Por Faisal Itani para New Lines.
Mi nombre es Faysal Itani y celebro la Navidad. Después de todo, soy cristiano, más o menos. También soy libanés, obligado por la ley y por la sociedad a celebrar, o al menos observar, las fiestas de todos como si fueran las mías.
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Mi nombre es Faysal Itani y celebro la Navidad. Después de todo, soy cristiano, más o menos. También soy libanés, obligado por la ley y por la sociedad a celebrar, o al menos observar, las fiestas de todos como si fueran las mías. Al tomar mi nombre de mi padre, como es costumbre en muchas sociedades, como libanés también tomé mi identidad sectaria de él al nacer y por ley, lo que hace que la religión, como para otros allí, sea de alguna manera más destacada y menos significativa. Mi padre es un musulmán suní, como cualquiera que haya pasado el más breve tiempo en Beirut podría adivinar por mi nombre. Mi madre, sin embargo, es cristiana ortodoxa. —Ellos tampoco eligieron sus respectivas confesiones—. Como crecí en el Líbano, los demás me percibían como un musulmán suní, que era como a menudo me veía a mí mismo, y un suní beirutí, además. Pero también era cristiano. Por lo menos, dejando de lado la piedad equivocada de amigos que estaban más confundidos que yo, me veía como un privilegiado por ser de una confesión y poder ‘visitar’ a otra confesión: los cristianos ortodoxos, tanto del Líbano como de Siria.
Por supuesto, ser parte ortodoxa no me convierte en una autoridad en la comunidad ni en sus iglesias, historia, fe o doctrinas. De hecho, mis padres me criaron deliberadamente sin un credo religioso y así aseguraron que mantuviera un cierto grado de ignorancia sobre la ortodoxia, que nunca me esforcé en corregir. Absorbí más fácilmente el conocimiento del islam porque, a todos los efectos, soy musulmán de nacimiento, en la sociedad y bajo la ley libanesa. Pero siempre tuve curiosidad por la experiencia social y política de los ortodoxos, y como las diversas contiendas en el Líbano no eran sobre la práctica religiosa, este era el tipo de conocimiento que contaba.
Para complicar aún más las cosas, mi madre es sólo medio libanesa. Mientras que su madre ortodoxa procedía de uno de los núcleos de la comunidad en el Líbano, su padre era un sirio que procedía de un pueblo pobre en una hermosa zona del noroeste de Siria: el acertadamente llamado ‘Valle de los Cristianos’, donde los ortodoxos han vivido durante generaciones. Aunque el mestizaje de mis abuelos debió de parecer más peculiar después, ya que cada rama se ‘libanizó’ o ‘sirianizó’, los ortodoxos, durante gran parte de su historia, han diferido en su dispersión respecto a otras comunidades del Líbano. A diferencia de los maronitas, que han llamado hogar al Monte Líbano durante siglos, o de los drusos, que hicieron lo mismo y ahora viven principalmente en las montañas y colinas del Levante, los cristianos ortodoxos se han encontrado en todo el Mediterráneo oriental y Oriente Medio hasta las últimas etapas de su historia. Aunque se hayan asemejado más a otras minorías en algunos aspectos, han sido durante mucho tiempo y siguen siendo una comunidad con una visión más amplia arraigada en este contexto sociocultural.
