Por Amy Fallas para The Tahrir Institute for Middle East Policy
Aunque el discurso de la igualdad entre musulmanes y cristianos puede considerarse parte de un diálogo nacional formativo, rara vez consigue ir más allá de la retórica ni se traduce en políticas que cambien la discriminación estructural de los cristianos o los generalizados problemas en las relaciones interconfesionales.
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En medio de un aumento de la violencia contra los cristianos coptos en Egipto durante el mes de Ramadán en abril de 2022, el papa Tawadros II emitió una declaración pública en la que solicitaba a las autoridades egipcias que preservaran la paz intercomunitaria para todos los egipcios. El habitualmente diplomático papa se refirió a una serie de incidentes de enorme repercusión dirigidos tanto al clero como a los laicos coptos, como el espeluznante asesinato de Arsanios Wadeed, sacerdote copto, en la costanera de Alejandría, los informes sobre el secuestro de mujeres coptas en el Alto Egipto y la negativa a servir comidas a los cristianos. No obstante, el papa Tawadros ofreció una crítica más contundente de lo habitual, su discurso se caracterizó por un llamamiento común de las autoridades del Estado y los líderes religiosos durante los periodos de tensión sectaria, que dice que todos los egipcios son iguales y que cualquier sugerencia de un problema sectario nacional es un plan antipatriótico para dividir el país.
De hecho, estos incidentes renovaron la popularidad de los llamamientos a la al wihda al wataniyya, una antigua alocución de ‘unidad nacional’ para hacer frente a la amenaza de las divisiones internas basadas en la afiliación religiosa. Las instituciones e iniciativas estatales egipcias bajo el mandato de Abdel Fattah El Sisi, presidente de Egipto, se basan en esta retórica para justificar sus estrategias de seguritización y vigilancia, incluida la defensa de organismos como el Consejo Supremo de Lucha contra el Terrorismo y el Extremismo. Sus mensajes se difunden a través de declaraciones oficiales de líderes estatales y religiosos, eventos interreligiosos sancionados por el Estado, e incluso visualmente a través de murales en las calles de las escuelas o anuncios como uno reciente instalado en la carretera del aeropuerto de El Cairo que dice: “Respiramos la fragancia del amor en nuestra hermosa patria, y vivimos bajo la misericordia del Corán y la gracia de la Biblia”, sobre una imagen de una iglesia y una mezquita juntas.
Mientras que esta narrativa sobre la igualdad entre musulmanes y cristianos puede considerarse parte de un diálogo nacional formativo, rara vez consigue ir más allá de la retórica ni se traduce en políticas que cambien la discriminación sistémica de los cristianos o los problemas generalizados en las relaciones interconfesionales. Un estudio reciente publicado por la Iniciativa Egipcia para los Derechos de la Persona (IEDP) subraya esta dinámica, según la cual el debate sobre la mejora de las relaciones entre musulmanes y cristianos no garantiza por sí solo los derechos civiles ni protege contra la discriminación.
Es más, el informe señala siete ámbitos en los que la causa de la libertad religiosa, entendida en sentido amplio según la Constitución egipcia, podría mejorar las relaciones entre los ciudadanos egipcios más allá de sus fronteras religiosas. En suma, se trata de la libertad de abrazar una nueva religión, el derecho a la práctica religiosa, el principio de no coacción en la religión, la no discriminación, el derecho de la familia a elegir la educación de sus hijos, el reconocimiento legal y la objeción de conciencia. Todas las recomendaciones destacan la importancia de involucrar a la propia sociedad civil, especialmente el potencial de colaboración de las organizaciones no estatales para trabajar, colaborar y comprometerse con las instituciones gubernamentales para inculcar una cultura en la que la libertad de religión y la diferencia de creencias sean valores integrales y practicados de la vida egipcia.
Este exhaustivo análisis es una de las fuentes más prácticas de vías locales e informadas hacia el cambio que podrían desafiar un estancamiento retórico que impidió mejoras durante décadas. De hecho, se podría decir que el discurso de la igualdad hizo más por inhibir que por avanzar hacia cambios en estos temas.
Uno de los principales obstáculos del discurso de la unidad nacional es que, para empezar, niega la existencia de un problema sectario. Tal fue el caso a principios del siglo XX, durante la formación del movimiento nacionalista egipcio, cuando los debates sobre la pertenencia de los cristianos se expresaron profusamente en las páginas de la prensa y en las cumbres nacionales sobre el estatus de los ciudadanos no musulmanes. En un esfuerzo por ser inclusivos, tanto los representantes de una emergente clase política egipcia como los miembros de la comunidad cristiana copta argumentaron que los coptos eran parte integrante del tejido nacional de la nación egipcia y, como tales, no requieren protecciones especiales ni una representación basada en cuotas en el gobierno para garantizar la igualdad de trato ante la ley. De ahí que en las siguientes décadas se establecieron escasos parámetros legales para evitar la discriminación por motivos de religión, problemática que continuaría sin disminuir hasta la época contemporánea.
Parte del estigma sectario proviene de su peso regional, entre acusaciones de que es un fenómeno político inherentemente desestabilizador aplicable sólo a lugares como Líbano, Irak o Bahréin. Otro aspecto de su negación está relacionado con sus implicaciones sociales, que de alguna manera es un fallo moral por parte de sus ciudadanos, que albergan opiniones excluyentes dentro de la comunidad nacional de aquellos que no comparten sus opiniones religiosas. Ambas perspectivas pueden abordarse de forma conjunta, como sugiere el informe del IEDP, las narrativas pueden moverse libremente dentro de la sociedad civil y entre los analistas y expertos locales que trabajan con organizaciones comunitarias comprometidas con la reducción de los problemas interconfesionales que todavía persisten.
Lo que está de manifiesto en los últimos años es la negación durante varias décadas de las demandas de igualdad e inclusión sociopolítica de los más de 10 millones de cristianos y otras comunidades religiosas no predominantes, que asfixia los progresivos cambios que abordarían los legítimos agravios de estas comunidades. Tal vez el camino a seguir sería empezar a admitir que Egipto tiene, de hecho, un problema de sectarismo que debe abordar.
Este análisis forma parte de un proyecto sobre las minorías religiosas de Egipto que es posible gracias al generoso apoyo de la Comisión Europea y la Agencia Noruega de Cooperación al Desarrollo.
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Amy Fallas es una escritora, editora e historiadora salvadoreña-costarricense. Doctora en Historia por la Universidad de Santa Bárbara, fue editora del Yale Journal for International Affairs y actualmente es editora adjunta del Arab Studies Journal. Sus investigaciones examinan las instituciones comunales, el sectarismo y la memoria histórica en el Egipto moderno.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Tahrir Institute for Middle East Policy el 11 de agosto de 2022.