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El Interprete Digital

Neoliberalismo y Kafala

Por Sumayya Kassamali para The Public Source

Un graffiti de un establecimiento en Mar Michael, Beirut, lee “empleada doméstica no esclava” [ Fearless Amnesty / Creative Commons]

¿Cuál es su primer recuerdo cuando piensa en una trabajadora doméstica asiática o africana en el Líbano? ¿Fue en algún momento durante la Guerra Civil, tal vez a mediados de la década de 1980, cuando vagamente recuerda haber visto caras nuevas comprando verduras en la misma tienda de comestibles que su madre y notando su extranjeridad? ¿O sería al visitar a un pariente o vecino adinerado poco después de la guerra, a principios de la década de 1990, y ser atendido por una mujer con un uniforme a rayas a quien identificó como filipina? ¿O tal vez fue un recuerdo incómodo de conocer la letra completa de la infame canción de 1989 de Elie Ayoub, El-Bint El-Sirlankiyye, que llegó a la televisión antes de que usted viera a mujeres reales de Sri Lanka en espacios públicos? Cualquiera que fuera el momento, una cosa está clara: en algún momento en el transcurso de los últimos 40-50 años, la presencia de inmigrantes africanos y asiáticos, en particular los trabajadores domésticos, se ha vuelto inextricable de la existencia libanesa.

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La historia incompleta del sistema Kafala del Líbano

La historia de lo que llamamos el sistema Kafala en el Líbano aún no se escribe adecuadamente, carencia que refleja tanto las prioridades de los historiadores como los muchos silencios de los archivos. Aunque, si nos centramos en la práctica del trabajo doméstico, la historia se suele contar como a continuación.

Las familias adineradas de las áreas que hoy conforman el Líbano han dependido durante mucho tiempo de la ayuda externa para realizar las tareas del hogar. A principios del siglo XX, esta mano de obra procedía principalmente de niñas pobres o huérfanas de la región, a menudo facilitadas por las familias de las mismas y a cambio de educación y posterior matrimonio con personas de estatus social superior, en lugar de salarios. [1]

Durante la guerra civil, este mundo del servicio doméstico de clase media y alta se vio sacudido en múltiples frentes. Los sirios fueron expulsados ​​en masa de las zonas cristianas.[2] Los palestinos, empoderados por los frentes de resistencia armada, amenazaron con convocar a los fedayines en contra de aquellos que pudieran maltratarlos.[3] Ciertos empleadores ya no querían los servicios de sirios, palestinos o libaneses, que eran percibidos como enemigos dentro de sus casas. Mientras tanto, en otras partes de Asia, las crisis económicas y políticas llevaron a países como Sri Lanka y Filipinas a exportar activamente a sus mujeres al mercado laboral mundial para generar un PIB alimentado por remesas, y Oriente Medio fue un destino clave para esta migración.

De vuelta en Líbano, empresarios aprovecharon la limitada regulación estatal durante la guerra, así como la repentina necesidad de reemplazar a las trabajadoras domésticas árabes y kurdas, para comenzar a traer mujeres asiáticas y africanas al país. Se creía que las mujeres extranjeras tenían menos probabilidades de causar crispación debido a que no estaban involucradas en el clima político, estaban dispuestas a trabajar por salarios más bajos y supuestamente eran más sumisas. [4]

Empresarios aprovecharon la regulación estatal limitada durante la guerra, así como la repentina necesidad de reemplazar a las trabajadoras domésticas árabes y kurdas, para comenzar a traer mujeres asiáticas y africanas al país.

