartió con ella.

“Él los encontró bañados en su propia sangre. A pesar de su martirio, nadie se apresuraba a recogerlos. La gente estaba asustada y no se acercaba.” Así había descrito la escena mi bisabuelo, afirmaba mi madre.

Mi bisabuelo — junto a otros hombres del pueblo recogieron los cuerpos para luego enterrarlos en un terreno de su propiedad y así fundar el Cementerio Mártir Iraquí. Los mártires eran cristianos y musulmanes, suníes y chiíes. A pesar de las tradiciones, todos fueron sepultados en un mismo cementerio. Después de todo, los mártires estaban atravesados por la misma noble causa.

“El bisabuelo buscó las placas de identificación para conocer los nombres de los mártires y así poder tallar sus nombres en las lápidas. Algunos no pudieron ser identificados, por eso, existen lápidas en las que se puede leer la palabra; desconocido,” afirma mi madre con cierto aplomo.

Se refirió al aroma de los cuerpos: “Se desprendía una fragancia aromática de almizcle.” El relato tiene un eco innegable en la creencia islámica de que los cuerpos de los mártires están permeados por una esencia almizclera.

Antes de 1948, mi bisabuelo pasaba sus días en la granja. Nunca pensó que un día la seguridad de su hogar y su ciudad se encontraría amenazada. Tal vez sólo por eso el cementerio ocupó un lugar tan importante en su corazón. “Los mártires eran su vida,” repite mi madre, una y otra vez.

Poco tiempo después, Fayes conoció a su futura esposa, Kamleh. “Ella era de Acre y creció cerca de la Mezquita Al Jazzar. Ella nos llevaba a pasear por las calles del pueblo para mostrarnos la casa de su familia,” relata mi madre mientras recuerda visitas pasadas. Sin embargo, era  prohibido percibir la ciudad como propia.

Cuando los palestinos fueron expulsados de sus pueblos y ciudades en 1948, mi bisabuela estaba visitando parientes y amigos en el pueblo de Arraba en la gobernación de Yenín. Para entonces, su padre había fallecido y su familia cercana — madre y única hermana — se encontraba en Acre.

A medida que las masacres ganaban voz, el miedo aumentaba. Si bien su madre y hermana escapan de la muerte, ambas fueron expulsadas de su hogar y enviadas a Saida, Líbano, en calidad de refugiadas. Mientras tanto, mi bisabuela continuaba en Jenin.

“Ella quedó atrapada en Yenín sin nada. Ella nunca imaginó que esto pudiera pasarle. Quiero decir, tu bisabuela dejó su casa con la intención de regresar y sin saber lo que el futuro le deparaba”, afirma mi madre entre suspiros mientras saborea otra taza de té.

En un solo día, mi bisabuela pasó de peregrina a refugiada, sin poder regresar a su casa y siendo separada de su familia. Sin embargo, el destino juntaría a mis bisabuelos poco tiempo después de la Batalla de Yenín.

Él visitaba con cierta frecuencia a sus tíos que vivían en Arraba, y eran vecinos con la familia que dio refugio a mi bisabuela. Y, en algún momento de 1948, al cruzarse se enamoraron. “Él sintió un intenso amor por ella (غرام). Ella fue una mujer muy hermosa, y él era conocido por su valentía (Al Antarالعنتر). Todos lo respetaban. Era buen mozo, alto de ojos azules y ¡valiente!” agrega mi madre.

Pero los padres de mi bisabuelo no aprobaban la unión. En sus ojos, ella era una refugiada que no estaba a su altura. A pesar de la oposición, ellos se casaron en 1949. Por eso mismo, una vez contraído el matrimonio, construyeron un nuevo hogar en el jardín donde trabajaba mi bisabuelo.

Al contrario del imaginario común, mamá afirma que la vida en “El bustan (jardín) era como vivir en el paraíso,” jurando a Dios que no era una exageración, describiendo el placer de sentarse a la sombra del árbol de parra, que a sus ojos cubría todo el cielo como una manta.

El jardín tenía una pequeña estructura que servía de cuarto y un baño exterior que sirvió como base para un nuevo hogar y una vida compartida.