Como la mayoría de las familias libanesas, la mía se tomaba en serio las fiestas religiosas —aunque no necesariamente la religión en sí—. Al igual que nunca me perdí el Eid con la familia extensa de mi padre, nunca me perdí la Navidad o la Pascua con el clan de mi madre (N.d.T.: Eid puede hacer referencia a Eid al Adha y Eid al Fitr, ‘Fiesta del Sacrificio’ y ‘Fiesta del Fin del Ayuno’, respectivamente). Nunca vi esto como algo especial. Las obligaciones familiares son obligaciones familiares, aunque una serie de ellas tuviera lugar en Beirut y la otra tuviera lugar en las montañas justo encima de ella. No nos dábamos palmaditas en la espalda por ser ‘tolerantes’ o por abrazar la ‘diversidad’. Y las celebraciones en todas las comunidades eran similares: disfrazarse, charlar y comer, siempre con familias numerosas y siempre en las mismas casas. La parte de mi madre intercambiaba regalos. La parte de mi padre nos daba dinero en efectivo a los más jóvenes para que compráramos lo que quisiéramos —confieso que tengo una fuerte preferencia por el modelo musulmán—. Naturalmente, hablábamos de política y sociedad cuando terminábamos con el protocolo y las sutilezas. Aunque mi madre me daba constantemente ideas sobre los ortodoxos en casa, estas reuniones familiares eran cursos intensivos de cosmovisión ortodoxa, especialmente sobre los asuntos libaneses y regionales.
No existe una única ‘cosmovisión ortodoxa’. Pero hay algunas tendencias reconocibles entre los ortodoxos del Levante en general y en el Líbano en particular. Una de las formas más marcadas en que los ortodoxos en el Líbano se definen a sí mismos es en oposición a otras comunidades cristianas, especialmente a los maronitas, quizás más que a los musulmanes. En este sentido, han adquirido un particularismo dentro de la comunidad ortodoxa más amplia, no todos los cuales viven en un sistema político donde los miembros de otro grupo sociopolíticamente diferente y asertivo configuraron su entorno. En términos más generales, hicieron hincapié en su propia y orgullosa historia, que se remonta al Imperio bizantino, y en su papel como pueblo comercial urbano de Levante, como elemento diferenciador de los maronitas —que se consideraban pastores, agrarios y rurales durante gran parte de su historia—.
A menudo detecté cierto desprecio por parte de los primeros hacia los segundos. Aunque algunos de los ortodoxos de mi familia participaban en una forma común y recíproca de prejuicio urbano-rural en la región, también tenían algunos problemas específicos con los maronitas: su catolicismo, independientemente de los debates esotéricos sobre la doctrina o la autenticidad; el parroquialismo percibido o incluso el aislacionismo, así como su asertividad, ira o angustia cuando se trataba de la temida invasión y dominación musulmana. Al menos algunas personas de mi familia ortodoxa adoptaron actitudes que consideraban más complejas y, tal vez, reflejo de su papel más amplio en la historia comercial y cultural del mundo árabe.
Por otra parte, al ser libaneses, mi familia estaba tan dividida dentro de la casa como veían a los demás en la tierra. Mientras algunos mantenían una visión cosmopolita o al menos tolerante, otros se volvieron más reaccionarios hacia la política de la comunidad musulmana libanesa. Aunque estas personas seguían siendo una minoría en la familia, sus puntos de vista reflejaban algunas tendencias de los años 90: por ejemplo, la reacción al crecimiento percibido del poder suní en esa década. Se unieron a esta ‘política cristiana’, de alguna manera más amplia en sus comunidades constituyentes pero más estrecha en su perspectiva, en el Líbano de nuestro tiempo. Sin embargo, en su mayor parte, percibí el deseo de trascender su identidad como una minoría levantina más y enfatizar los lazos comunes con su entorno.
En ese contexto, los cristianos ortodoxos enfrentan otro problema. No tienen un grupo obvio con quien vincularse en el Levante, tal y como ha existido durante décadas, ni una narrativa propia claramente convincente, como el nacionalismo libanés de los maronitas, o el autonomismo de las montañas de los drusos o las diferentes perspectivas más amplias de los musulmanes suníes y chiíes. Así que algunos han recurrido a ideologías inventadas. Una de esas ideologías fue el nacionalismo árabe, en cuya definición los intelectuales ortodoxos desempeñaron un papel importante. De hecho, hay una corriente de arabismo que atraviesa el pensamiento de muchos de mis parientes ortodoxos. Quizás más interesante es el concepto de nacionalismo sirio, hoy defendido por el Partido Social Nacionalista Sirio (SSNP). Se trata de la creencia de que los países de Levante y las zonas vecinas forman un espacio civilizacional distinto y deberían formar un Estado nación. El pueblo de mi abuelo es hoy un bastión del SSNP. Los escépticos señalan la concentración relativamente grande de ortodoxos en la geografía de la SSNP y la descartan como un proyecto sectario. Eso puede ser un factor, aunque nadie lo ha expresado delante de mí. Tiendo a creer que los partidarios del nacionalismo pansirio en mi familia son en su mayoría sinceros, y que nadie en el Líbano o en Siria está completamente desprovisto de sentimientos sectarios de todos modos.