Aunque el relato anterior sirve como un mito originario del sistema Kafala actual, asimilar todo el panorama requiere incluir otras historias regionales, especialmente las de la esclavitud doméstica bajo el último periodo del Imperio Otomano; la práctica informal de familias libanesas que viajaron al continente africano y otros lugares y regresaron con sujetos racializados que trabajaron en el hogar y se convierten en una presencia fija, a menudo intergeneracional, en la familia; y las conexiones en tiempo de guerra establecidas entre el Líbano y la región del Golfo, donde se originaron formalmente aspectos del sistema Kafala. [5]

Sin embargo, lo que sí sabemos con certeza es que el período de la guerra civil libanesa sirve como línea divisoria entre un país donde algunas familias adineradas tenían ayuda doméstica y un país que se caracterizó por el sistema generalizado y multifacético de mano de obra migrante temporal y servidumbre racializada a la que hoy nos referimos como Kafala.

A pesar de la evidencia de mujeres asiáticas y africanas que ingresaron al Líbano como trabajadoras domésticas durante la guerra misma (1975-1990), fue solo hasta después de 1993 que la práctica se configuró en un fenómeno social a gran escala. [6] En 1994, se informó que la mitad de la fuerza laboral extranjera en el Líbano era asiática frente a 44% árabe. Esta diferencia aumentó a 65% frente al 22% en 1997. La mitad de la mano de obra migrante legal provenían de Sri Lanka, con casi 20.000 permisos de trabajo expedidos para trabajadores domésticos en los primeros diez meses de 1997. [8] En el año 2000, más del 90% de los inmigrantes asiáticos en el Líbano trabajaban como empleados domésticos. [9] Para cuando la economía se derrumbó en 2019, se estimó que una de cada cuatro familias en el Líbano tenían un trabajador doméstico migrante a tiempo completo. [10]

Hay una pregunta que me he estado haciendo durante algunos años. ¿Por qué tener un extraño en casa, alguien con quien no tienes relación, que no habla árabe y cuya contratación no es un gasto insignificante, particularmente en una sociedad de creciente desigualdad, se convirtió en la solución de posguerra para el trabajo doméstico en el Líbano?

Hay una pregunta que me he estado haciendo durante algunos años. ¿Por qué tener un extraño en casa, alguien con quien no tienes relación, que no habla árabe y cuya contratación no es un gasto insignificante, particularmente en una sociedad de creciente desigualdad, se convirtió en la solución de posguerra para el trabajo doméstico en el Líbano? Ciertamente, la falta de servicios proporcionados por el estado, como cuidado de niños, atención médica adecuada y cuidado de ancianos, explica en parte el giro hacia la subcontratación. Pero muchas sociedades han respondido a esta pregunta de otras maneras. Aparte de dejarlo como el dominio tradicional de las mujeres, se podría considerar que los hombres o los niños hicieran parte del trabajo, por ejemplo, y organizarse colectivamente a través de asociaciones, o distribuir responsabilidades entre quienes viven en edificios o barrios compartidos (como solía suceder durante la guerra), [11] o emplear a quienes ya viven en el país para realizar dicho trabajo a tiempo parcial. Además, a diferencia de los contextos occidentales donde el crecimiento del trabajo doméstico fue paralelo a un aumento en el ingreso de mujeres a lugares de trabajo, este no fue el caso en el Líbano, donde la participación de las mujeres en la fuerza laboral sigue siendo comparativamente limitada. ¿Por qué, entonces, el país pareció llegar a un consenso nacional de que esta era una buena manera de organizar su forma de actividad cotidiana más básica, más esencial y más diferenciada por el género? La respuesta, quiero argumentar, solo se puede encontrar si situamos el surgimiento del sistema Kafala en el contexto de la neoliberalización de la posguerra.

Kafala y el orden social de posguerra

A pesar de la gran atención dedicada a explicar qué causó la actual crisis financiera del Líbano, todavía tenemos que entender su conexión con el sistema Kafala. Aunque la conciencia pública sobre el abuso y el racismo relacionados con la mano de obra migrante ha aumentado en los últimos años, Kafala es a menudo mencionado en una larga lista de problemas que tiene el Líbano, junto con la falta de provisión de servicios estatales, fallas en la infraestructura y discriminación generalizada contra quienes no son ciudadanos. Sin embargo, si volvemos a situar el sistema Kafala como un elemento central de la transformación de la posguerra en el Líbano, podemos entender un conjunto de conexiones mucho más profundas que están en juego aquí.