Mis bisabuelos — ya con sus vidas anudadas — continuaron enfrentando las consecuencias de la Nakba, y años de desplomarse para volverse a levantar. Tres de sus hijos murieron por el consumo de vegetales contaminados. Y en 1967, los sionistas derrumbaron la casa que habían construido en el jardín, quedando solo el marco metálico en pie.

Ese mismo año, cuando explotó la guerra de los seis días, mi bisabuela estaba embarazada y a punto de dar a luz. Según la historia familiar, mis bisabuelos encontraron refugio junto a otros vecinos en las montañas de Al Shuhada.

Tres días más tarde, mi bisabuela dio a luz a mi tía, Amal. “La elección del nombre no fue casualidad. Amal significa esperanza en árabe. La esperanza de que Palestina sea liberada”, explica mi madre con cierto sarcasmo. Ellos nunca anticiparon lo que la ocupación tenía planeado para Yenín y las otras localidades palestinas.

Mis bisabuelos debieron alquilar un departamento en Yenín, porque los sionistas prohibieron la reconstrucción de la casa en el jardín. Allí pasaron el resto de su vida en Yenín. Y, tras la creación de la Autoridad Palestina en la década de 1990, uno de mis tíos recuperó el control de la propiedad y volvió a reconstruirla.

La Ocupación, los asentamientos y la resistencia marcaron el resto de la vida de mis bisabuelos. Mi madre era una niña cuando estalló la Primera Intifada, pero recuerda como mi bisabuelo — ya con una edad avanzada — era apuntado, acosado e interrogado de forma constante por el régimen israelí.

Al igual que muchos otros palestinos, el hijo mayor de mis bisabuelos fue detenido y víctima del infinito régimen de arresto administrativo, para luego ser condenado a seis años de prisión.

El arresto administrativo es simplemente una herramienta de represión utilizada por el régimen israelí para detener a palestinos de forma indefinida sin presentar causas y negar el derecho a juicio. Además, los detenidos son víctimas de un trato cruel que incluye el abuso psicológico y la tortura física. De hecho, se ha vuelto costumbre denunciar este tipo de arresto y luchar por la libertad llevando el cuerpo al límite a través de huelgas de hambre.

A pesar de las dificultades y pérdidas enfrentadas a partir de la Nakba, mi madre asegura que mis bisabuelos disfrutaron de profuso amor. Y explica que sus vidas son un tributo al espíritu palestino de resistencia

Mi bisabuelo falleció en la ciudad de Amán en 2001, a los 90 años, y sólo 11 meses antes de que yo naciera. Su deseo era ser sepultado junto a sus camaradas iraquíes en Yenín, pero debido a materias legales de competencia de la Autoridad Palestina, esto no fue posible. Hoy, sus restos descansan en Yenín … pero junto a su mejor amigo.

Mi bisabuela falleció siete años más tarde, y también tenía un deseo: ser enterrada en su ciudad natal, Acre. Este deseo tampoco pudo cumplirse, y su cuerpo fue sepultado en la ciudad de Amán, lejos del lugar que supo ser su hogar.

El año pasado pude visitar Yenín y el Cementerio Mártir Iraquí. Mientras estaba allí pude sentir que caminaba detrás de los pasos de mi bisabuelo, mientras disfrutaba de los cipreses que él mismo plantó. Al levantar la vista y observar la hilera de lápidas, entendí que soy parte de algo más grande; un legado de coraje y sacrificio que perdurará en el tiempo.

Este artículo es el resultado del taller “¿Cómo escribir tu historia de la Nakba?”, organizado por el Institute for Palestine Studies (IPS) con ocasión del 75 aniversario de la Nakba, bajo la dirección de Laura Albast. Siendo disponible en el portal en su versión en inglés y árabe. El Intérprete Digital colaboró con el IPS para hacer llegar estas historias a todo el público hispanohablante. El proyecto fue co-patrocinado por United Palestinian Appeal y el Centro de Estudios Árabes Contemporáneos de la Universidad de Georgetown. 

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Zain Assaf es licenciada por la Universidad Georgetown de Qatar. Actualmente trabaja como Asistente de Producción en Al Jazeera English.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 14 de mayo de 2023.