Casualmente los miembros de mi familia comparten sentimientos con los musulmanes suníes, con quienes los ortodoxos en general han compartido durante mucho tiempo la costa levantina, comerciando y construyendo en lo que ahora es un espacio comercial y cultural mucho más pequeño. Todos ellos trascienden, o creen trascender, lo parroquial; a veces esperaron vincularse con algo más grande. Como reacción a la creación del Líbano hace un siglo, los suníes anhelaban escapar de sus estructuras políticas internas y limitantes y disolverse en el gran mundo sirio o árabe. Muchos ortodoxos también lo hicieron. No soy un nacionalista pansirio ni panárabe, pero creo que este sentimiento compartido entre los ortodoxos griegos y los suníes facilitó el crecimiento en una familia mixta. Al final, sentí que todos hablábamos el mismo lenguaje político básico. Opté por prestar menos atención a los parientes minoritarios que querían tener menos relación con su entorno.
Por supuesto, la tolerancia y el universalismo siempre tienen límites. Recientemente, la guerra civil siria se convirtió en un caso de prueba de actitudes diabólicamente complejas ante lo que estaba ocurriendo en Siria y el Levante. Gran parte de mi familia simpatizaba con los manifestantes en 2011. Pero a medida que Siria se complicaba, las actitudes comenzaron a cambiar. Para algunos, los islamistas emergentes representaban un mal peor que el presidente Bashar Al Asad, porque amenazaban a las minorías de Siria, incluidos sus ortodoxos. Otros, de la corriente del SSNP, me dijeron que se trataba de una guerra librada por Occidente contra un líder árabe que se había atrevido a desafiarlos, y casi al mismo tiempo desestimaron a la oposición, como todos los islamistas suníes que querían matar a las minorías. Este orgullo universalista y este sectarismo me resultaron desconcertantes y, hasta hoy, no he podido averiguar cuál era el sentimiento más sincero.
Aunque los puntos de vista de algunos cambiaron, al menos uno de mis parientes nunca vaciló. Mi abuelo del pueblo sirio despreció al régimen de Asad hasta su último día.
Mientras que a algunos extranjeros les resulta interesante cuando menciono que procedo de una familia musulmana suní y cristiana ortodoxa, los libaneses casi siempre reaccionan con lástima. La mayoría cree que debo estar ‘confundido’ o que mis familias extendidas son mutuamente hostiles, o al menos más hostiles de lo que habrían sido como familias libanesas. No ayuda el hecho de que sea un ‘Itani’, que llevo el nombre de una familia que es sinónimo del islam suní en Beirut. Y quizás tampoco ayudó que creciera durante y después de la guerra civil libanesa, una época en la que las tensiones eran muy fuertes, aunque mucha gente se las arreglara para convivir.
Mis padres a veces lo pasaron mal. Esa es la verdad. Pero me considero un privilegiado por haber formado parte de algo más grande. Ahora me parece absurdo que otros insistan en un único punto de vista, como un monopolio de la verdad, en cualquier contienda social o política. Por ello, tengo que dar las gracias a los ortodoxos.
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Faysal Itani es director de la Unidad de Seguridad Humana del Instituto de Estrategia y Política New Lines y profesor adjunto de Política de Oriente Medio en la Universidad de Georgetown y en la Universidad George Washington.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines el 7 de enero de 2022.