Está bien documentado que el estado libanés de la posguerra hizo poco para reparar las industrias destruidas por la guerra, al contrario, reorientó la economía en torno al sector de servicios y solicitó grandes préstamos para financiar proyectos inmobiliarios y de infraestructura. La deuda pública se disparó, los bancos locales obtuvieron importantes ganancias y el país desarrolló una fuerte dependencia de los flujos de ingresos externos, en particular del turismo y las remesas. Juntas, estas políticas convirtieron al Líbano en uno de los países más desiguales del mundo, un ejemplo clásico de los cambios económicos agresivos posteriores a la década de 1980, a los que se hace referencia globalmente como neoliberalización. Pero aquí es donde es útil abordar una de las ideas clave proporcionadas por la literatura sobre el neoliberalismo. En lugar de definir el neoliberalismo como una política puramente económica definida por la desregulación, el capitalismo financiero y la privatización, académicos como Wendy Brown nos han pedido que veamos el neoliberalismo como una forma de razón social. [12] En palabras de Dardot y Laval, “el neoliberalismo no es meramente destructivo… también es productivo de ciertos tipos de relaciones sociales, ciertas formas de vida, ciertas subjetividades. En otras palabras, lo que está en juego en el neoliberalismo es… la forma en que somos llevados a comportarnos, a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos”. Por lo tanto la pregunta que debemos hacernos sobre la economía política de la posguerra en el Líbano no es solo sobre los fracasos de las políticas y prácticas financieras irresponsables, sino: ¿qué tipo de sociedad produjo esto?

Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos sobre la economía política de la posguerra en el Líbano no es solo sobre los fracasos de las políticas y las prácticas financieras irresponsables, sino: ¿qué tipo de sociedad produjo esto?

En 2015, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó un informe sobre la mano de obra migrante en todo el mundo, señalando una concentración en América del Norte, el norte, sur y oeste de Europa y los Estados árabes. [14] Curiosamente, el informe señaló que, mientras que en América del Norte y Europa están “experimentando un rápido envejecimiento demográfico de las sociedades”, en los estados árabes, “la alta demanda de trabajadores domésticos… está parcialmente relacionada con las crecientes necesidades de cuidados”. En cambio, “la demanda está impulsada por el aumento de la riqueza y el nivel de vida de la población nacional y por las tradiciones socioculturales [énfasis añadido]. No es raro que los hogares unipersonales contraten a varios empleados domésticos para realizar diferentes tipos de tareas (limpieza, cocina, conducción, vigilancia y jardinería)”. ¿Qué quiere decir la OIT en esta torpe referencia antropológica a las “tradiciones socioculturales” como factor explicativo de esta concentración regional de mano de obra migrante?

A pesar de la diferencia entre los niveles de ingresos de los hogares en el Golfo y en el Líbano, sabemos que también en el Líbano tener un trabajador doméstico es una práctica popular que supera con creces el simple hecho de la necesidad. La contratación de una trabajadora doméstica se vocifera popularmente como una solución a los problemas maritales, se presenta como un regalo de los esposos cariñosos o de los hijos que mantienen a los padres desde el extranjero, y se considera un indicador de estatus social. Según Fawwaz Traboulsi, escribiendo en 2014, tener un trabajador doméstico migrante residente a tiempo completo es un “requisito de estatus mínimo” para pertenecer a la clase media libanesa, secundario a ser propietario de un apartamento y enviar a los niños a una escuela privada, pero de igual importancia que tener acceso a Internet, un teléfono móvil y una tarjeta de crédito. [15] De hecho, la conexión más explícita que se hace entre la crisis financiera y Kafala ha sido señalar cómo la paridad artificial con el dólar “le dio a los libaneses mayores ingresos y nivel de vida que en cualquier país árabe vecino”, [16] permitiendo a la ciudadanía disfrutar de lujos como SUV y sirvientes domésticos. Pero, ¿cómo la presencia de un trabajador doméstico migrante se volvió comparable con los viajes de placer o las compras de ropa, aparatos electrónicos o automóviles?

Quiero argumentar que el sistema Kafala es esencial para comprender un aspecto poco teorizado de la economía política libanesa de la posguerra: la creación de una sociedad (y no solo una economía) de improductividad.

Quiero argumentar que el sistema Kafala es esencial para comprender un aspecto poco teorizado de la economía política libanesa de la posguerra: la creación de una sociedad (y no solo una economía) de improductividad. Aunque la economía del Líbano nunca se ha caracterizado por la producción a gran escala de bienes o recursos naturales, y se ha organizado en torno al comercio, la banca y el sector de los servicios desde la independencia, fue bajo el gobierno de Hariri que tales políticas se aceleraron y consolidaron. Con el apoyo de instituciones internacionales como el Banco Mundial y la ONU, el proyecto de ‘capitalismo como reconstrucción del desastre’ de Hariri priorizó los sectores financiero y de construcción a expensas de la industria y la agricultura, convirtiendo al Líbano en un país dependiente de la entrada de bienes y efectivo, mientras experimentaba una constante emigración debido a la falta de oportunidades laborales sostenibles. [17] En palabras de Karim Makdisi, “los agricultores se convirtieron en taxistas, los artesanos se convirtieron en meseros y personal de hotel, los graduados universitarios se convirtieron en empleados bancarios, los ambientalistas se convirtieron en gerentes de proyectos de ONG, ingenieros se convirtieron en capataces de construcción, los académicos se convirtieron en expertos y consultores, y los ciudadanos se convirtieron en consumidores.” [18]

Como es dolorosamente evidente ahora, la riqueza en esta economía se generó a través de un esquema Ponzi de altas tasas de interés mediante el cual el dinero retirado por expatriados e inversores ricos produjo una cantidad colosalmente mayor de dinero sin necesidad de mano de obra o materias primas, ni se redistribuyó en el la sociedad en general. Dinero que produce más dinero para una pequeña élite sin producir nada que realmente se necesite para sobrevivir: esta es la magia hueca del capitalismo financiero. Por supuesto, la burbuja estalló, pero mientras duró, fue espectacular en su exceso. De 1993 a 2018, las ganancias bancarias aumentaron de USD 63 millones a USD 22 mil millones. [19] El paisaje del país se transformó en uno de grúas, edificios de gran altura y una costa privatizada, y las ciudades fueron salpicadas de boutiques de lujo que anunciaban un estilo de vida glamoroso que pocos podían permitirse. Entre 2003 y 2010, el precio promedio por metro cuadrado en Beirut aumentó un 300%. [20] Todo esto se basó en el aumento de la deuda nacional y la dependencia del dólar, ya que el Líbano importó el 80% de lo que su gente necesitaba para subsistir, incluidos alimentos, combustible y medicinas. [21] Y, sin embargo, de alguna manera, durante este período exacto, un número creciente de mujeres africanas y asiáticas fueron traídas al Líbano para trabajar dentro de sus hogares y luego sujetas a una explotación que va desde la vigilancia hasta el encarcelamiento, desde el robo de salarios hasta la tortura. Las nuevas normas del sistema Kafala se establecieron con una impunidad total a manos tanto del estado como de la sociedad, que es casi como si los dos conjuntos de prácticas –uno de riqueza improductiva excesiva y el otro de abuso doméstico excesivo– estuvieran conectados.

¿Economía improductiva, sociedad improductiva?

Ya sabemos que el sistema Kafala permite una transferencia de riqueza de sujetos marginados de todo el mundo a manos libanesas. Un informe reciente estimó que el sistema genera ingresos anuales de USD 100 millones, de los cuales poco más de la mitad se destinan al sector privado compuesto por agencias de empleo, compañías de seguros y otros brokers, y casi USD 50 millones al año entran en el sector público (la mayoría directamente a Seguridad General). [22] Aunque esta cantidad palidece en comparación con las ganancias bancarias anuales, sigue siendo significativa en un país que depende totalmente de las entradas de dólares. Además, también sabemos que el sistema Kafala ha reformado las prácticas laborales en el país, provocando lo que Nizar Saghieh describe como una enorme disminución de los valores culturales en torno al empleo. [23] Saghieh muestra cómo la llegada de un gran número de trabajadores extranjeros sujetos a las restrictivas condiciones del patrocinio fomentan un modelo de empleo en el Líbano en el que todo el poder se concentra en manos de los empresarios. El análisis de Saghieh insiste en que situemos el sistema Kafala en el centro de la experiencia libanesa y no simplemente en las experiencias africanas y asiáticas en el país. De hecho, podemos ver a el Kafala como sedimentando un modelo de relación que va más allá del empleo y se extiende a las relaciones sociales en general. Esto se debe a que, si vamos a tomar en serio las contribuciones del feminismo, ese ámbito infravalorado de la esfera doméstica es precisamente donde se aprueban y toman forma valores culturales determinantes.

Así como el Líbano de la posguerra se alejó de la productividad en términos de bienes, recursos y oportunidades laborales a nivel económico, el Líbano también se alejó del trabajo de producción más básico a nivel social: la producción de personas.

Comprender la relación entre una economía improductiva y el trabajo doméstico requiere una interpretación más profunda de lo que llamamos “producción”. Si adoptamos una lectura antropológica del marxismo, que nos viene más explícitamente de David Graeber, entonces podemos definir “producción” como la producción de relaciones sociales y no simplemente de mercancías, y “trabajo” como “aquellas acciones creativas mediante las cuales se da forma y se remodela el mundo que nos rodea, a nosotros mismos y, especialmente, a los demás.” [24] A su vez, lo que los marxistas feministas llaman “trabajo reproductivo” (y a lo que aquí nos referimos como “trabajo doméstico”) se debe entender no solo como lo que permite la reproducción de la fuerza de trabajo, como si el trabajo real solo sucediera fuera del hogar, sino, en palabras de Graeber, “como la forma más elemental de trabajo real que produce valor, como el núcleo mismo y la esencia de la vida creativa humana”. La forma en que organizamos el trabajo de cuidado es inseparable del modo de producción (o no producción) a través del cual organizamos esas operaciones formales que se denominan economía. Lo que estoy sugiriendo, por lo tanto, es que así como el Líbano de la posguerra se alejó de la productividad en términos de bienes, recursos y oportunidades laborales a nivel económico, el Líbano también se alejó del trabajo de producción más básico a nivel social: la producción de personas.

Volviendo a las palabras de Wendy Brown, el alejamiento del trabajo productivo puede verse como una de las “formas de razón” clave del neoliberalismo en el Líbano. A su vez, podemos reformular el sistema Kafala no solo como un sistema en el que los empleadores pueden abusar de los empleados, o los ciudadanos tienen privilegios únicos sobre los extranjeros, o las señoras y señores de piel clara se aprovechan de los sujetos de piel más oscura, sino como uno en el que la sociedad libanesa se desprende de la generación de valor significativo– en el sentido más básico, del trabajo de reproducirse a sí mismo. Esto incluye no solo el trabajo cotidiano de cocinar, limpiar o cuidar a los más vulnerables, sino también, como insiste Graeber, la reproducción misma de nuestra capacidad de creatividad y cambio cultural. La transformación del Líbano en una sociedad que devalúa el trabajo doméstico y, al mismo tiempo, legitima en el hogar como lugar de trabajo la violencia y el odio, debe considerarse como parte integral de la transformación del Líbano en una economía que devalúa la agricultura, la industria y la inversión productiva mientras legitima la codicia y el elitismo oligárquico. Así como las lecciones del feminismo han insistido repetidamente en que lo personal es político, aquí podemos ver que lo político (es decir, la economía política de la posguerra) es profundamente personal (es decir, visto en la esfera doméstica). Y lo que esto también significa es que lo que se necesita para reformar verdaderamente el sistema Kafala no es simplemente un cambio en las leyes laborales o la protección político-legal, sino un cambio, para citar a la OIT, en las “tradiciones socioculturales”.

La transformación del Líbano en una sociedad que devalúa el trabajo doméstico y, al mismo tiempo, legitima en el hogar como lugar de trabajo la violencia y el odio, debe considerarse como parte integral de la transformación del Líbano en una economía que devalúa la agricultura, la industria y la inversión productiva mientras legitimar la codicia y el elitismo oligárquico.

¿Cuáles son las consecuencias de este argumento al reformular nuestra comprensión del Líbano contemporáneo? Ofrezco tres sugerencias –tanto para resumir como para provocar.

(1) El “neoliberalismo” en el Líbano tiene un tercer pilar, uno tan central para la transformación socioeconómica del país de la posguerra como la banca y el sector inmobiliario: el sistema Kafala. Esto no solo significa que tenemos que entender la subcontratación de las tareas domésticas a las mujeres migrantes como un elemento de la estructura más grande que surgió (especulación bancaria, deuda estatal, privatización del espacio público, bienes raíces especulativos), sino que también se volvió socialmente aceptable en el Líbano de la posguerra que, al menos para quienes podían permitírselo, ni los libaneses ni las libanesas necesitaban hacer las tareas del hogar.

De ahí surgió el consenso de que la forma más elemental de producción, es decir, la producción de personas (o el trabajo para el cuidado), debía ser privatizada, luego tercerizada y luego estructurada a través de la explotación. Iba a ser una transacción llevada bajo la regla del dinero (pagar a alguien para que lo haga), realizada por sujetos que fueron traídos al país sin otra razón (alguien a quien no le debes nada), y tratados más como esclavos que como empleados (violando los términos de cualquier contrato con total impunidad). ¿Podría el Kafala, de hecho, ser también un elaborado esquema Ponzi?

(2) Sabemos que un elemento central de la transformación del Líbano de la posguerra fue crear una sociedad organizada en torno al dinero. Ya sea que se describa a través del lenguaje del servicio por encima de la industria, del espíritu empresarial y el consumo ostentoso, o de la asombrosa brecha entre ricos y pobres, el capitalismo de desastres del Líbano vio la implementación de una estrategia mundialmente familiar después de la guerra o un desastre natural: nunca hay una mejor época para convertir un sistema en un dispositivo de extracción generador de ganancias que cuando ya se está recuperando de otras heridas. [25]

Pero resulta que el orden social de la posguerra no es solo uno en el que tienes dinero y disfrutas de la vida o no lo tienes y no puedes, sino también uno en el que las jerarquías sociales se organizan en torno a profesiones demarcadas a nivel nacional. En otras palabras: el Líbano neoliberal se convirtió en un lugar en el que ciertos tipos de personas llegaron a existir solo para hacer ciertos tipos de trabajo. Ya sea sirio o palestino, de Sri Lanka o etíope, el sistema Kafala demuestra cómo el horizonte de la vida en esta sociedad se ha visto limitado por una intersección particular de raza, género, clase y nacionalidad, de una manera que anula agresivamente los legados anteriores de Beirut como refugio cosmopolita para exiliados regionales y solidaridad internacionalista. Después de todo, ¿de qué otra manera fue posible decir: “Sirlankiyyetik min wein?” ¿Y quién puede imaginar hoy que el Líbano fue una vez el tercer destino más popular para los estudiantes etíopes en el extranjero, después de América del Norte y Alemania? [26]

(3) Si “la economía” no es una zona autónoma de la sociedad donde varias operaciones relativas a bienes y servicios funcionan mágicamente (o no), sino que de hecho está conformada por procesos sociales, entonces la crisis económica que continúa tiene que entenderse como una crisis no sólo de monedas fluctuantes y reservas estatales inadecuadas, sino una crisis de valores culturales. ¿Podría ser que la expansión de la vida migrante independiente en el Líbano, con su vibrante economía informal y su mundo social clandestino lleno de oportunidades a pesar de la precariedad, haya roto la suposición de que contratar a una mujer para ayudar en el hogar y luego confiscar su pasaporte, restringiendo su movilidad , y vigilando su comunicación, es una forma razonable de organizar la vida?

¿Podría la imagen vibrante de Dawra los domingos, llena de una diversidad que ha surgido como consecuencia impredecible del crecimiento del sistema Kafala, haber producido una visión alternativa para el futuro del Líbano que la imagen saneada de Solidere y sus fachadas de consumo de élite?

¿Podría la imagen vibrante de Dawra los domingos, llena de una diversidad que ha surgido como una consecuencia impredecible del crecimiento del sistema Kafala, haber producido una visión alternativa para el futuro del Líbano que la imagen saneada de Solidere y sus fachadas de consumo de élite? ¿Y podría ser que, al igual que la revuelta palestina de los campamentos –que se ha descrito tanto como una manifestación temprana de la revuelta de 2019 y como una señal de advertencia temprana de la crisis inminente del Líbano [27]– los muchos años de objeción por parte de los trabajadores migrantes y sus aliados también han llevado al Líbano a un punto de no retorno? ¿Qué pasaría si lo que colapsó junto con las intrigas de Riad Salameh fue la viabilidad de un orden social que buscaba tratar a las mujeres inmigrantes como máquinas de las que se podía extraer un trabajo interminable con solo insultos, comida estropeada y promesas de pago incumplidas a cambio? ¿Y el thawra de 2019, en algún lugar, podría haber sido también sobre esta objeción?

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Sumayya Kassamali es una antropóloga y su investigación se centra en las experiencias de las trabajadoras domésticas africanas y asiáticas en Beirut, Líbano, y las cambiantes relaciones sociales que acompañaron el crecimiento de la mano de obra migrante temporal en Oriente Medio.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por the Public Source  el 11 de octubre de 2022. 

Referencias:

  1. Desde los años 1920 hasta 1950, por ejemplo, era tan común que las niñas ‘Alawi del norte de Siria fueran enviadas a trabajar a las montañas de Líbano que una mujer libanesa de 73 años entrevistada por Ray Jureidini a principios del siglo XXI recordaba haber escuchado el refrán de niña: “¡Los ‘alauítas están llegando!” para significar que los padres estaban llegando para colocar a sus hijas en hogares libaneses. Además de las jóvenes árabes y kurdas de regiones de Líbano y Siria, también eran comunes las trabajadoras domésticas palestinas y egipcias, especialmente con la llegada de refugiados a través de la frontera tras la Nakba. Para obtener más información sobre esta historia, consulte Ray Jureidini, “In the Shadows of Family Life: Toward a History of Domestic Service in Lebanon”, Journal of Middle East Women’s Studies 5:3 (2009), 74-101; Leila Fawaz, “Sumaya: A Lebanese Housemaid” en Struggle and Survival in the Modern Middle East (University of California Press), 2005; y Maher Abi-Samra, Makhdoumin (A Maid for Each), 2016 + el sitio web adjunto: https://makhdoum.in/
  2. John Chalcraft, The Invisible Cage: Syrian Migrant Workers in Lebanon (Stanford University Press), 2009
  3. Ray Jureidini, “In the Shadows of Family Life”
  4. Se ha documentado un patrón similar en el Golfo, donde se ha demostrado que la asianización de la fuerza laboral masculina no se debe a las necesidades del desarrollo impulsado por el petróleo, sino a romper el creciente poder laboral de los trabajadores árabes tanto politizados en el contexto del nacionalismo árabe y la Revolución palestina, como también lo suficientemente seguros lingüísticamente y culturalmente como para hacer demandas más allá del estatus de trabajador temporal. Ver Omar AlShehabi, Adam Hanieh, y Abdulhadi Khalaf (eds.), Transit States: Labour, Migration and Citizenship in the Gulf (Pluto Press), 2014
  5. Sobre los orígenes del sistema Kafala en el contexto del Golfo, ver Omar AlShehabi, “Policing labour in empire: the modern origins of the Kafala sponsorship system in the Gulf Arab States”, British Journal of Middle East Studies 48:2 (2021), 291-310
  6. Patrick Ireland, “Female migrant domestic workers in Southern Europe and the levant: towards an expanded Mediterranean model?”, Mediterranean Politics 16:3 (2011), 343-363
  7. Nayla Moukarbel, Sri Lankan Housemaids in Lebanon: A Case of “Symbolic Violence” y”Everyday Forms of Resistance” (Amsterdam University Press), 2010
  8. Lina Abu-Habib, “El uso y abuso de trabajadoras domésticas de Sri Lanka en Líbano”. Gender & Development 6:1 (1998), 52-56.
  9. Martin Baldwin-Edwards, “Migración en Oriente Medio y el Mediterráneo”. Comisión Global sobre Migración Internacional, 2005
  10. Assaf Dahdah, L’art du faible: Las migrantes no árabes en el Gran Beirut (Líbano) (Institut Français du Proche-Orient), 2012
  11. Gracias a Lara Bitar por señalarme esto.
  12. Wendy Brown, Undoing the Demos: La revolución encubierta del neoliberalismo (Zone Books), 2015
  13. Pierre Dardot & Christian Laval, The New Way of the World: Sobre la sociedad neoliberal (Verso Books), 2009, 3
  14. OIT “Estimaciones globales sobre trabajadores migrantes”, diciembre de 2015 https://www.ilo.org/global/topics/labour-migration/publications/WCMS_43… Los “Estados Árabes” se refieren a Bahrein, Iraq, Jordania, Kuwait, Líbano, los territorios palestinos ocupados, Omán, Qatar, Arabia Saudita, Siria, los Emiratos Árabes Unidos y Yemen.
  15. Fawwaz Traboulsi, “Clases sociales y poder político en Líbano”. Fundación Heinrich Boell, Beirut (2014)
  16. Dan Azzi, “Los más ricos de Líbano necesitan recortar su cabello” Bloomberg News 9 de noviembre de 2019 https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2019-11-07/lebanon-s-richest…
  17. Fawwaz Traboulsi, “Clases sociales y poder político en Líbano”
  18. Karim Makdisi, “El levantamiento de octubre de 2019 en Líbano: De la solidaridad a la división y el descenso al conocido desconocido” South Atlantic Quarterly 120:2 (2021), 441
  19. Ala’a Shehabi, “Desigualdad, rentismo y las raíces del levantamiento de octubre de 2019 en Líbano” Project on Middle East Political Science, 2021 https://pomeps.org/inequality-renteirism-and-the-roots-of-lebanons-octo
  20. Julia Tierney, “Construyendo resiliencia: Inversión en bienes raíces, deuda soberana y la economía política transnacional de Líbano” Tesis (Universidad de California Berkeley), 2017
  21. Makdisi, “El levantamiento de octubre de 2019 en Líbano”
  22. “Limpiando: Las industrias sospechosas que explotan a los trabajadores Kafala de Líbano”, Triangle nov 2020 https://www.thinktriangle.net 
  23. Nizar Saghieh, “Líbano ilimitado: El neoliberalismo domina el lugar de trabajo” Agenda Legal abril de 2015 https://english.legal-agenda.com/lebanon-unlimited-neoliberalism-dominates-the-workplace/
  24. David Graeber, “Es el valor lo que hace que los universos existan” HAU: Journal of Ethnographic Theory 3:2 https://www-journals-uchicago-edu.myaccess.library.utoronto.ca/doi/full/10.1086/688151
  25. Naomi Klein, La doctrina del shock (Henry Holt), 2008
  26. Richard Pankhurst, “Estudiantes etíopes en el extranjero” Ethiopia Observer Vol.11, 1967
  27. Hana Sleiman con Beza Girma, “El lugar no es el lugar” The Derivative agosto de 2022 https://thederivative.org/the-place-is-not-the-place/